PERIODISMO PURO
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Jorge Ignacio García Cuerva: “A Bergoglio no lo dejamos ser Francisco”

A los 49 años se convirtió en obispo y, a los 55, en el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina. Estudió filosofía, teología y derecho canónico, se transformó en abogado luego de ejercer la pastoral carcelaria y ser capellán en varios centros penitenciarios de la provincia de Buenos Aires; pero desde que recibió su ordenación sacerdotal en 1997, dedicó su vida a los pobres, principalmente en La Cava y el Talar de Pacheco.

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Jorge Ignacio García Cuerva en la entrevista con Jorge Fontevecchia | MARCELO DUBINI

—Hubo algo de revuelo cuando fuiste nombrado por el Papa, arzobispo porteño, el mismo cargo que desempeñaba él. Se te acusó de peronista, de kirchnerista. ¿Por qué creés que causó tanta polémica? 

—En la Misa en la Parroquia Nuestra Señora del Pilar, leíamos el Evangelio; justamente Jesús les pregunta a los discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del Hombre? ¿Quién dicen que es?”. Los discípulos responden: “Algunos dicen que sos Juan el Bautista, otros Elías o alguno de los profetas”. Después Jesús les pregunta: “¿Ustedes quién dicen que soy?”. Allí Pedro dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Seguramente Pedro sabe quién es Jesús porque venía compartiendo con él toda su vida, venía compartiendo las mesas, los momentos de oración, habrá sido testigo de los milagros de Jesús. De hecho, él fue también llamado directamente desde la orilla del agua a ser pescador de hombres. Creo que el conocimiento profundo de Jesús se lo daba el estar con él todos los días. Creo que de algún modo, cuando uno no tiene un conocimiento de otra persona más que lo que se pueda reducir a una foto o a un video editado, hace que uno tenga una mirada parcial sobre la otra persona. En esos días álgidos, alguien me dijo: “Tus viejos, tus hermanos, tus amigos de la vida, las comunidades donde fuiste párroco 20 años y la diócesis donde estuviste casi cinco años, sabemos quién sos, eso es lo importante”. Yo entiendo que la vida de nadie es una instantánea, una foto. La vida de todos es una película con final abierto. Así que yo lo que les pido a todos es que nos demos la posibilidad de conocernos. Al mismo tiempo, creo que tiene que ver también con las reacciones que estamos ya acostumbrados que haya hacia el papa Francisco. Entonces, indirectamente, también había como una molestia para con él. Pero insisto, creo que lo importante es conocer a las personas. Creo que, como digo, la vida de cualquiera de nosotros es una película con final abierto, y como me dijo Francisco en esos días: “Dios es más grande, no pierdas la paz y no pierdas el buen humor”. Es lo que traté de aplicar. 

—¿Quién es Jorge Ignacio García Cuerva? 

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—Como digo siempre, creo me definen los vínculos. Primero soy hijo, tengo mis viejos que gracias a Dios están cerca. Soy el mayor de cinco hermanos. He tenido a mis abuelos hasta muy grande, hasta los 29 años tuve a los cuatro abuelos. Por eso a la gente le llama la atención que en las prédicas, en las homilías, refiero mucho a anécdotas con mis abuelos, todos ellos porteños, vivían en Belgrano los maternos, y en Caballito, y después en Boedo, mis abuelos paternos. Muy amiguero. Soy un agradecido a la vida por los amigos que tengo desde el secundario, la facultad, amigos curas, amigos de la vida que me fui haciendo en los años. Me entiendo siempre en relación con los vínculos. Soy un tipo muy transparente. Soy una persona que dice lo que piensa; a veces dicen que no es tan prudente o tan bueno hacerlo. Muy sensible. Yo sé disfrutar de reírme y también, a veces, de emocionarme fuerte. No quiero tampoco quitarle otro aspecto de lo que puedo ser, que es ser un tipo racional. Me gusta el estudio; la parte intelectual no dejo de cultivarla. También estaría bueno preguntarles a otros quién es Jorge.

—Vamos a tratar en esta entrevista de entender quién es Jorge. 

—Sí, me quiero definir desde los vínculos, y por supuesto, siendo un hombre de fe, soy un agradecido a Dios, primero porque me pensó, me creó y porque me regala la oportunidad de disfrutar de esta vida, que más allá de la cantidad de cosas difíciles que tiene, tiene un montón de cosas lindas. Así que soy un agradecido a Dios, que me llamó y desde mi pobreza…, como dice Pedro en la lectura: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Bueno, acá hay un pecador que se anima tímidamente a decirle al Señor que sí y a seguirlo. 

“Pido a todos que nos demos la posibilidad de conocernos. La vulnerabilidad es esencial a los seres humanos”

—Al asumir la arquidiócesis porteña, llamaste a evitar la profundización de la grieta que vos preferís llamar herida, porque duele y sangra en las entrañas del pueblo, pediste especialmente trabajar para que haya un lugar para todos. Pasó un mes y medio. ¿Cómo ves al país, la economía, la política?

—Esa idea que yo transmití en la primera homilía, esta idea de que a la grieta prefiero llamarla herida, en realidad, tiene que ver con que en la casa en la que yo vivía en la villa La Cava, en San Isidro, teníamos en el patio una grieta, pero hay un tema de cimientos, las napas están muy arriba, y por lo tanto, la tierra es de moverse. En varias ocasiones quisimos arreglarla. Esto era cómo cerrarla, cada albañil o vecino tenía una receta, y siempre uno se daba cuenta de que la grieta se volvía a abrir o que nada era solución. Cuando pienso en las heridas, creo que todos tenemos la experiencia, por lo menos físicamente, de que las heridas en algún momento pueden cicatrizar. Si son bien tratadas y bien limpiadas, las heridas pueden cicatrizar. Con lo cual, yo tengo la esperanza de que esta herida que duele en las entrañas de nuestro pueblo pueda cicatrizar y en algún momento ser parte de nuestra historia. Por eso prefiero llamarla herida. Releyendo un texto de Enrique Shaw, siervo de Dios, empresario católico, él hablaba en la década del 60 de la figura de la cortina. No habla ni de herida ni de grieta, él hablaba de la cortina que nos separa. Claramente, no es que en un mes haya resuelto nada de esto, pero sí creo que tenemos que tomar conciencia de que por lo menos nuestro pueblo expresó su cansancio y su hartazgo, en 2001 lo hizo con las ollas en la calle, ahora lo hizo con su respuesta electoral y, entre otras cosas, la gente está cansada de la grieta, está cansada del enfrentamiento. No puede ser que ya casi culturalmente hemos aceptado que nos reunimos y no podemos hablar ni de política, ni de religión, ni de fútbol. Es decir, no sabemos aceptar la opinión del otro. Monseñor Romero, un santo al que yo le tengo mucha devoción, un obispo salvadoreño asesinado en 1980, decía que cuando uno va a dialogar con otro, tiene que ir con su propia pobreza. Son dos pobres que se encuentran y que entre los dos buscarán el camino de la verdad. Si yo voy como dueño de la verdad, voy creyendo que tengo la posta, evidentemente cada uno volverá a salir después de ese encuentro como llegó. En ese sentido, tenemos mucho que aprender.

