PERIODISMO PURO
Artífice del éxito económico de Israel

Manuel Trajtenberg: "El PBI puede caer más de los dos dígitos"

Israel no solo es un caso exitoso de manejo de la crisis del coronavirus. También pudo pasar de una hiperinflación a una economía estable y en crecimiento. En ambos logros, el economista argentino, que vive en Israel desde 1966, fue un protagonista esencial.

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Post coronavirus. “No me cabe duda de que el mundo que sigue al coronavirus no va a volver a ser el que dejamos en el momento en que se inició la pandemia”. | Pablo Cuarterolo

—A diferencia de Argentina, Israel solucionó su problema de inflación. ¿El coronavirus puede abrir un nuevo escenario de inflación global?

—No creo. El problema de la inflación está conectado con otros fenómenos. Se le pueden atribuir muchos males al coronavirus, pero entre ellos no está la inflación. La inflación se vincula a la capacidad de la gente de consumir. Y ahora está encriptada, reprimida. Es muy difícil que la situación devenga en un proceso de inflación alta. Pero también es cierto que quizá se necesite que el Gobierno deba ayudar muchísimo, tanto a la gente común como a los negocios. Más tarde, esa inyección de dinero podría eventualmente llevar a un proceso inflacionario si la economía no se repone desde el punto de vista de la producción. Una situación que puede darse en un futuro más lejano. Tal como está la situación, es complejo preocuparse hoy por algo que podría ocurrir mucho después.

—Una vez que pase el coronavirus, ¿qué podría generar ese exceso de liquidez? ¿Bajarán las tasas de interés que ya estaban previamente casi en 0 en muchos países?

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—Hablar de exceso de liquidez es relativo. Se perderán muchísimos ingresos. Es algo que puede observarse tanto en Israel como en Estados Unidos, en Francia, en Alemania. También sucederá en Argentina. El país está en una fase inicial todavía de la pandemia. Cuando no se tengan ingresos y continúen los gastos, se va a empezar a sentir la contracción. Si el Gobierno va a invertir en ayudar, ese monto será una parte pequeña de la falta de ingresos de las personas. No creo que haya una explosión de consumo porque la gente va a estar, en el mejor de los casos, muy muy restringida.

"No se trata solo de contar muertos sino de pensar cómo llegar a un futuro mejor a partir de esta circunstancia."

—En el segundo trimestre de este año, la caída del producto bruto mundial va a ser de dos dígitos, algo que seguramente se extienda en alguna medida en el resto del año. ¿Se puede comparar con la crisis de 1929? ¿Estamos frente al mayor desastre de los últimos cien años?

—Me gustaría profundizar. Porque la abundancia de noticias diarias nos puede hacer perder la perspectiva. El fenómeno del coronavirus es único en los últimos cien años, desde la epidemia de la llamada gripe española. Y no estoy seguro de que esa pandemia haya sido un suceso como este. Estamos frente a un suceso único en la historia. Primero, porque afecta a todo el mundo sin excepción. Nadie se escapa. Al principio pensamos que era en Oriente, en China. Se vio que no. Después se expandió un poquito, llegó a Europa, cerramos las fronteras. E igual llegó a América, a Latinoamérica. En Africa empezó de vuelta. También en India. Todo el mundo. Es difícil de entender lo que significa: 7.500 millones de personas sufren las mismas angustias, la misma incertidumbre. También la misma angustia informativa. No es algo que sucede solamente desde el punto de vista de la salud. El sentido de muchas de las medidas de los gobiernos es el de “paren el mundo que me quiero bajar”. Pero, ¿qué mundo es el que estamos deteniendo? Un mundo caracterizado esencialmente por la globalización. La globalización es el flujo permanente, que va subiendo, de todo: de gente, de productos, de servicios, de dinero, de moda. Todo está en movimiento. Todo funciona. De la noche a la mañana detuvimos ese flujo. Una secuencia que comenzó con el cierre de vuelos y siguió con el movimiento interno hasta llegar a una cuarentena en todos lados. La gente no puede salir de la casa. Paramos todo. Y en ese parate entra la actividad económica. En ese momento, ocurre un movimiento de pinzas: parás la producción económica, porque la gente tampoco puede salir a consumir. Hoy en día, no se va a cenar afuera por dos motivos: porque no se puede salir y porque el restaurante está cerrado. Es algo que les llega a todos. Eso causa una caída inmediata del producto nacional bruto. Se tomaron medidas que son inconcebibles en otro contexto. Un parate económico siempre requiere de un mecanismo distinto, mucho más lento, se establece a partir de una cadena de sucesos. Por ejemplo: cae la Bolsa, caen las acciones, al cambiar la situación la gente no consume. Es una cadena larga. Pero acá estamos hablando de otra cosa. Las cosas se paran de golpe. Y esto afecta de inmediato tanto a la producción como al consumo y la inversión. No me cabe duda de que el producto mundial caerá por lo menos dos dígitos. Es solamente un número que anda rumoreándose. Pero puede ser más que eso. Cuando este virus se pare y deje de jodernos la vida, imaginemos en un mes o dos, va a tardar mucho para que la economía vuelva a ser lo mismo. Va a haber recursos que se quiebren, gente despedida. Se necesitará mucho tiempo para reponerse.

