A 80 km de Puerto Argentino y a 60 días de la iniciación de las crisis, el 21 de mayo de 1982 se produjo el desembarco británico en San Carlos. De inmediato se informó al jefe de operaciones del Ejército en Buenos Aires, quien no le concedió mayor importancia y, según fuentes confiables, expresó: “Después lo analizamos, ahora tengo una reunión importante”. La Fuerza de Tareas del Reino Unido había establecido una “cabeza de playa”, sin oposición para consolidarla, pero el Estado Mayor del Ejército seguía ignorando que con ello el cerco marítimo y aéreo vigente desde fines de abril se estrechaba inexorablemente. La larga espera de más de 40 días había terminado.
Esa tarde, yo intentaba dormitar un rato después de haber pasado una noche en vela a causa de que con nuestros cañones pesados (20 km de alcance) habíamos estado realizando fuego contra un buque inglés, pero también como consecuencia de un incidente con una patrulla de un Regimiento de Infantería propio que en un confuso episodio, por equivocación, abrió fuego sobre los cañones citados. Afortunadamente no se produjeron bajas ni daños materiales; estas confusiones, llamadas “fuego amigo” eran frecuentes, como lo fueron en la Segunda Guerra Mundial.
Cuando parecía que lograría consumar mi ansiado sueño, un suboficial me despertó en forma violenta: “¡Mi teniente coronel, un avión sobrevuela en círculos nuestras posiciones y cada vez lo hace más bajo! ¡Senos va a caer encima!”. Salté, salí de mi por demás precario refugio y vi un avión Douglas A-4 Q (Skyhawk) de nuestra Aviación Naval que, averiado, después de atacar a la flota inglesa en San Carlos, intentaba aterrizar en el aeropuerto próximo a nosotros. El piloto, teniente de navío José Arca, se había eyectado en su paracaídas, pero en perfecto planeo, la máquina sobrevoló en círculos cada vez más abajo por sobre nuestra zona de responsabilidad. Finalmente se impartió a la artillería antiaérea propia la orden de derribarla y cayó sin consecuencias en el extremo de la península del aeropuerto. El teniente Arca cayó al mar a unos 1.000 metros de la costa, y fue rescatado por el capitán Jorge Rodolfo Svendsen, al mando de un helicóptero UH-1 H del Batallón de Aviación de Ejército. El rescate fue difícil y arriesgado, y todos estábamos pendientes de él. Así lo relata el capitán Svendsen:
“Al tocar agua nos acercamos, observando que el piloto estaba consciente. Entonces le ordené al sargento primero Santana, que era mi copiloto, que controlaba la parte del instrumental, y al cabo primero San Miguel, que se desempeñaba como artillero de puerta, que cuando me acercara al piloto en el agua tratara de tomarlo para introducirlo en la cabina.
2 de abril: que no nos sea indiferente
“En esta acción, tratando de sacarlo del agua, hubo varios intentos en vano, durante unos 15 minutos, pues el salvavidas que llevaba puesto el piloto no le permitía el movimiento de los brazos y el reflujo producido por el rotor lo alejaba de la aeronave o lo empujaba debajo de ésta.
“Con mucho acierto y luego de muchos intentos, el piloto me hizo una seña para que me alejara y poder así sacarse el chaleco salvavidas. Con los brazos libres pudo, en el siguiente intento, y con la ayuda del cabo primero San Miguel, parado en el esquí del helicóptero, tomarse con su brazo de éste, quien lo llevó “colgado” hasta la costa, donde personal de las posiciones próximas nos ayudó a acostarlo dentro del helicóptero; rápidamente, lo llevamos al Hospital Militar de las Fuerzas Armadas para que recibiese la atención médica adecuada.
“Esa noche, los integrantes de la tripulación lo fuimos a visitar al hospital, donde nos enteramos de lo sucedido durante ese día. El teniente de navío Arca, hasta que nosotros lo sacamos del agua, había realizado, junto con otros aviones de las mismas características (Skyhawk), un ataque a buques ingleses que se encontraban en el estrecho de San Carlos, a la vez que había recibido disparos desde una fragata inglesa. Perseguido por un Harrier que lo averió seriamente, decidió hacer un aterrizaje en Puerto Argentino, que no pudo lograr por lo comentado anteriormente. El teniente Arca le decía, en tono de broma, al cabo primero San Miguel, que, pese a haber pasado por todo eso, lo que más le había dolido eran las cachetadas que él le había dado, y que esperaba reponerse para poder desquitarse (teníamos que proporcionarle calor de cualquier forma).
Nosotros disponíamos de solo 21 helicópteros en las islas, mientras que los británicos contaron con aproximadamente 140. No obstante, nuestros hombres volaron más de 1.300 horas transportando personal, material y realizando rescates. En 1983, el conocido Informe Rattenbach destacó la actuación de la Aviación de Ejército.El capitán Svendsen fue condecorado con la medalla “La Nación Argentina al Valoren Combate” por: “Rescatar con su helicóptero, el 21 de mayo, a un piloto naval eyectado al este de Puerto Argentino, pese a la presencia de aviones enemigos en la zona, en una operación de sumo riesgo y debiendo sumergir en el agua parte de la estructura de la aeronave. El 28 de mayo, después de trasladar a Darwin, frente a fuerzas numéricamente superiores del enemigo, a efectivos que debían participar en combate, se dirigió por propia iniciativa a la zona en que más arreciaba la lucha, descendió con máquina bajo intenso fuego y rescató heridos para ser trasladados al Hospital Militar de las Fuerzas Armadas.
El comportamiento en combate del capitán Svendsen se encuadra en lo que expresó el historiador griego Polibio 200 años a C: “De todas las fuerzas que influyen en la guerra, el espíritu del soldado es la más decisiva”.