La Real Academia Española define la palabra grieta como “dificultad o desacuerdo que amenaza la unidad de algo”. Si reconocemos esa definición, es válido entonces aceptar que vivimos en una sociedad amenazada. Se vuelve por ello necesario diagnosticar los términos del desacuerdo o dificultad que determinan la llamada “grieta argentina”.
Es esta una misión para nada sencilla. El mayor contratiempo reside en que los “desacuerdos” que la caracterizan se multiplican en infinidad de temas, siempre subsidiarios de la dificultad central que los engendra. El debate coyuntural, suele ocultar el bosque del conflicto central. Basta con recorrer las redes para comprobar que la grieta se expresa de manera tan brutal como superficial. Ofensas y chicanas ocultan la esencia de un asunto más profundo y en gran medida porque una mayoría de emisores de diatribas suelen desconocer cual es la matriz del conflicto que estimula la ofensa y el odio. Es decir, ignoran las determinantes de sus propias reacciones y palabras.
Se adopta entonces la mecánica de un antagonismo futbolero y masivo. Los trolls actúan como una barra brava que marca la intensidad del rencor y al mismo tiempo su vaciamiento de contenido. Parafraseando a McLuhan “el odio es el mensaje” y por ello el mensaje es pobre aunque siempre convocante para una “tribuna” que cree jugar su felicidad y su destino en ejercerlo. Desconocer la matriz de la grieta es como padecer una enfermedad y no saber cual es. La sufriremos sin posibilidad de superarla o peor aún le daremos el tratamiento equivocado, agravándola.
La grieta en el tiempo electoral
La Historia ofrece ejemplos paradigmáticos de grietas cuya influencia global aún nos determina. Una de las mas visitadas por historiadores y filósofos ha sido sin duda la que desencadenó la guerra de Secesión en los Estados Unidos (1861-1865). Su definición marcó el destino no solo de ese país sino del mundo tal cual lo conocemos hoy.Analizarla nos puede servir para entender nuestro propio conflicto.
A más de ochenta años de su independencia (1776), en 1861, los Estados Unidos de Norteamérica se dividieron dando comienzo a una de las guerras civiles más sangrientas de ese siglo. Sin embargo, la “amenaza” tenía larga data, tanto como los “desacuerdos y dificultades” que la determinaban: la aceptación o el rechazo a la esclavitud de los Estados sureños estaba en el centro del conflicto. Era sin duda una grieta de fuerte carácter ético y moral y así la vivieron mucho de sus protagonistas y por ello suele recordársela, tanto como al líder y héroe cívico del Norte,el presidente Abraham Lincoln, defensor de la Unión y demócrata a ultranza. Al definir Lincoln a la democracia como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” puede ser considerado por ello como el precursor delo que hoy suele llamarse despectivamente populismo. (Discurso en el campo de batalla de Gettysburg-1863). De alguna manera Lincoln lo era al conjugar detrás de su liderazgo intereses complejos y Estados dispersos y diversos detrás de la causa del interés común de su Nación y de sus habitantes, incluyendo a los esclavos, considerados como sub humanos y mercancía por los esclavistas. Un esclavo llegaba a valer en aquellos años dos mil dólares. Eran cuatro millones. Su liberación le costaría a los Estados del Sur, veinticinco mil millones de dólares, ¡de entonces!, por la quiebra de su principal y execrable “engranaje” productivo.
Al profundizar en el análisis, se hace evidente que lo que enfrentaba a sureños y norteños eran dos proyectos antagónicos de país. La esclavitud no era la enfermedad, sino su peor síntoma.Durante décadas cohabitaron en aparente estabilidad esos dos modelos. Uno burgués, de grandes urbes, industrial, mercantilista, proteccionista y antiesclavista, en el Norte. Otro agrícola de mono cultivo algodonero, aristocrático, librecambista y esclavista, en el Sur. Cuesta creer que la Unión estuviera tanto tiempo sin estallar. Abraham Lincoln, dio un dramático y premonitorio diagnóstico antes de ser elegido presidente (Discurso de Springfield-Julio de 1858): “ A mi parecer, no cesará (el antagonismo) antes de que lleve a una crisis, y esta quedará rebasada…Una casa dividida ella misma no puede permanecer en pie. Creo que este gobierno no puede vivir de una manera permanente medio esclavo y medio libre. No preveo la disolución dela Unión…, no creo que la casa se derrumbe…, sino que dejará de estar dividida. Se hará completamente de un bando o de otro.”
