En la imponente Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, no hubo propiamente un debate, porque el formato de la reunión impidió el confronte sincero de ideas. Los candidatos se limitaron en el tiempo asignado a presentar los ejes de su propuesta. Algunos fueron más sinceros que otros y los televidentes pudieron calibrar con precisión cuando se decía la verdad y cuando se mentía, porque todos somos parte de la Argentina. Con esos alcances, algunas cosas merecen ser destacadas porque debajo de las intervenciones, asoma un núcleo de coincidencias básicas que exigen una intervención sincera de la dirigencia para plantear algunos caminos que permitan mejorar la vida pública y, en consecuencia, la de todos los ciudadanos.
Rescato la asociación entre la república y el bienestar general. Con intensidad muy diversa y desde distintos lugares, los candidatos reconocieron que sin una institucionalidad fuerte no hay chance de una mejora colectiva. En general, el apuro derivado por la contingencia atribuye el núcleo de los problemas a los índices de la economía. Anoche quedó claro que la economía depende demasiado de la calidad del Estado. Por ejemplo, no es factible ya negar que la inseguridad es una hija de la desigualdad y que más allá de frases de impacto mediático, pero vacías de contenido, no se puede pensar la seguridad pública como una cuestión exclusivamente policial. En otras palabras, flagelos de esa naturaleza no se resuelven solo con una mirada punitiva. No hace falta ser un mago para comprender ello. Basta con repasar nuestra Constitución.
La discusión sobre el federalismo también tuvo puntos de contacto en todas las perspectivas. Nuestro federalismo es nominal. De hecho, y aunque no se mencionó, el Congreso de la Nación tiene que sancionar una nueva ley de coparticipación federal desde el año 1994. Que esa norma aún no haya visto la luz es la mejor expresión de la complejidad de la cuestión y otro indicador del hiato que separa al programa constitucional de nuestra realidad.
El debate no fue un debate. El propio diseño lo acercó más a una góndola para exhibir ofertas que a una discusión racional y sincera de ideas
El abordaje de la calidad institucional fue el bloque que más insumos dejó para la discusión. Sobre todo, por el drama de la corrupción. Hubo claros intentos de banalizar la cuestión, aunque el problema es obvio. No es un secreto que en nuestro país las instituciones se van cayendo a pedazos con el paso de los años. A mi me parece que ya superamos la etapa de describir el hecho como una simple crisis. El deterioro de nuestras instituciones llegó a un punto tal que no sólo no cumplen la función que les asignó la Constitución, sino que muchas veces se convierten en auténticas fábricas de violencia. El deterioro de la salud pública, de la educación, la telaraña burocrática que absorbe la energía ciudadana y un sistema de justicia que más de una vez aparece divorciado de la constitución, constituyen aspectos que anoche se vieron reflejados a través de las distintas intervenciones de los candidatos, aunque no siempre de manera explícita, ya que aparecieron en medio de la pirotécnica discursiva. Pero a pesar de todo quedó vivo el reconocimiento de que es imperioso regenerar el campo institucional.
El debate, repito, no fue un debate. El propio diseño lo acercó más a una góndola para exhibir ofertas que a una discusión racional y sincera de ideas. Quizá es una cuenta pendiente para la próxima oportunidad. Los ciudadanos nos merecemos poder ver en acción a los aspirantes a la presidencia, sin la tutela derivada de tanta planificación y ensayo. Las discusiones exigen inteligencia, solidez técnica y capacidad de brindar razones. Ojalá que la próxima vez las reglas incentiven esos rasgos, propios de una ética de la autenticidad.
Los ciudadanos nos merecemos poder ver en acción a los aspirantes a la presidencia, sin tanta planificación y ensayo
De todas formas, me parece que se puede rescatar un núcleo de coincidencias básicas en derredor de los problemas colectivos. Ello es bueno. Pero hacen falta dos pasos más, como mínimo. Uno tiene que ver con llevar la discusión a los espacios adecuados y transformarlos en políticas públicas. El otro es de carácter moral. Se relaciona con la necesidad de dar muestras de madurez para, de una vez por todas, eliminar la mentira como lógica de acción colectiva.