Hace más de un mes que estamos aislados y aún nos estamos acostumbrando a estar alejados de todo lo que teníamos incorporado como un hábito.
Deportes al aire libre, salidas con amigos, caminar hasta el trabajo, ir al cine con nuestra pareja o tener una cita de vez en cuando. Las pocas actividades que seguían desarrollándose en el “mundo real” migraron, el mundo digital es donde ahora habitamos. Las conversaciones se convirtieron en chats, las compras ya no son en shoppings sino en tiendas online, el aula donde estudiamos es una plataforma virtual (usando de pupitre algún sillón de nuestro hogar), y las reuniones de trabajo se resuelven desde nuestro living con el celular.
La actividad sexual no escapa a esa mutación de nuestra realidad, y es que ante el impedimento de contacto con las personas que no convivimos el sexo también se desarrolla en el plano virtual.
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“Sexting” es la palabra que define a esta tendencial social y surge de la combinación de “sexo” y “textear”. Implica crear y compartir voluntariamente contenido de connotación sexual y se lleva a cabo a través de chats subidos de tono, imágenes y videos que una persona le envía a otra mediante una aplicación de mensajería o red social.
Esta práctica no es novedosa, ya era habitual en parejas que recién se inician o entre quienes se conocían en aplicaciones de citas. El contexto actual sólo fomentó su uso y atrajo a nuevos adeptos. A tal punto que la recomendó el propio Gobierno.
Una semana atrás el Ministerio de Salud Argentino sugirió el sexo virtual para disuadir a las personas que no conviven a romper la cuarentena por un encuentro sexual. La recomendación es desafortunada, y no porque sea malintencionada, en todo lo que colabore con controlar la pandemia se acompaña. Pero el sexo virtual acarrea riesgos, algunos severos, y alentar una práctica riesgosa es imprudente si no se enseña cómo hacerla de manera segura y adecuada.
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Los riesgos están relacionados con que no sabemos cómo se comportará quien recibe una imagen nuestra de connotación sexual, si ese vínculo de confianza perdurará o en algún momento se producirá un quiebre que ponga en riesgo nuestra intimidad. No podemos descartar que el destinatario de nuestro contenido extravíe o le roben el celular. Ignoramos qué medidas toma la otra persona en materia de ciberseguridad (un hackeo al dispositivo de nuestra pareja o “match” pone nuestras imágenes en manos de un criminal). Es más, en algunos casos ni siquiera sabemos si la persona con la que chateamos es quien dice ser en el entorno virtual.
Esos riesgos se potencian por las características propias del mundo digital: la velocidad de viralización no se puede dimensionar y una vez que algo se distribuye a través de la red es prácticamente imposible que se pueda bajar, se puede lograr que se elimine de determinado portal, pero su permanencia infinita en la red no se puede controlar.
Eso nos pone ante el peligro potencial de ser víctimas de una difusión no autorizada de nuestra desnudez o intimidad, de ser objeto de bullying y humillación por parte de desconocidos en toda red social y hasta en nuestro entorno laboral, sin contar con que la sextorsión (el chantaje usando como objeto nuestro contenido sexual) es una de las conductas preferidas de un cibercriminal.
El panorama es mucho peor cuando el que practica el sexo virtual es un menor de edad. No es irreal, su libido y estado hormonal natural, su conocimiento del mundo digital y su incapacidad para dimensionar las consecuencias de su accionar son la formula perfecta para ser víctima de alguno de los riesgos que se acaban de relatar. Con la agravante de que las consecuencias en niños son mucho más lesivas cuando son víctimas de hostigamiento -real o digital-, y de que los pone en la mira de los groomers (adultos que simulan ser otro menor para cometer un delito contra su integridad sexual). Sin dejar de destacar que esa imagen puede terminar alimentando a la insaciable base de datos de pornografía infantil que tantos esfuerzos hacemos por frenar.
Mediante estos párrafos no pretendo asustar, sólo concientizar y exhibir el “lado b” del sexo virtual. El ciberdelito viene creciendo a un ritmo exponencial, sobre todo en “tiempos de conoravirus”, para tomar una decisión es prudente conocer sus peligros además de sus beneficios, de modo tal que si queremos llevar a cabo esa conducta, los riesgos que conlleva podamos prevenirlos, o cuanto menos disminuirlos al mínimo.
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Algunos consejos:
Primero una recomendación de carácter general: cuide su ciberseguridad.
- Descargue un software licenciado de seguridad móvil para impedir el acceso a sus archivos y datos.
- Configure claves robustas, distintas para cuentas distintas, mejor si con otro decide no compartirlas.
- Revise a qué tendrán acceso las aplicaciones que quiere instalar (asegúrese de eso antes de descargar).
- Establezca el autobloqueo del dispositivo y la necesidad de utilizar una clave o un dato biométrico para volver a acceder al mismo.
Recomendaciones para el sexting en particular:
- Utilice este precepto general: piénselo dos veces antes de enviar. Lea los párrafos de arriba, una vez más. Todo lo que sucede en el mundo virtual puede repercutir en el real.
- No se sienta obligado a sextear o tener sexo virtual.
- Sepa que las imágenes, videos y mensajes que recibe no le pertenecen, son de otro, no los reenvíe. Tan sencillo como no hacerle al resto lo que le disgustaría que con usted realicen.
- Evite compartir imágenes, audios y/o videos con desconocidos que conozca en aplicaciones de citas o en una red social. Resérvelo para una pareja con la que tenga confianza y una relación real, pero que por vivir en domicilios distintos -por el momento- no puedan mantener sexo real.
- Aún cuando el interlocutor sea su pareja, acuerde expresamente que el contenido es exclusivamente para la pareja y que se eliminara luego de que se lo vea (considere un “borrado seguro” como medida extra).
- Utilice aplicaciones que permiten configurar cuántas veces o durante cuánto tiempo puede ver el contenido la otra persona. Esas aplicaciones no comparten un archivo que pueda guardarse en el dispositivo del receptor, sino que la imagen/video se muestra de modo temporal y luego se vuelve inaccesible para los demás. Algunos ejemplos son: Telegram, Snapchat, historias creadas dentro de la plataforma de chat de Instagram, Wickr, Burn Note, entre otras. Esas aplicaciones además no permiten tomar capturas de pantalla o bien alertan al emisor si el receptor decidiera capturarla.
- Procure que en las imágenes y grabaciones no se vea su cara ni rasgos identificativos como tatuajes, lunares, piercings, etc.
- Evite que el contenido sea en lugares que habitualmente muestra en redes sociales de su casa.
- La mayoría de los dispositivos con cámara tienen la geolocalización activada de forma predeterminada (el dato preciso de dónde se tomó la fotografía o el video). Configure que esa información no se incluya antes de generar ese contenido.
- Advierta a sus hijos, sin ser alarmista, de los riesgos de difundir capturas íntimas, y enséñeles que, si recibieran las de otra persona, no deben distribuirlas.