"No estamos solos". Lo afirma Vincenzo, que vive en Argentina, desde hace 17 años, cuando le abre la puerta de la asociación que preside a cualquier migrante o refugiado, sin importar si viene de Venezuela, como él, o de cualquier otro lugar. Lo transmite Wil, con menos tiempo en el país, en cada uno de sus posteos de Instagram. Y Daniela, al aceptar cruzar algunos mensajes vía Whatsapp, mucho más reservada. También algo más vencida que sus compatriotas. Su historia, como la de tantos que se fueron de su tierra, es una de sueños truncos y una lucha de meses, en plena pandemia, por no perder el techo bajo el cual duerme junto a su marido y tres pequeñas.
Al margen de los gobiernos y sus políticas, la diáspora venezolana aprendió a remendar su comunidad al otro extremo del mapa, a través de una vasta red que se despliega entre el territorio y la virtualidad. Algunas organizaciones precedentes a la emergencia migratoria de los últimos tiempos se reconvirtieron para donar abrigos y alimentos o asesorar en nuevos emprendimientos. Grupos de Whatsapp que funcionaron como fuente de interconsultas durante la travesía ahora sirven para cruzar datos sobre alojamiento y empleo.
Nacieron nuevas aplicaciones digitales, foros de Facebook con consejos para realizar trámites migratorios y 'panas' que se volvieron influencers por su facilidad para comunicar y acompañar. Algunos gremios se sectorizaron por intereses laborales con mejor o peor suerte según la rama que se trate: ingenieros, abogados, médicos, contadores, docenas de ellos.
Como todas las comunidades de migrantes y refugiados, también la diáspora venezolana procura reconstruir sus vínculos en la Argentina.
Si las redes sociales atravesaron todo el fenómeno del éxodo venezolano desde el punto de partida, ¿por qué habría de ser distinto al final del camino? Los espacios virtuales se resignificaron acorde a las nuevas necesidades y bajo el nuevo desafío de la integración. Una signada por la resiliencia. Como todas las comunidades de migrantes y refugiados, también la diáspora venezolana procura reconstruir sus vínculos en la Argentina. Se reencuentra, comparten sabores, hablan con una misma tonada y forjan nuevas familias. Procuran evitar la soledad que, bien se sabe, puede conducir a momentos sombríos, lejos de casa, sin nadie a quien abrazarse.
"Las redes han generado lazos humanos nuevos que muchas veces son unilaterales más que bilaterales", comenta Wil Vasquez, más conocido en Instagram como @gochitoenba . Recuerda una vez en la que una de sus seguidoras lo sorprendió con un mensaje: "Gracias por responderme cuando me iba a suicidar". Lo shockeó: "Me dijo que estaba deprimida, que su marido la había dejado por otro hombre y yo me acuerdo que busqué la forma de aconsejarla y le dije que busque un psicólogo. Y el hecho de que me haya tratado con tanto cariño, que se sintiera tan agradecida, dije, bueno, vale la pena lo que uno hace."
Indica que el personaje virtual que creó se propone mostrar el lado más gentil de la vida porteña a sus más de 56 mil followers, aunque sabe que no todos son risas cuando se topa con historias como la de aquella compatriota. De ahí que le ponga especial énfasis en "tratar de enfocarte en que (sus seguidores) lo sientan recíproco, porque, aunque tú no sabes mucho sobre quién es esa persona, el hecho de que estén y te sigan hace que esto funcione." Cuando menos se piensa, un posteo puede cambiar una vida. Salvarla, incluso. Después de todo, se trata de comportarse como seres humanos también en la virtualidad, remarca.
En la Argentina, los venezolanos constituyen el primer grupo por origen entre los solicitantes de asilo, con el 39% del total. Suman 3.698, acorde a la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V), una estructura digital de alcance regional que combina información de ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). La cifra corresponde al 30 de septiembre de este año.
