OPINIóN
Elecciones 2019

La Ciudad debate pero ¿cómo?

Los argentinos y el diálogo no se llevan bien y menos en estos tiempos de polarización, tribalismo y lenguaje de odio generalizado

Debate Ciudad
Debate Ciudad. | MARCELO CAPECE / NA.

Para los que nos dedicamos a la Retórica, empezó ayer una temporada de satisfacción. En 2015, vimos los primeros debates presidenciales de nuestra historia. Y, sí, los argentinos y el diálogo no se llevan bien y menos en estos tiempos de polarización, tribalismo y lenguaje de odio generalizado.

La lingüista Deborah Tannen, en La cultura de la polémica (1999), afirmaba que debemos aprender a presentar públicamente nuestro punto de vista con razonamientos, en lugar de hacerlo en forma de enfrentamiento. La cultura de la polémica, en lugar de ampliar la información que recibe el público, la limita y la convierte en ininteligible.

Este primer debate, organizado con reglas de transparencia inobjetable, nos muestra una interacción particular. Por un lado, los periodistas elegidos (lucían un poco “celebrities”, ya que de pronto toman conciencia de su papel en la democracia y, a la vez, gozan del poder de moderar (callar) al político que no respete su tiempo. Por el otro, los distintos políticos- candidatos (situación en la que el que gobierna lleva siempre la difícil, debido a que criticar es más fácil que realizar). Estos deben hablar de temas acotados en un tiempo muy acotado, en el que se les exige claridad, persuasión y capacidad de síntesis. Aptitudes de las no suelen practicar.

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Forma y contenido. La primera crítica es la complejidad de los ejes temáticos. Tanta amplitud le da ventaja al político para hablar de lo que quiere y no de lo que al ciudadano le interesa.

Tampoco se aprovechó el momento de las preguntas. Los políticos ocupaban ese espacio para criticar al otro como el candidato Solano que no perdonó a nadie (¿alguien tiene que ser el abogado del diablo?) pero que, lamentablemente, no propuso demasiada idea. O usaban la pregunta para seguir hablando de sí mismos. La respuesta era peor. Casi nunca fueron respondidas y se usaban para crítica o para explayarse en lo propio.

El candidato más simpático fue, tal vez, el de Consenso Federal. Cada tanto, hacía un comentario sobre el debate en sí, alababa a Lavagna como si fuera el Padre de la Patria y proponía ideas para una Argentina del siglo XXIII, maravillosas pero no para un país hundido en el siglo XIX.

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Lammens, un nuevo en política, casi no parecía que iba por la vuelta del peronismo a la ciudad. Comenzó titubeante, le sobraban minutos que no aprovechaba, leía mucho y trataba de recordar lo memorizado, con evidentes dudas. Luego, entró en calor y se desempeñó con más soltura. Concedió mucho a Larreta (así también lo hizo Tombolini) pero eso se lee como una muestra de educación destacable. Hizo algunas propuestas de mejora pero se ató demasiado a las frases “ciudad de oportunidades” o “las prioridades”.

Larreta casi no leía. Sus 12 años de trabajo en la ciudad, eficiente e incompleto, lo respaldaba. “No me crean a mí, crean en mis obras”, repetía con una incursión en el área religiosa, típica del discurso político, como señala el investigador Álex Grijelmo. Tenía las peores cartas pero usó, con inteligencia, sus obras. Reconoció errores, aceptó sugerencias, fue el más “político” de todos.

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Estamos aprendiendo a debatir. ¿Qué falta? Escuchar a los oponentes, aprender a preguntar y a responder en serio, organizar mejor los ejes temáticos para que no se pretenda debatir todo en dos horas, pedirles un poco de modestia a los periodistas (que no están entregando un Óscar) pero, con todo, creo que crecimos un poco. Pienso en los jóvenes. Ojalá los padres no estuviéramos tan desencantados de la política. Era la oportunidad para organizar dos horas juntos y un posdebate familiar.

No me olvido de lo más importante: no había una sola mujer candidata. Por eso, pienso que seguimos, entre tantas otras cosas, en el siglo XIX.

* Escuela de Posgrados en Comunicación, Universidad Austral.