Las personas en situación de calle son aquellas a las que alguna situación crítica expulsó de su hábitat original, quebró su cotidianidad (trabajo, familia, vivienda) y los arrojó a “otra vida”, en condiciones de extrema vulnerabilidad y desprotección. Lanzados a pernoctar y vivir su vida cotidiana en un contexto de privación y riesgo, habiendo roto los lazos personales de sus redes sociales de apoyo, se enfrentan a la necesidad de reconstruir sus rutinas en otro contexto muy adverso. La calle representa un riesgo importante, de robos y violencia de otras personas en la misma condición, como de representantes de estructuras oficiales u otras agrupaciones que los hostigan y estigmatizan. La inseguridad se hace máxima y se vuelve imprescindible reconstruir nuevas situaciones de supervivencia.
La calle implica la utilización del espacio público como lugar de pernocte y constituye su escenario de vivencia y supervivencia. La calle es abrigo, lugar donde se está alojado, y modo de vida, así como una compleja red de relaciones que se torna invisible para el conjunto de la sociedad. Estar en situación de calle es una relación social, donde lo efímero se convierte en constante, emergiendo una forma de padecimiento social relacionada con expresiones de inequidad e injusticia social, configurándose identidades estigmatizadas.
En un relevamiento de información a través de la metodología cualitativa de investigación-acción-participativa, se indagó a 20 personas en situación de calle mayores de 18 años, residentes en CABA, explorando en los relatos sus condiciones de vida cotidiana. Como resguardo de confidencialidad y anonimato los protagonistas acordaron participar voluntariamente en las entrevistas.
La “calle” se construye como un lugar significativo en tanto va tomando sentidos a partir de vivencias relevantes en su experiencia personal. Así, una entrevistada manifestó que “la calle es mi libertad”, al referirse al nuevo espacio habitado como un lugar de refugio de situaciones familiares violentas y destructivas. Pero otras vivencias dan cuenta de las enormes situaciones de pérdida vividas, que transforman el hábitat como el lugar de su fracaso personal/familiar/social. En este sentido, uno de los varones entrevistados afirmó “de la calle no se sale nunca”. Con esta expresión se remite a la vivencia de muchas personas en situación de calle quienes identifican como un hecho muy traumático la experiencia de estar efectivamente en calle. Caer en la calle es significado como un punto de quiebre en sus biografías.
Muchas personas en situación de calle identifican como un hecho muy traumático la experiencia de estar efectivamente en calle
Como parte de las estrategias de supervivencia, las personas en situación de calle transforman el territorio buscando que se asemeje al hogar, decorando su espacio, delimitándolo con diversos materiales como plásticos, cartones, maderas, colchones, buscando sentirse seguras. Estas prácticas muestran que no existiría en el plano representacional una división tajante que separa el hogar de la calle, sino que, por el contrario, hay una continuidad entre ambos espacios.
Estos procesos generan en quienes están hace largo tiempo en calle una situación de atrincheramiento y, por ende, de cronicidad. Al respecto, las personas en situación de calle entrevistadas enuncian que “la calle te chupa”. Así, aluden a los efectos de arrasamiento de la subjetividad que produce la situación y a las dificultades para poder salir.
En este sentido, cuando relatan su situación en el contexto de las entrevistas, emergen afectos relacionados con la angustia y la tristeza. En varios casos, cuando comienzan a hablar, lloran y recuerdan todas las pérdidas que sienten injustas y frente a las que se sienten impotentes. Muchas de ellas sienten que nada se pudo hacer y que no se puede hacer en el presente. Cierta parálisis se ha apoderado de sus vidas y enlaza la situación de calle a los fenómenos de estrés postraumático.
Otra estrategia de reconstrucción significativa del hábitat en la calle es brindarle un sentido de experiencia familiar que sustituya a la propia familia perdida. La “ranchada” es un espacio de interacción social en el que representan simbólicamente la estructura familiar, pernoctan en grupos de diferentes edades y cuyo margen etario encarna los diferentes roles generacionales: tíos, hijos adultos, niños.
La “ranchada” es un espacio de interacción social en el que representan simbólicamente la estructura familiar
Esta red vincular también es significada como responsable de las dificultades para “salir de la calle” y de “rescatarse de las drogas”, para quienes tienen o tuvieron consumos problemáticos. Así lo expresó uno de los entrevistados: “Cuando yo estuve en una ranchada, éramos como 30 y yo era el único pibe que quería salir de esa ranchada, quería estudiar. Y me di cuenta, cuando ellos estaban en una ronda drogándose y yo la rechacé. Los pibes en una forma querían obligarme para que yo no vaya a una entrevista con una asistente social para un ingreso en un hogar”. (R, varón, 27 años).
De este modo, la ranchada (como otros grupos humanos) se puede constituir como red de contención y crecimiento o como obstáculo para el desarrollo de las personas. Ocupar el espacio es una de las vivencias más significativas, porque resignifica espacios alternativos y se los apropia a partir de su experiencia. Las redes sociales van relacionando los diversos territorios y socializando las prácticas comunes en el camino de creación de significados compartidos.
El espacio público, lejos de las visiones que lo conciben igualitario y accesible para todas las personas, se constituye en un escenario atravesado por tensiones y disputas por los sentidos acerca de quiénes tienen el derecho a habitar y transitar la ciudad. En esos entramados las personas en situación de calle se constituyen en esos cuerpos y subjetividades que transitan las grandes urbes, resistiendo desde los bordes de las fronteras simbólicas y materiales hacia las cuales son conminados.
Quienes transitan por la ciudad se apropian de ella, transformando el espacio en un espacio vivido. En ese sentido, las personas en situación de calle instauran modos alternativos, disruptivos de recorrer y habitar ese territorio, que cuestionan las prácticas y discursos hegemónicos.
Por otra parte, cabe preguntarse cuáles son los desafíos que esta situación de exclusión urbana plantean para las políticas de salud mental. Se hace necesario introducir en este campo la dimensión del sufrimiento psíquico de estas personas, para poder contribuir al diseño de programas y dispositivos de intervención.
Tal como afirmó un entrevistado: “No solo tenemos hambre de comida”, refiriendo a la necesidad de reconocimiento y escucha por parte de los otros. Éste es el factor benéfico de las redes y el apoyo social, la percepción de que alguien lo protegerá, que es tenido en cuenta, que “existe” para otros. La percepción anticipada de este reconocimiento es la que otorga mayor bienestar frente al sentimiento de inermidad producido por el hábitat, la calle.
*Decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano (UB). *Profesor de la UB.