La población total de venezolanos ya supera los 210 mil, un número que se concentró mayormente en la región metropolitana y se hizo sentir con sus melodías y variedades gastronómicas.
Si bien los trámites iniciados por venezolanos a la búsqueda de refugio se dispararon entre 2018 y 2019, producto de la crisis económica en Argentina que dejó a muchos de ellos sin empleo o relegados a la informalidad, lejos están de constituir el grueso que arribó desde 2015, como consecuencia del desplazamiento incesante. La población total ya supera los 210 mil, un número que se concentró mayormente en la región metropolitana y que se hizo sentir con su invitación a disfrutar de nuevas melodías en los subtes porteños y una novedosa variedad gastronómica para degustar.
Al igual que Vasquez, muchos otros venezolanos se convirtieron en puntos de referencia para sus compatriotas en la Argentina a través de sus posteos en Instagram, Facebook y You tube. Desde @unpanaenarg, Fernando Guaiña combina afiches —a veces humorísticos, otras con mensajes positivos —con una amplia gama de servicios, como opciones médicas a cargo de otros venezolanos. El artista, ilustrador y comunicador Quintín Rodríguez eligió contar su propio camino de sensaciones y miedos como migrante a partir de las bellas viñetas que componen El Diario de Emi, ilustraciones que se volcaron luego en el libro "Pequeños cuentos de migraciones para grandes momentos en casa", con el apoyo de la OIM. Fiorella La Rosa, con "Una chama en Argentina", y Claudymar Orozco, con @tuguiaenarg, también intercalan sugerencias con sorteos y promoción de servicios variado tipo. Y esos son solo algunos ejemplos.
Lo más interesante, sin embargo, sucede tras bastidores virtuales, en un grupo de Whatsapp privado en el que algunos influencers y emprendedores venezolanos se comparten casos de compatriotas en situaciones de vulnerabilidad. Entre sus miembros, conviven comerciantes que compiten con sus productos en la Ciudad pero cooperan para dar una mano a terceros. Y todo lo hacen con discreción. Como una vez que un joven venezolano, que trabajaba como delivery en la pandemia, fue arrollado por una moto y sufrió múltiples fracturas en toda la pierna. Su caso lo llevó al grupo una emprendedora con una cadena de pizzerías, en nombre de la familia, ya que necesitaban 90 mil pesos para operarlo y no los tenían. Entre todos, pudieron reunirlos en dos horas.
"No lo hacemos público. Lo manejamos muy discreto. La gente no tiene por qué enterarse del bien que haces, más allá de que está bueno inspirar a la gente a hacer el bien", desliza Vasquez. "No pasaron dos horas que ya teníamos el dinero que se necesitaba. Y es bastante satisfactorio porque ves el desprendimiento que tienen los emprendedores y las personas que, de repente, dicen 'puedo sacrificar 5 mil pesos para ayudar a alguien", añade. Es la única experiencia que comparte aunque PERFIL supo de muchas otras más. Pero, como reza el código no escrito del grupo, no es necesario que trasciendan, solo saber que la comunidad estuvo allí cuando hizo falta dar una mano.
Puntos de partida
Muchos de los caminos desde Venezuela arrancan con Google. Preguntando en grupos que se establecen en Facebook con un destino, ruta y día tentativo de partida. Grupos de Whatsapp a los que se accede por recomendación. Allí se aprende a navegar entre links, algunos más confiables que otros. "Al llegar, te van a pedir esto." "Ojo, no digas aquello." "¿Cómo repercute el precio del dólar en Argentina?". Como si se tratara de una fuga, los primeros socios, a veces, solo se conocen por sus nombres de pila o apodos en chats en busca de orientación. Se intercambian referencias sobre dónde alquilar en destino.