“Hoy tengo una responsabilidad muy grande que quiero asumirla con humildad, con mucha alegría, con mucha libertad”

—Mencionaste a Enrique Shaw, se cumplieron 61 años de su fallecimiento. Francisco siempre abogó por su reconocimiento en todos los planos. ¿Demuestra esto que es una contradicción considerar a la Iglesia católica, y a Francisco en particular, contrarios a los empresarios, al capitalismo, aquella idea de que es más difícil que un rico entre al Reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja?

—En realidad, me parece que sí, porque claramente lo que demuestra la figura de Enrique Shaw es de un cristiano comprometido y absolutamente coherente, que intentó vivir su fe en donde le tocó, siendo él un empresario y, por lo tanto, llevando a fondo las consecuencias del Evangelio y los principios de la doctrina social de la Iglesia. Se preocupó de sus obreros, quiso ser amigo de sus obreros, como monseñor de Derisi dijo en su funeral. Hay una cosa muy simbólica, pero al mismo tiempo muy expresiva, en sus últimos días necesitaba donantes de sangre y sus obreros fueron a donar, por eso se dice fue un empresario católico con sangre obrera. En realidad, lo que entendió era que había que buscar el bien común, y la idea es que seamos no todos cada vez más pobres, sino que vivamos en una sociedad justa, en la que lógicamente algunos tienen más recursos para compartir o invertir, y otros, fundamentalmente se desarrollan desde el trabajo, porque estamos hablando de sus obreros que trabajaban en sus empresas, en sus fábricas y que, por supuesto, se sentían también comprometidos en el éxito del resultado de ese trabajo. 

—Hace unos días, en una misa que celebraste en la Plaza de la Constitución, advertiste sobre “algunos mensajes que asustan”, expresaste tu deseo de que los derechos sociales sean cada vez más. ¿Te preocupa que varios de los candidatos planteen una reducción de derechos en lugar de una ampliación? 

—Quisiera poner el contexto en el que dije esto; cualquiera que hoy recorre en la Ciudad de Buenos Aires la zona de Constitución en cualquier hora del día, pero mucho más hacia el atardecer o la noche, sabe que nos estamos encontrando con lo que comúnmente decimos tierra de nadie. Muchísimo narcotráfico, mucha oferta sexual, muchísima gente en situación de calle, que es una manera elegante de decir gente que la está pariendo en la calle, porque realmente nadie puede vivir dignamente en la calle. Me parece que es el rostro de la Argentina que nos duele sin maquillaje, eso es Constitución, como seguramente un montón de otros lugares en la Ciudad, en el Conurbano y a lo largo y ancho del país. Allí me sentía, casi diría, en la obligación de decir: “Hermanos, hay tantos que la están pasando mal, hay tantos hermanos vulnerables, hay tantos hermanos que están sufriendo”. Con profundo dolor dije: “Por Dios, defendamos los derechos de los más pobres”. Pensemos en todos estos hermanos que alguna vez decía el documento de Aparecida, en el que el cardenal Bergoglio sabemos que tuvo mucha participación. Ese documento de los obispos en el año 2007, hermanos que son descartables y desechables, ya no solamente explotados, sino descartables y desechables. También tenemos que saber que son hermanos nuestros. No nos puede dar lo mismo que mueran, que no mueran, que tengan derechos, que no tengan derechos. Creo que para los que tratamos de estar cerca de la vida, de la realidad concreta, los que tomamos un colectivo o un subte, que tenemos vínculos con la gente, que no nos rodeamos de aplaudidores o de una corte, sabemos que nuestros hermanos más pobres tienen nombre y apellido. Para mí no son una cifra, no son un 42% de pobreza, son mucho más que eso. Cuando se habla de la reducción de derechos sociales o de los más pobres en términos solamente de cifras económicas, a mí me duele en el corazón, porque enseguida se me cruzan personas que he conocido a lo largo de mi vida, o estos últimos casos, de la misa de Constitución. Y uno dice, hermano, creo que tenemos que aprender a tener una expresión de Francisco: “Los pies en el barro y las manos en la carne del hermano que sufre”.

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ARZOBISPO PORTEÑO. “No podemos, más allá de las generaciones políticas que haya vivido cada uno de nosotros, desvirtuar lo que significa en sí mismo la política”. (FOTO MARCELO DUBINI)

—Dijiste: “Cuenten conmigo para lograr una presencia inteligente del Estado en favor de los sectores más vulnerables y más excluidos” en tu homilía más política. ¿Cuál es tu visión del rol del Estado y de la política? 

—Yo creo que el Estado es importante que exista, porque justamente tiene que ver con el garantizar los derechos de los sectores más vulnerables, porque, si no, sería una tierra de nadie. El hombre es el lobo del hombre, y tenemos que advertirnos de esto. Al mismo tiempo, creo que la política, tal cual lo planteaba Pío XI y Francisco después lo ha rescatado, es la expresión más alta de la caridad. Yo creo en la política como el poder transformador de la vida de la gente, esto me parece que es así y que no podemos, más allá de las generaciones políticas que haya vivido cada uno de nosotros, desvirtuar lo que significa en sí mismo la política. Ahora, entiendo que tiene que haber una presencia inteligente y por eso decía así en aquella homilía, del Estado en los barrios. Qué quiere decir una presencia inteligente. Primero, que conozcan la realidad, que puedan, como decimos vulgarmente, patear los barrios, que sepan cuál es la demanda de la gente, que sepan que muchas veces la misma organización de la gente frente a las necesidades que tienen es lo que tiene que ser rescatado por el Estado y los gobiernos para replicar. A veces, lo que necesita la gente no son ideas nuevas, porque las ideas la gente las tiene, sino que lo que necesita es la estructura, los fondos o los recursos para poder llevar adelante sus políticas; eso es presencia inteligente. Es el Estado que se acerca con humildad a escuchar, es el Estado que se acerca con humildad a conocer. En ese sentido, creo que en los barrios la Iglesia, tiene una presencia capilar, la Iglesia católica, otras iglesias también, otras organizaciones. Podemos ser muchas veces el interlocutor para que el Estado llegue al barrio.

