Desde la antigua Grecia, el pensamiento de occidente puso el foco en la búsqueda de la verdad. Hoy, gran parte de nuestro tiempo nos lo lleva a poner el foco en descubrir la mentira.
Las fake news se difunden en la contaminada atmósfera de los medios y plataformas, donde los principales generadores no son los ciudadanos, sino los estados, quienes no quieren perder su posición dominante y, en muchos casos, su tradición histórica. Podemos tomar como ejemplo el escándalo de la participación británica en la guerra de Irak (basada en la comprobación posterior de que no había armas químicas) o en el actual enfrentamiento entre Ucrania y Rusia, casos en los que, como es usual entre los hombres, la primera víctima de la guerra es la verdad.
La fortalecida tendencia de los estados hacia la “biopolítica”, en términos de Foucault (entiéndase esta al control de la biografía de los ciudadanos), hoy es facilitada por la tecnología, a través de la cual circula con quién habla, qué piensa, hasta la tentación de influir en quién vote.
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Quizás como reacción contra fáctica, la aplicación de la “teoría de los vacíos”, que dice que cuando en el cuerpo social hay un órgano que no funciona, este transfiere a otro organismo parte de sus funciones. A pesar de ser parte del deber del sistema judicial o policial, la sociedad le exige al periodismo que “Investigue”. Por consiguiente, el periodismo de investigación siempre es incomodo y peligroso al poder de turno. Pero el cuarto poder (medios tradicionales) hoy compite por sus audiencias con el quinto poder….el de las redes.
En las redes se da el fenómeno de estar muy concentrado en los pocos dueños de las plataformas y muy heterodoxo y amplio en su base. Los nuevos prosumidores (productores y consumidores) comparten con los periodistas las tareas de producir, circular, corregir, chequear, ya sea mediante posteos en Facebook o tendencias en Twitter. Pero hablar no es comunicar, ver televisión no es hacer televisión, opinar no es hacer un artículo de opinión. A no quedarse dormidos, colegas, porque este oficio se aprende haciendo. Hoy los blogueros son los nuevos líderes de opinión y los “opinólogos”, que se expresan sobre cualquier tema, ganan estrados como panelistas en los programas regidos por el minuto a minuto del “rating”.
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Cambió la forma, cambió el canal, el volumen, la velocidad, la percepción del tiempo y espacio y las relaciones con el ocio, tanto en su estructura como en la coyuntura, los marcos de referencia de la sociedad donde se desenvuelve e intenta describir. Hoy el periodismo necesita rápidamente superar la dicotomía del lenguaje inclusivo sí o no. Esto exige posicionamiento, no medias tintas. Porque el lenguaje en el periodismo es, ante todo, su materia prima, no solo un elemento legitimador de sus audiencias.
Desafíos como: las nuevas enfermedades, los migrantes, la conversión tecnológica, la energía, el cambio climático, la percepción de la sexualidad, escalan posiciones en la nueva agenda. De la sopa cultural de nuestros marcos de referencia, nos obliga a un mayor grado de especialización y formación como también mejor chequeo de las fuentes.
Periodismo en esencia es dilucidar cuando se está frente a un suceso y entender que realmente está pasando algo, darte cuenta, analizarlo, sacar una conclusión para poder contarlo…que algo está sucediendo. Sopesando cuánto tiene de relevancia y cuánto tiene de novedad o darle un giro innovador. Que la búsqueda de la verdad o el develar la mentira vaya de la mano de su principal capital social, el prestigio y su función la democratización de la información.
* Periodista. Profesor en la Facultad Ciencias Sociales, Universidad del Salvador.