Acorde a la Evaluación Regional sobre Necesidades de Información y Comunicación, de noviembre 2019, elaborada en 15 países de Sudamérica, "la comunidad venezolana se caracteriza por tener redes sociales fuertes que la mayoría de las veces son percibidas por las propias personas venezolanas por operar a una velocidad más rápida que las instituciones y los actores humanitarios en el terreno". El 70% de las personas encuestadas tiene acceso a un teléfono móvil, en la mayor parte de los casos se trata de un dispositivo inteligente (76%) y quienes no lo tienen se debe a que debieron venderlo por necesidad, se los robaron o lo perdieron y no pudieron reemplazarlo.
Mayormente, los utilizan para comunicarse con familiares y amigos/as (37%), buscar información sobre empleo, estudios y transferencias de dinero (37%) y acceder a las redes sociales (14%). Todas las personas venezolanas consultadas con acceso a servicios de conectividad mencionaron que Whatsapp (36%) y Facebook (32%), en menor medida, son los principales canales de información y comunicación.
Entre 2016 y 2018, arribó a la Argentina el grueso de los migrantes y refugiados venezolanos. El gobierno de Mauricio Macri, enfrentado con el chavismo, lo asumió como su eje regional en la agenda política más allá del evidente drama humanitario que atravesaba aquella nación. Dispuso ciertos beneficios para que pudieran iniciar sus trámites de regulación con pasaportes vencidos o sin certificados penales apostillados. También la convalidación de títulos universitarios, aunque no hubiera convenio de por medio. Y si bien resultó de gran ayuda para empezar a desandar los laberintos de la regularización, no siempre los trámites se completaban tan fácil.
Se originó, acorde a los especialistas, un doble espejismo desde y en la Argentina. Dentro del país, la idea de una migración exclusiva de "médicos, ingenieros y profesionales", alentada por ciertos sectores, que fue real en un primer tiempo y que, dadas su condiciones y las ventajas de las que gozaron, pudieron insertarse mejor en su campo tras unos largos meses de zozobra. La segunda imagen se plasmó hacia afuera, en ocasiones generadas por las propias redes sociales: la representación de la Argentina como un destino idealizado. El desplome económico de 2019 pusieron fin al sueño de muchos venezolanos y venezolanas. Sobre todo de quienes se hallaban en situación más precaria.
Se originó un doble espejismo desde y en la Argentina. La idea de una migración exclusiva de "médicos, ingenieros y profesionales" y la representación del país como un destino idealizado
Daniela Carias y su marido desembarcaron en enero de 2019 junto a sus dos hijas mayores y una buena promesa de empleo en la firma petrolera donde trabajaba su cuñado. Se instalaron en el barrio de Belgrano, uno de clase media alta, en la Ciudad de Buenos Aires. Los planes marchaban bien y el objetivo era montar un emprendimiento entre ambas hermanas en paralelo al trabajo de sus esposos. Hasta que la crisis se lo devoró todo: la posibilidad de un proyecto, el empleo de su marido y hasta el del esposo de su hermana. A Daniela y su marido, embarazados de una tercera nena, ya no les alcanzaba para emprender el regreso. Los pocos ahorros se evaporaron en los meses siguientes en alimentos, pañales y alquiler.
"Afortunadamente una amiga tenía un monoambiente alquilado por dos años y, para no dejar el contrato, me lo pasó a mí. Es donde vivimos actualmente", cuenta Daniela. Su marido se las ingenió para salir adelante con su formación como ingeniero electrónico gracias a pequeñas 'changas', trabajos temporales que surgían de los grupos de Whatsapp a los que se habían integrado. Así consiguieron también que les donaran unas frazadas para pasar el invierno en Buenos Aires. Se quiebra cuando reconoce que hubo semanas en las que tuvieron que decidir si pagaban el gas o la comida.
