OPINIóN
Columna de la USAL

Si vemos humo, hay fuego

En un sistema global donde la frontera entre la salud humana y la salud de los ecosistemas se borra cada vez más, el humo es el síntoma y el desafío es prevenir el fuego. 

Incendios en el Delta 20220820
Los incendios en el Delta. | NA

En enero de 2022, recibimos el año con los incendios de campos en la provincia de Corrientes donde, luego de alrededor de dos meses, dejaron como resultado cerca de 1.000.000 de hectáreas quemadas y lo que representa prácticamente un 12 % de la superficie del territorio provincial. En esa oportunidad, se puso de manifiesto que la relevancia ecológica de estos eventos es muy importante en términos de impacto sobre la biodiversidad, pero también sobre cultivos y animales domésticos. Pero también quedó en evidencia que los humedales, representados por los esteros, fueron los más perjudicados ya que según el INTA Corrientes más de 600.000 hectáreas de esta clase de ecosistema se vieron afectadas.

Los humedales necesitan una ley que efectivamente los proteja

En las últimas semanas, el escenario se trasladó a otro humedal: el Delta del Paraná. En esta oportunidad, los incendios de pastizales llenaron de humo a urbes, campos y rutas del litoral en la dirección en que soplara el viento. De hecho, ciudades costeras del mencionado río y hasta la mismísima capital del país se vieron sumergidas en una densa nube de gases y partículas resultado de la combustión de material vegetal en las islas. Respirar en estos días nos transporta a una sensación extraña donde el olor a quemado gobierna los sentidos e invade nuestro sistema respiratorio y la ciudad de Buenos Aires se tiñe de gris y sus aires ya no parecen ser tan buenos como su nombre lo indica. La primera inquietud que surge en las personas es la lógica preocupación sobre si afecta la salud. Luego viendo imágenes y noticias muchos nos preguntamos, y preocupamos, por su impacto ambiental. 

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Por los incendios en el Delta, persiste el humo en Ciudad de Buenos Aires y norte del Conurbano

Pero no es una novedad que se prendan fuego los campos, las quemas controladas o también llamadas quemas agrícolas se utilizan desde la antigüedad en muchos lugares del mundo como una herramienta económica de mejorar el pastizal natural para la ganadería. Al quemar pastos secos, se renueva la cobertura vegetal y se eliminan malezas y pastos duros menos aptos para el sostén de la ganadería. Esto permite además ampliar la disponibilidad de campos “limpios” (sin monte, ni pajonales) permitiendo su mejor utilización para la ganadería.     

Los daños a los ecosistemas naturales no se limitan a los pastizales secos, ni a la región del Litoral, sino que en épocas de sequía llegan a descontrolarse y terminar quemando bosques, cultivos, casas e instalaciones de todo tipo en distintos puntos del país. La prohibición de la quema a nivel nacional establecida en el art. 3 de la ley 26.562 (promulgada en diciembre de 2009) no parece desalentar un fenómeno global que no reconoce legislaciones, ni jurisdicciones y cuyas consecuencias pueden ser locales, regionales y globales. El fuego y el calor tienen un impacto negativo directo sobre la cobertura vegetal y sobre la fauna tanto terrestre como aquella que viven en el subsuelo. Desde las quemaduras hasta la asfixia, los habitantes de los pastizales sufren en primera persona las consecuencias de estas acciones humanas sin control. Una vez que se recuperan del disturbio, la variedad y distribución de especies vegetales y animales no logra recomponerse con facilidad y los cambios son evidentes.

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Los ecosistemas juegan un rol importante para el hombre a través de la provisión de servicios ecosistémicos, llamados también servicios ambientales. Estos son beneficios que proveen los sistemas naturales al hombre por el mero hecho de existir y funcionar normalmente. Los humedales en particular, son fundamentales para: la amortiguación de inundaciones, la recarga de acuíferos, la retención y estabilización de sedimentos, la fijación de Carbono, la estabilización de costas y protección contra tormentas, el mantenimiento de la biodiversidad, la recreación y el turismo, entre otros.

Hoy más que nunca, las modificaciones de hábitats, entre ellos de los humedales, para la producción agropecuaria, el desarrollo urbano o cualquier otra actividad antrópica deber estar acompañada de una evaluación costo/beneficio ambiental que contemple de manera central los servicios ecosistémicos que proveen las ecorregiones. Desconocerlos es no entender que nuestro futuro depende de movernos al ritmo de la naturaleza y no seguir intentando domesticar a quien nos permite prosperar y desarrollarnos, sin pedir nada a cambio. Porque en un sistema global donde la frontera entre la salud humana y la salud de los ecosistemas se borra cada vez más, el humo es el síntoma y el desafío es prevenir el fuego. 

*Ing. Ramiro Calafell Carranza ( Coordinador del Instituto de Medio Ambiente y Ecología USAL).