Es cierto que el silencio puede ser signo de debilidad, pero cuando hablar te expone a un riesgo mayor y hay mucho por perder, callar se convierte a veces en la mejor opción. En política, el silencio no siempre es vacío: puede ser táctica. Hablamos de estrategia y efectividad en un contexto de crisis, que siempre deja consecuencias reputacionales, institucionales y electorales. El punto es cuánto será el daño.
En la última semana, el Gobierno de Javier Milei se vio expuesto al mayor escándalo desde su asunción, que pone en jaque su capital simbólico y golpea una vez más su principal bandera y promesa electoral: “barrer con la casta corrupta”. Una de las personas señaladas no solo es parte de su Gobierno: comparte su mismo ADN.
Lo cierto es que una mancha no te hace tigre, pero la sumatoria te aleja de ser un león. Y en 20 meses de gestión, Milei acumula dos casos públicos de sospecha de corrupción: Diego Spagnuolo y Libra. En ambos aparece un mismo nombre, Karina Milei. Y una misma estrategia: el silencio.
La pregunta es por qué. O, mejor: por qué un Gobierno personalista y confrontativo no sale con los tacones de punta a desmentir las acusaciones que surgen de los audios de Spagnuolo. Recordemos que frente al señalamiento de que Karina usaba un Rolex de 35.000 dólares, hubo una negación inmediata que frenó la polémica.
Los manuales de comunicación de crisis son claros: las respuestas posibles son cuatro—confrontar, negar, pedir disculpas o callar—y todas dejan heridos. El desafío no es evitar el costo, sino minimizarlo. La política argentina ha ensayado cada una: Cristina Fernández de Kirchner, tras el caso Nisman, eligió la confrontación; Mauricio Macri pidió perdón en múltiples ocasiones, aunque con el riesgo de banalizar el recurso, y en los Panama Papers optó por el silencio, que terminó diluyendo el tema; Alberto Fernández alternó silencio y pedidos de disculpas en el caso de la foto de Olivos, aunque demasiado tarde para contener el impacto.
Hoy, con Spagnuolo, el oficialismo apela a un mutismo táctico. El silencio protege a las principales figuras en un gobierno verticalista y evita contradicciones ante la posibilidad de nuevas filtraciones (audios, chats, videos). Algunas voces se limitan a repetir que se trata de una “operación mediática y oportunismo electoral”, pero las figuras centrales no hablan. La apuesta parece ser que la polémica se diluya, con ayuda de episodios colaterales que corren el foco. ¿Casualidad?
El riesgo es evidente: el silencio puede contener el daño en lo inmediato, pero entrega la narrativa a la oposición, a los medios y a las redes. Y en un gobierno que hizo de la frontalidad su marca, la ausencia de palabra genera contradicción. El dicho lo resume: “quien calla, otorga”.
En definitiva, la estrategia oficial parece clara: esperar que la indignación se disipe, que no aparezcan nuevas pruebas y que otros temas tapen el caso. Casi un pedido de que los planetas se alineen. El silencio, como siempre, habla.
*Consultora en comunicación estratégica integral.