La elección de Lincoln como presidente que era un abolicionista moderado resultó dos años después intolerable para los Estados esclavistas sureños, que comenzaron la Guerra de Secesión declarando la creación de los Estados Confederados de América. La Guerra Civil costó más de medio millón de vidas y la profecía de Lincoln se cumplió. La Unión se consolidó con el triunfo del Norte, aboliendo la esclavitud y estableciendo un solo modelo hegemónico de país que estableció las bases de su poderío. La victoria no impidió que Lincoln fuera asesinado al final de la guerra por el actor John Wilkes Booth que le disparó en la cabeza al grito de ¡Sic sempre tyrannis! (Así siempre los tiranos). Es curioso como los defensores de la injusticia y en ese caso dela esclavitud que tiranizaba a millones, apelan a esa acusación contra quienes la combaten.De este dramático episodio histórico podemos sacar conclusiones sin pretender por ello para nuestro país absurdas reiteraciones ni profetizar una inminente guerra civil. Lo cierto es que nuestra grieta, producida también por la cohabitación alternada de dos modelos de país, tiene larga data. El país federal, agrícola industrial, de justicia social, igualitario e inclusivo, se ha contrapuesto históricamente al país agro exportador, centralizado, elitista y discriminatorio. Curiosamente, cuando estuvo vigente, el primer modelo no excluyó al agrario, solo le puso condiciones como al resto de los sectores productivos, planteando que solo el modelo industrial podría completar la expectativa depuestos de trabajo y bienestar para una creciente población que ya supera los cuarenta millones.El segundo modelo fue en cambio destructivo de todas las variables del primero, en especial el empleo industrial. Amenazó la autonomía nacional por encadenarse siempre en los términos de intercambio económico a los países hegemónicos y al capital financiero especulativo. El primero desendeudó, el segundo endeudó a límites insostenibles. De alguna manera, con las diferencias del caso, persiste en la Argentina una suerte de “Norte” productivo y de justicia social, distributivo alternativo a un “Sur” elitista, de mono cultivos, agrario y propenso a la dependencia económica y financiera.
Hora de puentes y no de grietas
Según Alan Beattie, economista y hoy editorialista del Financial Times, el problema de Argentina no fueron los “70 años de Peronismo”, sino los “120 años de Oligarquía”. Lo explica con suma claridad en su libro “Falsa Economía: una sorprendente historia económica del mundo”: “Las economías rara vez se hacen ricas solo con agricultura, Gran Bretaña había mostrado el camino: industrialización, pero las élites argentinas rechazaron la industrialización para seguir mamando de la teta de la explotación agropecuaria latifundista. Entre 1880 y 1914 el sistema político norteamericano se adecuó dinámicamente a los cambios y las demandas de su población. El sistema argentino permaneció obstinadamente dominado por una minoría autocomplaciente.”
Beattie, de quien nadie puede decir que sea peronista, agrega de manera contundente:“EEUU hubiese sido como Argentina si el Sur racista confederado hubiese ganado la Guerra Civil”.
La mejor lección a tomar es que en definitiva, el modelo del Norte, terminó haciendo partícipe y exitoso al derrotado Sur.
