“Los nuevos regímenes despóticos”...“no serán dinastías”. “Las nuevas tiranías”...“se llamarán a sí mismas republicanas. Sigo todavía renuente a imaginar un mundo donde los gobernantes serán totalmente indiferentes a la ley, al bienestar, al trabajo esmerado, a la industria, al honor, etc y gobernarán con absoluta brutalidad”.
Jacob Burckhardt, Briefe / Cartas, 1949.
1. La regresión democrática es tan buscada como la recesión económica.
Las transiciones de regímenes autoritarios de los ochenta y noventa en el mundo han tenido diferentes dinámicas en las experiencias comparadas, con estudio de casos diversos y resultados complejos. Los procesos de “justicia transicional” iniciados en esos años fluctuaron entre el enjuiciamiento ejemplar, la obediencia debida, la impunidad total hasta el posterior juicio y castigo. Se pensó más en la justicia penal que en la justicia social como aliada estratégica de la democracia. Hoy podemos ver el camino inverso: la falta de frenos institucionales hace pensar que el silencio judicial está garantizado para los que violan la Constitución de manera frontal y sistemática. Hay una colaboración judicial clave en esa transición democrática hacia el autoritarismo.
Los poderes judiciales son guardianes de los nuevos regímenes cada vez más feudales y neocoloniales, cada vez más oligárquicos y autocráticos surgiendo en el mundo. La judicialización de la política y las guerras judiciales que era característica de las democracias frágiles hoy se puede ver en Francia, en Inglaterra, en España y hasta amenaza con resolver la próxima elección en los Estados Unidos.
En Argentina los jueces protegen con sus silencios estratégicos el empobrecimiento colectivo a costa de minorías que extraen recursos económicos y naturales. La casta judicial está dispuesta a empobrecer a toda la sociedad Argentina pero especialmente a una clase media que la distinguía tanto regional como mundialmente.
La Constitución imaginaria de la sociedad: la estabilidad de lo inconstitucional
La capacidad de negación de la elite partidaria alimentó el crecimiento de un fenómeno antipolítico de claro corte autodestructivo. Su insensibilidad seguirá fortaleciendo al Gobierno de Milei que puede cerrar hospitales, ajustar en educación, en medicamentos para enfermos terminales, abandonar a las provincias incendiadas, desfinanciarlas con quitas en una falsa coparticipación e intentar privatizar empresas públicas por decreto. Puede hacer todo eso y seguramente más sin mucha resistencia institucional. La ausencia de freno institucional es el aporte central de las elites clásicas al actual Gobierno.
La recesión económica será acompañada con una recesión democrática. La elite tradicional, con su miopía y sensibilidad por los negocios, colabora con una elite eugenésica que empobrece y embrutece sin anestesia.
Actores políticos pueden simular oponerse a Milei en el escenario parlamentario mientras trabajan para las estructuras judiciales que son silenciosas guardianas del ajuste y la reforma legislativa vía decreto del actual gobierno.
La capacidad de daño del gobierno es directamente proporcional a la capacidad de endeudamiento externo, al avance del narcotráfico en los barrios populares empobrecidos o a una dolarización irreversible. El daño social producto de la descomposición social y el abandono político de las mayorías resulta difícil de mensurar todavía. A pesar de ello, todos parecen dar por descontados los días de un Gobierno que no tiene ni gestión ni un plan formal. En este último punto hay sintonía de ambas elites, todo son encuestas y batallas electorales para una futura gestión que después termina devorada por la ineficiencia, la improvisación y nuevas decepciones circulares.
Una democracia en estado vegetativo: vetar a través de decretos y gobernar con silencios supremos
Muchos colaboraron en la gestación de esta crisis política y en la oportunidad para el rediseño social brutalista. Hasta la izquierda identitaria y los progresismos reaccionarios aportaron sostenidamente durante años con sus agendas de fragmentación, su adicción al estatus e indignación; y serán más que necesarios para fortalecer al gobierno con sus reacciones ante nuevas batallas culturales. Las patrullas progresistas y sus linchamientos virtuosos eran pedagogías autoritarias en espejo con las patrullas libertarias que buscan construir un similar clima de censura y autocensura.
Más allá del gobierno nacional, los pactos de las elites federales no son mucho más estables ni menos peligrosos. Una provincia jaqueada por factores paralegales y la inseguridad que ellos producen logra conseguir una alianza de sus elites partidarias. Ese pacto operativo, después de otras alianzas fracasadas, permitirá reformar una Constitución provincial en un sistema de partidos fragmentado y con un Senado provincial muy fuerte, entre otros problemas sociales e institucionales.
