OPINIóN
Lectura psicoanalítica

Discursos de guerra: la justificación de la destrucción permitida

Los discursos de guerra implican la incidencia de una apariencia no solo engañosa, como sucede habitualmente con todo discurso, sino además fanáticamente sesgada.

Ucrania
Guerra en Ucrania | AFP

La justificación de la destrucción permitida y la instauración de un estado de excepción en el que matar forma parte de lo normal, sumada a otros tipos de exclamaciones más o menos patéticas proferidas en mayor o menor medida con la intención de funcionar como arengas masivas, eso es lo que solemos llamar un discurso de guerra.

Las coartadas suelen ser varias: culturales, religiosas, por lo general en respuesta a un daño que el enemigo estaría perpetrando sobre el agente del discurso, entonces se trata de enunciaciones siempre reivindicativas. Los disparadores próximos suelen ser un atentado, una declaración o la supuesta presencia de armas de destrucción masiva, si tomamos como ejemplo la historia de los últimos cien años.

Como sabemos, la proliferación de estos discursos y sobre todo su efectividad, entendiendo esto último como su capacidad de comandar, al menos en apariencia, la sucesión de hechos efectivamente realizados, están atravesados por las particularidades sociales, económicas y políticas de los gobiernos de turno involucrados y por los intereses comerciales de muchos: productores de armas bélicas, empresarios varios, estados ávidos de bienes no renovables disponibles en el territorio de alguno de los países atacados (petróleo, agua, litio), etc.

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En medio de estas fuerzas discursivas, lo que pueda pasarle a cada quien, a cada ciudadano de a pie, a las víctimas, a las familias, queda aplastado bajo la categoría de nimiedad, tildado de minucia o irrelevancia (“daño colateral”, sentencia el ejército de los Estados Unidos). Sin embargo, bajo el cielo encendido por misiles animados por los intereses ya mencionados, hay personas comunes, como cualquiera de nosotras/os. A ras del suelo y bajo la artillería teledirigida, los sueños de madres, padres e hijos habitan el peligro, junto a la proximidad de la muerte que no se puede disimular, no se deja negar.

Vivir en guerra es compartir el espacio tridimensional de la vigilia off line con peligros que no se dejan soslayar y con riesgos no elegidos que, por eso mismo, se imponen desde fuera con la crudeza de lo real. Si algunas personas dicen “me gusta la adrenalina” para referirse a su gusto por el riesgo elegido, ya sea por un deporte extremo o por algún otro tipo de situación supuestamente peligrosa, en este caso, para seguir con la metáfora organicista, se trata de una adrenalina no querida, no elegida, antes paralizante y angustiosa que estimulante y divertida. El sujeto en peligro, rehén de una amenaza que pende sobre su cabeza desde un exterior concreto, difiere por completo del sujeto arriesgado por elección propia, tal vez compelido al acto por su deseo.

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Los discursos de guerra implican la incidencia de una apariencia no solo engañosa, como sucede habitualmente con todo discurso, sino además fanáticamente sesgada. En tal sentido, ellos ponen de manifiesto un punto que el psicoanálisis, a partir de la elucidación de Jacques Lacan, ha sabido detectar precisamente: allí donde está el semblante -es decir el engaño- no está la verdad, ya que ella se sitúa en otro lugar, en una posición jugada que difiere, por definición, de la apariencia ofrecida. A la luz de esta configuración, esa frase que a los periodistas les gusta repetir como estribillo: “en una guerra la primera víctima es la verdad”, viene a decir que en las prácticas discursivas belicistas es ostensiblemente débil el recubrimiento del semblante sobre la posición de la verdad. De este modo, entiendo que antes todavía que la verdad, la primera víctima es la eficacia del camuflaje brindado por la apariencia. Luego, ante un semblante que no funciona como tal, el discurso de la guerra claudica, pero no como cualquier otro discurso debido a la impotencia de decirlo todo y a la inconsistencia que anida en su vientre, sino a una falla todavía anterior: su distribución no discurre, por lo tanto nadie se puede dejar engañar por un artefacto que de antemano muestra su truco.

El desvelamiento señalado ocurre por una exacerbación de la operación de ocultamiento. Dicho de otra manera, un disfraz puede convenir a la impostura en tanto no se delate como falso. En este sentido, el discurso de guerra le anticipa al receptor que habrá truco fallido, es decir evidente. No se trata de un dispositivo hecho para sostener la ilusión de los oyentes hasta que devenga creencia sino, a lo sumo, un discurso esotérico -en el sentido aristotélico: para adoctrinar a los ya convencidos- cuyo valor de apología acaso sea indirectamente proporcional a la validez externa que permita engatusar a los otros.

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Finalmente, la combinación no es tan extraña: a mayor validez interna -discurso esotérico- menor validez externa, es decir: menor potencia exotérica. Y ante la flojera del semblante que se delata y auto-refuta con su sola presentación, la posición de la verdad queda denunciada en un lugar necesariamente otro que el de la apariencia del agente que enuncia. Si el lugar del semblante declina exageradamente hacia la falacia del hombre de paja, tal hipérbole denota la verdad ectópica porque el espantajo se delata por sus flecos desprolijos y falsarios.

Este desarrollo me permite disentir con la frase-muletilla que citaba al principio. Desde el psicoanálisis pienso que en lugar de la verdad, en lo que atañe a los discursos, tal vez sea el solapamiento necesario del semblante el primer mártir inmolado en el altar de la (in)comunicación pública. Finalmente, el denominado “discurso de guerra” tal vez no sea sino un enunciado unitario y por eso mismo deberíamos tomarlo como una unidad significante, por extenso que fuere y por medio de una lectura crítica, insertarlo en una concatenación más amplia articulada por el plexo de los discursos que circulan en el (des)concierto internacional.

 

 

 

* Martín Alomo. Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).

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