OPINIóN
Comunicación política

Macri no es Maradona, pero...

¿Por qué no parar a tiempo? ¿Por qué no posicionarse como una figura superadora que esté más allá de la competencia como hizo "el Diego" en 2008?

Mauricio Macri 20220210
Mauricio Macri | CEDOC

En Boca Juniors lo recuerdan bien. Para algunos, Mauricio Macri fue el responsable de que Diego Maradona dejase de jugar en ese club para siempre en 1997 (y tienen algo de razón). Para otros, a partir de ese momento, Macri construyó el período más exitoso, futbolística y organizacionalmente hablando, del club de la Ribera (también tienen razón).

Once años después de aquel quiebre, Maradona viajó a los juegos olímpicos Beijing 2008 para apoyar a la selección nacional de fútbol que terminó obteniendo la medalla dorada. Pero su apoyo no se limitó al fútbol; se convirtió en una suerte de "embajador deportivo" de nuestro País, alentando también, entre otros, a los ciclistas Juan Curuchet y Walter Pérez, a la generación dorada de básquet, a Las Leonas (es muy recordada su escena dándoles ánimo en el vestuario tras una derrota) y a todos lo integrantes de la delegación argentina.

Aquel parecía ser un hermoso destino para quien seguramente fue nuestro máximo ídolo deportivo. Una tarea que desempeñó muy bien y que lo alejaba de cualquier competencia y polémica, algo muy necesario para su salud.

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Pero claro, Maradona es Maradona (cuesta decir "fue") y eligió otro camino: el de la dirección técnica. Desde la Selección Nacional, hasta Gimnasia y Esgrima de La Plata, pasando por Emiratos Árabes y México, el diez se dedicó a conducir equipos de fútbol y, si bien no puede decirse que le fue mal, no estuvo a la altura de la expectativa que su mito generaba. El triste final lo conocemos todos.

Macri hoy debería aprender de aquella experiencia de Maradona. De lo bueno y de lo malo. Lo mejor para él es no participar más en competencias políticas. Al fin y al cabo, más allá del mal momento económico de 2018 y la polémica por quién es el responsable de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, su carrera ya tiene muchos logros para mostrar. La citada gestión en Boca, la buena administración de la ciudad de Buenos Aires, la creación de una fuerza nacional de cero que desde que apareció hasta hoy ganó tres de las cuatro elecciones nacionales que hubo y una presidencia que, más allá de lo citado, tuvo varios logros (el más importante fue haber sido el primer no peronista en terminar su mandato).

En el ámbito internacional, además, fue en su momento el único político latinoamericano que integró la lista de los 100 más influyentes de la revista Time. 

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¿Para qué poner todo eso en juego? ¿Por qué no parar a tiempo? ¿Por qué no posicionarse como una figura superadora que esté más allá de la competencia como hizo "el Diego" en 2008 (pero en este caso sin salirse de ahí)? 

Claro, Macri tiene un capital importante y eso puede confundir. Terminó su mandato con movilizaciones de apoyo muy grandes (hasta fue llevado en andas en Plaza de Mayo). Para muchos, como Emilio Monzó, sigue siendo el dirigente con más votos en una eventual interna de Juntos por el Cambio. Recientemente encuestas de Opinaia y Solmoirago lo ratifican como líder indiscutido de la oposición.

Todo eso es verdad, pero ojo, el piso de Macri (ciudadanos que lo votarían) es importante, pero su techo (argentinos que no lo votarán jamás) puede  ser letal en una elección. Su escenario es parecido al de Cristina Fernández en 2019. De ella también tendría que imitar lo que hizo bien (abandonar el centro de la escena) y evitar lo que hizo definitivamente mal (presentarse a elecciones).

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¿Cuál debería ser entonces la estrategia de relaciones públicas del esposo de Juliana Awada y sus aliados? Muy fácil. El PRO primero, y Juntos por el Cambio después, tienen que llegar a un acuerdo. En ese acuerdo, las grandes figuras (especialmente los presidenciables) deberían comprometerse a reconocer públicamente el valor de Macri como creador del partido y del espacio, rescatando los valores institucionales de su gestión presidencial. Las críticas públicas, especialmente la de los "radicales cocoritos" (Manes, Morales, Lousteau, etc.), deberían quedar en el pasado. En contrapartida, Macri tendría que comprometerse a no hacer declaraciones sobre cuestiones domésticas ni aspirar a ningún cargo electivo.

Eso les permitirá a todos aprovechar su capital individual de imagen  (una especie de "marca paraguas") y, a la vez, no verse limitados por el sentimiento "anti macrista" de muchos argentinos. En ese contexto se puede hacer una amplia elección interna (con liberales, no liberales, halcones, palomas y demás animales políticos) en la cual los candidatos muestren cuál es la mejor manera de ganarle al peronismo las próximas elecciones generales. Hasta los radicales pueden presentarse aunque, por lo que se vio en la última interna en Capital y Provincia de Buenos Aires, y lo que dicen las encuestas, están lejos de disputar el liderazgo del PRO.

El que finalmente triunfe en la primaria abierta (PASO) se presentará a las elecciones generales y los demás acompañarán. Y Macri podrá sacarse la foto con él, con ellos, viajar por el mundo como una suerte de gran embajador (del espacio y luego si gobiernan de Argentina), aprovechando su alta notoriedad internacional y sus contactos en el primer mundo, obteniendo visibilidad a través del fútbol, etc.

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A no confundirse. Una campaña así no debe tenerlo como una figura decorativa, más bien lo contrario. La propuesta es que desde otro rol eleve aún más su perfil y sume a la imagen del partido, espacio, País y, si las circunstancias lo ayudan, una parte de Latinoamérica. Podría ser una suerte de Felipe González, en España, o los ex presidentes, especialmente Obama, en Estados Unidos.

A no dudarlo, si Macri imita al Maradona de 2008 y evita ser el Diego de los años posteriores, si su espacio lo acompaña en esta nueva estrategia y si, por sobre todas las cosas, el gobierno de Alberto y Cristina continúa con su ineficiencia extrema... El triunfo amarillo en las elecciones presidenciales de 2023 está garantizado.