OPINIóN
Historia repetida

Quedándote o yéndote

Un recorrido histórico de diferentes oleadas que en busca de un mejor futuro se fueron del país.

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Kamikaze. En 1982, en plena posguerra de Malvinas, Luis Alberto Spinetta sacó Kamikaze, un disco solista que rompía con la exploración jazzrockera de su grupo Jade. A pura guitarra acústica, el Flaco dejó caer un puñado de canciones que, como un sismógrafo, marcaban un punto muy alto de su producción musical. Una de las canciones más queridas de Kamikaze es Barro tal vez, una maravillosa zamba que Spinetta había compuesto en su adolescencia: “Si no canto lo que siento / Me voy a morir por dentro / He de gritarle a los vientos hasta reventar / Aunque sólo quede tiempo en mi lugar”.

De la inmigración a la emigración. Durante sus primeros ciento cincuenta años de vida la Argentina fue un receptor de inmigración europea. Millones de italianos y españoles, junto al aporte de familias del resto de Europa y Medio Oriente, se sumaron a la sociedad criolla para dar forma a la Argentina del siglo veinte. Los últimos europeos que desembarcaron en Buenos Aires llegaron a finales de la Segunda Guerra Mundial; a partir de ahí, Argentina comenzó a atraer cada vez más inmigrantes de países limítrofes y, de forma paralela, inició un lento proceso de expulsión de su población. Había nacido una nueva figura hasta cierto punto difícil de posicionar dentro del relato-país: el emigrante argentino.

Bastones largos. Cada generación de argentinos modeló un perfil diferenciado de emigrante. A finales de la década de 1960 se dio una primera fuga de cerebros a partir de la llamada “Noche de los Bastones Largos”. La historia es ampliamente conocida: el 29 de julio de 1966 las fuerzas de la Dirección General de Orden Urbano de la Policía Federal Argentina desalojaron a golpes cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires. Según el informe de Marta Slemenson Emigración de científicos argentinos (1970) se fueron del país más de 300 profesores, las dos terceras parte de ellos investigadores. Muchos se radicaron en Chile y Venezuela; casi 100 terminaron en Estados Unidos y Canadá, y cerca de 40 recalaron en Europa. Equipos completos de investigación fueron desmantelados a golpes de porras, entre ellos el que había creado la primera computadora de América Latina (la mítica “Clementina”) o los integrantes del Instituto de Radiación Cósmica. Nombres clave la historia científica argentina, desde Rolando García (experto en complejidad y discípulo de Jean Piaget) hasta Tulio Halperin Donghi (historiador) o Gregorio Klimovsky (epistemología) formaron parte de esta primera camada de exiliados.

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El exilio de Gardel. La emigración científica del 1966 fue solo el tráiler de un trágico y doloroso largometraje que comenzó a proyectarse a partir de 1975. El exilio de cientos de intelectuales y militantes políticos, sindicales y sociales marcó a toda una generación. Algunos volvieron al país después de la derrota en Malvinas y el repliegue de la dictadura; muchos otros decidieron quedarse en sus países de acogida y regresar al país solo en las vacaciones. No es para nada fácil construirse una vida en otra sociedad y el miedo a un eventual retorno de la represión (o las recurrentes crisis económicas) no invitaban a volver de manera definitiva.

El exilio de cientos de intelectuales y militantes políticos, sindicales y sociales marcó a toda una generación.

La historia de estos miles de emigrantes forzados ha sido abordada en muchas ocasiones por la narrativa argentina. Dos ejemplos: la historieta Sudor Sudaca de Carlos Sampayo y José Muñoz, publicada por revista “Fierro” en plena primavera alfonsinista, y la película El exilio de Gardel de Fernando “Pino” Solanas. Según Federico Reggiani, el cómic de Muñoz y Sampayo - dos artistas que también eran emigrantes - muestra una Argentina “en la que es más fácil construir rupturas que continuidades, pero a la vez fabrican un artefacto que instaura una relación con el pasado desde la memoria más íntima: la luz de las calles, los detalles del habla, los modos de reír o de insultar” (https://www.revistaotraparte.com/literatura-argentina/sudor-sudaca/).

Esa nostalgia por lo que se dejó atrás también está presente en el largometraje de Solanas. En una inolvidable escena de El exilio de Gardel, un anciano San Martín dialoga con un exiliado muy enfermo interpretado por Lautaro Murúa:

  • No nos vaya a dar un susto, ¿eh?
  • Es que está muy mal. Muy mal.
  • ¿No le parece que ya es hora de que volvamos?
  • ¿Pero cómo, General? Estoy muy cansado. Y muy pobre.
  • Lo comprendo, Gerardo. Yo tampoco tengo un peso. Si hasta de mi pensión se olvidaron. Pero hay que volver, aunque falten ganas…

Entre las nieblas del recuerdo se suma Gardel al diálogo, mate en mano:

  • Volver…
  • No lo dude, no falta tanto. Esto se pudre - dice San Martín.
  • ¿Usted cree?
  • Sí. Lo que más me apena es verlos tan poco patriotas… ¿Y usted, Carlos?
  • Y, ya lo ve, con ganas de volver.

