Hace unos años la tecnología se metió en las aulas de escuelas y universidades. Llegó la hora de sacarla. Ella había llegado para ofrecer nuevas herramientas y solucionar problemas, y en algunas pocas disciplinas que podían beneficiarse de esas herramientas, algunos problemas fueron solucionados. De todas maneras, me referiré aquí a la masa crítica de las aulas y de los contextos educativos, en los cuales el beneficio aportado por la tecnología es marginal comparado con los deterioros que causa.
Llegó la hora de que los estudiantes cuiden más a sus profesores y no los dejen usar sistemáticamente presentaciones de Power Point, slides y películas para dar clase. Durante años, los estudiantes tuvieron una manera de resistir este abuso tecnológico: usar ellos mismos en clase sus pantallas (laptops, tablets, teléfonos) para distraerse, entretenerse u ocuparse (según de qué tipo de alumno se tratara), desenganchados de lo que sucedía en la pantalla principal. Habitualmente, esto ocurre desde el preciso instante en que el profesor se da vuelta para mirar la pantalla principal y, ya con las luces apagadas, el alumno se enfoca en su propia pantalla: “Vos con la tuya, yo con la mía”. ¿Dónde quedó el contacto visual entre el profesor y el alumno?.
Cuando la tecnología potencia la educación
Llegó la hora de que los profesores cuiden más a sus alumnos; la hora de que les prohíban usar laptops, tablets y teléfonos en clase –salvo en los excepcionales casos en que estos, por alguna razón, sean conducentes a la educación–. Afortunadamente, cada vez es más común que profesores corajudos se animen a incluir en sus programas la prohibición. Algunos, los más simpáticos, dan una explicación, relacionada con los hallazgos de la psicología cognitiva, que muestran cómo la capacidad de distracción en clase se dispara exponencialmente cuando la tecnología –sobre todo, Internet– está al alcance de la mano.
Recuerdo una ocasión en que presencié, sentado en la fila del fondo, una clase de un colega mío. Podía verlo a él, cerca del pizarrón, brindar una clase excelente; y podía ver, además de las espaldas de sus alumnos, los monitores de sus computadoras: se veía en ellas de todo, pero muy poco que tuviera que ver con la materia. Creo que esta es, tristemente, una experiencia común.
Ciencia y tecnología, el mejor aporte de la educación
Personalmente, desde hace años que prohíbo el uso de tecnología en el aula y les indico a los estudiantes que no tengan sus teléfonos a la vista. Cada tanto, alguno me plantea que quiere tomar notas en su laptop. Luego de explicarles que me parece una peor opción para ellos, los dejo en libertad en esos casos; como también, de más está decir, en esos otros –infrecuentes– en los que un estudiante tiene una dificultad de tipo médico para tomar notas manuscritas.
Los resultados de prohibir Internet en las aulas son óptimos; siempre y cuando, claro está, la medida vaya de la mano de lo que nunca debería faltar en un aula: una enseñanza de primer nivel.
*Abogado. Profesor de la UCA e investigador del Conicet.