OPINIóN
Educación y pandemia

El Día del Trabajo empieza en la escuela

La importancia de analizar el mundo del trabajo y el sistema educativo en forma conjunta porque muchos jóvenes y adultos no pueden continuar sus estudios porque tienen que realizar tareas dentro del hogar.

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escuela primaria Barrio 31 | gza. GCBA

Entre los muchos problemas estructurales que atraviesan a nuestro país, hay dos que adquirieron especial relevancia durante la pandemia: el mundo del trabajo y el sistema educativo. Si bien los desafíos presentados en ambos frentes ya eran extremadamente complejos, en el último tiempo se volvieron aún más urgentes y dominaron gran parte del debate público y de las preocupaciones comunitarias e individuales. La mayor parte de las veces, sin embargo, fueron abordados como asuntos separados o unidos discursivamente en conceptos más bien vagos como “el futuro de los estudiantes”. Pensando en el  1° de Mayo, me parece fundamental detenernos en los modos particulares en los que interactúan estos dos universos en el presente y extraer de allí algunas lecciones.

En Argentina, solo 1 de cada 3 adultos que no terminaron el secundario cuenta con un trabajo formal y, a su vez, las personas sin el secundario completo tienen un 30% menos de ingresos que aquellas que sí finalizaron este trayecto formativo.

En Argentina, solo 1 de cada 3 adultos que no terminaron el secundario 

En un país en el que el porcentaje de jóvenes que no termina la escuela asciende al 40%, la reflexión más obvia se vincula directamente con un presente marcado por la vulneración de un derecho fundamental: la educación. Pero esta no es, por supuesto, la única interpretación que podemos hacer. Si miramos hacia el futuro, vemos claramente que se trata, además, de una exclusión que da origen a muchas otras, como el acceso al mercado laboral y a las condiciones de trabajo y remuneración necesarias para concretar un proyecto de vida. Si miramos hacia el pasado, advertimos que este número no es más que el anuncio de una exclusión sistemática y sistémica, el mero resultado de otras muchas injusticias que no hacen más que acumularse.

En 2019, solamente el 43% de los jóvenes pertenecientes a hogares con menores ingresos egresó de la escuela secundaria, frente a un 91% registrado para estudiantes que provienen de familias con alto nivel socioeconómico. Nuestro sistema educativo perpetúa y reproduce las inequidades que debería encargarse de reducir. Y eso se refleja en otras estadísticas: Argentina es el país con mayor desempleo juvenil de la región, con una tasa que duplica al nivel de la población adulta en general. Asimismo, dentro de los jóvenes que sí trabajan, un 60% lo hace en condiciones de informalidad, nuevamente duplicando al valor promedio.

Nuestro sistema educativo perpetúa y reproduce las inequidades que debería encargarse de reducir. 

Estos datos preocupan por lo que muestran pero también por lo que esconden. Escuchamos y leemos frecuentemente sobre la cantidad alarmante de jóvenes que pertenecen al colectivo “nini” (ni estudian ni trabajan). Sin embargo, pocas veces notamos que muchos de esos jóvenes, en su mayoría mujeres, están abocadas a tareas de cuidado dentro de sus hogares y la alternativa de estudiar o trabajar no es siquiera una opción plausible. Pocas veces notamos cómo el sistema en su conjunto le está fallando a estos jóvenes y, al hacerlo, se está fallando a sí mismo.

Las estadísticas presentadas son algunas de muchas. Sumadas, dan por resultado una verdadera bomba de tiempo: ninguna sociedad es sostenible con estos niveles de exclusión, mucho menos después de una pandemia que empeoró la gran mayoría de esos indicadores. Para desactivar la bomba, propongo concentrarnos en la escuela, no porque sea el único camino ni el más sencillo, sino porque estoy convencida de que es indispensable para construir soluciones de largo plazo.

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Volviendo a los números del principio, está claro que la educación es un factor determinante en las oportunidades que recibirá un individuo a lo largo de su trayecto de vida, y por consiguiente, en los niveles de bienestar general de una comunidad. Pero el aula es también el espacio que nos permite pensar críticamente, cuestionar el status quo y adquirir las herramientas necesarias para modificar y mejorar aquello que creamos necesario, para gestar proyectos de transformación colectiva. En un escenario tan complejo, tenemos que empezar por escuchar las voces de los jóvenes y construir con ellos el presente y el futuro que queremos. El tiempo para hacerlo es ahora y el lugar es la escuela, porque es donde deben estar.

*Directora Ejecutiva de Enseñá Por Argentina.