Mientras que el comandante de la Guarnición Malvinas consideraba que porque la flota de la rubia Albión no se expondría en el estrecho de San Carlos, él no tomó ningún recaudo, un grupo de 66 hombres comandados por el entonces teniente primero Esteban les hicieron frente con gran bravura y eficiencia profesional.
A mediados de mayo de 1982 los británicos habían consolidado el cerco naval y aéreo sobre las Malvinas. Era obvio que necesitaban hacer pie en la isla Soledad, y establecer una “cabeza de playa” que les permitiera desembarcar tropas, armamento y todo tipo de apoyo logístico, en lo posible sin oposición. Después de ello, los argentinos no tendríamos ninguna posibilidad de impedir su avance hacia el este y completar el cerco terrestre sobre Puerto Argentino. No hay ejemplos en la historia militar de una fuerza que haya triunfado en una zona insular sin tener la superioridad marítima y aérea. Pero nada se hizo para impedirlo, excepto la decisión de enviar al teniente primero Daniel Esteban, dos subtenientes y 64 soldados del Regimiento de Infantería 25 (RI 25), que en una encomiable acción derribaron y averiaron helicópteros, ocasionaron bajas, alertaron a Puerto Argentino y fueron testigos del ataque de nuestra Fuerza Aérea y Aviación Naval a la flota británica.
Tuve oportunidad de conversar detenidamente con Esteban, excelente profesional, y con posterioridad al conflicto lo tuve como subordinado directo. Esa pequeña fracción, aislada, a 90 km de Puerto Argentino, enfrentó el desembarco británico en la isla Soledad y logró replegarse tras una marcha a pie de tres días y tres noches, en un terreno inhóspito y casi intransitable. La eficiencia profesional de esos hombres logró todo lo expresado con el saldo de solo 3 heridos. Las bajas del adversario se estimaron en más de 10 entre muertos y heridos, 2 helicópteros derribados y otros 2 averiados.
La historia de una casi desconocida operación conjunta
Así relata Esteban las acciones descriptas:
“A las 08.00 hs del 21 de mayo de 1982, uno de los soldados observadores baja corriendo y me señala con siglas la presencia de una fragata inglesa en el estrecho de San Carlos. Le pregunté cómo conocía tanto detalle y me muestra una caja de fósforos Fragata que recibían los fumadores, con una silueta en su parte posterior, diciéndome:´Es igual a ésta, mi teniente primero´. Tomé los binoculares y me desplacé a la carrera con el soldado Gabriel Massei (quién años después se consagró campeón del TC 2000) hasta mi puesto de observatorio. Media flota estaba en la boca norte del estrecho. Silenciosamente habían entrado, atacaron el grupo de armas pesadas del subteniente Oscar Reyes y los dejaron sin comunicación. Era un desembarco masivo del enemigo. Había fragatas, destructores, decenas de helicópteros que sobrevolaban la zona y lanchones que se desprendían en todas las direcciones. En el centro, la figura majestuosa del Canberra.
“Estaba seguro de que mi día había llegado. […] no saldríamos con vida. Tampoco habría rendición. Comenzaba el combate de San Carlos. Ya no volvería a ver a mi hijo Santiago, pero seguía rogando por ello. Llegué al puesto comando, me comuniqué con mi comandante en Puerto Argentino y le describí el desembarco. Le pedí apoyo de la Fuerza Aérea, informé que procederíamos a defender el lugar y corté las comunicaciones. Aquello para lo cual nos habíamos preparado toda la vida estaba por suceder.
“Los infantes ingleses ya estaban cerca; se escuchaban los helicópteros y veíamos los lanchones. Ocupamos las posiciones preparadas; tenía que mandar y hacerlo bien, tenía que cumplir la misión, tenía que salvar a mi gente y tenía que volver a ver a mi hijo. Siempre con el soldado Norberto Aimé a mi lado. El subteniente José Vásquez permaneció atento a mis órdenes. Nunca había soñado un bautismo de fuego con tanta diferencia; solo Dios nos podía ayudar, y así lo hizo, o fue el mismísimo San Carlos, pero alguien lo hizo. Comenzó el combate.
Un arriesgado rescate en el mar que nos mantuvo en vilo
“El primero en aproximarse fue un helicóptero Sea King, con tropa y un chinguillo de munición. Abrimos el fuego y lo incendiamos; saltaron chapas por doquier, había heridos pero el piloto pudo apoyar la máquina sin destruirla. Entonces comenzaron a tirarnos con artillería y morteros; los infantes ya estaban muy cerca.
