En la década de los 70, ¿qué joven mexicano con simpatía por la lucha de los pueblos por la liberación social y económica y el fin de la injusticia social no iba a las peñas con sus hermanos del Cono Sur a cantar canciones de Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Daniel Viglietti, Silvio Rodríguez?
¿Quién se perdía un recital de Eugenia León, Guadalupe Pineda, Oscar Chávez, Tania Libertad y Soledad Bravo?
¿Quién no se sabía de memoria los versos de “La maldición de Malinche” cantados por Amparo Ochoa, “Jacinto Cenobio” por Guadalupe Pineda, o “Adagio a mi país” y “Yo te nombro” por los Sanampay?
Por las tierras invadidas,
por los pueblos conquistados,
por la gente sometida,
por los hombres explotados.
México estaba lleno de música. En los compases de un corrido, una chamarrita, una vidala, un vals-mazurca y una bailanta con acordeón podían resumirse amores, ideales, alegrías, traiciones, valentías, disentimientos, intolerancias, desencantos, una historiografía con nombres verdaderos y “otros nombres” que no se nombran por temor”.
Quizás por eso, entusiasmado al verlo parado en la puerta de mi departamento de la calle Capuchinas, en la colonia San José Insurgentes, del Distrito Federal, nos dimos un fuerte abrazo. Era mi cumpleaños y ahí estaba, lo había traído mi amiga Mónica Valdés Rodríguez. Cuando mis invitados lo vieron, también se alborotaron, Carlos Díaz, Caíto”, era una de los integrantes del famoso conjunto “Sanampay”, una expresión musical ubicada entre el fuego de la poesía y la entrega revolucionaria.
No te olvidés del pago
Si te vas pa´ la ciudad,
Cuanto más lejos te vayas
Más te tenés que acordar.
Las luces de la calle y unas velas que habíamos dispuesto iluminaban de manera especial nuestro amplio comedor, éramos unos cuantos y algunos estaban sentados en el suelo porque no alcanzaban las sillas.
Esa noche comimos, bebimos, charlamos y bailamos, había buenísima onda. Cantadas las tradicionales “Mañanitas”, el brindis, los abrazos y los buenos deseos, a solicitud no sé de quien, Caíto, sensible a los elogios, aceptó cantar acompañado de su guitarra. Todos los presentes sabíamos que tocaba la guitarra como los dioses –había llegado a México unos días después que nosotros, como guitarrista nada menos que de Alfredo Zitarrosa-, tenía una voz cálida y muy original.
Caíto se salió con la suya, cantó todo, empezando por “El colibrí” a solicitud mía y siguió con música folklórica y unos cuantos tangos. Yo, acariciado por mi querida y hermosa esposa Ana Lía y unas alegres copas de vino, rodeado de entrañables amigas y amigos, mis hijos Ernesto y Marcelo durmiendo felices, ¿le podía pedir algo más a la vida?
Así hay en el mundo seres
Que la vida cuesta un tesoro
Yo soy el colibrí si tú me quieres
Mi pasión es el torrente y tú la flor.
Nacido el 12 de febrero de 1945 en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, República Argentina, Carlos Díaz “Caíto”, considerado una auténtica figura de la Nueva Canción Latinoamericana, murió en tierra mexicana el 8 de noviembre del año 2004, dejándonos algo que es caro al corazón, su música. Y una manera de ser cordial, ajena a las grandes palabras, probadamente generosa.