“Podemos tener Estado presente, que lleva sus propias recetas, pero no tienen que ver con la demanda de la gente”

—Estado presente, para ponerlo en términos concretos.

—Estado presente e inteligente, porque podemos tener Estado presente, que lleva sus propias recetas, pero que no tienen que ver con la demanda de la gente. Alguna vez se generó lo que se llamaba el Estado en tu barrio, una política que se aplicó en el gobierno de la provincia de Buenos Aires y tenía ideas muy buenas, pero nos dimos cuenta en el transcurso de la experiencia, de que para que los vecinos se pudiesen acercar a ese tipo de iniciativas era necesario primero reunirse con los vecinos y escuchar lo que necesitaban, para que entonces este proyecto de Estado presente fuese también Estado inteligente. 

—Además de ser arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires, sos el primado de Argentina, tenés un grado de primacía sobre los demás obispos del territorio nacional. ¿Qué te pasó cuando te enteraste de que fuiste nombrado, y a una edad bastante joven, para ese cargo?

—El 15 de mayo, día de San Isidro Labrador, para mí es significativa la fecha, porque yo me formé en el seminario y fui miembro del clero de San Isidro durante 20 años, me llama el nuncio apostólico, que es el embajador del Papa en la Argentina, y me dice: “¿Usted está en Buenos Aires?”. “No –le digo–, estoy en Río Gallegos”.  Y él respondió: “Necesito que viaje; tengo algo muy importante que decirle”. Uno enseguida sigue teniendo esa mente adolescente y dice: “Qué macana me mandé, algo debo haber hecho”. Viajé al día siguiente a Buenos Aires, se imaginan lo que me salió el pasaje, son muy caros. 

“El encuentro con la persona de Jesús es lo que nos tiene que movilizar, lo que nos tiene que apasionar”

—De un día para otro, más.

—De un día para el otro; de Río Gallegos a Buenos Aires son tres horas de viaje. Así que tuve tiempo para pensar cuál era la macana que me había mandado, pero no la encontraba. Mis padres viven en Florida, en Vicente López; me tomé el 130, me bajé unos minutos antes, caminé por la zona de la Nunciatura, pasé por mi colegio primario, comúnmente conocido como Colegio Cinco Esquinas, la escuela número uno es Domingo Faustino Sarmiento, y allí fue cuando... Cuento esto porque fue como volver a mis primeros pasos, a mi infancia, y dije: “Evidentemente algo importante me van a decir”. Y quizá como un niño confiado, toqué el timbre de la Nunciatura y el nuncio me dijo que el Papa me había nombrado arzobispo de Buenos Aires. Me emocioné mucho y me puse a llorar. Como les decía antes, soy medio llorón, y me dice si quería pensarlo, y dije que no, que siempre a la Iglesia todas las propuestas que a mí me había hecho le había dicho que sí, así que volvía a apostar, que les agradecía mucho al Santo Padre y a la Iglesia. Ahí me acordé de esta escena que comentaba, cuando a Pedro lo elige Jesús para ser pescador de hombres, y le dice a orillas del lago: “Tú sígueme”. Pedro responde: “Aléjate de mí, que soy un pecador”. Jesús sabe mi fragilidades, sabe que soy vulnerable, siempre digo que la vulnerabilidad es esencial a los seres humanos, está bueno recordar que somos todos frágiles, todos heridos, porque es el modo de pensar que si yo ando por la vida tratando de curar mis heridas, seguramente el otro también está tratando de curar sus heridas por la vida, y nos vamos a tratar mejor entre nosotros. Salí de la Nunciatura y dije, para dónde camino, había un sacerdote muy amigo que me estaba esperando a unas cuadras, me desahogué con él. 

—Tenés 55 años, o sea que pudieras estar en tu cargo veinte años, hasta los 75, normalmente no es una edad para ser el primado y arzobispo de Buenos Aires. ¿Cómo imaginás tu vida en los veinte años en ese cargo? 

—Lo primero que pensaba era algo que recordé el otro día en un encuentro. Hay un dicho popular que dice: “La pipa deforma la boca”, que quiere decir cuidado con acostumbrarse mucho porque uno puede enquistarse y desvirtuar un poco la misión. Sinceramente, lo que primero pediría es que todos los días me sorprenda la vida. A Francisco le gusta hablar del Dios de las sorpresas, que sean veinte años en los que Dios me sorprenda. Tampoco que haga de mi tiempo como arzobispo una montaña rusa, porque sería difícil de sostener, pero sí que pensando proyectos pastorales, líneas pastorales, el encuentro con la gente, este Dios vivo, este Dios que es novedad, como también decía monseñor Romero, me sorprenda. Justamente para que no me achanche, para que no me gane la fiaca espiritual, que no me quede aferrado al sillón o al puesto. Que todos los días recuerde que el poder es servicio y que estoy prestando un servicio a la Iglesia. Siempre les digo a mis amigos, a mi familia y a la gente de la parroquia en la que estuve: “Ustedes me conocieron como hijo, como vecino, como hermano; no permitan que me traicione, que me transforme en algo que el Papa advierte a los obispos, y es en un príncipe de la Iglesia. Yo soy Jorge, soy hermano, soy vecino. Hoy tengo una responsabilidad muy grande que quiero asumirla con humildad, con mucha alegría, con mucha libertad. Pero insisto, que a lo largo de los veinte años Dios me siga sorprendiendo para que el día que me toque dejar el lugar de arzobispo a otro diga, “todo bien, ya está”. Yo fui un párroco muy feliz, entonces sueño con que quizás a los 75 años pueda estar mis últimos años con gente de una parroquia de barrio. 

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PASTORAL CARCELARIA. “Sueño con que alguna vez la humanidad pueda generar algo que sea superador para resolver la cuestión del delito y de la violencia”. (FOTO MARCELO DUBINI)

—Otros veinte más, como el padre Dri. 

—Como el padre Dri.

—Que quiso volver a la parroquia. 

—Sí, el padre Dri para mí es un abuelo que me ha sostenido muchísimo, en todos los momentos.

—¿Es tu confesor también?

