OPINIóN
Historia política

El golpe de Estado de 1930 | ¿La madre de todas las batallas?

La Acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN) del 10 de septiembre de 1930, incomprensiblemente, legitimó el derecho de la fuerza física como fundamento de gobierno.

General José Félix Uriburu
General José Félix Uriburu | CEDOC

El ocaso del siglo XIX nos muestra a una Argentina en un proceso de unificación y consolidación del Estado. El proyecto de la generación del ´80, conservador en lo político y liberal en lo económico, requería de una matriz cívico—militar como unificadora para acabar con feudos y milicias provinciales, rémora de la etapa independentista y de las guerras civiles. Esto comenzó a apreciarse desde la fracasada (¿fracasada?) Revolución de 1890, sus remezones y el “unicato” fenecido muestran ya a un Ejército impulsado y erigido como influyente de situaciones políticas. El golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 en el joven país que exhibía al mundo su bonanza económica y el respeto a las formas republicanas, “una pequeña Europa americana” al decir de los dirigentes vernáculos, significará resignar la trayectoria seguida hasta entonces. La presencia de factores externos, entre otros la depresión en 1929 en el mundo (el crac de la bolsa de Nueva York), e internos como el desviado nacionalismo clerical que encuentra en Leopoldo Lugones su mayor expresión, hará mella en nuestras Fuerzas Armadas (FFAA).

Esta verdadera restauración conservadora del proyecto de los años ´80 del siglo XIX, imponiendo por las armas lo que el sufragio universal, secreto y obligatorio había desplazado en 1916, instauró un fuerte nacionalismo político interno, como restauró asimismo la dependencia económica del Reino Unido. Muestra dolorosa será el pacto Roca—Runciman de 1934, que subordinó nuestro comercio externo y gran parte de nuestro transporte a la aceptación de condiciones que “ni aún a sus dominios se atrevía a imponer la pérfida Albión”, según la expresión de Lisandro de la Torre. El poeta Lugones, antaño socialista, en 1924 instaló en ese momento el lema: “Ha sonado otra vez para bien del mundo, la hora de la espada”. Se estableció a partir de entonces una corriente de pensamiento impulsada por escritores como Julio y Rodolfo Irazusta, y Ernesto Palacio, que influyó en muchos militares, alimentada también por los escritos del francés Charles Maurras.

Un desconocido y breve enfrentamiento entre tropas Comandos

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En aquel entonces, con sus 75 años don Hipólito Yrigoyen quería volver al poder que había conducido en el período de 1916-1922; pero el “Peludo”, como lo llamaban por sus hábitos nocturnos, no era el mismo; quizás su legítima ambición era por demás tardía, a pesar de que gozaba de gran apoyo y respaldo popular, como así también del de jóvenes intelectuales como Jorge Luis Borges y Raúl González Tuñón, entre otros. En 1928, la fórmula Yrigoyen-Enrique Martínez se impuso con el 61,69% de los sufragios, mientras las fórmulas opositoras (conservadores, el antipersonalismo radical, socialistas y comunistas) obtuvieron el 31,71%, muchos lo calificaron de plebiscito.

Desde el inicio de su gobierno, el “Peludo” fue sometido permanentemente a un acoso que creó un clima favorable para su derrocamiento; se exacerbaron los errores de su gobierno, se lo describía como un anciano incapaz y, peor aún, hasta se lo adjetivaba de tirano. Al asumir el gobierno, Yrigoyen tenía 76 años y evidenciaba signos del paso del tiempo; era evidente que no podría sobrellevar el empuje de su primer gobierno. El auge económico de los años ´20 finalizaba y en Europa se consolidaban los movimientos fascistas; el gobierno recurrió a intervenciones federales en casi todas las provincias. La responsabilidad primaria no era solo de los actores autoritarios señalados sino también del fuego propio, convencidos de que el golpe de Estado era necesario para evitar el hundimiento de nuestro país. Desde el Congreso Nacional, el diputado del socialismo independiente, Antonio de Tomaso, planteaba dos alternativas: la renuncia del presidente o la violencia. El 2 de septiembre, el diario La Razón de Buenos Aires afirmaba: “Nadie ignora que la revolución, si no está como idea en todos los corazones, está como tema en todos lados”.

