Una vez más recordamos el Día del Niño por Nacer, en un año en que surge con nueva fuerza el debate sobre el aborto. Me gustaría citarlas palabras del famoso Dr. Jérôme Lejeune, quien afirmó que “el verdadero grado de civilización de una Nación se mide por cómo trata a los más necesitados, y que, por eso, se debe proteger a los más débiles”. Comparto plenamente esta idea. Los niños en gestación necesitan la protección de sus padres y de toda la sociedad.
Algunos podrán pensar que nunca practicarían un aborto, aunque no les parecería mal que se protegiera a las madres que lo hacen. Pero es que, justamente, de lo que se trata es de cuidar las dos vidas. Es decir, como sociedad, deberíamos proteger a las madres; a las mujeres que han sido abusadas; a todas las mujeres que se encuentran indefensas, pero también al niño que está por nacer. Porque hay dos vidas.
Por estos días, es muy común escuchar a las mujeres afirmar: “No me digan qué hacer con mi cuerpo”. Efectivamente, nadie nos va a decir qué hacer con nuestro cuerpo. Pero la mujer, que está embarazada, lleva otro cuerpo como “huésped”.
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Es notable lo que nos enseña la ciencia. La Dra. López Moratalla, doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Navarra,explica en un artículo científico que “durante las horas que dura el proceso de la fecundación, el ADN de ambos progenitores cambia de estado -química y estructuralmente- y se transforma: pasa de ser la mera suma del ADN portado por cada gameto, a ser ADN propio del hijo que comienza a vivir”. Esto es: un nuevo ser vivo, con toda la información genética necesaria para que pueda vivir como individuo.
En palabras académicas, la Dra. López Moratalla expresa: “Con el diálogo molecular, el embrión convierte al sistema inmunológico materno en tolerante hacia él. La tolerancia inmunológica se activa a través de una red de sustancias, que liberan y actúan localmente, y silencian todas las células maternas que generarían el natural rechazo hacia lo extraño”. Es decir: el sistema de defensa de la madre detecta que hay un cuerpo distinto, y si el nuevo ser no enviara señales, lo eliminaría como algo peligroso. Pero,de esa manera,el hijo se “comunica” con su madre para que no lo rechace.
“Para criar a un niño hace falta una aldea”, dice un antiguo proverbio. Creo que hay mucha sabiduría en esa frase porque, aunque el vínculo materno es fundamental, también lo es que, como sociedad, todos, gestantes o no gestantes, seamos responsables de cada niño por nacer.
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Karina Etchepare dio un impactante testimonio ante la Cámara de Diputados en el debate sobre el proyecto de ley del aborto en 2018. Esta mujer nació, fruto de una violación a una menor de edad por parte de su padrastro, en una villa miseria. Fue dada en adopción a una familia que la rodeó de amor. Gracias a esa posibilidad llegó a ser abogada, contadora y a formar su propia familia. Karina agradece a su madre que no la abortara y la entregara en adopción.
Nadie niega lo terrible que es sufrir la vejación de una violación, pero, como dice Karina: “el aborto no soluciona nada”. Personalmente creo que tenemos que encontrar otras soluciones —soluciones de vida—para prevenir las situaciones de vulnerabilidad de la mujer.
El Día del Niño por Nacer nos recuerda que, desde la concepción, hay una vida humana que la sociedad debe hacer lo posible por defender. Un corazón que late. Un ser que ya podría llevar un nombre y que, si no puede ser cuidado por su madre, puede ser entregado en adopción. Muchas familias lo recibirán y le brindarán el amor que merece.