—Sí, siempre le hago el chiste: “Yo te conozco cuando no eras cardenal y cuando no eras importante”. Yo me confieso con el padre Dri, hace muchos años; fue a una de las primeras personas que le conté cuando el Papa me había nombrado obispo. Es muy gracioso porque yo había ido a verlo un par de días antes, en el año 2017, entonces, el día que me nombran obispo yo me quedo como muy angustiado o preocupado. El sacerdote que vivía conmigo en La Cava se da cuenta, y me pregunta qué me pasaba; entonces le cuento: “Me nombraron obispo, estoy angustiado, no sé, es algo nuevo, algo que no lo pensé. Estoy pensando que me voy a tener que ir del barrio, cómo le explico a la gente de La Cava después de tantos años que volví, que me voy”. Uno se siente medio indispensable y que en realidad no lo somos. Y me dice: “Andá a verlo al padre Luis”. Entonces me fui a Pompeya, y Luis, por la puerta de vidrio, me ve y se nota que se queda como inquieto, porque a la persona que está le dice: “Me están esperando”. Entonces cuando hace eso, me hace entrar y me dice: “¿Qué pasa, por qué volviste, qué pecado cometiste?”. Me había confesado hacía 24 horas. Digo: “No, el Papa me nombró obispo”. Luis apoya su cabeza contra la pared. Yo dije: “Chau, se murió”; y no, se sorprendió. Ahí me contó una anécdota que puede resultar graciosa, pero para mí en ese momento fue muy importante. Me dice: “Vamos a pedirle a la Virgen”. 

“A Messi lo hemos puesto en la trituradora de carne, hasta que nos demostró que era buen jugador de fútbol”

—El tenía 91 en ese momento. 

—Sí, 91 años. Me dice: “Vamos a pedirle a la Virgen que te regale un signo sensible para que te des cuenta de que esto es de Dios, y que te devuelva la paz”. Y me fui. A la noche yo tenía reunión con la gente de la comunidad de La Cava, estábamos preparando con la liturgia, lo que era la celebración del Adviento y de la Navidad. Llega una chica con una bolsa con verduras que había comprado y se disculpa por llegar tarde, tuvo que comprar verdura porque su marido no sé qué quería comer esa noche. Cuando termina la reunión, como era en el colegio y todas las luces estaban apagadas, salvo la sala en la que estábamos reunidos, les digo que yo me adelanto para ir prendiendo luces y que nadie se tropiece. Las mujeres que estaban reunidas sacan de la bolsa, esto me doy cuenta después, una hoja de repollo morada y me la ponen en la cabeza. Me dicen: “Jorge, mirá si sos obispo, qué lindo te va a quedar el gorrito”. Yo ahí me acordé del signo sensible que el padre Luis le pedía a la Virgen. Pudo haber sido una casualidad, no lo sé, a mí me quedó como el signo sencillo, si quieren el signo hasta bizarro, como fue siempre mi ministerio pastoral, en el sentido de que he podido descubrir la presencia de Dios en las cosas más insólitas. No me animé a decirles que me regalen la hoja de repollo, porque les iba a anticipar la noticia que les podía dar recién a los diez días, pero sentí que era algo muy de la Virgen. Enseguida lo llamé al padre Luis y se lo conté. Después, con el padre Luis seguimos en un vínculo, yo me iba a Río Gallegos y lo llamaba, o nos encontrábamos cuando yo venía. Ahora ya pasó a ser superfamoso, ya lo era porque es un gran confesor, un gran sacerdote, una gran persona, pero cuando el Papa lo nombró cardenal…

“La gente está cansada de la grieta y del enfrentamiento. No sabemos aceptar la opinión del otro”

—El Papa nombró cardenal a un párroco de 96 años; vos fuiste obispo a los 49 y primado a los 55. ¿Cómo era hace cinco o seis años ese párroco de La Cava? 

—Me emociona porque es volver sobre una etapa muy hermosa.

—¿Esa cruz que tenés está hecha con madera de La Cava? 

—No, acá hay una medalla de la Virgen de Pompeya. Adentro hay como un relicario que tiene tierra de la cancha de fútbol de La Cava, como diciendo que siempre los tengo acá en mi corazón. Yo había sido vicario parroquial en La Cava, es como el vice, está el párroco y el vice. Estaba con el padre Aníbal Filippini, y en 2005, monseñor Casaretto me nombra párroco en el barrio Almirante Brown y San Pablo, en Talar, una parte de Tigre del otro lado de la Panamericana, con sectores más pobres, en el límite con el partido de Malvinas Argentinas, detrás de Don Torcuato sería más o menos. Allí fui párroco durante ocho años, trabajamos una consigna que para mí es la clave de lo que es la reforma de la Iglesia, que es “la parroquia es el barrio”. La parroquia no es el templo, no somos los que nos juntamos a celebrar la fe solamente en la Eucaristía dominical, sino que la parroquia es el barrio, es cómo acompañar la vida de la gente en el uno a uno. Ser callejeros de la fe, diría yo, o en términos de Francisco, “la Iglesia en salida”. En agosto de 2013 me llama monseñor Ojea y me pregunta si aceptaba volver de párroco a La Cava, con lo cual para mí era volver a mi primer amor. De hecho, la gente colgó un pasacalle que creo que todavía lo guardo, dice: “De vuelta a casa”. Para mí fue la mejor síntesis. Cuando volví, estábamos todos un poco más viejos, pero disfruté tanto esos años.

 “Así como existe el concepto de justicia social, me gusta hablar de misericordia social”

—¿Entre vice y párroco, cuántos años de La Cava? 

—Fueron doce, trece. Cuando volví dijimos: “Ahora Jorge se queda acá para siempre”. Pensé, ya está, soy párroco acá, me gusta, me va bien, ustedes están contentos y vamos adelante. De hecho, cumplí veinte años de cura el 24 de octubre de 2017, lo fui a ver al padre Luis y le dije: “Soy el sacerdote más feliz del mundo”. Él me contestó: “No, el más feliz soy yo, vos sos el vicefeliz”. Bueno, está bien, me conformo. El viejo sabía por qué decía eso, yo soy vicefeliz. Y a los pocos días me llaman de la Nunciatura para decirme que me habían hecho obispo. Con lo cual digo, ese Jorge sigue estando, uno de los elogios más lindos que me pueden decir…, cuando había gente que vino del barrio Almirante Brown, de allá de El Talar, que estuvieron en El Pilar, se enteraron y vinieron a verme. Dicen: “Jorge sos el mismo, un poco más canoso, ahora usás el gorro ese, pero hablás en fácil, nos contás cosas, y seguís teniendo la misma sonrisa”. Son mis maestros, los pobres han sido mis mejores maestros en la vida; por lo tanto, hoy para mí es muy importante escucharlos. 

—Vos le trajiste al padre Dri algo del Vaticano. Contanos un poco esa historia. 

—Esa historia, otra anécdota. Ahora lo estoy pensando y estoy relacionándolo con aquella hoja de repollo morada.

—Querías ver si era otra evidencia sensible. 

