La pandemia del coronavirus (covid-19) se ha constituido en una crisis global con alto impacto en múltiples aspectos de las condiciones de vida de las poblaciones. La precaución de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), tanto en la Argentina como en otros tantos países del mundo, ha sido la medida sanitaria que se ha considerado más efectiva para controlar la propagación del virus. Se ha extendido, en el país, por más de cien días con variaciones jurisdiccionales, pero sin dudas ha limitado de modo particular los procesos de socialización secundarios de niñas/os y adolescentes.
Si bien en el marco de esta pandemia las infancias no se constituyeron en la población de mayor riesgo a contraer la enfermedad, se conjetura que la situación de aislamiento extendida en el tiempo ha producido un incremento de la vulnerabilidad al pleno ejercicio de múltiples derechos. Aunque se trata de una problemática que atraviesa a diferentes infancias, probablemente ha tenido un impacto más profundo en los hogares con menores recursos socioeconómicos, psicológicos, educativos y de capital social.
Los efectos nocivos del ASPO en la economía, ingresos y condiciones de vida de la población tuvieron repercusiones en la incidencia de la pobreza y la indigencia, y en particular en los sistemas alimentarios, el acceso a los alimentos y los hábitos alimentarios de los hogares. En este aspecto, la Tarjeta Alimentar tuvo un efecto positivo y protector de la primera infancia.
Los efectos nocivos del ASPO en la economía, ingresos y condiciones de vida de la población tuvieron repercusiones en la incidencia de la pobreza y la indigencia
Asimismo, los cambio de hábitos durante el ASPO, como consecuencia de la no asistencia a la escuela, probablemente tuvieron efectos en la salud física, emocional e intelectual de las infancias. Una caída generalizada de las consultas preventivas de la salud, el incremento de la insuficiente actividad física, el mayor comportamiento sedentario frente a pantallas, seguramente tuvieron derivaciones en problemas físicos, emocionales (ansiedad social, depresión, alteración del estado de ánimo, etc.) e intelectual (falta de atención, trastornos del sueño, etc.).
La interrupción de la asistencia escolar puso en evidencia la centralidad de la escuela como tecnología al servicio del proceso de enseñanza y aprendizaje, y espacio privilegiado de socialización secundaria. Las desventajas se han evidenciado de modo desproporcionado para los estudiantes más vulnerables en términos de oportunidades educativas. La educación a distancia y el traslado de la escuela a los hogares pusieron en evidencia profundas disparidades en las condiciones materiales (hacinamiento, contaminación sonora, déficit de conectividad y tecnologías) pero también limitaciones en el capital educativo y social de las familias para acompañar y sostener los procesos educativos.
La no asistencia a la escuela, junto a situaciones de estrés y malestar psicológico en los hogares, y el incremento de consumos nocivos probablemente repercutieron en la vulnerabilidad de los niños/as a prácticas parentales negligentes, violencia doméstica y otras situaciones de maltrato físico y emocional.
Malnutrición, insuficiente actividad física, déficit de atención preventiva de la salud, deterioro de los procesos de socialización entre pares y con otros adultos significativos, como los maestros, son algunos de los límites al desarrollo que han experimentado las infancias y cuyas consecuencias en el mediano y largo plazo es un desafío evaluar, para poder definir mejor los problemas y las intervenciones necesarias para atenuar los impactos nocivos. Lo cual parece una utopía en un país con tantos problemas preexistentes que se han profundizado y en los que se requiere de “epopeyas” en favor de las infancias.
*Barómetro de la Deuda Social de la Infancia (ODSA-UCA), Proyecto Pisac-Covid, Universidad Nacional de La Matanza.
Producción: Silvina Marquez