Pocas son las certezas que tengo sobre los acontecimientos que determinaron la vida de mis padres. De ese puñado de certezas, una se destaca: nada marcó tanto sus vidas, nada moldeó tanto sus personalidades como el hecho de haber emigrado.
Tengo la sospecha que cuando partieron de su tierra llevaban en las valijas sueños y angustias, pero también que, al llegar a destino, esos sueños y esas angustias se confundieron con la esperanza del regreso inminente. Entre cosas buenas y malas, fueron pasando los años, muchos años, a la espera de ese regreso.
Otra certeza que me invade es que aquel acto de emigrar forma parte de mi identidad, que constituye un ADN tan poderoso y presente como el ADN físico, y es en esa búsqueda del origen de mi identidad profunda que las historias de migrantes me conmueven. Como me conmueve cuando se trata el tema con banalidad, o ligereza.
Costumbres argentinas: el lado oscuro de irse del país
Pongo la lupa e intento contar algunas historias chiquitas, simples y cotidianas, tratando de comprender que en los desarraigos de hace setenta años nada era igual, que hoy las comunicaciones, la velocidad de los viajes, los reencuentros alivianan las ausencias. No sé si alivianan el dolor.
Pina es argentina, tiene algo más de 60 años y vive en un pequeño y olvidado pueblo del sur de Italia con más casas que habitantes. Conozco a la familia de Pina, tres migraciones en tres generaciones, un recorrido esperanzador y doloroso: de Calabria a Buenos Aires, de Buenos Aires a Calabria y de Calabria a Milán. Vengo a conocer este lugar, que es parte de mi identidad y a contar esta pequeña historia.
Gagliato es el sur profundo de Italia, muy cerca del mar. Lo veo por primera vez en mi vida tras una curva del camino, la vista es encantadora: las casas de color pastel coronan la cima de una montaña no tan alta, formando un dibujo tan naif como perfecto.
Migrar | Irse del país: la necesidad de construir una segunda oportunidad
Pina me recibe con ojos llorosos y voz cansada. Me abre las puertas de su casa, no quiere que me quede en el jardín, pese a que desde ahí se ve un pedazo del Mar Iónico asomando detrás del valle. Las cimas de verdes variados están coronadas por una hilera de blancos y elegantes generadores eólicos, molinos de viento sin Quijote.
En el viejo chalet de persianas cerradas apenas entra la luz. Muñecas de todos los tamaños y colores miran con sus ojos muertos desde cada rincón, sobre estantes de madera oscura, apoyadas en el piso de mármol gris o sentadas en sillones cubiertos de telas que los protegen del polvo. Hay muñecas de todos los tamaños apoyadas en almohadones de colores oscuros. Toda la casa desborda de objetos, sobre la mesa de fórmica marrón varias bandejas exhiben tacitas de porcelana. Urge el café.
El padre de Pina se fue muy joven de este pueblo después de la guerra, abandonado una vida conocida y dolorosa hacia una tierra de la que esperaba mucho y conocía poco. Armó una familia, trabajó y cumplió algunos de sus sueños, construyó su casa, hizo amigos, aprendió a hacer asados y trabajó mucho, pero no pudo vencer la nostalgia. Un día volvió, con sus dos hijas y nietos muy chicos, al origen.
Emigrar, mucho más que armar valijas
Pina habla como llorando despacio, se queja de la envidia que hay en este pueblo, se queja de mil dolores, se queja de la falta de oportunidades y añora su San Antonio de Padua natal tanto como su padre añoraba Gagliato. Su hijo, aquel que vino muy chico por mandato de su abuelo, desde Milán añora Calabria, viene una vez por año a visitar a su madre, coincidimos en esta visita y me habla de los mil trescientos euros que gana como vigilante nocturno de una empresa. Me dice que en el norte siguen explotando a los del sur. La hija de Pinase quedó, cuenta que no aguanta más vivir acá, pero que no puede dejar sola a su madre, que hace casi veinte años que esta por irse, que en cualquier momento toma la decisión.- Quizás en Alemania consiga un trabajo -, y sonríe.
Me voy de esta casa oscura, abrazo a los tres y me llevo algunos paquetitos que tendré que dejar en San Antonio de Padua. No puedo dejar de pensar en un cuento de Kafka, la circularidad y la oscuridad. El contraste con lo luminoso del paisaje me hace entrecerrar los ojos.
El debate sobre irse, las oportunidades en el exterior y lo inviable de la Argentina son hoy muy habituales. Pienso que abordar el tema únicamente desde el punto de vista económico o de oportunidades laborales es un imperdonable descuido. Vuelvo a la pequeña y simple historia de mi familia, que por pequeña y simple justamente es la de millones de familias. Nuestra identidad como sociedad sabe de esto.
* Fabio Faes. Periodista.