Manuel Trajtenberg, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.

—Durante la Segunda Guerra Mundial en Londres, durante los bombardeos de los alemanes, la gente seguía yendo a trabajar todos los días. En Israel sucedió lo mismo en sus guerras. ¿Esta situación puede compararse con la de una guerra?

—Sí, es una guerra, con la paradoja de que aquí no hay ejércitos. Entonces, lo que ocurre es que hay una movilización general y hay limitaciones en la movilización. Para movilizarse, la gente tiene que ir a los lugares, tiene que estar junta. En una guerra convencional toda la energía social va hacia confrontarse con el peligro de la seguridad y hacia lo militar. Acá nos enfrentamos a un enemigo invisible. Esa es la causa de que cada uno tenga que encerrarse en sí mismo. Hoy se da una movilización social interna, que consiste en que cada uno internalice la cuarentena. Obliga a la responsabilidad social. Habitualmente, si uno quiere expresar solidaridad social, se junta con otra gente. Hoy, tu contribución hacia la sociedad es quedarte en tu casa. Para no contagiar ni contagiarse. Es algo completamente diferente. Pero hay una suerte: que existe una conversación a través de elementos virtuales. La virtualidad permite que se den muchas cosas: hablamos por Skype. Hay clases universitarias a través de Zoom.

"Argentina se encuentra frente a una oportunidad para vencer las divisiones."

—A través de una aplicación de internet.

—Sí, siguen las clases. A mí me sucede de dar conferencias diarias a través de internet. Tengo más conferencias que en tiempo normal, con mucha gente, con preguntas. Es una manifestación de la necesidad, cultural y académica, frente a estas situaciones. En paralelo hay muchas iniciativas que realmente son muy emocionantes. Ayuda a personas ancianas que viven solas. Esa es la población de mayor riesgo. Hasta ayer se podía salir bastante, no con absoluta libertad, pero sí bastante: entonces grupos de jóvenes iban a las casas de esta gente, y les tocaban la guitarra de afuera, cantaban, les llevaban cosas, aun sin entrar a las casas. Son muchas las iniciativas de esa naturaleza. Cuestiones como las que vivimos sacan lo mejor y lo peor de la gente.

—Luego de la crisis del 29, se aplicaron políticas keynesianas, hubo un New Deal, una apuesta por el Estado de bienestar. ¿Qué cambio puede generarse en el mundo?

—La pregunta es fundamental. No me cabe duda de que el mundo que sigue al coronavirus no va a volver a ser el que dejamos en el momento que se inició la pandemia. Se debe revisar el paradigma y las concepciones en todos los campos, Algo que también debe suceder en la economía. Puede aparecer un nuevo New Deal. Y muchos se harán la pregunta de si vale la pena el proceso de crecimiento económico con meta casi única y prioritaria elemental. No se trata de si se crece un 30%, o un 5%, o un 1%. La pregunta estaba previamente. Pero ahora va a pulirse, aparecerá con más fuerza y urgencia. La globalización desenfrenada es fantástica desde el punto de vista de la eficiencia económica en el sentido del crecimiento, en el sentido de la acumulación. Ayuda a encontrar el lugar donde se hacen las cosas más eficientes, más baratas. Encontrar la manera de producir más eficiente implica utilizar menos insumos. En algunas fábricas muy buenas acá en Israel, se utilizan partes que vienen de otro lado: de China un poco, de Alemania otro poco. Este just in time de los inventarios, sin stop, que te permite producir todo el tiempo, porque te llega el insumo desde el aeropuerto, obliga a laburar mucho. Ese modelo no va a funcionar más. Va a haber un cambio en todo lo que está conectado.