El desembarco británico en San Carlos, crónica de una muerte anunciada

 El golpe fue encabezado por el general José Félix Uriburu, de tendencia fascista, limitado profesionalmente, sin luces políticas y “veterano” precisamente de la Revolución del Parque en 1890. Estaba en situación de retiro desde hacía dos años. Uriburu no contaba con el apoyo de fuerzas importantes, y por ello recurrió —por primera y única vez en la historia de los cinco restantes golpes de Estado del siglo a oficiales y cadetes del Colegio Militar de la Nación (CMN). En esa época el instituto estaba en el partido de San Martín, actual sede del Liceo Militar del mismo nombre. La jornada golpista contó con el aplauso de la población y se nutría con miles de civiles armados. El gobierno no intentó reprimir y el saldo fue del orden de 100 heridos y 15 muertos, entre estos últimos los jóvenes cadetes del CMN Carlos Larguía y Jorge Güemes Torino. El número total de bajas fue similar al de la triste jornada del 3 de diciembre de 1990.

El episodio del 6 de septiembre de 1930 inauguró medio siglo de inestabilidad institucional en nuestra Argentina. Dos días después, el ministro del Interior e inspirador del movimiento, Matías G. Sánchez Sorondo, desde los balcones de la Casa Rosada, afirmó: “El 6 de septiembre marca en la historia argentina una de las grandes fechas nacionales, junto con el 25 de mayo y el 3 de febrero”. Por el contario, Fernando Sabsay contundentemente expresó: “Esta contribución popular revela la hondura con la que una larga tradición autoritaria había marcado a la comunidad, hasta hacerla acompañar alborozadamente un movimiento sedicioso. (Ideas y Caudillos, Ediciones Ciudad Argentina. Pág. 388).

El entonces capitán Juan Domingo Perón se refirió al mismo con estas palabras: Nunca en mi vida veré una cosa más desorganizada, peor dirigida, ni un caos tan espantoso como el que había producido entre su propia gente el comando revolucionario desde los últimos días del mes de agosto de 1930 (…) Sólo un milagro pudo salvar la revolución. Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires, que en forma de avalancha humana se desbordó en las calles al grito de ¡Viva la revolución!.

El combate en el monte Longdon, un encarnizado cuerpo a cuerpo

La Acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN) del 10 de septiembre de 1930, incomprensiblemente, legitimó el derecho de la fuerza física como fundamento de gobierno. Comentando esta Acordada, Daniel Antokoletz afirmó: “En el futuro, podría definirse la Constitución Nacional como un conjunto de normas jurídicas que rigen mientras no sobrevenga una revolución”. Al gobierno de Uriburu, como al de todos los surgidos de los golpes de Estado cívico-militares, se los calificó como de facto y no de usurpador y sedicioso, como lo prescribe el artículo 22 de nuestra Constitución. La lamentable Acordada fue firmada por los doctores José Figueroa Alcorta, Roberto Repetto, Ricardo Guido Lavalle, Antonio Sagarna y por el Procurador General de la Nación, doctor Horacio Rodríguez Larreta. Coincido con Carlos Amaya cuando afirma que con este acto de la CSJN, se inaugura la sumisión de la Justicia a la Fuerza.

No solamente en 1930 se suprimieron las instituciones republicanas; en los diecisiete meses del gobierno de Uriburu hubo torturas, clausura de diarios, fusilamientos, exoneración de jueces; también cientos de detenidos, despedidos de sus empleos y enviados a la cárcel de Tierra del Fuego (Ushuaia) por el solo hecho de ser tildados de opositores. Cualquier similitud con el accionar de los usurpadores de los gobiernos de la autodenominada Revolución Libertadora de 1955 y del Proceso de Reestructuración Nacional de 1976 no es mera coincidencia.

El impacto del Exocet en el Crucero Glamorgan

Yrigoyen fue detenido, encausado y procesado por hechos que nunca se comprobaron. Fue confinado a la isla Martín García. Su casa de la calle Brasil fue saqueada en un acto sin precedentes hasta entonces. Entró al gobierno rico y salió pobre. Falleció el 3 de julio de 1933 a los 81 años. El presidente Agustín P. Justo decretó duelo nacional y honores fúnebres de presidente, que la familia rechazó. El entierro del primer caudillo popular del siglo XX se convirtió en una muestra masiva de dolor ciudadano.

 

 

 

*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.