—Cuando yo fui a buscar el palio, que es este símbolo que usan los arzobispos, que tiene que ver con este símbolo del pastor en comunión con la figura de Pedro, con el Papa. Cuando me voy, el Papa me dice: “Llevale este sobre al padre Luis”, y me da un sobre escrito a mano por él. Yo siento que adentro hay como si fuera un trapo y pensé, será un pañuelo. En un momento dije, será alguna reliquia de algún santo que quiere el Papa regalarle a Dri, no sé. Me dice: “No hay apuro”. El día que sale el nombramiento del padre Luis, esto fue un domingo, el Papa me llama y me dice: “¿Cuando le llevás el sobre al padre Luis?”. Le respondo: “Voy el martes, porque todavía estoy en Río Gallegos, viajo el martes a Buenos Aires”, y me dice: “Cuando vayas, que lo abra, lo que le estoy mandando es un solideo rojo, que es el símbolo del cardenal y ponele el gorrito, el solideo rojo”. Así que cuando llegué a Buenos Aires y lo fui a ver al padre Luis, le puse el gorrito rojo, el solideo rojo en la cabeza. Así que ahora estoy uniendo... 

“Los pobres han sido mis mejores maestros en la vida; por lo tanto, para mí es muy importante escucharlos”

—¿Cuál es el mensaje de hacer a un párroco cardenal a los 96 años?

—En realidad, un mensaje para la Iglesia. Básicamente, en primer lugar, para los curas. Un hombre sencillo como Luis, un hombre pastor, que encarna la misericordia de Dios. Como dice el Papa Francisco: “Dios es más grande que todos nuestros pecados, su amor es mucho más grande”. Por eso el Papa nos propone hacer la revolución de la ternura, y Luis, con sus 96 años, con sus achaques, hace la revolución de la ternura. Sus abrazos son los abrazos de Dios; lo he experimentado en mi propia vida. Un hombre que tiene capacidad de escucha en un mundo en el que todos hablamos y nos queremos imponer, él escucha. Un hombre que tiene la sabiduría que le dan los años y que le ha dado la vida. Al mismo tiempo, un hombre que tiene un corazón de niño, Luis se sabe reír, disfruta de las anécdotas que uno le cuenta, un hombre que no es ni quejoso ni apesadumbrado. Ha tenido enfermedades, y las tiene, y debe ser difícil sobrellevar la carrocería de 96 años. Pero le digo: “¿Cómo estás?”. “Cada vez mejor”, me contesta. En ese sentido, nos muestra el mensaje, es un pastor. En segundo lugar, intento reflexionar, así como existe el concepto de justicia social, me gusta hablar de misericordia social. Creo que nos debemos dar entre los hombres y mujeres otra oportunidad. Poder tratarnos bien, reconciliarnos, sanar las heridas que llevamos en el corazón y en el alma y que tenemos como sociedad. Algunos me lo van a escuchar muchas veces, cuando yo tenía veintipico de años, en un accidente doméstico, me corté la pierna quince centímetros y cinco para adentro, me cosieron, pero al mes no podía caminar, estaba con muletas, entonces tuve que que ir al hospital a ver qué pasaba. El médico me tuvo que abrir la herida y había un montón de sangre coagulada y me dijo: “Esta herida no drenó”. Me limpió la herida y me dijo: “No la puedo volver a cerrar, no puedo volver a coser”. Entonces le pregunté: “¿Y cómo va a cicatrizar esto?”. Me dijo: “Todos los días lavás la herida y le pones azúcar”. Así fue. Hoy me veo la herida, ya no es herida, es cicatriz, no me duele, y cerró bien. El secreto, el azúcar. Entiendo que las heridas sociales y las heridas del alma no se curan con azúcar, pero sí con dulzura, con ternura, con buen trato. Y en ese sentido, creo que el padre Luis es un paradigma de todo esto que hablamos. El Papa en el año 2015 convocó al Año de la Misericordia, e insiste con esto, hacer de esto de la misericordia ya no solamente algo entre las personas, misericordia tiene que ver con que la miseria del otro conmueve mi corazón, del mismo modo que la miseria de los seres humanos conmueve el corazón de Dios, y tanto lo conmueve que nos entrega a su Hijo en la cruz por amor. 

—¿Cómo viene tu amor por la religión, lo heredaste de una familia creyente?

—Mis abuelos, los cuatro, eran muy creyentes. Siempre cuento la anécdota que cuando teníamos algún pariente, alguno de ellos o mi papá incluso, internados en el hospital de Fuerza Aérea en Pompeya, como hacíamos mucho lío y corríamos por los pasillos…

—Tu papá, odontólogo militar. 

—Odontólogo de Fuerza Aérea, comodoro retirado. Él tuvo problemas de salud, problemas cardíacos, incluso desde joven. Entonces, cuando estaba internado mi papá o alguno de nosotros en el hospital, hacíamos mucho lío. Hay un lugar para correr, eran esos pasillos que nos resultaban gigantes. Decían: “Saquen estos chicos de acá”; entonces, nos llevaban a la avenida Sáenz y nos metían dentro del Santuario de Pompeya. Ahí uno ve la Iglesia, grande, ahí surge un poco mi devoción a la Virgen de Pompeya. Mi madre, también una mujer de mucha fe, nos llevó desde chicos a misa y a catequesis en Florida. Yo ahí tomé mi primera comunión, mi confirmación y después, en general, no tuve experiencia parroquial, más que recibir los sacramentos, haber sido monaguillo. Esta fe que me quedó, realmente heredada de mis antepasados, no tanto de mi padre. Pero después se despierta estando en primer año de la facultad, me invitan a hacer un retiro espiritual, y tanto me insistían que por vergüenza dije, dale, voy y listo, porque ya me daba vergüenza. 

—¿Primer año de qué facultad?

—En la Universidad de Buenos Aires, estudiaba Derecho. Estudié en el colegio San Román, en Belgrano, ahí hice mi secundario. Cuando termino el secundario en el Colegio San Román, entro a la facultad y durante ese primer año, estudiando Derecho, un amigo me invita a hacer un retiro espiritual, lo hago. Me acuerdo siempre una imagen de uno de los que dieron la charla, son estos retiros de impacto, se llamaban ‘jornadas’, que toma un pan, el que da la charla, parte el pan y empieza como a tirar sobre las mesas los pedazos, y dice: “Hay mucha hambre en el mundo; ustedes tienen el pan de vida que han conocido la persona de Jesús, denlo a conocer”. Eso a mí me quedó en la cabeza. Salí del retiro y empecé a trabajar acompañado por un cura que había conocido en el retiro, en un barrio que se llamaba Villa Garrote y Villa el Palito en Tigre, e iba de catequista. Villa Garrote existe todavía, Villa Palito no, porque pasó después el Tren de la Costa. Igual me reencontré con esas familias en El Talar porque los habían mandado a vivir allá, como dice mi abuela, el mundo es un pañuelo y uno se va reencontrando con un montón de afectos y gente conocida. Allí, esto me parece importante, en los pasillos de la Villa Garrote y el Palito, yo me encontré y me enamoré de Jesús. Es como el enamoramiento, no tiene razones. 