—¿Cambiará la cadena de producción global?

—Va a cambiar porque la dependencia absoluta de los actores no se podrá seguir manteniendo. Previamente se vieron las consecuencias del modelo que se llamaba globalización en cuanto a impacto social. No caben dudas de que la desigualdad es grande, particularmente en Occidente, en la globalización extrema. Se crean tensiones sociales enormes. Y con razón. Con el coronavirus todos esos procesos que ya ocurrían de antemano cobran una nueva magnitud y urgencia. Es difícil que se hubiera dado así en otras circunstancias. La pregunta que se debería plantear es si vamos a seguir así. ¿Seguiremos ese crecimiento desenfrenado que entre otras cosas causa el cambio climático? ¿Avanzaremos con una globalización desenfrenada que cause una resistencia absoluta y contribuya a la desigualdad? La respuesta seguramente sea no. No hay hoy en día un modelo alternativo. No hay un modelo alternativo de producción, en el campo del pensamiento económico, en el modelo del desarrollo. La gran crisis de los años 30 empezó en 1929 y duró hasta la Segunda Guerra Mundial. Porque es cierto que el New Deal, de Franklin Delano Roosevelt, tuvo un efecto, pero Estados Unidos no salió adelante inmediatamente, sino que hubo otra baja una vez que se planteó. Recién cuando se empezó a producir armamentos para entrar en guerra, empezó a levantar la economía, no antes. Tuvo que pasar mucho tiempo para que funcionara. John Maynard Keynes publica su Teoría general del empleo, el interés y el dinero en 1936. Recién ahí es cuando su pensamiento se difunde. Pero es cierto que los modelos actuales no dan abasto. No sé cuánto va a tardar esto y qué lapso mediará hasta que se produzca este cambio de paradigma, pero va a ocurrir, porque ya había condiciones previas para que se produjera. El coronavirus acelera, magnifica y genera ese contraste tan grande que no había hasta ahora.

Los gobernantes parecen decir: '¡Paren el mundo me quiero bajar!'."

—Wilbur Ross, el secretario de Comercio de los Estados Unidos, en una expresión muy poco feliz en el contexto, dice que un efecto positivo del coronavirus para la economía norteamericana es que muchos empleos que estaban en Asia van a volver a Estados Unidos. Pero, tal como hablamos, la globalización no funciona así. ¿Llevará el coronavirus a un modelo de producción menos interdependiente?

—Creo que eso va a ocurrir. Seguro que estaremos frente a un fenómeno que se llama second source; second sourcing significa que firmas como Apple, por ejemplo, en su producción de iPhone, abandonen la increíble interconectividad con la que producen y apelen a una segunda fuente. Esa segunda fuente seguro no estará en Asia. No sé si va a estar en Estados Unidos, en Latinoamérica o en Israel. Pero la clave estará en dosificar las fuentes de los elementos de producción y no depender de un solo lugar. Eso seguro ocurrirá. No sé si volverá la empresa de Steve Jobs a los Estados Unidos. No necesariamente una cosa significará la otra. Seguramente aumenten las tensiones entre Estados Unidos y China. Empezaron en el campo económico, con la guerra aduanera que se desató antes del coronavirus. Un académico, Graham Allison, escribió un libro hace poco que se llama La trampa de Tucídides. Tucídides es considerado el primer historiador del mundo. Escribió acerca de la guerra entre Atenas y Esparta. El libro de Allison describe los últimos 500 años y se fija en cómo una potencia campesina se ve desafiada por una potencia que avanza. Se pregunta realmente cuántas veces eso ocurrió y terminó en una guerra. Ese fenómeno ocurrió 16 veces en los últimos 500 años, 12 de las cuales terminaron en guerra. Mi pregunta es si esta vez se podrá evitar o no. Hay que revisar con cuidado lo ocurrido en los últimos dos meses. Empieza en China el asunto. Pero China logró contenerlo y parar el asunto. No está claro cómo lo hizo, se pueden formular muchas preguntas, pero parece que eso ocurrió. Y no solo eso. Hoy China es la que ayuda a otros países, como Italia. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora, lo que ocurría era que, ante una tragedia natural, era Estados Unidos el que ayudaba, Ahora estamos ante una superpotencia que se sobrepone a sus problemas y ayuda a los otros, en una situación en la que no hay una guerra formal. Se dio vuelta la tortilla. Nuevamente, el coronavirus acelera los procesos: multiplica la subida de China y la baja relativa de Estados Unidos. Baja que no solamente puede ser relativa. Quizá también sea absoluta. Será también parte del mundo que nos encontraremos cuando termine la peste.