Líderes políticos de esa provincia publican fotos de sus cárceles al estilo Bukele. Se piensa la necropolítica como forma de marketing político. Si esos pactos políticos son pactos de impunidad ante violación sistemática de derechos humanos y legitimación popular de la tortura es obvio que estamos ante un populismo penal que invita a lo atroz. Los pactos de elites no aseguran resultados cuando vienen de elites que coquetean con la tortura en cárceles, con una guerra contra las drogas que empeorará todo. Argentina tiene varios ejemplos nítidos de elites dementes de origen y color diverso en su historia y la ausencia de frenos es lo que permitirá repetir y profundizar sus errores.
La complejidad del mal absoluto en un pasado que nunca se comprendió nos oculta una complejidad de los tiempos actuales que tampoco se entenderán. La Argentina parece condenada a sufrir más que a entender su pasado, parece predispuesta a sufrir más que a poder evitar el eclipse en su futuro. Pensar que el mal absoluto está en el pasado puede obstaculizar ver a esas elites soberbias y cortoplacistas construir paso a paso un nuevo sol negro.
2. Colapsar hacia la colonia.
Tanto Alberdi como Sarmiento, ya avanzados en su vida política y maduros en sus ideas, sostenían que las “jóvenes repúblicas” como la Argentina padecieron la herencia colonial y la falta de una burguesía con ambición de producir riqueza en lugar de apropiarse de la existente. De una elite colonial se pasó a una oligarquía variopinta que se apoderó de las formas y privilegios de los funcionarios de la corona española.
Una sociedad desigual, fragmentada, sin ascenso social, con tendencia al caos, la anomia, la inseguridad y las guerras fratricidas entre caudillos, de mestizos contra gauchos, de pobres contra pobres; esa era la Argentina del Siglo XIX. Una vida colonial que tiene mucho de actual. Parece que en nuestros días nos dirigimos hacia ese pasado colonial que el tucumano criticaba y siempre quiso superar.
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Alberdi afirmaba que la Argentina sufría “una herencia que era más guerrera que industrial, comercial o agricultora desde la cuna”. Notaba que la guerra contra España había hecho del “soldado” un falso héroe de libertades que eran más proclamadas que practicadas. “Solo se ha necesitado estudiar fríamente los hechos de nuestra historia para ver que la causa determinante de sus guerras y divisiones eran los intereses económicos…”(1934:290). “¿Qué cosa enseña la vida de esos héroes que sirva para remediar la pobreza creada por la crisis?” se pregunta en sus Estudios Económicos (1934:94-95) originalmente escrito en 1876-1878 y publicada en 1934.
Criticaba abiertamente a las elites porque impulsaban como único plan las guerras civiles, esas “guerras estúpidas”. Esas elites priorizaban más el conflicto perpetuo que la coordinación y construcción de una economía fuerte para la Nación. En contraste, él quería más producción económica, menos guerras improductivas. “La emancipación” se construía, según Alberdi, con los “obreros de la tierra, los obreros de la riqueza”, o sea, con trabajo asalariado.
En la actualidad, las elites argentinas parecen querer colapsar hacia la colonia. Parecen diseñar otra guerra para obtener recursos de lo que queda de la clase media. Hay un consenso inercial de dejar avanzar un plan de estratificación social que implica reducir más la clase media, extraerle sus dólares y ampliar la pobreza con nuevos pobres en tensión con los pobres consolidados. Fomentar una guerra de clases para distraerlas mientras ambas se empobrecen. Ese plan está en ejecución y nadie parece querer frenarlo realmente.
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Milei será un excelente chivo expiatorio para responsabilizar a alguien externo al sistema político. Al bloque de poder para el que trabaja el sistema político le sirve que el factor transformador sea ajeno y se presente indócil.
Jacob Burckhardt, hijo del liberalismo aristocrático del Siglo XIX, veía el fin de las dinastías liberales y el nacimiento de nuevas oligarquías políticas del siglo XX en el corazón de Europa. Observaba una “absoluta brutalidad” en esas nuevas clases dirigentes en 1889 en una carta a Friedrich von Preen. Esa intuición intensa se concretará de múltiples formas horrendas en dos guerras mundiales. Ecos del pasado que resuenan en un presente entre amenazas nucleares y conflictos bélicos escalando de forma extrema.
Hace tiempo postulamos que la práctica política tenía que proyectarse como una herramienta social para reparar todo lo roto en la esfera pública. De lo contrario, si la política se presenta como la primacía de lo privado, nuestro horizonte son nuevas guerras por recursos. Al ver cómo está funcionando el sistema político hoy lo dudamos. Quizás aquellos que pensamos que hay soluciones somos parte del problema. Nuestra hipótesis inicial -la política como herramienta social- no deja de demostrarse tan ilusoria como derrotable. Ojalá la misma transición democrática hacia un autoritarismo sea otra hipótesis incorrecta y sobre todo evitable.
Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.