OPINIóN
2 de abril

Guerra de las Malvinas, por Martín Balza

Aquel Manto de Neblina nos dejó muchas enseñanzas; pero, a 38 años de esa movilizadora fecha, la pregunta sigue siendo la misma: ¿las aprendimos?

Guerra de las Malvinas
Guerra de las Malvinas | Cedoc

El 2 de abril es una fecha emblemática para los argentinos, es el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas, con la que nuestro pueblo está más familiarizado en forma emotiva más que precisamente informado. En esta reflexión, omitiré recordar hechos de heroicos comportamientos, que sí los hubo y muchos. Un excepcional campeón mundial de ajedrez, José Raúl Capablanca, dijo que “poco había aprendido de la partidas ganadas, pero mucho de las perdidas”. El conflicto del Atlántico Sur nos dejó muchas enseñanzas; pero, a 38 años de esa movilizadora fecha, la pregunta sigue siendo la misma: ¿las aprendimos?

A fines de marzo de 1982, todo se inició con una crisis diplomática que finalizó el 30 de abril de ese año. La misma fue planeada e impulsada por el gobierno del Reino Unido, e irresponsablemente consentida por la dictadura argentina. A la Rubia Albión la guió el alicaído prestigio y motivos electorales de la Primera Ministra Margaret Thatcher; al nuestro, prolongar el gobierno militar.

La recuperación de nuestras incuestionables Islas Malvinas se logró el 2 de abril, con la denominada “Operación Rosario”. El objetivo se cumplió con eficiencia y rapidez, sin derramamiento de sangre inglesa y sin ocasionar daños a la población. Aprecio que sin sorpresa. El insignificante destacamento inglés opuso allí una débil resistencia y vieron con tristeza arriar el pabellón de la Union Jack, que flameaba allí desde la usurpación al gobierno argentino perpetrada en 1833. El comandante de la guarnición, Mike Norman, expresó al respecto: “Nunca nos habíamos rendido, no se nos ha adiestrado para eso”. Ningún militar se adiestra para rendirse, pero en rigor de verdad a lo largo de la Historia las fuerzas británicas fueron derrotadas y se rindieron varias veces, entre ellas: en Buenos Aires (1806 y 1807), Dunkerque (1940), Tobruk (1942) y Singapur (1942).

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El 3 de abril, mediante la Resolución 502, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) exigió el cese de hostilidades y el retiro de las fuerzas argentinas. La incapaz Junta Militar, compuesta por el general Leopoldo Galtieri, el almirante Jorge Anaya y el brigadier Basilio Lami Dozo, desoyó la intimación como consecuencia de una inexistente apreciación de situación de Estrategia Nacional y Estrategia Militar. Ellos, y la diplomacia de entonces, conducida por Nicanor Costa Méndez, basaron la decisión en dos supuestos: el primero, que el Reino Unido no reaccionaría y aceptaría el hecho consumado. El segundo, que los Estados Unidos apoyarían a la Argentina, o adoptarían una posición neutral. Creer esos supuestos era desconocer la historia de los dos países, de los conflictos del siglo XX y del contexto internacional que condenaba a un gobierno por la violación de los derechos humanos y que se despeñaba inexorablemente. Buscaban galvanizar así a la ciudadanía en torno a ella y perpetuar así la dictadura.

 La estrategia militar olvidó que para combatir en una zona insular y tener una mínima chance o posibilidad, los dos condicionantes son: obtener la supremacía en el mar y la superioridad aérea en la zona de combate. Ambas eran totalmente británicas.

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Enfrentamos a la tercera potencia militar del mundo (nuclear de segundo orden), miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y apoyada por Estados Unidos. El Estado Mayor Conjunto de las FF.AA, los Estados Mayores de las distintas Fuerzas y el ministerio de Defensa, en mayor o menor medida, fueron elementos decorativos y evidenciaron una obediencia paralizadora, subestimaron al adversario, carecieron de imaginación, de destreza, restaron importancia a la imprescindible inteligencia estratégica, y perpetraron un mal empleo de los recursos humanos y materiales.

En tal sentido, obraron acorde a un concepto emitido por un militar y escritor inglés, Liddell Hart, quien, refiriéndose a los militares británicos en la Primera Guerra Mundial, sostuvo: “Fue como si ningún alto mando se atreviera a expresar opiniones contrarias a las órdenes recibidas, pese a que los hechos lo exigían con gran fuerza”. A pesar de ello, en el Ejército varios conservaron sus puestos al término del conflicto y lograron ascensos. La Junta Militar y los Estados Mayores marginaron las más elementales normas de planificación y condicionaron –totalmente– al nivel táctico (zona de combate Malvinas), que es donde mueren las palabras. Se pasó del “recuperar para negociar, a escalar la crisis y llegar a un conflicto inédito”, descartando lo posible y buscando lo inalcanzable. A las 04.42 hs. del 1° de mayo de 1982 se inició la Guerra de Malvinas.

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En esta fecha patria de hoy, recordemos en nuestras oraciones a todos: muertos, mutilados y veteranos, tanto argentinos como británicos; ellos siguen viviendo no solo en la turba isleña y en el mar austral, sino también allí donde la verdadera humanidad mantiene su alto valor.

He tratado de dar aquí muy sintéticamente un punto de vista sobre los errores e imprevisiones de una crisis que nos llevó a una guerra absurda, que no era el medio adecuado para hacer valer nuestros incuestionables derechos sobre las irredentas islas. En nada contribuirá aquella sangre derramada si no profundizamos con diligencia prospectiva qué idea de Nación queremos, dejando de lado estériles prejuicios y barreras partidistas, para priorizar con seriedad la realidad nacional e internacional. Esa es la gran deuda con los caídos en el conflicto austral.