Desde el nacimiento de nuestra Nación, la violencia y los desencuentros no han sido la excepción, y la grieta entre los argentinos está vigente. No fue casual que uno de los gestores de nuestra independencia, el Libertador San Martín, fuera tildado de cobarde, traidor y ladrón, y muriera en su exilio voluntario. Y el otro, el insigne Manuel Belgrano, fuera víctima de la calumnia y muriera pobre y olvidado. Y sigue la lista de algunos grandes hombres denostados por sectores arraigados a un pasado no superado. Recuerdo una sentencia del estadista alemán Willy Brandt: “El futuro no va a ser dominado por aquellos que están atrapados en el pasado”. Y yo agregaría: en un relato ideologizado del pasado. En los últimos setenta años vivimos cuatro lamentables golpes de Estado cívico-militares apoyados por grupos de interés, de presión y de tensión.
La violencia política se institucionalizó y militarizó el 16 de junio de 1955. A partir de entonces los objetivos no serían solo materiales, sino que alcanzarían a la propia población civil. Las víctimas del día citado fueron más de trescientos muertos y mil heridos, sorprendidos por la lluvia de bombas y metralla que cayó sobre la Plaza de Mayo y los alrededores, arrojadas por armas de la Patria, que llevaban la inscripción “Cristo vence”, olvidando que es una blasfemia matar en nombre de Dios. Hace medio siglo, mi amigo el historiador estadounidense Robert Potash me comentó: Tal era el odio y la cólera de los enemigos de Perón ante la situación política, tal su ansiedad por ver su caída, que estaban dispuestos a herir y matar a inocentes para lograr ese propósito.
Superar la grieta que aturde con diálogo edificante
La militarización de la lucha política alcanzó su clímax en los años ´70, en que —aún durante un gobierno constitucional— organizaciones irregulares armadas, atribuyéndose una capacidad redentora, instrumentaron un demencial terrorismo contra el Estado. La respuesta fue concretar el último y definitivo golpe de Estado cívico-militar, cuyo gobierno —usurpador del poder— mediante un terrorismo de Estado instaló una represión atroz que se marginó de todo el rigor del orden jurídico vigente. Afortunadamente hoy eso está superado, pero continúa vigente una grieta sectorial: “peronismo-antiperonismo”. En los unos y en los otros, es notoria la ausencia de la más mínima autocrítica y admisión de responsabilidad en nuestro triste pasado.
Estoy convencido de que las causas que impiden privilegiar el desarrollo —que es el nuevo nombre de la paz— son políticas más que económicas. En la imperfecta democracia que hemos construido desde 1983, aceptemos lo que expresó Guglielmo Ferrero a principios del siglo pasado: “El poder, para sobrevivir, necesita algo más que la fuerza, de bastante más que la violencia, de mucho más que la coacción”; y me permito agregar que necesita conocer el camino a seguir y adónde se quiere llegar. Ello es imposible sin el respeto al disenso y sobre todo al diálogo, que no necesariamente significa llegar a un acuerdo o encontrar una solución.
Rodríguez Larreta rechazó el diálogo con el gobierno
Diálogo literalmente en griego significa dia = a través + logos = palabra. Nos remite a la antigua Grecia (siglo IV a.C.), a los diálogos socráticos de Platón como género literario. Para Aristóteles era el modo en que los ideales, las leyes, las costumbres y las propiedades se interrelacionan en los casos reales. Siglos después, en uno de sus diálogos de inspiración platónica, Jean-Jacques Rousseau dijo: “El pueblo, como soberano, debe llevar a cabo una deliberación pública que ponga a todos los ciudadanos asociados en un plano de igualdad, en la cual el cuerpo no puede decidir nada que atente contra los intereses legítimos de cada uno”. Recientemente, el profesor Gustavo Gómez Pérez, de la Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia), concluyó: “Que el diálogo moviliza emociones y deseos (…) Que el saber político surge como un rapto hacia los límites de nuestras aspiraciones y posibilidades (…) Que la capacidad humana es afectada, transformada o movida por los compartimientos de los otros”.
En la concepción de Julián Marías, “La primera condición para el diálogo es ponerse de acuerdo acerca de aquello de que se hable, que ello sea inteligible, que las partes estén dispuestas a admitir la evidencia, aunque sea descubierta y propuesta por el otro, en el marco de la veracidad y la coherencia”. De otro modo, el diálogo se convierte en profanación. Lo que es inaceptable es que una parte sustente sus argumentos en desmedro de la dignidad de la otra, o de la realidad misma.
Pareciera elemental tener que recordar lo básico: que en el diálogo debemos dejar de lado los insultos, el enfado y los rostros agrios, ceñudos, incapaces de sonreír. También la vanidad y la soberbia agresivas. Pueden decirse las cosas y argumentar posiciones, de palabra o por escrito, con mucha fuerza, pero con gracia y con respeto. No es necesario estar de acuerdo, se puede discrepar enérgicamente pero sin romper la concordia, que no es unanimidad, ni siquiera acuerdo, sino la firme decisión de convivir juntos. Nuestra sociedad, desde hace años, evidencia brotes de irrespeto, intolerancia, violencia, descalificaciones y sectarismos ¿Cuándo superaremos la sentencia de Shakespeare en Hamlet: “Ni siendo tan puro como la nieve, escaparás a la calumnia”?
Si el diálogo nos facilita el consenso, aunque mínimo, contribuirá eficazmente a respetarnos, con la honesta aspiración de contemporizar y no de imponer nuestra hegemonía. La oposición por oposición misma de un partido político a otro es una perversión de la democracia, que también podría calificarse como una heresiología laica. En política tanto interna como externa, no deberíamos buscar y priorizar el fracaso de un gobierno sino sus aciertos, para beneficio de nuestro país que, en última instancia, en la alternancia republicana, también puede ser un beneficio para una oposición seria, madura y necesaria. Y sin duda, y sin pecar de ingenuos, un beneficio para todos. Que como dice Hegel, “Los pueblos son lo que son sus actos”.
* Martín Balza. Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.