Tengo 33 años y hace al menos 15 que estoy en política. Empecé a militar sin saber que eso que hacía era militancia, haciendo trabajo social y comunitario en barrios de San Luis donde las necesidades eran muchas más que los problemas resueltos. Allí conocí a Perón y a Evita, aún sin ser contemporánea a elles, entendí su legado, personal y político. En esos años comprendí que eso que yo hacía junto a mis compañeres, ponerle el cuerpo, dedicar nuestro tiempo y esfuerzo a que a les demás les fuera un poco mejor, era hacer política. Fue en ese tiempo que ví con claridad que la política no es otra cosa que una herramienta para transformarlo todo. Que la política es hacer, siempre, mucho más que decir. Y hacer para otres.
También aprendí en ese tiempo y sigo aprendiendo hoy, que hacer política es un acto profundamente colectivo, que está por encima de los intereses individuales y que, de hecho, muchas veces implica dejarlos de lado. Estar en política es un acto de total entrega, es no estar en muchos otros lugares deseados, es no dedicar tiempo a la familia, a los afectos y a proyectos personales que se van ubicando en lugares inferiores de la tabla de prioridades, para hacerle espacio central a lo que verdaderamente nos mueve, a trabajar para revertir las desigualdades que existen en nuestro pueblo, a luchar por los derechos de quienes más nos necesitan.
Militar en las filas del peronismo es para mí entender que nadie se salva en soledad ni triunfa individualmente, y que la política es transformadora sólo cuando se trabaja colectivamente. Así, me tocó ser testigo y parte de un proyecto político emancipador que representó la ampliación de derechos y que conquistó mucho más que leyes, porque logró la inclusión de sectores olvidados e históricamente excluidos, supo honrar la bandera de la justicia social y actuar, siempre en plural, en consecuencia. Fui y soy parte de un proyecto político que se propuso llegar a todas partes. De la periferia al centro, con una fuerte mirada federal y el esfuerzo puesto en igualar las oportunidades y los puntos de partida de todas, todes y todos en cada rincón del país.
Fui y soy parte de un modelo social, económico y cultural que nos propuso empezar por los últimos para llegar a los primeros. Este proyecto contrasta con otro que nos invita, en Argentina, en la región y en todo el mundo, a pensarnos individualmente. A descreer del Estado como garante de derechos. Se trata de un modelo en el que el consumo, la velocidad en la que vivimos, y las nuevas formas de vincularnos van creando un escenario propicio para que estemos más conectades pero, cada vez más solos. Es una vuelta generalizada al “sálvese quien pueda” que también encontró lugar en la política pero que no puede ni debe, jamás, encontrar lugar dentro del peronismo.
Hoy nos enfrentamos a una situación compleja que nos convoca a la autocrítica y a mirarnos individual y colectivamente como movimiento, a decir menos y a escuchar más. A ser capaces de darnos cuenta que los nuevos desafíos no pueden enfrentarse con las recetas de siempre. A ver con claridad que las juventudes no encuentran representación en los proyectos políticos que existen y tampoco en lo que éstos tienen para ofrecerles, porque no los convoca pero fundamentalmente, porque no les resuelve los problemas. Nuestros pibis están cansades de las discusiones que no tienen a su agenda en el centro.
La única manera de devolverles (nos) la esperanza a las juventudes es iniciando una nueva etapa en la política y en el peronismo, con las bases de la inclusión, la igualdad y la justicia social. Construyendo ideas, compromisos sólidos que salden las deudas históricas y consensos elementales sobre los límites que no debemos cruzar para cuidar y defender la democracia. Necesitamos tener claro dónde ir, reconociendo todo lo hecho y los grandes avances alcanzados pero siendo también muy conscientes de todo lo que falta.
Tenemos que volver a debatir ideas para el desarrollo. Involucrar a nuestras juventudes en el diseño de agendas de mayorías, en la discusión sobre los modelos productivos, sobre la economía del conocimiento, el futuro (y el presente) del mundo del trabajo, las agendas de las mujeres y LGBTI+, el cambio climático y sus efectos. Es urgente tender puentes con las juventudes, escuchar sus demandas y ofrecerles oportunidades para que vuelvan a confiar en el Estado.
Sacar a la Argentina adelante solo va a ser posible si quienes hacemos política volvemos a sentir lo que sentimos cuando empezamos a militar. Esto es, que existe un proyecto colectivo más grande que nuestros intereses individuales. Que hay un motivo plural que nos convoca a dejar las mezquindades de lado por quienes más nos necesitan, por quienes nos confían su destino.
En esto, la política tiene mucho que aprender de los feminismos que hemos sabido construir a pesar de (y gracias) a nuestras diferencias. En las luchas más importantes que dimos los movimientos de las mujeres y de la diversidad, cuando tuvimos que dar las batallas por nuestros derechos y libertades, supimos encontrarnos, constituir un movimiento transversal en el que todas y todes confluimos por un interés superior común. Hoy, desde nuestros lugares de militancia, seguimos trabajando por la unidad del movimiento feminista buscando honrar su historia, porque sabemos que juntas somos más fuertes y que la única manera de hacer trascender nuestra agenda es a través de la construcción colectiva y popular, alcanzando consensos que no permitan que nuestra marea imparable se debilite.
El contexto actual y el particular escenario que ofrecen las elecciones de este año nos tienen que encontrar capaces de reflexionar sobre nuestra forma de hacer política. Volver a conectar con el valor del diálogo y la escucha activa en cada barrio, en cada territorio, con cada compañero y compañera. Volver a reconocernos en las historias y en las ideas de quienes construyen con nosotres.
Es el momento de comenzar una nueva etapa. De que entremos todes. De que haya siempre lugar para sumar nuevas voces. Es el momento de la generosidad y de mostrarle al pueblo (y a nosotres mismos) que podemos volver a creer en la política como herramienta de transformación con reglas claras y objetivos comunes, que prioricen resolver los problemas del pueblo y no los de los dirigentes. La historia ha demostrado que las grandes transformaciones se han dado durante gobiernos peronistas y que son las propuestas nacionales y populares las que construyen Estados fuertes y cercanos a la ciudadanía. Sin embargo, la historia también nos invita a revisarnos y a construir nuevas y mejores reglas de juego, en la que todos los intereses estén representados y en la que el bastón de mariscal no sea propiedad de uno u otro sino una herramienta de todes y para todes les argentines.
* Ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad.