El avance e incorporación de tecnología en los procesos productivos y en la mediación de las relaciones sociales, trae consigo un alto grado de incertidumbre e inseguridad, donde todos los sectores involucrados y que ya se encuentran afectados, discuten sobre su futuro, o por lo menos, deberían pensar en hacerlo.
Si bien la humanidad ya ha transitado por períodos en que los saltos tecnológicos marcaron claramente el reinicio de una nueva fase de acumulación del capital, nunca antes la velocidad fue tan abrumadora como la que sucede en esta etapa.
Décadas atrás, autores como Jeremy Rifkin anticipaban, por ejemplo, que las máquinas en el siglo XXI reemplazarían al hombre en muchísimas funciones laborales y propiciarían la redefinición misma de la categoría Trabajo, tal cual se entiende todavía en la actualidad.
El ritmo del mundo digital, es un ritmo vertiginoso y muy distinto al que se conoció en las anteriores revoluciones industriales. En cada una de ellas, efectivamente, también se perdieron puestos y oficios y se crearon otros, pero el tiempo para la adquisición de las nuevas habilidades o competencias era mucho más prolongado.
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Las tecnologías de la información y la comunicación junto a la robotización y la inteligencia artificial, proponen cambios radicales sin la aplicación cronológicamente aceptable de lapsos para la reconversión o reinserción de las empresas y de los trabajadores.
Este desfasaje, nos invita a pensar en reformas de los sistemas educativos -en el rol de las universidades y demás instituciones, precisamente- y en el destino de grandes masas de hombres y mujeres que estando en una edad económicamente activa, van a ver cercenada su posibilidad de realización en el mercado de laboral.
Para el capital, la utilización de nueva tecnología significa acrecentar ganancias a un menor costo. Para los trabajadores y sus organizaciones representativas, puede significar precarización, pérdida de puestos o aumento de beneficios y calificación.
La proporción de cada una de estas variables, al interior de cada sociedad, dependerá de la capacidad de respuesta y del grado de poder que detente cada sector en pugna. Ello, lógicamente, puede derivar en situaciones donde el reparto de la riqueza sea equitativo o regresivo.
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También dependerá del rol de los Estados, de los programas que lleven a cabo y de la ubicación que éstos tengan en el concierto internacional. Sobre este aspecto y si partimos desde una posición global, el proceso de implementación tecnológico es muy inequitativo según continente y a la vez, según región.
La marcha desigual del desarrollo entre el norte y el sur del planisferio, repercute en el porcentaje de incidencia del factor tecnológico en la estructura económica (mayor desarrollo mayor incidencia, menor desarrollo menor incidencia). De todas formas, existen de fondo cuestiones de escala mundial que son irreversibles y que evitan que haya países que quede ajenos a las presiones que ejercen.
Frente a ello, se ensayan y en algunos casos se concretan, diferentes respuestas. Algunas de éstas giran en torno a la reducción de la jornada laboral por igual salario, cargas impositivas a la utilización de robots, asignaciones universales para los que queden desplazados, fomento de la industria del conocimiento y la recreación, financiación de las capacitaciones e incentivo de la economía del cuidado, sector que se espera que crezca exponencialmente como consecuencia del aumento de la expectativa de vida, a raíz de la tecnología aplicada a la salud.
Ahora bien y sin ánimo de concluir la lista, ¿puede el país y el modelo económico evadirse de estos cambios?, ¿en qué etapa del avance tecnológico está?, ¿cómo afecta la tecnología a las relaciones sociales?, ¿cuáles serían la mejores respuestas y propuestas que se deberían generar desde las organizaciones sindicales?, ¿cómo es el impacto en la trayectorias de los jóvenes que deben insertarse en el mercado laboral?, ¿qué desafíos tienen los procesos de formación (educativos o de capacitación) para garantizar tanto el acceso, como la inserción y la permanencia laboral?, ¿si el trabajo define al sujeto, qué lo definiría si éste es reemplazado por un robot?
Interrogantes y debates abiertos, que disparan nuevos interrogantes y nuevos debates. Así y todo y cualquiera sea la dirección hacia donde dirijan el rumbo a seguir, no se puede soslayar lo importante de todo esto y que tiene que ver con tener como objetivo principal, el mayor bienestar posible para los seres humanos.
La OIT (Organización Internacional del Trabajo), en su centenario (1919 – 2019) y en el marco del documento elaborado por la Comisión Mundial por el Futuro del Trabajo, propone “un programa centrado en las personas (…) que fortalezca el contrato social, situando a las personas y el trabajo que realizan en el centro de las políticas económicas y sociales y de la práctica empresarial”.
*Presidente CEIS
(Centro de Estudios para la Inclusión Social)