Con tres días de anticipación, como para darle tiempo al enemigo a que se prepare, Alberto Fernández anunció, desde un acto en Malvinas Argentinas con Axel Kicillof, que hoy, después de que el Congreso -contra toda la voluntad de su propia Vicepresidenta- convierta en ley el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional comenzará la guerra contra la inflación.
En su libro “De la Guerra”, uno de los mejores materiales bélicos escritos, el general prusiano Carl von Clausewitz la define como un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario. Y está asentada sobre una tríada que constituyen el odio, la enemistad y la violencia primitiva.
Con un gobierno especializado en imponer la lógica del amigo-enemigo, el paso del plano teórico al real no está tan lejos. “La guerra no es algo independiente, es un auténtico instrumento político, una continuación de la actividad política por otros medios”, apuntaba von Clausewitz. Si quien dirige los destinos del país fomenta la violencia, nada termina bien, nunca.
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Con ninguna precisión —¿Las tendrá el propio presidente o esta guerra será como el plan plurianual que iba a ser enviado en diciembre?— Fernández tuvo el timing perfecto: anunció su guerra unas horas antes de que el INDEC le estampe en la cara el 4,7% de inflación de febrero.
Aunque el timing es malo y la comunicación desatinada, las cifras son peores: el primer bimestre de 2022 cerró con 8,8% de inflación; en Alimentos y Bebidas, el aumento llegó a 7,5% y el incremento interanual es de 52,3%.
¿Con qué recetas va a encarar entonces su guerra?, ¿quiénes son los especuladores?, ¿son los mismos a los que va a convocar la semana que viene para un acuerdo de precios y salarios?. El desconcierto del presidente que navega entre quedar bien con su vicepresidenta, que ni siquiera le contesta los mensajes, y los reales problemas de Argentina oscila entre lamentable y preocupante.
¿Qué esperanzas se pueden depositar en su guerra imaginaria? El mismo presidente que prometió “llenar la heladera de los argentinos” la vacía cada mes un poco más, pero como siempre en el gobierno de los Fernández-Fernández se puede estar peor. Este es el mismo gobierno que cerró las exportaciones de carne para “cuidar la mesa de los argentinos”; que contrató a un agente de la persecución como Roberto Feletti para “cuidar la mesa de los argentinos”; que ahora quiere subir retenciones, también para “cuidar la mesa de los argentinos”.
Todas las palabras que llenan estos párrafos evitan ahondar en la canalización de la verdadera guerra, la que sufre el pueblo ucraniano por la invasión de Vladimir Putin y tiene al mundo, incluida la Argentina, en vilo.
Si quien dirige los destinos del país fomenta la violencia, nada termina bien, nunca.
Como si estuviera desconectado de la realidad del mundo, tal vez verdaderamente lo esté y así maneja la política exterior de Argentina, el presidente utiliza un término bélico en momentos donde la escalada de tensión en Europa está vigente y la amenaza de uso de armas nucleares está lejos de disiparse, para referirse a un problema económico que él junto con su ministro de Economía deben resolver.
Como hijo de inmigrantes ucranianos que lucharon contra el nazismo y cayeron asesinados en épocas donde el fascismo amenazaba al mundo libre, las terminologías de Fernández ofenden y, aunque ya estemos acostumbrados a su desconexión con la realidad, no dejan de sorprender.
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A estas alturas solo se le puede pedir al Presidente coherencia, que diagnostique los problemas de los argentinos sin temor de quedar mal con la mujer que lo sabotea desde hace más de dos años y tome reales medidas para solucionarlos.
Deje de insistir con políticas que han fracasado, deje de perseguir a los que usted cree responsables. Puede empezar por dejar de emitir dinero y bajar el gasto público para eliminar el déficit fiscal.
* Gerardo Milman. Diputado Nacional, Juntos por el Cambio.