OPINIóN
Internacional

Twitter, Trump y la libertad de expresión

La estrategia de la plataforma puede ocasionarle un gran daño en su reputación y un éxodo inesperado.

twitter 20210114
twitter | shutterstock

En los últimos días, las plataformas sociales estuvieron en boca de todos. Como si en Argentina no pasaran cosas como la aprobación de un proyecto de ley que dividió las aguas como ninguno otro o como si, hace un puñado de días nomás, una funcionaria pública desnudó como nunca haber incurrido en prácticas repudiables haciendo gala del famoso “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago o como si, en Estados Unidos no se produjo un tristemente histórico episodio con la toma del Capitolio Norteamericano. Así y todo, el tema continuó instalado en los medios, seguramente por la importancia de los riesgos que conllevan ciertas acciones. 

La controvertida decisión de Twitter de eliminar temporalmente la cuenta de Donald Trump, con motivo de su capacidad demostrada de incitar la comisión de actos violentos del Capitolio norteamericano alimentó la bipolaridad ideológica que atraviesan los Estados Unidos y por consiguiente, la dualidad y los extremismos en todo el mundo. Pese a las diferentes teorías, es interesante comprender algunas cuestiones para poder abordar el análisis del tema con mayor profundidad y que, tal vez, nos puedan ayudar a develar si realmente fue una censura o simplemente un ejercicio privado de sus derechos. El derecho a la libertad de expresión alude a la protección de los individuos frente a posibles intromisiones o limitaciones de poderes públicos. En ese sentido, es válido destacar que tanto Twitter como Facebook, como así el resto de las plataformas, estarían en un “gris legal”, dado que no son definidas como un órgano del Estado o un medio de comunicación y, definitivamente, no pertenecen a esta categoría sino más bien un espacio privado entre usuarios que se limitan a las normas establecidas por las propias plataformas. Es decir, en un plano netamente jurídico, especialistas en este tipo de legislaciones sostienen que no se habría incurrido en una censura o violación de la libertad de expresión sino que se habría aplicado una suerte de “derecho de admisión”.

El derecho a la libertad de expresión alude a la protección de los individuos frente a posibles intromisiones o limitaciones de poderes públicos.

No obstante, el análisis no puede omitir el poder y el trascendente papel que tienen las redes sociales en la esfera pública. Las redes sociales son actores imprescindibles que intervienen de forma directa en la opinión pública y se ha demostrado su alto grado de injerencia en las contiendas electorales en diferentes países, además de modificar conductas sociales de diferente índole. Nunca en la historia de la humanidad existieron plataformas de este estilo que dominen y controlen como nadie el discurso público. El inconveniente reside en que las plataformas se han transformado culturalmente en algo más que meros intermediarios, adulterando el contenido como ocurrió con el todavía presidente norteamericano. La polémica intervención de Twitter revela cierta impericia estratégica, algo que podría transformarse en un efecto bumerán, en días donde la privacidad de múltiples plataformas parece estar en jaque. Por un lado, la decisión redireccionó la noticia (que fue el tristemente histórico suceso norteamericano) hacia otros temas y, por otro lado, revivió la discusión sobre la censura y la libre expresión, dos de los grandes pilares que transformaron a la red social del pajarito en un ágora neutral en sus albores. 

La batalla Twitter-Donald Trump no es de ahora. Sin la existencia de Twitter difícilmente Trump hubiera sido el presidente norteamericano. Su incidencia en la campaña estratégica para llegar a la Casa Blanca fue crucial, tanto en las internas republicanas como en las generales. Pese a ello, en el último año la relación se quebró con el proyecto de ley enviado al Congreso para regularla, luego de que, en junio pasado, Twitter colgó su primera leyenda a un tweet de Trump. Luego vinieron tantas otras respecto al asesinato de Floyd y las elecciones. 

El inconveniente reside en que las plataformas se han transformado culturalmente en algo más que meros intermediarios, adulterando el contenido como ocurrió con el todavía presidente norteamericano.

La decisión del cierre definitivo de la cuenta también generó controversias ¿Por qué no tomaron las mismas decisiones con aquellos que fogonearon la revuelta popular del separatismo catalán hace algunos años? ¿Cuál es el argumento esgrimido por el que no se ha eliminado la cuenta del dictador venezolano, Nicolás Maduro, a pesar de que muchos de sus tuits recibieron infinidad de denuncias en los últimos años? Incógnitas que no parecieran tener mayor respuesta que la alusión a la discrecionalidad y los sesgos por parte de quienes lideran algunas de las plataformas sociales. Pero, aunque eso fuera en contra de ideologías propias, ¿dónde queda la libre manifestación de opiniones en todo este embrollo? ¿Hacia donde va la expresión libre de ideas en el mundo digital?