OPINIóN
Reflexiones tras la muerte de Maradona

Diego Maradona, una despedida con el corazón en la mano y la cabeza levantada

Las futbolistas mujeres nos movíamos solas en mundos hostiles. No conocíamos más u otras mujeres que practicaran fútbol. El faro, la señal de que se podía jugar muy bien desde el deseo como motor y la creatividad como bandera se llamaba Maradona. Y así crecimos.

Diego Maradona
Diego Maradona | Cedoc

Para octubre de 1976 tenía once años y disfrutaba la felicidad de jugar con otros en la calle. Íbamos a ver a Vélez los domingos y la forma de la alegría era redonda. En un asado familiar de los tantos que se celebraban en la casa de mis viejos recuerdo una sobremesa exaltada de ánimos y voces elevadas. Un amigo de mi papá estaba indignado porque no entendía las razones de que en la televisión y la radio se hablara todo el tiempo de un “negrito” que lo único que hacía era pegarle a una pelotita, Esas, decía con vehemencia el amigo en cuestión, no eran razones para tal fama. Completamente inapropiado. Recuerdo apretar fuerte el borde de la mesa. Me indignó. Quise hablar. Mi mamá me frenó en seco con su mirada. Las ganas de defender me quedaron atragantadas. Sólo once años. Intuyo que lo que me impulsaba era amor por el fútbol.

Luego las vidas de futbolistas, mujeres y varones se entrelazaron con la de ese negrito de pelo enrulado que nos dejaba boquiabiertos de tanta maravilla. Ese poeta de zurda endiablada nos mostraba una y otra vez que los límites de lo posible siempre pueden empujarse.

Maradona en la mano de Dios

Las futbolistas mujeres no teníamos referencias. No conocíamos más u otras mujeres que practicaran fútbol. Nos movíamos solas en mundos hostiles. El faro, la señal de que se podía jugar muy bien desde el deseo como motor y la creatividad como bandera se llamaba Maradona. Y así crecimos. Viéndolo en la cancha cuando pudimos. Quedándonos afónicas en el Mundial 86. Mirando en algún noticiero los goles del Napoli.

Esa furia que sentí a los once años por esa montaña de desprecio clasista le pude poner nombre mucho más tarde. Y la impotencia transformarla en lucha y batallas. Identificarme cada vez más con nuestro genio amor de la pelota. Con esa corporalidad de duende y bailarín. Sacando pecho argentino en todo el mundo. Caminando como nosotrxs. Amando, equivocándose, sufriendo y riendo como cada unx de nosotrxs.

Diego, el antigrieta: su muerte demuestra que somos capaces de sentir juntos

El Diego que se abraza con Fidel, el que salta con Chávez para gritar NO al ALCA. El Diego que revolea remeras y brazos como cualquier mortal nacido en esta parte del mundo. El Diego nuestro, el de barro y el de oro. El de la villa y el de nuestras casas. El que regó canchas, sueños, suelos para gritar a los poderosos que acá estamos. Lxs nadies. Lxs que somos pueblo cuando jugamos, cantamos y soñamos.

Desde los feminismos populares lo abrazamos y lo lloramos. Gambeteando prejuicios, subjetividades, contradicciones y ambigüedades.

Hasta la victoria siempre compañero, hermano.