Un efecto colateral del aislamiento obligatorio fue falta de ingresos para muchos venezolanos que trabajaban en la informalidad: el 58 por ciento dejó de percibir un ingreso desde el arranque de la cuarentena, reportó un sondeo del colectivo Agenda Migrante 2020, que reúne a varias asociaciones del área. Esto derivó en que uno de cada tres de los consultados informaran algún tipo de dificultad para pagar el alquiler, situación que era aún más dramática si se considera que el 65 por ciento convivía con dos o más personas.
El panorama se agravó por la imposibilidad de calificar para cualquier tipo de asistencia social —como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE)—, por el escaso tiempo en el país o la falta de documentación. Hasta 8 de cada 10 de los consultados. Y aún en medio de la pandemia, llegaron las amenazas de desalojo, pese a que el Gobierno nacional había prohibido estas acciones.
"Aquí ya han desalojado a muchos paisanos, algunos con niños. Es muy triste y angustiante pensar en ese panorama", se lamentaba Daniela al momento de cruzar los primeros mensajes con PERFIL, allá por julio. Y añadía: "Conozco dos casos y a los dos los sacaron de un hostal. No les dejaban usar el agua caliente, nada. Es muy duro saber eso en medio del invierno". Aunque hace tiempo que las temperaturas no descienden como solían, los días más fríos en la capital del país y sus alrededores pueden rondar los 0 grados.
El 58 por ciento de los venezolanos en Argentina dejó de percibir un ingreso desde el arranque de la cuarentena y uno de cada tres informaron algún tipo de dificultad para pagar el alquiler,
Hasta un millar de venezolanos se agruparon entonces en Whatsapp como "Venezolanos Varados en la Argentina", para reclamar al gobierno de Alberto Fernández que gestione una ruta de repatriación con Caracas. Coordinaban acciones y petitorios para elevar a la Cancillería y al Ministerio de Transporte o se convocaban frente a la embajada de su país de la que solo recibían respuestas automáticas por email en esos días. Había turistas con pasajes caducados, venezolanos visitando familiares, algunos que habían viajado por un tratamiento médico y otras cientos de historias como las de Daniela.
"Hay niños que vinieron a ver a su papá, porque él trabaja aquí desde hace dos años, y ahora se quedaron varados, y la madre está en Venezuela y ellos extrañan a su mamá o viceversa", narró a PERFIL Zoraya Díaz, una de las voceras, allá por junio. Remarcó, entonces, que la voluntad de retornar ya se había manifestado en muchos tiempo antes de la pandemia, amparados en el plan "Vuelve a la Patria" del gobierno de Maduro, si bien las condiciones posteriores solo acrecentaron ese deseo.
"Vinieron en busca de mejor calidad de vida pero ahorita no la tienen. Entonces, para estar pasando trabajo, para vivir en un lugar donde los mandan a desalojar, prefieren irse a Venezuela donde tienen casa propia, donde hay mucha necesidad también pero, por lo menos, está su hogar, su afecto, su familia. ¿Cómo cumplimos con la ley mundial de 'quedate en casa' si en este país no tenemos casa?", imploraba con angustia en su voz.
“Los últimos que llegan, ya no son tan jóvenes sino familias con gente grande. El hijo vino hace tres años. Y ahora trae a los papás, de 50 o 60 años, que no son profesionales, en su gran mayoría, sino gente que se dedicaba a oficios. A la vez que hay un grupo de adultos profesionales mayores que están en una suerte de limbo porque no pueden ejercer en un mercado laboral, aunque esto es un tema que excede a los venezolanos, es un tema de toda la sociedad”, señala Vincenzo Pensa, presidente de la Asociación de Venezolanos en Argentina (Asoven).
Por último, hay un tercer grupo y corresponde a quienes hace años desandan proyectos frustrados de integración en escalas previas de su viaje hasta la Argentina. “Después de nosotros solo está la Antártida —comenta una funcionaria vinculada al tema, un poco en serio, un poco en broma– . Para algunos, es una suerte de final del camino y la Argentina, una última chance como proyecto alternativo de vida antes de emprender el retorno.”