—Slavoj Zizek, el filósofo esloveno, acaba de publicar un libro, “¡Pandemia! El Covid-19 sacude al mundo”, en el que plantea que esto significa un golpe tipo “Kill Bill” al capitalismo y que hay que inventar una nueva forma de comunismo, no en el sentido soviético, stalinista. ¿Podrá surgir una economía cooperativa cuyo modelo sea internet en la que la creación de valor y la captura de rentas sean diferentes?

—No se puede aventurar. Pero sí es factible dar algunas precisiones sobre el contexto. El capitalismo, como nosotros lo conocemos, en particular a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989, los últimos treinta años fue desenfrenado. Se crearon empresas subnacionales de una magnitud no vista previamente. Si uno se fija en el valor de mercado de las cinco compañías más grandes del mundo, supera el PBI de muchos países. La desigualdad de hoy está al mismo nivel que en los años 20 del siglo pasado.

"El coronavirus puede disparar muchos males. Pero la inflación no será uno de ellos."

—¿Hubo un retroceso?

—Sí. Y en un contexto en el que las expectativas son completamente distintas. El objetivo de la mayoría de la gente en los años 20 era sobrevivir. Hoy en día no es así. Y el desarrollo del capitalismo fue paralelo a una expansión de la democracia. Toda Europa oriental, todo lo que era comunista, se parece a la democracia. La democracia se expandió por todos lados, no solamente en Europa. Antes del coronavirus veíamos que había un cuestionamiento del concepto de lo que se llama la democracia liberal occidental. Surgieron gobiernos populistas en lugares imprevistos. Por ejemplo en Estados Unidos se produce el fenómeno con Donald Trump. Más allá de algún resultado, lo que es evidente es que está destruyendo los fundamentos de la democracia americana, en pie desde hace muchos años. Pasaban cosas increíbles desde el punto de vista del cuestionamiento de la democracia occidental. El cuestionamiento del sistema económico acompaña al cuestionamiento político. Y en ese contexto no hay una base firme donde caer. Antes no se cuestionaba la democracia, todos estábamos convencidos de que era más o menos lo mejor. Pero ahora, economía y democracia son temas que están cuestionándose. Y me gustaría decir un par de cosas al respecto, sin saber dónde vamos a ir a parar. La primera es que el mundo creado en los últimos treinta años puede definirse como amoral. No hay moralidad fuera de la ley. La ley no es moral, la ley cae sobre el individuo: son normas sobre acciones. La moralidad empieza donde la ley termina. En Estados Unidos existe la premisa de que se puede todo lo que no está prohibido. Realmente es así. No hay ninguna limitación sobre algunos excesos, porque no rigen prohibiciones. Todo está basado en el individualismo extremo. No es casual que mucha gente, cuando empezó la peste actual, saliera a comprar armas. ¿Armas? Si uno lo piensa, es increíble. ¿Armas en esta situación? Evidentemente estamos frente a un extremo que refleja una situación mucho más general. Más allá de la epidemia, vamos a tener que volver a una moralidad que tenga un efecto sobre la sociedad. Una moralidad que tenga como espacio el reconocimiento del individuo como parte integral de un conjunto que debe ser tenido en cuenta. Cuando uno hace cualquier acción económica o de producción, debe tener en cuenta su efecto, los efectos subsidiarios, lo que se llama en inglés externalities: las externalidades. Si tomamos como ejemplo un vuelo en avión, podemos verlo mejor. La competencia por el precio hace que muchas compañías se laven las manos sobre otros temas, como los ambientales. Lo mismo pasa cuando vas al supermercado. Te dan una bolsita de plástico. La no reflexión sobre esos temas hace que más tarde retornen. Cuando no hay moralidad social, uno termina diciendo que no le importan las cuestiones básicas. Se termina pensando que no son temas de uno.

