OPINIóN

Escribe Martín Balza: Defensa Nacional, ¿esperando a Godot?

El debate sobre qué hacer con el Instrumento Militar, desde hace décadas no es prioritario en la agenda política. Actualmente tiene el presupuesto más bajo de la historia.

Esperando a Godot
Esperando a Godot, Buenos Aires, 1956 | CEDOC

Esperando a Godot, así se llama la obra de teatro del absurdo que el dramaturgo irlandés Samuel Beckett estrenó en 1940. En síntesis, el argumento de esa obra es que sus dos personajes principales esperan lo que nunca llega. Y pareciera que en la Argentina poner en marcha una política de defensa que afirme y sostenga la protección de los objetivos estratégicos vitales y posibles escenarios significa siempre seguir esperando.

La Defensa Nacional es un deber ineludible del Estado, y éste es una realidad territorial y humana. Allí donde se dé un grupo humano que habite un territorio determinado, y que se encuentre organizado bajo autoridad suprema que no debe responder a otro superior, está el Estado. Pueblo, territorio y soberanía son sus elementos. La Constitución Nacional lo sintetiza en su Preámbulo: “Proveer a la defensa común”; e impone responsabilidades primarias a los poderes Ejecutivo (Art. 99-Inc.12/15) y Legislativo (Art.75-Inc.27). Su finalidad no es otra que garantizar de modo permanente la soberanía e independencia de la Nación y su integridad territorial. Siendo la soberanía la esencia de nuestra convivencia, podemos concluir que ningún organismo internacional o multinacional puede garantizarla de manera confiable, y esa es la misión primordial de las Fuerzas Armadas. La existencia de ellas radica en tanto y en cuanto existe el Estado, del cual constituye un atributo insustituible, para proteger los objetivos estratégicos vitales y los posibles escenarios de empleo. Según Eric de la Maisonneuve, a estos últimos no es necesario buscarlos en los “tratados de polemología, pues se desarrollan frente a nuestros ojos a escala natural”.

En nuestro caso, y muy sintéticamente, entre otros, son:

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  3. El acuífero Guaraní, tercer reservorio de agua dulce del mundo, con 250 mil km2 en nuestro país.

Sin FF.AA. no hay Nación

A pesar de las decenas de leyes, decretos, directivas que por décadas se confeccionaron en el Ministerio de Defensa y en los Estados Mayores, desde mediados del siglo pasado no se ha instrumentado un serio y efectivo Sistema Integrado de Defensa Nacional, en torno a definiciones, objetivos y misiones concretas. Es imprescindible iniciarlo. Su concreción de corto, mediano y largo plazo demandará no menos de cinco mandatos presidenciales y una mirada desideologizada —mediante una sólida política de Estado— consensuada con las principales fuerzas políticas.

El debate sobre qué hacer con el Instrumento Militar, desde hace décadas no fue prioritario en la agenda política, y ello se acentuó desde el advenimiento de la democracia hasta llegar en la actualidad a tener el presupuesto más bajo de la historia. Hubo algunos intentos, pero débiles e inconducentes. No pocos funcionarios, con una peligrosa miopía, no apreciaron el deterioro operativo, logístico y desmoralizador a que sometían a las Fuerzas, a pesar de los esfuerzos aislados de las mismas. Ignoraron la sentencia de Davenport y Stockdale: “La profesión militar carece de máxima dignidad y jerarquía cuando las decisiones militares se basan en consideraciones puramente políticas”. Y en nuestro caso, agregaría, algunas veces ideológicas..

Es curioso escuchar a algunos políticos y funcionarios asegurar la inexistencia de hipótesis de conflicto, ignorando que el mismo es un fenómeno constitutivo, ineludible e inseparable de las relaciones humanas. Se caracteriza por su policausalidad, permanencia, identidad propia y dificultad para vaticinar consecuencias, y no constituye una hipótesis de guerra, sino un supuesto teórico de planeamiento para una correcta apreciación de Estrategia Nacional y Militar, que contribuirá a determinar el dimensionamiento y capacidad de las Fuerzas Armadas. Nuestro país privilegia una actitud estratégica, disuasiva: defender lo nuestro.

Unas Fuerzas Armadas para el siglo XXI

Es preocupante que dirigentes políticos ignoren lo que la doctrina militar moderna sostiene como tipo de guerra posible, a la que se denomina “Guerra Híbrida”, que es llevada a cabo por fuerzas regulares encubiertas, ejércitos privados, fuerzas irregulares y acciones en el ciberespacio; no es ajeno a ello la ciencia y la tecnología.

El desarme unilateral es una irresponsable ilusión. La indefensión es palpable como consecuencia, por comisión u omisión, de los responsables de la conducción política del Instrumento Militar, principalmente en el siglo actual. Todo lo expresado afecta sensiblemente la instrucción, el adiestramiento, la operatividad y la motivación de nuestros hombres de armas. Que, a pesar de ello, evidencian una encomiable vocación de servicio.

No controlamos nuestro espacio aéreo por falta de radares adecuados, aviones interceptores aptos y leyes que disuadan a quienes avanzan sobre él. La Armada no dispone de los medios adecuados idóneos (submarinos y flota de superficie) para controlar el litoral marítimo y la plataforma continental. En el Ejército gran parte de su logística es anticuada u obsoleta, y otros medios carecen de operatividad por falta de repuestos y mantenimiento.

Pareciera también que muchos han olvidado que una diplomacia sin respaldo de Fuerzas Armadas disuasivas es como interpretar a Mozart con una murga de carnaval y esperar que suene como una filarmónica. Viene a mi memoria lo expresado en 1939 por Ortega y Gasset, refugiado en Buenos Aires a raíz de la guerra civil española, que invitaba a sus amigos a tomar decisiones: ¡“Argentinos a las cosas! Déjense de cuestiones personales, de suspicacias. De narcisismos (…) Hay que apurarse, argentinos. El tiempo corre…”.Y sigue corriendo. Preocuparnos por nuestra soberanía sería una respuesta a los que cayeron combatiendo en el Conflicto de Malvinas. No es imposible, pero se impone que la conducción política de las Fuerzas Armadas diferencie lo esencial de lo accesorio, lo urgente de lo importante, no se demore en las ideas generales—inconducentes, declarativas y ambiguas—ni en las síntesis prematuras. No intentar construir un reloj cuando solo se pregunta la hora, ello conduce a la parálisis por análisis.¿Seguiremos esperando a Godot?