José Luis es uno de ellos. Apenas intercambia algunos mensajes por Whatsapp, no atiende los llamados. No siente o no tiene ganas de conversar por lo que el intercambio se limita a lo que él desea. Da fe que el viaje condiciona, de alguna manera, todo el proceso posterior de integración. La personalidad del migrante, sus vivencias, si emprende la travesía solo o acompañado, si el periplo es uno doloroso —¿puede no serlo, acaso?— pero sereno, o si arriba "quebrado", a donde sea que vaya. Y entonces lo que busca es refugiarse en lo conocido para recuperar algo de lo que abandonó. Luego ya no dice más nada. Ni responde a los mensajes.
Hermandad
Argentina y Venezuela comparten una larga historia en común más allá de los crecientes arribos de los últimos años. En la dictadura de 1976-1983, fueron muchos los argentinos que se refugiaron en sus tierras así como hubo siempre venezolanos que eligieron la Argentina para echar nuevas raíces. De esa hermandad, nacieron organizaciones binacionales como Asoven, pensadas, en sus orígenes, como un lazo a través de la cultura y la gastronomía. "La cultura era el poder juntarse y escuchar la misma tonada", evoca Pensa. Todo eso cambió en los últimos años.
La historia de este teólogo y de cómo desembarcó en la Argentina no es una de tragedias como las que predominan en los medios en estos tiempos. Al contrario, escogió esta tierra por amor. "Si me hubiese enamorado de una sueca, una colombiana, no sé dónde estaría. Pero no me arrepiento de este amor —parafrasea una melodía de Gilda, leyenda de la cumbia local—. Ni de la Argentina ni de la argentina." Pertenece a una generación previa de venezolanos con un proyecto de vida más afincado. Quizás por ello se sintieron interpelados para hacer algo cuando la tragedia desfilaba ante sus ojos.
Por años, la principal función de Asoven fue el reencuentro de la comunidad a través de los festivales de nacionalidades organizados por los gobiernos. La crisis migratoria de refugiados primero y la pandemia después le significaron un titánico desafío para reconvertirse. "Cuando empezaron aquellas olas migratorias de los venezolanos, decidimos darle una vuelta de rosca. Y seguir hablando de la cultura pero ya no de cultura como el joropo y la salsa sino como la defensa de la vida —puntualiza —. Y cultura como algo más integral. Porque cultura es también mostrar el valor trabajador de estas personas, sean profesionales o no".
Hoy la comunidad venezolana se dispersa en un sinfín de organizaciones de tamaño variado, la gran mayoría concentrada en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, hacia donde se mudaron muchos en busca de un costo de vida más accesible. Alegan, los expertos, que eso también es característico de la dinámica súbita y masiva del fenómeno y que el tiempo, seguramente, los hará decantar en un número menor de asociaciones, en torno a las más longevas. En el caso de Asoven, significó un proceso de transformación desde adentro hacia afuera que no estuvo libre de debates internos ya que hubo quienes creían que se perdía su sentido original y otros que no era suficiente con lo que se hacía.
"Cuando empezaron aquellas olas migratorias de los venezolanos, decidimos seguir hablando de la cultura pero ya no de cultura como el joropo y la salsa sino como la defensa de la vida."
Algunas organizaciones de la comunidad tienen una identificación política más clara, como Alianza por Venezuela, y eso potenció su radio de acción cuando contaban con el respaldo explícito del Gobierno nacional en manos de Juntos por el Cambio. Si hasta participaron de campañas de recaudación en los galpones de los Cascos Blancos —el brazo humanitario de la Cancillería argentina—, para enviar insumos hacia Venezuela, a través de la frontera colombiana. A otros les llevó más trabajo lidiar con lo político. Todas procuran, no obstante, colaborar con la diáspora en la contención y el abrigo. Porque si hay algo que simboliza como pocas cosas ese abrazo fraterno es la ayuda a los venezolanos que desconocen el invierno del sur.