—Estuviste en Argentina hace un año y te preguntaban cómo hizo Israel. Vos sos uno de los artífices de que el país lograra pasar de un 500% de inflación a un dígito. En ese momento afirmaste que se debió a una gran cohesión social, a que el gobierno llamó a la oposición, a los empresarios, a los sindicatos. También dijiste que vos no veías en Argentina ese clima de unión necesario. ¿Podrá el coronavirus generar en Argentina la cohesión que se precisa para solucionar la inflación?

—Argentina me produce una desilusión al respecto. Me pregunto cómo puede ser que sea así. Los argentinos somos buenos, somos inteligentes, no es esa la causa ni la explicación. ¿Cómo puede ser que estemos así? El coronavirus sí puede producir ese efecto en la Argentina. Te voy a decir por qué. Porque el coronavirus trasciende a la gente que vive en Buenos Aires. En Inglaterra está enfermo hasta el príncipe Carlos. Hay gente de las elites que están afectadas. Si desgraciadamente se expande va a haber problemas sanitarios que lleguen a todos los sectores. Hay algunos que van a sufrir más, pero todos van a sufrir. Cuando hay paro, todos paran. Ese shock puede generar conciencia de cuán interdependientes somos: te puede contagiar tanto a vos como a tus vecinos. No hay nada que ejemplifique tanto la interdependencia de la sociedad. Y la inflación demuestra que estamos partidos. Lo que uno puede observar es que detrás de la inflación siempre hay un fenómeno político y social. Los gobiernos no pueden lograr controlar la inflación porque no pueden tomar las medidas necesarias para poder hacerlo. Se necesita una estrategia a largo plazo. No es cuestión de bajarla en un momento y luego volver a la conducta anterior. Y para hacerlo a largo plazo se debe pensar en una economía total del país, por encima de intereses partidarios, de los intereses estrechos de cada grupo. Ese es el sistema para controlar la inflación. Se debe empezar a hablar del tema hoy en día en Argentina. Hay que aprovechar este fenómeno tan terrible para hacer una reorientación de las conductas políticas, sociales y económicas. Si logramos sacar conclusiones, Argentina va a poder salir adelante de una manera novedosa respecto a decenas de años previos. 

"La baja de influencia de EE.UU. sobre los demás países, cuando termine la peste, puede ser absoluta."

—¿El coronavirus es una oportunidad, dentro de la desgracia?

—Uno de los factores cruciales para que Israel haya podido sobreponerse a la hiperinflación fue el hecho de que las medidas fueron tomadas por un gobierno de unidad nacional. El mecanismo que hace fallar cada vez a los planes económicos es simple. Si la inflación está entre un 30% y un 50%, hay que tomar medidas que van a doler. Entonces, los políticos las posponen. Piensan que si las aplican el gobierno puede caer. Entonces, se entra en una rueda de la que es imposible salir. Así es como se establece una rueda política y social. Para eso fue importante hacer cambios en las instituciones de gobierno. Lo que ocurrió en Israel fue que se creó una unidad de comando, de jóvenes completamente dedicados al bienestar económico y social del país. Esos programas llevan más de diez años en marcha. Y tienen control muy grande de los presupuestos, a tal punto que los ministros admiten este control, porque ellos saben más que uno. Pero hace falta tener un grupo profesional joven, sin intereses previos, más mucho control de los presupuestos en las partes claves de la política económica de gobierno. Los ministros no salen de esa premisa.

Manuel Trajtenberg, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.

—Mauricio Macri tuvo esta idea de unos “controllers”. Nombró dos vicejefes de Gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, para que los ministros no se salieran del presupuesto. Y no funcionó. El problema antes del método para frenar el gasto es la cohesión social. No hay forma de que alguien pueda hacerlo solo. Sin la cooperación del otro, nadie tendrá éxito.

—Absolutamente. Estoy completamente convencido de eso. En la ida y vuelta de esta parte del mapa político, no se puede llegar a un equilibrio de políticas económicas sanas a largo plazo. Seguí de cerca la gestión Macri y cómo se iba cayendo, y me ponía mal. Lo que incidía allí era la polarización.