No hay por ello dos demonios en la grieta argentina, como no los hubo en la Norteamericana de 1861. No fue Lincoln el demonio, ni lo fueron aún con sus errores la Argentina Federal, la de Yrigoyen, la de Perón o la de los Kirchner. No es tampoco una grieta entre peronismo y antiperonismo, aunque así se exprese desde hace setenta años. Ese es el síntoma de un conflicto previo y más profundo. La esclavitud fue abolida tempranamente en estas tierras, pero un persistente racismo es la expresión cultural más aberrante del modelo que gobernó la Argentina en los últimos cuatro años y que lo hizo durante mucho más tiempo que el peronismo, la mayoría de las veces con fraude y golpes de Estado y siempre en nombre de la “República”, violando sus principios fundamentales y aniquilando derechos laborales adquiridos.Los epítetos de cabecita negra, negro cabeza, villero, choriplanero, grasa, y hasta chorro, por la sola apariencia,son definiciones habituales por parte de los defensores de ese modelo, como en el difundido caso de Braian Gallo. La gente “decente, bien, “como uno”, civilizada, cheta, emprendedora” y los que torpemente aspiran a “pertenecer”, pretenden negar a aquellos “otros”, el derecho a una igualdad concedida hace tiempo por las leyes y la Constitución. Pero este derecho no terminará de hacerse efectivo mientras siga incomprendido el conflicto central. Se impone destrabar lo que Juan Carlos Portantiero definiera como el “empate hegemónico”. Resuena la frase de Lincoln: “Se hará completamente de un bando o de otro.”
La amenaza en los EEUU de Lincoln no eran los esclavos sino la esclavitud y esta persistía por la lógica perversa de un modelo productivoy una minoría de plantadores algodoneros. Los argumentos de los sureños persistieron aún después de su derrota con residuos indelebles en la cultura norteamericana, con la idea de una negritud amenazante, que es mayoría en las prisiones de Estados Unidos. El bando de Lincoln definió el modelo de país, pero el éxito cultural de su combate aún aguarda su consolidación definitiva.
En nuestro caso, aún indefinido el modelo de país, nuestra grieta no es tan intensa, ni tiene trazos geográficos y de latitud tan precisos como los de la Guerra Civil norteamericana, pero anida donde el modelo puramente agrario, en especial sojero y cerealero, es más fuerte. Y en los centros urbanos en los que se modela un individualismo aspiracional que actúa como el opio cultural adormecedor de grandes sectores medios de la población. Basta ver el mapa de los resultados electorales. Su síntomas más perversos son la discriminación y el racismo, encubiertos o explícitos son grandes motivadores del lado más abyecto de la grieta. Promovidos por los profetas del odio de la peor comunicación y receptivos para aquellos energúmenos que necesitan encontrar chivos expiatorios sin ver la verdadera causa de su recurrente frustración.
Los desafíos económicos que deberá afrontar Alberto Fernández desde el 10 de diciembre
Vale entonces para la presidencia de Alberto Fernández la doble tarea de consolidar el modelo productivo que garantice la recuperación económica y la justicia social, promoviendo también la difícil tarea de desarmar el componente racista, odioso y discriminador que emana como síntoma de nuestra grieta social y económica, a más de dos siglos de que la Asamblea del año trece diera los primeros pasos para la abolición de la esclavitud en nuestra Patria.
En ese camino, recibir a Braian Gallo es mucho más que un gesto, como debe serlo, insisto, la reapertura de la sede del Ministerio de Cultura en la Villa 21.
Podrá decirse que la comparación con la gesta de Lincoln es exagerada, basándose en la idea de que los grandes líderes, habrían sido siempre indiscutibles y virtuosos en extremo. Si profundizamos un poco en la Historia, descubriremos que Lincoln era para el Sur, no solo un tirano, sino también un defensor de negros,impulsor de la barbarie e impopular incluso en el propio Norte. Se burlaban de su aspecto, de su figura desgarbada, de lo mal que vestía con su galera y su levita mal cortada, sus brazos larguísimos, sus pies enormes, su aspecto atormentado y cruel. Se aseguraba que sus generales eran borrachos y sus ministros corruptos. Y por supuesto Lincoln estuvo en muchos momentos amenazado por la sombra de la derrota. Su trascendencia reside en que, aún con errores y traspiés, expresó en su tiempo y circunstancia el lado virtuoso de la grieta que llevó al extremo, pero que también se encargó de cerrar definiendo un modelo perdurable de país. La victoria y el profundo drama que protagonizó, lo transformaron en el héroe universal de la Libertad y la Democracia que hoy su imagen representa.