Jorge Ignacio García Cuerva 20230902
“ME DEFINO COMO HOMBRE DEL PAPA”. “Estoy seguro de que haber leído la historia de los papas le debe estar sirviendo mucho para el rol que está ocupando hoy”. (FOTO MARCELO DUBINI)

—La etimología de la palabra vocación viene de voz; Dios no llama a todo el mundo. ¿Vos lo sentiste ahí, en la Villa Palito, cómo es? 

—Lo vi, primero, y lo sentí. 

—¿Es una epifanía?

—Lo vi y lo sentí en personas concretas. Había un hombre que se llamaba Pablo Paolin de apellido, este hombre no podía caminar, vivía en una casilla del tamaño, voy a exagerar, pero muy pequeña, una cajita de fósforos prácticamente, tenía su camita, un sifón vacío en el que colgaba su rosario y una mesita. Por los dolores que tenía prácticamente durante la noche a veces no podía dormir. Entonces a sus vecinos, porque estaban todas las casas muy pegadas, tenía una consigna, golpeaba la pared del que se tenía que levantar a las 5 para ir a trabajar.

—Hacía de despertador.

—El que se levantaba 6 y cuarto, y el que se levantaba a las 7 para llevar a los chicos a la escuela. Pablo en un momento empezó con una infección en la boca, me acuerdo que yo lo llevé a mi papá creyendo que era un problema odontológico, y era cáncer. Me acuerdo haberlo llevado en un camión haciendo dedo, saliendo con la silla de ruedas a la entrada del barrio, solo un camión nos levantó y lo llevamos al hospital. En el hospital dijeron: “Se está muriendo, no puede ocupar cama”. El tema de cama caliente, ya tenemos mucha gente. Yo les decía: “Quiero que muera con dignidad, que no muera sucio y en esa casilla, por favor, para él es importante tener su cama limpia, sus sábanas”. Y no lo dejaron. Murió en noviembre de aquel año; para mí ese era Jesús crucificado. Cuando murió, lo sepultaron en el cementerio de Benavídez, y alguna vez fui. Lo habían enterrado como NN, hasta eso, hasta esa indignidad. Todo eso a mí me hizo sentir que era el llamado de Jesús, que yo ponga mi grano de arena para construir un mundo más justo, porque en definitiva, el proyecto del Reino, que es el proyecto de Jesús, es eso, construir un mundo más justo, un mundo de fraternidad, esto que tanto insiste el papa Francisco. Yo no sentí el llamado como si fuera una película que sentís la voz desde la nube que Dios te dice: “Jorge, Jorge”, y yo me agacho y respondo: “¿Qué quieres de mí, Señor?”; no, para mí fue ahí. Por eso digo, y lo dije el día que asumí como obispo en Lomas de Zamora, yo me bauticé en Río Gallegos en 1968…

—¿Tu padre militar cumplía funciones allá?

—Exacto, y vivimos dos años circunstancialmente allá. Yo tengo un segundo bautismo. La palabra bautismo en griego significa ‘sumergirse’, mi segundo bautismo fue en la Villa Garrote, cuando me sumergí en la realidad de los más pobres, y ahí sentí que Dios me convocaba, desde ellos, a hacer de mi vida una entrega y ser feliz. Porque yo siempre digo, soy un cura superfeliz, entonces a mí me toca desde acá y a otro le tocará de otro lado. Como al empresario Enrique Shaw le tocó desde su rol, familiar y empresarial.

"El Papa nos propone hacer la revolución de la ternura, y Dri, con sus 96 años, con sus achaques, hace la revolución de la ternura”

—¿Creés que esa orientación a los pobres es lo que motivó a Francisco nombrarte arzobispo de Buenos Aires?

—Seguramente esta pregunta sería mejor que la responda él. Sí es real que él me dijo que yo le resultaba..., en alguna conversación que tuvimos, porque también es justo decir que yo al Santo Padre, cuando estaba en Buenos Aires, no lo conocía. Yo decía que me iba a comprar una remera que dijera: “No lo conozco a Bergoglio”. Todo el mundo decía, a mí me bautizó un hijo, tomé el subte con el Papa. Bueno, yo no lo conocía. Pero, en las charlas que fuimos teniendo con el paso de los años, y mucho más desde que me nombró en el Dicasterio de los Obispos, y mis responsabilidades como obispo, hizo que pudiésemos compartir más. Alguna vez me dijo que a él lo que le inquietaba a veces era mi compromiso o mi contacto con la realidad de la pobreza, también mi veta más intelectual, que hacía que fuera un personaje como de dos mundos. Puede ser que por ahí, pero sí entiendo que el Papa sabe de mi compromiso con esta realidad, sabe también de mi compromiso con la realidad de la cárcel. Yo trabajé con la problemática carcelaria durante veinte años, aún hoy soy vicepresidente de la Comisión Internacional de Pastoral Carcelaria. Con el tema de la problemática de los jóvenes en situación de riesgo, la vulnerabilidad, toda la cuestión de las adicciones, de la droga. Así que dentro de ese marco, seguramente el Papa sabía por lo menos de la impronta que le daba a mi ministerio. De hecho, en 2014, yo siendo sacerdote, Francisco me llamó para que diera una charla sobre inequidad social en un encuentro que organizaba el Foro Económico Mundial. 

—¿Cuándo conociste a Bergoglio, ya siendo papa? 

—Lo conocí en 2014, cuando yo voy a dar esa charla de inequidad social en este encuentro que se organizaba en Roma, entre la Secretaría de Estado del Vaticano y el Foro Económico Mundial, en ocasión de eso lo conozco al Papa personalmente. Yo no me acordaba qué era lo que me había generado más nervios, si dar la charla con un auditorio extremadamente complejo como era el de jóvenes empresarios de Asia, árabes, filipinos, japoneses y africanos, o el encuentro más personal con él, que fue a la salida de una de las misas de Santa Marta. Allí nos saludamos; él recordó a una tía abuela mía que conocía, una señora que era un personaje, solterona, había sido inspectora de escuelas, recordada por su nivel de exigencia para con todos los docentes. El otro día me encontré con una señora en una parroquia y me dice: “Usted qué es de Laura, porque yo era docente, le teníamos un miedo...”. Él conocía a esta tía abuela mía, y a partir de ahí se da una charla que termina incluso así, en algún chiste que nos hicimos uno al otro.

“Realmente nadie puede vivir dignamente en la calle. Para mí no son una cifra, no son un 42% de pobreza, son mucho más que eso”

—Elementos en común con Bergoglio: además del tema de haber hecho prácticamente toda tu carrera en barrios muy humildes, en el caso de Bergoglio, en las villas de la Ciudad de Buenos Aires; en el tuyo, de San Isidro, también ibas a las cárceles, otra actividad que él hacía. 