"Hay que volver a que el gasto en salud sea del nivel más alto que se pueda."

—Macri fomentó la polarización creyendo que lo mantendría en el gobierno. Los políticos que usan la polarización terminan siendo víctimas de ella. Israel es también una “startup nation”. Muchos afirman que en Israel ese ánimo innovativo venía de las fuerzas armadas. La necesidad de defenderse demandó mucha creatividad. También se afirma que produjo injusticia social porque solo un 10% de la población de Israel gozaba de esos beneficios. ¿Cómo modifica el coronavirus esa idea de “startup nation”?

—Hace años que estoy empezando a ver que el tema de la desigualdad en Israel llegue a la conciencia de los políticos. No se puede negar el hecho del crecimiento económico de Israel, que la macroeconomía creció constantemente en los últimos veinte años, especialmente desde 2002 o 2003. No se puede negar eso. Pero la gran paradoja es que el éxito macroeconómico no se manifestó en un bienestar nítido de la gente en general. Lo que ocurrió es que desde el gobierno se ha ido disminuyendo el rol del Estado en los servicios más importantes: la salud pública, la educación, la vivienda, el transporte. No sucedió en forma absoluta, sino en forma gradual. La gente joven percibe que le cae más en su bolsillo todo ese proceso. Tiene que gastar más para esos servicios, en los que el gobierno redujo su participación. Eso no puede seguir así. Es cierto que tenemos un 10% de la economía del país bajo el concepto de startup nation. Es algo increíble, realmente increíble. Tengo una hija que vive cerca y cuando la visito veo que crece en el contexto de un hogar increíble. Pero pienso que la situación del coronavirus va a tener un efecto. El sistema de salud pública de Israel está organizado de una manera muy buena. Hay muchos países cuyos gobiernos disminuyeron su participación en el gasto de salud en búsqueda del equilibrio fiscal. Entonces faltan camas en los hospitales. El sector privado subió mucho. Eso crea desigualdad. Hay que volver a que el gasto en salud pública sea del nivel más alto que se pueda. Se precisa dar anuncios igualitarios a toda la sociedad. Entre las cosas inevitables está el coronavirus. Lo mejor que podemos hacer es juntarnos, para llevar adelante los cambios necesarios.

"La innovación es también cambiar la manera de conducir empresas y la idea que tenemos del mercado."

—Argentina tiene la mayor cantidad de unicornios de América Latina a pesar de una economía más pequeña que la de Brasil y la de México. Y entre ellas, la única empresa latinoamericana entre las treinta mayores empresas del mundo: Mercado Libre. Macri incentivaba la idea de ser también una “startup nation” con más unicornios. ¿Qué similitudes encontrás en capacidad creativa en el área tecnológica entre Argentina e Israel?

—Para que se creen muchas startups, que haya mucha expansión, hacen falta un montón de elementos que permitan que se establezca un ecosistema. Por ejemplo, hacen falta universidades muy buenas que puedan crear el talento para eso. Hace falta que haya una economía fluida. Pero también se necesita que un foco capaz, con conocimiento tecnológico, se pregunte a sí mismo que la respuesta de la sociedad sea crear startups. Y no permanecer en la economía vieja, que no haya monopolios, que no se creen barreras a la competencia.

"Seguí de cerca la gestión de Macri. Me ponía mal ver cómo la polarización hacía que cayera la economía."

—Que exista ánimo emprendedor.

—El ánimo emprendedor positivo es la innovación. El alma emprendedora negativa lleva a explotar monopolios. En todo tipo de competencia nunca se acaba el ánimo negativo. El gobierno y la sociedad pueden tratar de favorecer uno y desfavorecer otro. Eso es fundamental. Asesoré a gobiernos en varias partes del mundo que creen que todo lo que tienen que hacer para empezar a ser como Israel o California es dar dinero para la investigación y el desarrollo Y esa es una parte chiquita del lazo. Hay que cerrar los canales negativos.

Manuel Trajtenberg, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.

—¿Los “canales negativos” son la tendencia de los monopolios a impedir la innovación?

