Tiene los ojos, despiertos, vivaces. Agustina Pérez Comenale, uruguaya, narra con frescura cómo se dio cuenta de que, a sus veintiséis años y con dos títulos encima, se había casado para cumplir con los mandatos familiares. El volantazo fue doble: se divorció y empezó a alejarse de la abogacía y el notariado tradicionales, para dedicarse de lleno a la tecnología.
Conste: viene de una familia con linaje jurídico, el negocio estaba a pedir de boca, y su hermano mayor le había dejado el camino libre. Pero “si me querés hacer un mal, dame un trabajo en el que todos los días tenga que hacer lo mismo”. Joven y con un hijo a cuestas, no lo pudo evitar y empezó a innovar.
Había estudiado en el Liceo Francés Jules Supervielle de Montevideo, institución vanguardista y con tendencia a la tecnología, y fueron esas bases las que le permitieron, a poco de egresar de la universidad, sostener, contra los intereses más abroquelados y arcaicos, que los contratos inteligentes basados en Blockchain eran el futuro del derecho privado.
“Lo que ahora se ve de mí, por ahí genera la sensación de que me va bien y que siempre fue así, pero hice un camino de mucho trabajo y sacrificio -explica- porque soy de esas personas que sí creen que las cosas se consiguen con esfuerzo y constancia”.
Esos valores le inculca a Benjamín, de 7, fanático de su mamá tanto como ella de él. Los días de Agustina son largos, y sus actividades la absorben - “es muy difícil para los demás entender cuando sentís pasión por lo que hacés, porque no lo vivís como trabajo, entonces si tenés que ponerte el fin de semana, no hay problema” comenta- pero comparte con su hijo el gusto por la tecnología. Es más, el chico estudia robótica, así que en casa se habla el lenguaje de la inteligencia artificial y la transformación digital con toda naturalidad.
Exposición. La exposición de Pérez Comenale en los medios uruguayos, sobre todo televisivos, cobró una aceleración notable durante las restricciones del COVID-19. De pronto (y por las malas) el mundo entendió que había que animarse a las plataformas digitales, que las criptomonedas eran una alternativa interesante, y que las Blockchain aseguraban la inviolabilidad de la información.
En nuestro país vecino, el paso siguiente fue encontrar quién explicara el aluvión tecnológico de forma que resultara, al mismo tiempo, comprensible y confiable. Y entonces Agustina comenzó a pasear su sonrisa por los sillones de esos livings en los que se permite al entrevistado explayarse.
Está cambiada la Banda Oriental, se ve, porque el mate no aparece en escena, aclara que sí toma, pero “no es un apéndice de mi brazo”, y regala una carcajada sonora. En cambio, fanática de la marca de la manzanita, Agustina explica novedades casi inverosímiles y se ayuda con ademanes. Si uno se deja llevar por detalles, verá que la pantalla de su smartwach está en permanente ebullición. Casi que tiene vida propia.
Sin embargo, en cada aparición, Pérez Comenale deja claro que se puede combinar conocimiento experto con calidez y elegancia femenina. En emisiones de la televisión pública charrúa se la ve con envidiable pedagogía esclareciendo qué es una Organización -o comunidad- Autónoma y Descentralizada (DAO, en inglés) y por qué los tokens no fungibles requieren flexibilidad a la hora de ser regulados.
Le pregunto por la volatilidad del Bitcoin, y advierte respecto de las diferentes criptomonedas en danza: algunas están atadas al dólar, por lo que no son tan volátiles; se las llama stable coins. Esas y las otras, como Ethereum, se pueden canjear por moneda dura en las billeteras virtuales y sitios de Exchange.
Asesoría. Agustina, hoy día, asesora legalmente a la empresa número uno del mundo en ese mercado, pero no hace publicidad de la marca; en ella, esa prudencia es un signo de buen gusto más que una estrategia. No obstante, se encarga de aclarar que para quienes se inician en el mundo de los activos intangibles y digitales, el asesoramiento es fundamental.
Cada vez que toma envión al explicar una tecnología nueva hay que saber seguirla… aunque más difícil es hacerla frenar o cambiar de rumbo. “En el reparto de vergüenza, a mí no me tocó nada”, admite entre risas, las mismas que contagia al reconocer que es muy mala cocinando así que sólo lo intenta antes situaciones límite.
Pero es bien conversadora. A lo largo de más de noventa minutos, suspira un puñado de veces, y se reclina en su asiento. Mirarse a sí misma de acá a diez años la hace pensar, tanto como se le impone un silencio breve, pero hondo, cuando imagina qué tipo de hombre podría acompañarla en esta parte del camino: “tiene que ser apasionado, no necesariamente de la tecnología… pero si no siente lo mismo que yo por lo que hace, no nos vamos a entender” reflexiona.
Hoy día le queda poco tiempo para el ocio. Destaca que su familia ocupa el primer lugar en la escala de prioridades, y luego viene el trabajo. Las tecnologías de la información y la comunicación, especialmente aquellas que permiten administrar las finanzas personales, cambian a cada minuto.
“Sería aburrido si no hubiera evolución” sugiere. Pero podríamos buscar un punto medio, le respondo, y me recompensa con otra risa. Un minuto más tarde ofrece datos del “ahogo fiscal” para las criptomonedas en India, y uno ya se ríe por el dato mismo y su curiosa relevancia de este lado del Atlántico.
¿La preferirán fuera de foco, inalcanzable, irreversible o casi intocable sus alumnos de la facultad, el público que ve presencias televisivas, y quienes participan de eventos que la colocan en primer plano semana a semana? Qué importa. Está claro que en el ámbito tecnológico de la región todos la eligen.
Y si bien al inicio se abrió camino, hoy el camino la invita a ella a seguir investigando, alimentando su curiosidad infinita, y le ofrece alternativas entre las que se da el lujo de elegir.
Ya está creando proyectos a nombre propio, porque, de tan inquieta, hasta a las empresas más pujantes les cuesta seguirle el tren.
Agustina Pérez Comenale. Tómala o déjala.
*Docente del posgrado en Inteligencia Artificial y Derecho de la Facultad de Derecho UBA.