Hace cuatro años, Argentina se preparaba, igual que ahora, para definir al próximo presidente. Hasta dos semanas antes de la elección general de octubre, las encuestas (salvo excepciones) consagraban a Daniel Scioli como claro ganador frente a Mauricio Macri y por una diferencia de hasta 10 puntos. Nadie preveía escenario de ballotage. Es más, había un consenso tácito entre diferentes profesionales de las ciencias sociales en la imposibilidad de que Macri se alzara con la presidencia, debido a “su alta imagen negativa”, entre otras causas.
También era muy común para quienes trabajaban en cercanías del candidato supuestamente ganador, compartir reflexiones en público y en privado acerca de los mejores nombres para los ministerios y las decisiones de política pública que debían realizarse. Y todo ello, en ese momento, a más de cinco meses de que los ciudadanos definieran quien sería su presidente. En ese entonces, como ahora, ingentes cantidades de dirigentes y asesores se repartían los cortes del asado con sus correspondientes achuras, cuando la vaca caminaba tranquilamente por nuestras llanuras.
Lo peor no pasó: la economía cae por la inflación y el dólar
Algunos pensamos que se debe reflexionar sobre la historia reciente y que debería haber más prudencia, especialmente en la dirigencia política. Aquello que si es muy diferente entre 2015 y 2019 es el aumento de la ansiedad que circunda sobre las definiciones electorales. Tanto sea en los dirigentes como en los medios de comunicación. Quedará para otro momento encontrar las causas, ¿será por la inmediatez en la que vivimos? ¿la aceleración de las comunicaciones y el impacto de las redes sociales? Difícil saberlo.
Algo que sí es concreto es que hay una inmensa cantidad de personas que definirán su próximo presidente a quienes no se está llegando a escuchar. Porque se falla en cómo hacerle las preguntas o porque la gente tiene otros problemas que no están en la agenda: llegar a fin de mes, pagar las tarifas, la educación de sus hijos, no quedarse sin trabajo, comprar medicamentos, la inseguridad, entre tantos otros.
Algunos profesionales del sondeo de opinión en nuestro país admiten que los únicos casos efectivos que obtienen en sus encuestas (los que sirven), son casi exclusivamente de gente que está interesada e informada en la política, o directamente tienen definido su voto. Y esto es un sesgo, dado que no es representativo de la sociedad en su conjunto. Y luego corren ríos de tinta sustentados en la supuesta cientificidad del dato, que en rigor contiene escasa fiabilidad. Dicho sea de paso, este elemento también contribuye con el nivel de ansiedad reinante.
El FMI reconoció que subestimó la inflación y la crisis económica argentina
Un amplio porcentaje del electorado está indeciso (más del 60 según algunos sondeos) e inclusive un sector para nada pequeño se define en la última semana (puede llegar hasta el 12 por ciento).
El panorama se torna aún más incierto cuando se analizan datos como los que arroja David Kent haciendo referencia a un trabajo del “Pew Research Center”, que llevó a cabo un sondeo en 27 países en 2018 sobre la insatisfacción con la democracia. Argentina se encuentra entre los 10 primeros países en los cuales la sociedad percibe negativamente a esta forma de gobierno. Y es más, de 2017 a 2018 la insatisfacción pasó de 54% a 63%. En otras palabras, 6 de cada 10 consultados se manifiesta descontento con la democracia, debido principalmente a la mala situación económica y la corrupción.
Es un fenómeno global que se traduce muchas veces en el avance de líderes provistos de buenas dosis de fanatismos como Jair Bolsonaro (en este caso, fanatismo religioso y altas dosis de discriminación).
Aventurar hoy el resultado o las tendencias electorales, dado nuestro presente y nuestra historia reciente nos obliga a ser prudentes. El descontento se incrementa y el hastío con la denominada “grieta” se percibe parejo. Si es cierto lo que afirman cada vez más frecuentemente los expertos electorales, recién en agosto la inmensa mayoría de los votantes silentes empezará a contemplar el escenario. Y principalmente a los actores.