Nos hemos familiarizado a escuchar el término “opinión pública” como un objeto más de la vida cotidiana. A veces parece que se trata de una persona humana con la capacidad de expresarse como un cuerpo más, con razones y sentimientos. En otras ocasiones parece ser que es directamente el coro polifónico de los medios de comunicación, pero por momentos también parece que se trata simplemente de lo que dicen las encuestas.
Las nuevas olas. El esfuerzo para definir el término de opinión pública parece ser fútil. Se pueden encontrar decenas de diferentes aproximaciones en distintos autores. Pero más allá de esto, la opinión pública sigue siendo una construcción colectiva desterritorializada y anónima de voluntades que vale la pena seguir analizando porque expresa la conciencia política de las sociedades. Ese es el objetivo último del libro que aquí se presenta y que se llama Nueva opinión pública. Política y sociedad (https://bit.ly/opiniónpublica) porque busca recuperar las discusiones tradicionales de una “multidisciplina” que se nutre de materias que van desde la filosofía hasta las matemáticas, con la incorporación de elementos que la actualiza, como los sentimientos, la virtualidad y las neurociencias, entre otros.
Como se expresa en el libro la propia designación de la opinión pública está cargada de sentido. El término opinión (doxa) suele ser confrontada al saber científico (episteme). Las opiniones suelen parecer ser volátiles y de fácil manipulación, mientras que las verdades científicas se presentan como infalibles y validadas por sus leyes. Pero, si se observa que simples opiniones pueden conducir a la creación de corrientes políticas, también pueden terminar interpelando a los propios paradigmas científicos, y a la política en general, y desde allí que la opinión se convierta en opinión pública.
Adiós a las fronteras. Por otra parte, los límites entre la opinión privada y la pública se han hecho prácticamente invisibles. La sexualidad, las relaciones familiares y hasta la muerte, que eran terreno de lo íntimo y privado (recordar el rol del diario íntimo) hoy se discuten en el prime time televisivo y son asunto de Estado, lo que amplía las incumbencias de la opinión pública hasta casi la totalidad de la vida social.
Ahora, si opiniones aisladas pueden volverse climas y corrientes de opinión, intentar conducirlas parece ser la tarea de los agentes o grupos que buscan la conquista del “sentido común” o la producción de marcos de referencia en la sociedad. Esta “conquista” puede pensarse en función de consenso, la hegemonía de una clase social sobre otra, o bien por el desarrollo de mecanismos sutiles de control social. Aquí se puede pensar a la opinión pública como un campo de disputa en la construcción de sentidos socialmente compartidos, definición que excede al campo político y que se puede situar en una infinidad de espacios que van desde la economía, hasta la moda y los consumos.
“Sensus communis”. Para Aristóteles, el sentido común incorporaba cinco sentidos propios de cada persona: “percepción” (aisthêsis); “memoria” (mnêmê); “experiencia” (empeiria), “tecnología” (technê) y “ciencia” (epistêmê). El sentido de la percepción es particularmente complejo, no sólo porque reúne el olfato, el tacto, la visión, etc., sino porque está presente la percepción de la percepción, la percepción del pensar y la percepción del otro, vital para la existencia de la intersubjetividad. Quizás haya que agregar un sexto sentido a la lista: los sentimientos y las emociones. A la idea inicial de Jürgen Habermas que la opinión pública era un producto racional e hijo del iluminismo, se le debe incluir su inseparable compañera que son las emociones. Hoy cualquier publicista, o experto en marketing político intuye que hacia allí debe apuntar su mensaje para vender un producto o que su candidato sea votado. Por eso el término de moda de hoy es “empatía”.
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Pero éramos pocos y las neurociencias metieron la cola. Muchos investigadores plantados en los conocimientos avanzados del cerebro proponen explicaciones para los comportamientos sociales y políticos en base a la matriz biológica de las personas. Aunque parece que existe un elemento que está por fuera de las resonancias magnéticas y es la emergencia de los acontecimientos o cisnes negros, situaciones inesperadas, producto del accionar humano o de la naturaleza, posibilitando la generación de nuevas subjetividades en la sociedad y preparando el ascenso de opiniones minoritarias.
Encuestas. Por supuesto que la gran cuestión de las encuestas no puede estar fuera de un libro sobre opinión pública. Por el contrario, es un fantasma permanente en la temática. No sólo se trata de las encuestas políticas o electorales; buena parte de los hechos de las sociedades modernas se conocen a través los métodos cuantitativos. La gran discusión es que las ciencias sociales, desde el siglo XIX, intentaron replicar el estatus de las ciencias experimentales y el muestreo fue la herramienta técnica que permitió construir ese gran dispositivo que es la encuesta de opinión.
Existe un acuerdo tácito acerca de que el nacimiento de los estudios de opinión pública coincidió con la elección para presidente de los Estados Unidos en 1936 en la disputa de Alfred Landon, contra el presidente Franklin D. Roosevelt. En ese entonces, el periodista y matemático George Gallup “acertaba” el triunfo de Roosevelt con una muestra de “tan” solo 2285 casos. Allí nacía lo que Bryson llamaría la construcción de un “mito estadístico” y la encuesta de opinión se transformaba en un paradigma triunfante, mostrado como podía aplicarse el método científico en el conocimiento del mundo social con una promesa incumplible: la posibilidad de predecir acontecimientos futuros.
*Sociólogo (@cfdeangelis).