OPINIóN
Ataque de Rusia a Ucrania

Putin, Hitler y Morgenthau

Putin ha atacado Ucrania alegando necesidades de seguridad de las poblaciones de los enclaves independentistas del Donbass. Es un enorme golpe a las arquitecturas de seguridad internacional de la post Guerra Fría, de dimensión incluso mayor a la invasión estadounidense a Irak en 2003.

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Putin, Hitler y Morgenthau. | COLLAGE

Putin ha atacado Ucrania, alegando necesidades de seguridad de las poblaciones de los enclaves independentistas del Donbass. Descartó diversos mecanismos multilaterales disponibles para el manejo de crisis y, en forma análoga a lo efectuado en Afganistán en la Navidad de 1979, irónicamente invadió esa región con “fuerzas pacificadoras” solicitadas por las autoridades locales. Esta movida es un enorme golpe a las arquitecturas de seguridad internacional de la post Guerra Fría, de dimensión incluso mayor a la invasión estadounidense a Irak en 2003.

En medio del fragor informativo generado por este evento de enorme trascendencia histórica, hay al menos tres elementos a tener en cuenta. El primero de ellos remite a la indudable vigencia del factor geográfico en las relaciones internacionales. En tiempos del fin de la Guerra Fría, el derrumbe de la Cortina de Hierro, simbolizada en la apertura del Muro de Berlín, junto al despliegue del fenómeno de la globalización sustentado en el avance de las tecnologías de la información y las comunicaciones, facilitaron la aparición de ingenuos análisis que juzgaban perimidas las lecturas geopolíticas. Los alegatos de Putin en torno a la seguridad de la frontera occidental de Rusia, vulnerada muchas veces por invasores a lo largo de la historia (Napoleón e Hitler se cuentan entre los responsables más recientes), sobre la que ahora él detecta al fantasma de la OTAN, confirman la vitalidad y vigencia de la disciplina geopolítica.

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Sin embargo, se soslaya que la Alianza Atlántica no ha forzado la incorporación de ninguna ex república soviética o antiguo miembro del Pacto de Varsovia. Han sido estos actores (las naciones bálticas, Polonia, República Checa, Hungría) quienes golpearon la puerta en Bruselas, solicitando su inclusión. Y en todos los casos, lo hicieron por temor a Rusia, en tanto heredera de la Unión Soviética. Conviene recordar que Moscú instrumentó la “solidaridad del mundo socialista” en base a restricciones de las libertades individuales, violaciones sistemáticas de los derechos humanos y deportaciones a gulags. Incluso hubo intervenciones armadas directas amparadas en la Doctrina Breznev, como se observó en Hungría y la entonces existente Checoslovaquia. Lo que ha mostrado Putin, con su invasión a Ucrania, es que los temores de estos países no eran, ni son, infundados.

Segundo, convendría diferenciar las reales percepciones de seguridad de Rusia, con el revisionismo histórico que claramente promueve su líder, quien pretende recuperar el status que otrora ostentó la Unión Soviética. Claro, las ambiciones hegemónicas globales de ayer se han ajustado a una escala continental, y el nacionalismo ha desplazado al comunismo. Pero subyacen a estos cambios la intención del inquilino del Kremlin de rediseñar las fronteras de la región, ajustándolas a criterios étnicos en aquellos casos en que se ajustan a la matriz rusa –no en situaciones opuestas, obviamente-, “manu militari” de ser necesario. Este patrón, de iniciativas restauratorias disfrazadas de actos solidarios, ya se vislumbró en Georgia (2008) y Crimea (2014). De ahí que la invasión al Donbass ucraniano inevitablemente remita a la conducta de Hitler respecto a los Sudetes de 1938.

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Finalmente, la movida de Putin ha sido contraproducente en términos de “soft power”. Ha dado por tierra con la confianza que Rusia ha intentado generar de forma sostenida en Europa Occidental, erosionando el vínculo transatlántico. Probablemente las repercusiones más nítidas de este daño se observen en el plano económico, donde todavía hoy Rusia tiene una estructura menor a la de Italia o Corea del Sur. La imagen de la dirigencia rusa también se ha derrumbado en la población de sus vecinos occidentales, demostrando que, en la búsqueda de sus metas unilaterales o ambiciones personales, puede llegar a emplear la fuerza, a despecho del derecho internacional. Es imposible que esas naciones no recelen de Moscú y procuren protegerse de esa fuente de amenazas, incluso intentando su ingreso a la OTAN, ejerciendo un derecho soberano. Por otra parte, Putin paradójicamente ha sacado a esa organización de la postración en que se encontraba, demostrando que todavía tiene una razón de ser.

Entre sus consejos para ejercer la política exterior de manera eficaz, Morgenthau apelaba al atributo aristotélico de la prudencia, subrayando que un estadista nunca debía ubicarse en una posición transitoria desde la cual solamente pueda avanzar a costa de un enorme riesgo, o replegarse a costa de un importante desprestigio. Los próximos movimientos de Putin indicarán cómo resuelve el planteo de ese célebre pensador.

 

* Mariano Bartolomé. Profesor titular de grado y postgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Belgrano y miembro del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano (CESIUB).