Antes, un aniversario de la Revolución de Mayo suscitaba en la mayoría de la ciudadanía cierto fervor y una sensación de pertenencia. Muchos argentinos revivíamos, sobre todo a partir de los recuerdos recogidos en la escuela primaria, un sentimiento que, si bien es cierto era elemental, había calado hondo.
Hoy, la celebración del 25 de Mayo se halla ostensiblemente desdibujada, y es que aquella pueril y dulcificada versión escolar de los sucesos de 1810 se ha virtualmente desvanecido.
Cada vez que se acerca esta fecha, seguramente muchos recordarán las clases en la escuela en las que se evocaban los sucesos de la Semana de Mayo presentados a modo de una historieta. También recordarán con nostalgia los correspondientes actos escolares.
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Para el grueso de la población, cuando se evoca la historia argentina, los que subsisten en la mente son los acontecimientos como los del 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816, o el fallecimiento de los principales próceres como Belgrano, San Martín o Sarmiento, lo que implica una versión desarticulada de la historia argentina ofrecida por el cronograma de aquellas efemérides. Este esquema es el que verdaderamente perdura en el inconsciente colectivo.
Nostalgia por el 25 de mayo
Y esto es así debido a que en la escuela secundaria, por lo general, la historia es presentada de manera fáctica, haciendo hincapié en una cronología arbitraria de acontecimientos, algo muy ligado a un aprendizaje de tipo memorístico en el que se exige la retención de fechas, se machaca con un anecdotario referido a innumerables personajes y se ofrece un catálogo de batallas y acuerdos, todos conocimientos que se olvidan en poco tiempo.
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El resultado es que en aquellos que con posterioridad a la escuela secundaria no se dediquen profesionalmente o por interés en la historia argentina perdurará una visión totalmente esquemática del pasado.
Respecto de la historia de las últimas décadas y de la reciente, la mayoría de la población está expuesta a los relatos oficiales y sometida a la cantinela de los medios de comunicación partidarios, quedando poco espacio para el periodismo independiente y, en general, para el pensamiento autónomo del ciudadano.
Estampilla del pasado
A todo lo anterior quisiera asociarle otro recuerdo. Se vincula con una situación que tenía lugar casi todos los meses, cuando a nuestra escuela la visitaban los representantes de la Caja Nacional de Ahorro Postal cuya consigna era: “El ahorro es la base de la fortuna”.
Recuerdo con nostalgia cuando mi padre me daba el dinero para comprar las estampillas que yo, con orgullo, pegaba en mi “libreta de ahorro”. Los ahorros eran en “pesos moneda nacional”, moneda instaurada por Roca en 1881 y que tuvo vigencia ¡hasta 1969! La inflación y los cambios de moneda han hecho que un peso de entonces valga mil billones de los pesos ahora vigentes.
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Vinculemos, entonces, la evocación emocionada de las conmemoraciones del 25 de Mayo, como factor de unidad y pertenencia al país, con la añoranza por el ahorro.
Lo real es que hoy ni siquiera aquella edulcorada versión de la historia argentina de la escuela llega a muchos estamentos de la población, y esto se debe a una sencilla razón: cada vez hay menos individuos que reciben instrucción o que logran terminar la escuela elemental.
Han aumentado el analfabetismo y la deserción escolar; la calidad educativa –sobre todo en lo que hace a la comprensión de textos– ha disminuido drásticamente.
Así como cada vez hay menos niños que asisten a los actos escolares dado que, de hecho, ni siquiera asisten a la escuela, existen cada vez menos ciudadanos con posibilidad de ahorrar. ¿Qué significará para esos niños o adolescentes el 25 de Mayo? ¿Y qué significará la palabra “ahorro” para aquellos que jamás tendrán la posibilidad de pegar en una libreta una estampilla con valor?, algo que representaba más que un símbolo de inclusión social.
La confusa actualidad y la decadencia del país han logrado que la gente participe menos y que se identifique con menos cosas. Sin embargo, si queremos ser responsables de nuestras vidas deberíamos adoptar una sensata esperanza y asumir expectativas realistas como forma de contribuir a que el estado de cosas cambie.
Quizás eso nos ayude a comprender mejor lo que sucede y atenuar la confusión a la que estamos sometidos. Sugería Teodoro Adorno que solo quien pretende transformar la sociedad será capaz de comprenderla.
* Escritor, físico y filósofo. Ex director del Departamento de Historia de la UBA