—Sí, la realidad carcelaria yo la descubro en el año que soy diácono, en el 97. En realidad, tiene que ver esto con que la mayoría de las cárceles están llenas de pobres, y el vivir en los barrios más pobres, como era en ese caso, yo mi primer año en la villa, significaba que siempre me encontraba con alguna mamá o alguna persona que me decía, “este fin de semana me voy a visitar a mi hijo”. Y me acuerdo de un muchacho, un amigo, nos encontramos el otro día en San Cayetano, el 7 de agosto, él era catequista de confirmación y sistemáticamente cada dos o tres semanas no venía a la reunión. Entonces un día le pregunté por qué, y me dijo: “Porque me voy a visitar a mi hermano que está detenido en Sierra Chica”. Ahí le dije: “¿Te puedo acompañar?”. “Sí, vení”, contestó. Nos fuimos en el tren que tomábamos en Constitución, nos bajábamos en Olavarría y de ahí nos íbamos en un taxi hasta la cárcel de Sierra Chica. Es otro mundo, es otra realidad. Una realidad de muchísima marginación, de muchísima violencia. La violencia que se da desde ver a las familias, que a veces se empujan para estar primeras en la fila. La violencia de lo que es después la famosa requisa, que es absolutamente indigna. La violencia de lo que es en sí misma una cárcel, la cárcel es hija de la injusticia. Sueño con que alguna vez la humanidad pueda generar algo que sea superador para resolver la cuestión del delito y la violencia. Así como alguna vez hubo un alma iluminada que dijo, esto es lo que resuelve el tema de las infecciones y surgieron la penicilina y los antibióticos, espero que alguna vez la humanidad diga, frente a la realidad del delito, frente a la realidad de la violencia en la sociedad, surge esto, que es mejor que la cárcel, porque en sí misma la cárcel creo que no ayuda. Yo digo siempre lo mismo, es hasta bizarro, te quieren enseñar a vivir en libertad sin poder hacer uso de la libertad, porque tenés que pedir permiso hasta para que te abran la puerta, es como que uno aprenda a andar en bicicleta sin subirse nunca a la bici. Desde ahí me parece que por otro lado, al ser un contexto de encierro y de un microclima que se da hacia adentro, el mismo sistema carcelario genera todos los anticuerpos para seguir subsistiendo. Hasta el año 2005 tuvimos grandes motines en la Argentina. Recuerdo el de 2005, fue en la cárcel de Magdalena, en la provincia de Buenos Aires. A partir de ese año no hubo motines grandes que instalaran el tema en los diarios, en las tapas. Muchos muertos, mucha violencia. Recordarán el motín del año 96 en Sierra Chica en Semana Santa, el número de muertos con cuentagotas muchas veces es el mismo que el que se da con todos juntos en un motín. Si en el motín de Magdalena hubo 35 muertos, después uno busca la cantidad de muertos a lo largo del año, ya sea que se suicidan o en un enfrentamiento entre ellos, el número es más o menos parecido en algunos casos. Cuando el número es parecido, estos son los anticuerpos que generó el sistema. Se da la misma cantidad de violencia, pero ya no es noticia, y por lo tanto, la sociedad no se plantea uno de sus debates más difíciles, que es el tema carcelario. Yo fui capellán en la provincia de Buenos Aires, y lo fui en unas cárceles que se inauguraron en el año 2006. Cuando aún no estaban inauguradas, ya había casos de corrupción con el tema de la mercadería que se recibía diciendo que era para presos, que todavía no existían y no estaban ahí adentro, con lo cual el sistema ya es corrupto por sí mismo. La cárcel se construyó arriba de un basural, en el terreno del Ceamse, miren qué simbólico, la basura sobre la basura. Aquellos que queremos que mueran, que queremos que se pudran en la cárcel, están como respuesta del Estado, arriba de un basural.

“Para los pibes de nuestros barrios, desgraciadamente, el futuro se escribe con la letra C: calle, cárcel o cementerio”

—¿Algún punto de contacto entre los barrios populares y la cárcel? 

—Absolutamente. A veces digo que para los pibes de nuestros barrios, desgraciadamente el futuro se escribe con la letra C, calle, cárcel o cementerio. Y los curas de las Villas de Buenos Aires plantearon como una propuesta superadora que también es con C, que es capilla, club, colegio. Creo que, en definitiva, Monseñor Romero tiene una frase para mí contundente, dice, “la justicia es como las serpientes, muerde a los descalzos”. No es que los delincuentes sean los pobres solamente. Creo que lo que hay que descubrir es que el sistema punitivo capta a los más vulnerables, aquellos que no tienen recursos, que no pueden sostenerse con un estudio jurídico de renombre. El sistema punitivo capta los más pobres, que son los que en general llenan las cárceles. Con esto no queremos para nada criminalizar la pobreza ni nada por el estilo, pero la realidad concreta es que cuando uno entra a la cárcel se encuentra con los pibes de los barrios. Alguna vez un amigo me decía, “tenés que revisar la catequesis de tu parroquia, muchos están acá adentro”. Uno no va a justificar nunca el delito, como decía San Agustín, cerca del pecador, lejos del pecado. No voy a estar aplaudiendo jamás ningún delito que se cometa. Pero sí creo y quiero soñar, permítanme hacerlo, no le cobro a nadie con esto, de que alguna vez la sociedad merezca responder a la realidad de la violencia y del delito de otra manera que no sea con la cárcel, que nos lleva un montón del presupuesto y que no ayuda a resolver la vida de nadie.

—Nombrábamos puntos en común con Bergoglio, la cárcel, la villa, y al mismo tiempo, la sorpresa de que en un período de tiempo muy breve convierte en primado de la Argentina a quien hasta hace no tanto tiempo era solo el párroco de un distrito. Evidentemente así como con el padre Dri, hay otro mensaje del Papa en haberte elegido a vos. ¿Por qué creés que te eligió?

—¿Por qué me eligió? En primer lugar, que no lo hace, esto es claro, por supuesto la última palabra la tiene siempre el Santo Padre, pero hay todo un sistema de consultas previamente. En esas consultas, evidentemente, y esto lo sé, mi nombre estaba en ronda. Creo que tiene que ver con esta cuestión de la cosa más intelectual que tengo y del compromiso.

—Otro punto común con él. 

