OPINIóN
Pandemia de coronavirus

La China de Mao y Arturo Illia

El radical fue el primero en lograr acuerdos comerciales con China, lo que le valió cuestionamientos ideológicos, pero buenos resultados económicos.

Arturo Illia
Arturo Illia abandonando la Casa de Gobierno, 1966. | CEDOC

Hace meses que venimos mirando, hablando, criticando ponderando y juzgando a China, la épica puesta en la misión de Aerolíneas Argentinas que ya está en vuelo hacia Buenos Aires reflota aún más la polémica y su lugar protagónico en el discurso público.

En tiempos de pandemia y en una actitud lamentable, algunos dirigentes de la oposición reeditaron el fantasma del viaje inaugural de Jorge Rafael Videla. “Enrostrar dictadura” desplazó al pato como deporte nacional. Sin embargo, nada se dijo de un personaje político que ganó espacio en la valoración social con el correr de los años, el expresidente Arturo Illia. Si, el mismo que en sus años de gobierno fue caracterizado como “la tortuga”.

Precisamente, ese médico ferroviario afincado en Cruz del Eje, fue el que abrió el mercado comercial con la República Popular China. Se solían reír de él, por su aspecto austero y su andar lento; se rieron de su mujer, la acusaron de salir con “el delantal de cocina por la calle” en un reportaje para el olvido de Tomás Eloy Martínez en la revista Primera Plana (ya sin Jacobo Timerman en la dirección). 

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“Un presidente que tuvo la valentía, para esa época, de iniciar las exportaciones de trigo a China comunista, cuando no existían relaciones diplomáticas ni consulares con ese país. Ni siquiera las tenía Estados Unidos”, dirá a 40 años de su asunción, otro Tomás Eloy Martínez, en el diario La Nación.

En 1964 y 1965 la producción de cereales alcanzó niveles récord; la inversión en maquinarias y equipos aumentó cerca del 20 por ciento en el mismo lapso. La cosecha de trigo llegó en 1964 a los 7,6 millones de toneladas, un aumento del 53 por ciento sobre el año 1963. Para esos excedentes se dependía de las grandes firmas exportadoras, que quisieron duplicar su comisión; y además, desde el gobierno quisieron imponer el precio de 8 pesos por quintal, mientras la oferta no superó los 5,5 pesos. Frente a ese desfasaje, fue que se metió de lleno el Estado. Si, tal como leen, los hombres del sector privado se corrieron de la apertura del mercado chino hace 56 años, y tuvo que ser un gobierno tildado de tibio y lento, el que abrió por vez primera la puerta del gigante asiático. Su nieto, Galo Soler Illia, cuenta en redes sociales que “cuando lo ‘toreaban’ con que le había vendido trigo a un país comunista, despacito retrucaba: ‘pagan mejor que los capitalistas’".

La Junta Nacional de Granos, la secretaría de Comercio Exterior y la Cancillería se pusieron a sacar cuentas, a hacer llamadas, a enviar telegramas, a acordar el traslado vía los propios buques chinos; es decir, tomaron la posta que el sector privado, parafraseando al expresidente Raúl Alfonsín, no supo, no quiso o no pudo.

Hablamos de la China de Mao Tse Tung y hablamos de la década en que no se hablaba de otra cosa que no fuera la guerra fría o la avanzada contra el Vietcong.

Illia no solo había cumplido su promesa electoral de anular los contratos petroleros del expresidente Arturo Frondizi (bendecido por Juan Perón), a pesar de la especial misión del subsecretario William Averell Harriman, el hombre que envió el presidente John F. Kennedy; sino que comercializaba y abría mercados al otro lado del muro.

 

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"Diversificamos nuestros mercados comerciando con todos los países del mundo, sin reticencias de ninguna naturaleza", replicaba Illia frente a los que criticaban la apertura de nuevos escenarios para una cosecha récord.

Capítulo aparte son las buenas relaciones del gobierno radical con la Unión Soviética, que permitió también colocar muchos de esos excedentes, vendiéndoles maíz, trigo y aceite. En lo que refiere al maíz, puntualmente, las exportaciones argentinas habían alcanzado la marca récord de los últimos 25 años.  Clarín en su tapa del 11 de agosto de 1965 señala que la compra soviética al país alcanzará los 2,1 millones toneladas de trigo. Reitero, en tapa un diario ligado al desarrollismo reconocía que había un nuevo mercado allí.

Años más tarde, lo padecerá Alfonsín; nunca, en esos 990 días el gobierno de la UCRP, se llevó bien con el campo y sus hombres nucleados en la Comisión Coordinadora de Entidades Agropecuarias. En diciembre de 1964, el Congreso aprobó (66 a 64 en Diputados), aplicar un gravamen del cinco por ciento a la producción que se aplicara sobre la venta de cereales, semillas, oleaginosas y lanas. El presidente devolvía las gentilezas, en discursos públicos, donde los caracterizaba como “señores del roast-beef” y “economistas unilaterales”. De esto, tampoco nadie se acuerda. “Illia era un progresista a los ojos de los comunistas”, reconocería 30 años después, el exjefe de la agencia de noticias TASS, Isidoro Gilbert, en “El oro de Moscú”.

Este tipo de decisiones en la política exterior y económica, mal vista por los grandes actores del mercado agropecuario, combinada con el malhumor reinante en el Ejército, y la cada vez mayor injerencia norteamericana en la región, minaron la suerte de la administración Illia.

Mientras, el establishment de la economía local lo criticaba; el comercio exterior con China creció de los primeros 3 millones de dólares que abrieron la relación, a 89 millones en 1966, cuando comenzaba a avanzar la decisión de la apertura de una sede diplomática que, producto del golpe de Juan Carlos Onganía, se demorará hasta febrero de 1972.