OPINIóN
opinión

Nuestra historia de 70 años: la de millones de personas desarraigadas

Frente a la dramática y contradictoria realidad mundial, la creación de ACNUR encendió una luz de esperanza. Su trabajo cotidiano nos enseña el valor de actuar con decisión y rapidez, con sentido humanitario y apolítico.

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Integración. ACNUR trabaja junto a quienes se ven desplazados. | ACNUR/ Javier Di Benedictis

Setenta años atrás, el Reino Unido y China establecían relaciones diplomáticas, se firmaba en Estrasburgo la Convención Europea de los Derechos Humanos y, luego de una interrupción debido a la Segunda Guerra Mundial, se reanudaba en Brasil la Copa Mundial de Fútbol. Aquel 1950 de resonancias épicas también fue el del nacimiento del ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Y aunque inicialmente tenía un tinte circunstancial, el tiempo demostró hasta dónde era necesario que el mundo contara con la agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Para dar cuenta de la magnitud de cada acontecimiento son necesarias las historias de carne y hueso, las de millones de personas que debieron atravesar el dolor de un adiós. Es necesario ponerse en la piel de la persona quien se ve obligada a dejar su casa, su barrio, su país, su cultura, sus amigos. Entender de qué se trata la dignidad humana. Entender cómo la vida se vuelve intolerable. Solo así se comprenderá la razón de ser de ACNUR. 

Pasaron 70 años desde su creación, y muchos acontecimientos han sucedido en Argentina y en el mundo. Basta mencionar la descolonización en África durante los años sesenta, los golpes de Estado en América Latina durante la década de los setenta, las guerras en Medio Oriente, África, Centroamérica y el sur de Europa en los ochenta y noventa, y el desplazamiento forzado en los países del Norte de Centroamérica, Nicaragua, Colombia y Venezuela, para visualizar cuán presente ha estado ACNUR a la hora de proteger los derechos humanos de las personas desarraigadas

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Juan Carlos Murillo ACNUR 20201906

Los 79,5 millones de personas desarraigadas en todo el mundo; el hambre, los actos de intolerancia, discriminación, persecución y la pandemia, nos muestran el enorme desafío que tenemos por delante. No obstante, también hay signos positivos que nos alientan: son muchas las personas que claman y luchan por la paz, quienes trabajan a favor de los derechos humanos, quienes se preocupan por la pobreza extrema y quienes abogan por el medio ambiente. 

Frente a esta dramática y contradictoria realidad mundial, la creación de ACNUR encendió una luz de esperanza. Su trabajo cotidiano nos enseña el valor de actuar con decisión y rapidez, con sentido humanitario y apolítico, para aliviar el dolor de las personas refugiadas, independientemente del país de su nacionalidad, asegurar su protección, garantizar el ejercicio de sus derechos y apoyarles, con su valentía, determinación y resiliencia, a iniciar una nueva vida.

ACNUR ha sido el espejo de otra cara de la humanidad. Su trabajo es el reflejo de la solidaridad humana contra la violencia, la inseguridad, las violaciones de derechos humanos, los conflictos y las guerras; el diálogo; el sacrificio de miles de personas que se juegan la vida por sus semejantes. Y es un ejemplo, también, de lo que es capaz la humanidad cuando los valores de la solidaridad, la tolerancia, respeto y por sobre todo la dignidad humana, se hacen carne en la vida de una sociedad, un país, un continente y en el mundo.

 

*Representante Regional de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.