Volver. Siempre volver. Si algo diferencia al exiliado político de cualquier otro emigrante es la obsesiva imposibilidad de volver.

Volver. Siempre volver. Si algo diferencia al exiliado político de cualquier otro emigrante es la obsesiva imposibilidad de volver

La emigración económica. La crisis económica que marcó el final del gobierno alfonsinista (recordemos: cortes de luz, hiperinflación, devaluación, saqueos) llevó a que muchos argentinos vieran en Ezeiza una salida. Esta fue quizás la primera emigración económica de gran calado generada desde el país. Muchos apuntaban a Europa gracias a las ventajas que ofrecía la doble ciudadanía italiana o española y las tentadoras ofertas que llegaban del viejo continente, desde trabajar en hoteles en los Alpes o la costa mediterránea hasta atender heladerías italianas en Berlín. Los más afortunados consiguieron camuflar la emigración con una beca de posgrado.

A diferencia del exilio político, la emigración económica es casi invisible, está despojada de toda épica militante y es mucho más individualista. Si en los años de la dictadura proliferaban las asociaciones de exiliados argentinos en Europa, la emigración económica estuvo marcada por la búsqueda personal de una mejor calidad de vida. Podría incluso decirse que los emigrantes económicos tienden a disolverse en la sociedad que los acoge y solo se reúnen cuando hay mundiales de fútbol o una final de Libertadores. Otro rasgo que los caracteriza, siempre hablando de una manera muy genérica, es que suelen ir al consulado solo a la hora de renovar el pasaporte o votar durante las elecciones. Y en algunos casos se frecuenta más a menudo el consulado español o italiano que el argentino.

La narrativa apenas se ha hecho cargo de las historias de los emigrantes económicos de los últimos treinta años. El día que se abra ese baúl saldrán historias mucho menos épicas que las desventuras de los exiliados parisinos de El exilio de Gardel. Surgirán historias de triunfos profesionales y bienestares familiares, pero también relatos de derrotas laborales, corrosivas nostalgias y la eterna duda de si convendría haberse quedado allá. El día que se cuenten estas historias, mitos muy arraigados - como aquel que sostiene que “la mano de obra argentina es muy buscada en el exterior” – se disolverán como una cucharadita de azúcar en un mate de yerba importada.

La imagen de la Argentina rica, esperanza de millones de inmigrantes, siguió viva en Europa durante buena parte del siglo veinte

La imagen argentina en el exterior. A medida que comenzaron a llegar pequeñas oleadas de inmigrantes argentinos a Europa, los italianos y españoles no salían de su asombro: “¿Qué hacen por aquí? Si la Argentina es un país rico…”. Algunos incluso sacaban a relucir el árbol genealógico familiar: ¿Cómo puede ser que un argentino esté buscando trabajo en Italia si el fratello del mio nonno se fue a vivir allá hace medio siglo y hasta se pudo construir una casa? La imagen de la Argentina rica, esperanza de millones de inmigrantes, siguió viva en Europa durante buena parte del siglo veinte. Pero la aldea mediática global no tardó en desmontar esa vieja imagen, primero con las transmisiones en vivo de bancos cerrados y saqueos en diciembre del 2001, y después con las películas de Ricardo “Bombita” Darín y otros relatos salvajes de un país de giles. Y volvemos a lo narrativo: hay muchas historias de los que se quedaron en el país pero muy pocas de los que se fueron.

El loop. La emigración económica de 1989 fue la primera de una serie que se repite de forma cíclica al compás de cada crisis económica. Si la fuga vía Ezeiza parecía haber llegado a su cota histórica en el 2002, dos décadas más tarde la historia vuelve a repetirse, siempre como tragedia. El destino de esos miles de argentinos parece ser el mismo: la búsqueda de un futuro diferente en Europa o en alguna de las prósperas excolonias británicas (Estados Unidos, Canadá, Australia). No es para descartar que antes o después vuelva a aparecer en una pared porteña ese ácido grafiti que anunciaba una despedida: “El último apague la luz”.

Entre cada uno de estos desplazamientos migratorios se dieron momentos de relativo bienestar que disuadían a muchos argentinos de sacar la doble ciudadanía y embarcarse en un vuelo de ida por la Autopista Teniente General Pablo Richieri. Pero, como una noria que gira sobre sí misma, antes o después cada generación parece tener su “momentum” migratorio. Y eso hace que las ilusiones, los dolores, los discursos míticos, las expectativas y las frustraciones se repitan y afecten a los que están de ambos lados de esa llamada por Skype, que alguna vez fue a través de un teléfono público pinchado y dentro de poco también será por Zoom.

Quizá sea redundante decirlo: tanto los que se quedan como los que se van ganan y pierden cosas. Como cantaba en Kamikaze Luis Alberto Spinetta, “Y esto será siempre así. Quedándote o yéndote”.