—La innovación no se limita a la creatividad. Es algo diferente. Innovación significa que la fórmula de conducir empresas cambia, que los mercados cambian. No puede ser que los monopolios tengan un control muy grande de la economía. Por definición, todo monopolio no quiere cambios. El monopolio desea seguir siendo un monopolio. Cuando surge una fuerza nueva, amenaza a los monopolios. Y tratan de reprimir lo nuevo. Hay mucha literatura económica al respecto. La innovación es algo que generalmente surge por fuera y no dentro de las organizaciones. Vos preguntabas antes sobre el fenómeno de jóvenes acá en Israel que sirven en el ejército y después abren su startup. No se trata del ejército en general, sino de que es algo que sucede con el servicio de inteligencia, que acá es multitecnológico. Mi hija mayor entró al ejército a los 18 años. Era muy buena en matemáticas. Con ese antecedente le dijeron: “Sos buena en matemática… tenemos un pequeño problemita: sucede que Irán nos quiere destruir. Quiere destruirte a vos también y a tu familia. Elaborá las sugerencias que quieras y tratá de ver qué planea”. Lo caricaturizo, pero es bastante así. Contrariamente a lo que se piensa, esa estructura militar no es jerárquica. Ese tipo de incubación, de jóvenes con capacidad de innovación, puede ocurrir no solamente en el ejército. Se puede dar en otros contextos. No es algo exclusivo del ejército de Israel. Tampoco es una casualidad.

"Antes Estados Unidos era el que ayudaba ante una crisis humanitaria. Ahora, con el coronavirus, es China."

—¿En Argentina está esa inteligencia individual pero falta el contexto para desarrollarla, como sí existe en Israel?

—El talento existe, sin duda. Ninguna duda. Tengo amigos ahí, estoy al día. Además, incide un aspecto cultural, Un ejemplo podríamos encontrarlo partiendo de personajes como Patoruzito e Isidorito, ¿siguen vigentes?

"La globalización es el flujo permanente, que va subiendo, de todo: de productos, de servicios, de dinero."

Las nuevas generaciones no los conocen. Pero expliquemos diciendo que son personajes de historietas.

—Isidorito es el canchero. Sabe hacer las cosas, pero no por derecha. En mi colegio me señalaban que era un buen alumno. Pero que lo era “porque estudiaba”. El asunto era poder tener buenas notas sin estudiar. Ante esa concepción, es muy difícil que se creen los elementos para desarrollar el talento en sí.

"Se tomaron medidas inconcebibles en cualquier otra circunstancia."

Algo distinto sucede con los argentinos en Israel: el mayor inversor extranjero allí actualmente es un argentino, Eduardo Elsztain, el dueño de IRSA. Vos, ministro y el economista más respetado del país. ¿Desaparece al llegar ese síndrome de Isidorito?

—La sociedad israelí no lo permite. Entendés que para tener éxito necesitás trabajar duro y seguir el camino recto. Llegué acá y fui a estudiar a una universidad en Jerusalén. Fue un shock. Ahí se estudiaba, ahí te daban vuelta, era muy rígido el asunto. Yo venía de Córdoba y fue un gran cambio. Quizás ahora sea menos rígido. Fue aun mayor el choque cuando llegué a Harvard. Entonces, cuando el talento natural se enfrenta con un sistema que no banca a los Isidoritos, emerge la capacidad. Tengo una fe enorme en los argentinos como gente, su capacidad, su inteligencia. Contamos con una cualidad fantástica, que puede ser usada para solucionar problemas sociales.

"Previamente a la crisis del coronavirus"

—¿El coronavirus podría ser el partero del cambio: pasar de ese síndrome de Isidorito a la comprensión de que no hay forma de salida sin el otro?

—Sí, pero no es un mecanismo automático. Es algo que deberá convertirse en un tema de diálogo social. No solamente cuántos afectados hay, cuántos contagiados hay, cuántos muertos hay desgraciadamente, sino cómo nosotros como sociedad vamos a aprovechar esto para poder llegar a un futuro mejor. Pero eso no ocurre si no entra en esta conversación pública o en la de los medios de difusión, la televisión, los diarios. Hay muchos gobiernos que utilizan el coronavirus para asustar, para reprimir. Es mucho más fácil hacerlo que intentar salir como héroes. Es una solución muy peligrosa, que puede ir para un lado u otro. Ustedes, desde los medios, pueden también aprovechar la oportunidad para insistir en que abandonemos ese síndrome de Isidorito.