"La gente necesitaba ropa de invierno, un espacio donde lo escucharan, solventar la olla, el plato de comida. Conseguirle abrigo y así nació primero el Ropero Solidario. Y luego se pensó en el espacio de contención, que empezó como uno emocional hasta que nos dimos cuenta que no se trata solo de la psiquis: contener es, asimismo, ayudar a capacitar a las personas para que sean emprendedores y que reúnan las condiciones. No es solo saber hacer una arepa, es también cómo vas a generar el mercado para que se venda", ilustra Pensa.
El tiempo desnudó las primeras debilidades en el tejido que, así como probó ser muy resistente en la comunicación digital, no mostró la misma ductilidad para bajar al terreno. Ni para cooperar con otras asociaciones de compatriotas ni para sumar esfuerzos con otras comunidades ante similares problemáticas. La mayor parte de ellas carece de una sede física y una estructura sólida y se apoya, todavía hoy, en la labor voluntaria. Para colmo, aunque resulte chocante, la discriminación positiva de la que gozaron en materia de beneficios migratorios despertó ciertos recelos en otros colectivos que hubo que subsanar.
Para enmendar esta red, ampliarla y volverla más eficiente fue clave el apoyo de ACNUR a través de una nueva área de Relacionamiento con la Comunidad creada en 2019, inspirada en el trabajo que esta misma oficina realiza hace tiempo en lugares como Colombia. Su premisa de trabajo gira en torno a que sea la propia comunidad la que brinde las primeras respuestas ante la necesidad. También se esforzaron en borrar esas fronteras artificiales con otros colectivos para cooperar en torno a un espacio en común, construyendo un canal de dos direcciones a través del cual intercambiar propuestas y soluciones.
Aunque resulte chocante, la discriminación positiva de la que gozaron los venezolanos en materia de beneficios migratorios despertó ciertos recelos en otros colectivos que hubo que subsanar.
"Aunque nosotros nos identificamos como una asociación de venezolanos, ya el mismo hecho de que el grupo fundacional fuese binacional, nos ha permitido entender que no estamos solos y que no podemos estar solos. Así que en 2020, cuando hicimos las campañas de ayuda, nos abrimos también a los peruanos y los colombianos. Con la comunidad colombiana, hay mayores lazos y cercanía, por lo cultural. Y con los peruanos se dio más a través de la amistad", grafica Pensa. "Fue de las pocas cosas positivas que nos dejó la pandemia: que las asociaciones descubriéramos que el otro estaba. No porque fuéramos enemigos sino porque cada uno lo hacía de su lado. Y ante esta situación nos dijimos "solo no vamos a poder".
Así nació el Operativo Bien Abrigados 2020. Un año antes, Asoven y Alianza por Venezuela lo habían trabajado por separado. Este año se unieron junto a otras dos organizaciones más pequeñas —Baires de Libertad y Lazos de Libertad— con el fin de amplificar el campo de acción. La agencia de las Naciones Unidas donó las prendas y un software para mapear las necesidades a partir de los formularios de entrega que recolectaban las organizaciones y evitar la duplicación de beneficiarios al tiempo que a otros no les llegaba nada.
Se abrieron 30 nodos de entrega entre la Ciudad de Buenos Aires, el sur del conurbano —en el corredor que va por Lanús, Avellaneda, Lomas y el del sudoeste hasta La Plata— y algunos partidos del Oeste, como el de Tres de Febrero. Los bultos arribaban a las cabeceras de distribución desde las cuales los voluntarios los trasladaban a otros puntos más cercanos en los barrios. Iglesias, centros culturales hasta kioscos y casas particulares. La campaña fue un éxito, no solo por haber alcanzado a un mayor número de personas que en 2019 sino porque, al final, cumplió el propósito de tender puentes dentro de la comunidad y fortalecerla como tal.
