OPINIóN
Infancia marcada

Niños de Israel y de Gaza: las dos caras de la moneda

La reciente operación “Shomer Hahomot” (Guardián de las Murallas) provocó cientos de muertos, muchos menores, en Gaza, pero también Israel. ¿Por qué siempre se separa a los niños en las cifras?

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Niños soldados. El líder de Hamas cuando mostró que había sobrevivido la última ofensiva israelí. | cedoc

Por diferentes motivos, los constantes ataques de Hamás a Israel y su respuesta, cautivaron la atención del mundo mucho más que otros conflictos internacionales más crueles y difíciles. Tal vez porque, como informa el periodista israelí y candidato al premio Nobel de la Paz Henrique Cymerman, hay 450 periodistas en tan solo un pequeño barrio de Jerusalén, mientras que esa misma cantidad cubre todo el continente africano. Pero ¿por qué los niños son visualizados en el total? Porque la niñez, para la sensibilidad occidental, es fundamental. Comenzó a serlo durante el período de posguerra, cuando la Cruz Roja rescataba “niños lobo” errantes en los bosques orientales y empezó a ocuparse de ellos.

Preparación. A aquellos pequeños que vivieron alguna de las dos Guerras Mundiales se los llamó “niños movilizados”. El término señalizaba cómo los juegos de guerra, las dramatizaciones y la propaganda del sistema escolar en todos los países beligerantes los preparaba para desear enlistarse al alcanzar la mayoría de edad. Sin embargo, la conciencia general era que el niño no debía participar en la guerra.

Así, desde la segunda mitad del siglo XX, conscientes de las consecuencias casi irreparables que tienen el dolor y la incertidumbre en la psiquis del niño y futuro adulto, los organismos internacionales comenzaron a ocuparse de ellos: trabajaron en línea con una corriente interdisciplinar de la sociología y la psicología que advierte sobre los efectos negativos que tienen sobre la infancia vivir situación de riesgo y catástrofe. 

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El impacto de una niñez atemorizada, sin la seguridad que los adultos o el Estado le deben proporcionar, se evidencia en el desenvolvimiento de las naciones con adultos violentos y con sed de venganza. Por ello, es necesario identificar las infancias que viven en situación de amenaza natural y en situación de riesgo.

Israelíes. En general, los niños israelíes se encuentran en situación de amenaza natural, definida como un “peligro latente representado por la posible ocurrencia de un fenómeno peligroso”. El periodista Cymerman explica la amenaza natural al relatar que cuando viajan al extranjero lo primero que su pequeño le pregunta al conserje del hotel es: “Buenos días, señor, ¿dónde se encuentran los refugios?”. En Israel, según el sector en el que vivan, se cuenta con entre 15 a 20 segundos para correr a un refugio cuando suena la sirena, situación que ha generado en los niños el llamado “ongoing trauma” (trauma continuo), de largo tratamiento por especialistas.

Israel se esfuerza por disminuir la incertidumbre a niños y adultos, estableciendo protocolos de actuación ante emergencias, exigiendo que cada casa cuente con un refugio, brindando ayudas económicas, entre otros mecanismos. Se sabe que un adulto equilibrado y estable es el modelo básico para que los niños tengan menos cicatrices. Podemos comprender esta situación previsional a la luz de la sociología clásica, cuando Max Weber sostiene que los Estados son tales mientras mantengan “el monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden”.

Gazatíes. Paralelamente, los niños en la Franja de Gaza, zona sitiada y con un 75% de pobreza, viven el terrorismo diariamente. Desde la creación de Hamás en 1987, las hostilidades generan alrededor del 30% de muertes infantiles. Hamás interpreta que los niños son un instrumento legítimo en su lucha contra el Estado de Israel. Desde el preescolar comienza el adoctrinamiento, conocido como dawa (“llamado al islam”) y en distintas ceremonias, los pequeños dramatizan venganzas contra Israel. El adoctrinamiento continúa con los medios de comunicación, monopolizados por las élites de Hamás. Estudios del Centro General Meir Amit de Información sobre Inteligencia y Terrorismo (ITIC, por sus siglas en inglés) demostraron que Hamás reclutó menores, entre 2008 y 2009, aportando datos falseados en el recuento de víctimas, violando la Convención de los Derechos del Niño aprobada por la ONU.

Si consideramos el concepto de normalización de Michel Foucault, entendemos que muchos niños naturalizaron la pobreza, la muerte y el dolor. A veces, unirse a grupos armados es la única manera que tienen de garantizar su supervivencia. Se trata de menores en situación de riesgo.

Soldados. Además, debemos considerar las etapas ideales para la educación de un niño, según el sociólogo Talcott Parsons: la socialización primaria, etapa en la que se aprenden valores y pautas de comportamiento del hogar familiar; la socialización secundaria, desarrollada en el ámbito educativo que los hará buenos estudiantes y ciudadanos, y la socialización terciaria, vinculada a la enseñanza de una profesión u oficio para incorporarse al mercado laboral. Es comprensible, entonces, el desafío que los organismos internacionales deben afrontar.

Unicef denuncia la existencia de unos 300 mil “niños soldados” en el mundo, a quienes define como “todo menor de 18 años que forma parte de cualquier tipo de fuerza o grupo armado”. Con las guerras de los últimos años, abundan las posibilidades de que se conviertan en soldados si están separados de sus familias, desplazados de sus hogares, viven en zonas de combate o si tienen un acceso limitado a la educación.

No obstante, podemos recordar el temple humano que el sociólogo francés Pierre Bourdieu rescata: en la sociedad y su funcionamiento, la relación entre lo individual y lo colectivo puede modificarse en el espesor temporal. El sufrimiento no determina los comportamientos futuros, sino que: “aunque los agentes reproducen en gran medida lo que toman durante sus procesos de socialización, pueden modificar las condiciones de los grupos y los espacios sociales en donde viven, mediante la transformación de las reglas que definen esos espacios sociales”.

Occidente, tan sensible a los niños, tiene el desafío de comprometerse con las iniciativas que alimentan y educan a los jóvenes más vulnerables para que no dediquen su muerte a líderes provisorios, sino que dediquen su vida a lo que aman. Que no nos ocurra como a Rudyard Kipling, cuando desilusionado y herido por la muerte de su hijo en la guerra, escribió: “Si alguien pregunta por qué morimos, dile que fue porque nuestros padres nos mintieron.

*Especialista en Educación Superior y profesora de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.