“De inmediato un helicóptero de ataque Gazelle se dirigió a nuestras posiciones. Apuntamos, hicimos fuego reunido y lo derribamos; se hundió en las aguas de la bahía. Los soldados tomaban coraje. Otro Gazelle vino directamente hacia nosotros. Repetimos la concentración de fuego y cayó totalmente en llamas. No hubo chance de que se salvara nadie de la tripulación. Nos replegamos ganando altura y ocupamos nuevamente posiciones.
“Aparece un tercer Gazelle abriendo fuego. Creo que ya mis soldados se sentían invulnerables. Era un blanco perfecto. Vemos cómo cientos de proyectiles hacen impacto sobre él. Se incendia y el piloto, con una hábil maniobra, logra posarlo detrás de una altura. Entonces se produjo una tensa calma. Solamente fuego de artillería naval mal dirigido, pues ya no estaban los helicópteros para hacerlo. Los infantes detuvieron su avance y en la cabeza de playa continuaban introduciéndose lanchones.
“El comandante enemigo, desconociendo la magnitud de lo que enfrentaba, decidió frenar el avance. Esto nos daba tiempo. ¿Vendría la Fuerza Aérea? Mejoramos nuestras posiciones y esperamos unos minutos. El tiempo había transcurrido muy velozmente. Aprovechando la tregua iniciamos un sigiloso repliegue rumbo a Puerto Argentino. Ya nada podíamos hacer. A menos de dos horas, escuchamos a nuestra aviación. ¡Qué misión dura tenían! Atacar la flota, con la protección natural del estrecho, la defensa antiaérea de los barcos y la ya instalada en tierra. Todo se tornó un infierno. Nuestra Fuerza Aérea los desorganizaba, hundía algunos barcos y cobraba el precio de su nueva invasión”.
A mediados de mayo de 1982 los británicos disponían de total libertad de acción y medios para desembarcar en varios lugares aptos para hacerlo. Eligieron la bahía de San Carlos, una zona desprotegida, carente de artillería antiaérea y lejos del esfuerzo principal de la defensa en Puerto Argentino; aplicaron el principio de la “aproximación indirecta”. Lo curioso fue que los mandos superiores habían sido alertados por un isleño que ése era el lugar más adecuado para el desembarco, conformar una “cabeza de playa”, avanzar hacia el este y completar el cerco naval y aéreo.
Elgeneral Mario B. Menéndez, comandante de la Guarnición Malvinas, consideraba que la flota no se iba a exponer en el estrecho de San Carlos y no tomó ningún recaudo; subestimó la capacidad naval británica creyendo erróneamente que intentarían desembarcar en las playas próximas a Puerto Argentino donde nuestra defensa era más fuerte. El general Oscar Jofre, Jefe del componente Ejército, dijo: “…que el asesoramiento naval requerido manifestó que la bahía de San Carlos no ofrecía características favorables para la operación de los buques”. Por esa razón ni el mar ni la zona se minaron. El vicealmirante Juan J. Lombardo, Comandante del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, al igual que el almirante Jorge I. Anaya, miembro de la Junta Militar, concibió operar en una zona insular, sin arriesgar la flota de superficie. Recuerdo al efecto una afirmación de Rommel: “Ningún almirante jamás ganó una batalla naval desde una base terrestre”. No obstante, a mediados de mayo, Lombardo elevó un documento a la Junta Militar advirtiendo acerca de la desventajosa situación en las islas y la conveniencia de lograr una situación negociada.
Sobre el desembarco, el Estado Mayor Conjunto de las FFAA a cargo del vicealmirante Leopoldo AlfredoSuárez del Cerro, en los Comunicados 77 y 86 del 22 de mayo expresó: “Fuerzas propias con apoyo aéreo continúan combatiendo en la zona de San Carlos. El frente de combate se mantiene estable e intacto”. Un total desparpajo rabelesiano. Los británicos estaban consolidando “la cabeza de playa” y el camino hacia el cerco final estaba abierto.
El teniente primero Daniel Esteban fue condecorado con la medalla “La Nación Argentina al valor en combate” por: “Ejecutar al frente de una fracción de su compañía acciones de combate ante enemigo con total superioridad material, en la zona de San Carlos, al que ocasionó importantes bajas. Durante 72 horas se replegó con sus hombres bajo constante hostigamiento de efectivos aeromóviles ingleses, alcanzando las propias líneas…”. Esteban es Oficial de Estado Mayor del Ejército Argentino. Cursó la Escuela de Guerra de Alemania. Entre 1997 y 1999 se desempeñó como jefe del Regimiento de Infantería 25. Es doctor en Ciencias Políticas egresado de la Universidad del Salvador. Pero por sobre todo es un militar probado y aprobado en combate. Pasó a retiro obligatorio en el 2007. Incomprensiblemente no ascendió al grado de general.