Construir confianza
"¿Nos vamos o nos quedamos?" Gochito se lo pregunta, cada tanto, en sus posteos de Instagram. Más bien en sentido retórico. "Un llamado a ser honestos. ¿Me voy o me quedo? Y si me quedo, ¿qué hago para quedarme y estar bien? Si me quedo, voy a formar parte de la solución y aportar al país. Y eso se hace trabajando, pagando impuestos... En ocasiones, me preguntan si conozco a algún gestor para sacar un DNI y digo 'No', no podemos tener esa actitud corrupta, nunca va a haber un cambio grande en la sociedad que vivimos si no empezamos a cambiar esas pequeñas conductas", sostiene.
Los valores son una constante en los mensajes que se transmiten desde las redes de apoyo, al igual que en los salones virtuales de conversación que las asociaciones abrieron para que nadie experimentara la soledad a lo largo de la cuarentena. Eso dejó secuelas en los voluntarios: agotamiento, estrés y angustia. Fue otro de los aspectos sobre los que ACNUR trabajó para apuntalar las redes venezolanas conectándolas con otras organizaciones locales como la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes (Caref). Su equipo psicosocial ofreció talleres mensuales de "Cuidado al cuidador" a quienes ponían su cuerpo en las redes cuando el mundo virtual era el único lugar posible de reunión.
"Un llamado a ser honestos. ¿Me voy o me quedo? Y si me quedo, ¿qué hago para quedarme y estar bien? Si me quedo, voy a formar parte de la solución y aportar al país. Y eso se hace trabajando"
Por último, la sinergia montada con las organizaciones de la comunidad y los influencers también sirvió como un canal de retroalimentación con la comunidad. Forma parte de lo que la agencia especializada de la ONU denomina Participación Comunitaria y Rendición de Cuentas a la Comunidad (CEA, por sus siglas en inglés), Comunicación con las Comunidades (CwC) y Comunicación para el Desarrollo (C4D), para no solo ponderar prioridades, en base a las voces de los propios migrantes y refugiados, sino también garantizar los enfoques de edad, género y diversidad al momento de planificar respuestas.
A veces, eran los propios referentes de las comunidades quienes les acercaban sus dudas sobre algún dato que circulaba por los chats y las redes. Otras, desde ACNUR se aprovechaba a los intermediarios de la comunidad para esclarecer potenciales dudas. Probó ser útil, por caso, para aplacar la incertidumbre que despertaba, dentro de la comunidad de migrantes, la caducidad de las residencias precarias cuando todas las dependencias públicas estaban cerradas y solo atendían remoto. La Dirección Nacional de Migraciones había emitido una resolución por la cual se renovarían automáticamente, mes a mes, durante el aislamiento, pero el dato no se había viralizado.
Lo curioso es que pese a la extensión que adquirieron las redes sociales, la Evaluación Regional sobre Necesidades de Información y Comunicación citada previamente enseña que, cuando se trata de confiar en la información recibida, todavía se prefiere el cara a cara y se privilegian los datos brindados por familiares o amigos/as (68%) y las organizaciones humanitarias (34%) por sobre los mensajes anónimos. En particular, los y las participantes del sondeo citaron los anuncios de trabajo falsos que circulan en los grupos de Facebook y WhatsApp, las dos principales fuentes de comunicación e información, como se vio.
Quizás ahí radica la clave de entender el por qué del énfasis que influencers, asociaciones y la propia ACNUR ponen para garantizar la veracidad y autenticidad de los datos que brindan así como en el cuidado y efectividad de cada una sus intervenciones. Después de todo, se trata de alimentar el vínculo con los y las compatriotas en la diáspora, a fin de cimentar la confianza y seguir tejiendo juntos más comunidad, en la otra punta del mapa.
*Este artículo es el resultado del laboratorio de producción de periodismo "Refugiados y Migrantes" y hace parte de la serie de publicaciones ejecutadas con el apoyo de la Fundación Gabo y ACNUR.