El Fondo Monetario Internacional, normalmente encargado de alejar a los países del borde del precipicio, parece desencantado con el trabajo. En lugar de abrazar su rol tradicional de ayudar a los países deudores en problemas a ayudarse a sí mismos, el FMI ha venido intentando transformarse en una agencia de ayuda.
Por supuesto, es más divertido ser Papá Noel que Scrooge, y los países ricos dan demasiado poco en ayuda extranjera. Hace mucho que defiendo la creación de un banco mundial de carbono para canalizar subsidios y tecnología. De la misma manera, el argumento para financiar una Organización Mundial de la Salud reestructurada para combatir la pandemia es convincente. Pero en un mundo donde los flujos de capital privado superan con creces los préstamos oficiales, los programas tradicionales del FMI todavía desempeñan un papel crítico a la hora de mitigar y gestionar las crisis financieras.
Ese papel ha sido abandonado durante la pandemia, y restablecerlo resultará difícil. Entregar financiamiento con pocos condicionamientos tuvo sentido en la fase inicial de la crisis del covid-19. Pero como el FMI todavía es muy estructurado como organismo de crédito, llegado el caso tendrá que cobrar lo prestado o entrar en quiebra. Para tener una sensación de cómo sería, consideremos las tensiones con Argentina, que recibió un préstamo gigantesco de 57 mil millones de dólares en 2018 con condiciones atípicamente débiles por parte del FMI y hoy se resiste a pagar.
La falta de condicionamientos en algunos casos recientes ha sido abrumadora. ¿El FMI debería otorgarle préstamos prácticamente incondicionales a un gobierno que restringe las importaciones de alimentos para una población subalimentada, exacerbando así los problemas causados por los propios controles del tipo de cambio del gobierno? Lo ha hecho en Nigeria en 2020. En otros casos, el Fondo ha sido extraordinariamente generoso en sus evaluaciones de control normalmente cautelosas, dándole su sello de oro de aprobación a países con ratios de deuda-PIB detonados que sólo se estabilizan en supuestos muy optimistas.
El Artítulo IV del informe de 2021 para Ghana es un ejemplo. Y el Fondo ha sido aún más optimista sobre mercados emergentes grandes como Brasil y Sudáfrica, argumentando una vez más que lidiar con la pandemia es la máxima prioridad, a pesar de los niveles en alza de la deuda, la creciente inflación y los problemas bancarios latentes.
Esta falta de condicionalidad ha sido intencionada. Durante la pandemia, el Fondo expandió masivamente el uso de su Instrumento de Financiamiento Rápido, un instrumento de crédito que no les exige a los países ingresar en un programa de ajuste “integral” (y que en la práctica requiere pocas condiciones o directamente ninguna). Aún más visiblemente, ha persuadido a sus miembros de aprobar una emisión de emergencia de 650 mil millones de dólares en derechos especiales de giro (DEG, el activo de reserva del Fondo) que, esencialmente, tampoco tienen condiciones. Los DEG son básicamente una ayuda directa que va a cada miembro del FMI, inclusive Rusia e Irán. Sin embargo, debido a la estructura arcaica del instrumento, las economías en desarrollo solo reciben una pequeña fracción de la torta.
Existen argumentos sólidos para modernizar la estructura financiera del FMI y su organización hermana, el Banco Mundial, para que la mayor parte del financiamiento que ofrecen adopte la forma de subvenciones directas, en lugar de préstamos. Yo he venido defendiendo esta transformación desde hace décadas, y recientemente la idea ha empezado a recibir una buena dosis de atención. Como el FMI actualmente está estructurado como un fondo rotatorio, rápidamente se quedaría sin dinero si condonara todos sus préstamos, como varias ONG siempre le reclaman que haga. La única manera de que esto no sucediera es que las economías avanzadas acordaran volver a llenar el pozo, lo cual, aparentemente, detestan hacer.
Una condición clave debería ser que los fondos del FMI simplemente no se usen para pagarles a acreedores privados. Los investigadores han demostrado claramente que esto fue lo que sucedió durante los años 1980, y de nuevo recientemente. Los bancos estatales chinos que cobran tasas de interés del mercado privado también hoy son un factor a tener en cuenta. Debería haber manera de garantizar que los préstamos del FMI no sean destinados a saldar préstamos chinos.
Existen paralelismos asombrosos entre un FMI bien intencionado y una Fed bien intencionada que ahora quiere fomentar una mayor igualdad. Después de argumentar durante mucho tiempo que la inflación creciente es transitoria, la Fed ahora se enfrenta a un dilema. A menos que ajuste lo suficiente la política monetaria en el próximo año (un riesgo mucho mayor de lo que admite la retórica oficial), la inflación podría volverse endémica. Si hace un ajuste demasiado rápido, habrá una recesión. La estanflación también es una posibilidad real.
De la misma manera, el FMI necesita ejercer sus funciones centrales de control. La situación nefasta de los mercados emergentes y de las economías en desarrollo provoca una gran compasión, pero el FMI no es el Banco Mundial, que en efecto es una agencia de ayuda. Por el contrario, una condicionalidad efectiva del FMI es esencial para generar estabilidad financiera y garantizar que sus recursos no terminen financiando una fuga de capitales, pagos a acreedores extranjeros o corrupción interna. La pandemia no va a desaparecer; tampoco debería hacerlo el FMI tradicional.
*Ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard. Copyright Project-Syndicate.