—Me defino como un hombre del papa Francisco. La otra vez alguien me dijo, me pareció un elogio, “vos sos francisquita antes de Francisco”, quienes me conocieron a mí en el seminario o mis compañeros curas, hay algunas de sus consignas que cuando leí el Evangelii Gaudium dije, “por fin un Papa escribe aquello que yo soñaba”, me sentí interpretado, me sentí en comunión. Dije ‘guau’, somos muchos los que soñamos con esto, y hoy lo está diciendo el Sumo Pontífice. Entonces era como que le da un argumento de autoridad.

—Vos lo conociste ahí, porque se cumplen diez años casualmente. 

—Se cumplieron diez años del pontificado de Francisco, el 13 de marzo. Pero a mí me gusta...

—Pero la primera encíclica es del año siguiente.

—En noviembre él escribe, que en realidad no es una encíclica, es una exhortación, pero es un documento que para mí es un programa de gobierno, es un documento al que todavía le tenemos que sacar mucho jugo y tenemos que concretarlo. Ese para mí es uno de los desafíos, por lo menos en mi responsabilidad como arzobispo de Buenos Aires. Así como hemos podido celebrar sus diez años de pontificado, yo quiero celebrar y la mejor manera es concretándolo, su magisterio, y fundamentalmente los diez años del Evangelii Gaudium. El otro día tuve encuentro con los catequistas, más de 400 catequistas de la Arquidiócesis, y les decía, quiero que sean los catequistas del Evangelii Gaudium, los catequistas que se animen a anunciar el Evangelio, como dice la Evangelii Gaudium en su punto 23, sin asco, sin miedo y sin demora. Le decía a los que estudian para diáconos permanentes, yo quiero que sean los diáconos del Evangelii Gaudium, que se animen, como dice la Evangelii Gaudium en su número 270, a tocar las llagas del Señor en los que sufren. Ahí dice también, y así la vida se les complicará maravillosamente. Bueno, que se les complique la vida. El otro día hablaba con los equipos misioneros, ser misioneros de la Evangelii Gaudium, que anunciamos la alegría del Evangelio. Para mí el cristianismo, y esto ya lo decía Benedicto XVI, es el encuentro con una persona, con la persona de Cristo, entonces el encuentro con la persona de Jesús, es lo que nos tiene que movilizar, lo que nos tiene que apasionar. Tiene que ser casi como una mística que nos lleve a ser esa Iglesia en salida que, insisto, no es estar con la pandereta o celebrando misa en la esquina, que puede ser muy bueno. Pero la Iglesia en salida tiene que ver con otra cosa, tiene que ver con esto de ser cristianos de lunes a lunes, en el trabajo, en la escuela, en el colectivo, vivir los valores del Evangelio. Vuelvo sobre la figura de este empresario que recordamos, Enrique Shaw, evidentemente vivió los valores evangélicos mucho más allá de la Iglesia, como templo, lo vivió en la realidad concreta. Si uno piensa el número de bautizados que tiene nuestro continente latinoamericano, es enorme. Sin embargo, somos el continente con mayor inequidad social. Evidentemente no hemos asumido los compromisos que significa ser bautizado, que es ser otro Cristo, que es vivir los valores del Evangelio, y es construir entre todos el proyecto del Reino.

“El sistema punitivo capta a los más pobres, que son los que en general llenan las cárceles”

—Me gustaría profundizar en qué te identifica con Francisco. Por ejemplo, el tema intelectual.

—Él es químico, así que en eso tendríamos varias diferencias. En realidad, cuando estudié historia… escuchando Radio Perfil, escuché que dicen, “la historia también es noticia”, y me encantó. La historia también es noticia, y como decía Cicerón, la historia es maestra de vida. Creo que en ese sentido, lo que nos une con Francisco es descubrir que la historia es la maestra de la vida. Él siempre cuenta que en algún momento de su vida, que estaba un poco guardado, se leyó todos los tomos de la historia de los Papas de Pastor, que son un montón, es  realmente admirable. Estoy seguro que haber leído la historia de los Papas le debe estar sirviendo mucho para el rol que está ocupando hoy. A veces mirar la conducta que hemos tenido como seres humanos en algún otro momento de la historia, nos ayuda para el hoy. De hecho, mi tesis es sobre la epidemia de fiebre amarilla de 1871 en Buenos Aires.

—¿Y la pandemia?

—Justamente, si uno mira lo que significó la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires solamente, también estuvo en Corrientes, pero mi estudio tiene que ver con Ciudad de Buenos Aires, donde falleció el 8% de la población, 14 mil fallecidos en aquel momento, uno mira las conductas. Esas conductas se han repetido durante la pandemia de Covid, los negacionistas también existieron en aquel momento. Los que entraron absolutamente en pánico y agrandaban el problema. Los que buscaron soluciones y trabajaron en conjunto en aquel momento, los grupos de la masonería y la Iglesia que conformaron la Comisión Popular que se puso al frente de la epidemia. Los que echaron culpas, y así como nosotros en algún momento empezamos a echarle las culpas a los que venían del extranjero y después los responsables eran tales, también en la epidemia de fiebre amarilla se acusó a los que vivían en los conventillos. Los que especulaban en aquella época con el alquiler de las habitaciones o con la venta de los terrenos fuera de la ciudad de Buenos Aires para que la gente pueda salir de aquí, y nosotros sabemos que han especulado hasta con los precios de los productos en el supermercado. Entonces, las conductas se repiten y la pandemia nos enseña. Recomiendo en ese sentido el libro La peste, de Albert Camus, porque, a mediados del siglo 20, él describe una peste imaginaria. Se entiende que es peste bubónica en una ciudad del norte de Argelia, pero uno lee y de nuevo, es la conducta de los seres humanos en tiempos de pandemia.

—Hay algo que la historia no nos enseña, que es tener un Papa argentino. Mencionabas que muchas de las críticas que recibiste al inicio, eran al papa Francisco. De acuerdo al Evangelio de San Lucas, la frase “nadie es profeta en su tierra” es atribuida al propio Jesús, después de haberse preparado durante 40 días en el desierto, regresó a su pueblo, leyó las Escrituras en la sinagoga, y anunció su cumplimiento. Los asistentes que lo conocían desde pequeño, tomaron sus palabras como una herejía, y lo llevaron para tirarlo al despeñadero. Tras el episodio, Jesús dijo esa frase y escapó de la multitud enardecida, ¿qué punto de contacto encontrás con el papa Francisco, que genera tanta controversia en su propio país, cuando en muchos otros es mucho más querido todavía?

—Creo que los argentinos a Bergoglio no lo dejamos ser Francisco, esa me parece que es la bisagra que une este evangelio con la realidad del Papa. A Bergoglio no lo dejamos ser Francisco. Cuando uno ha podido compartir un poco más con él, y toma dimensión de lo que significa su figura en el mundo, uno por lo menos queda como molesto decir, dejémoslo a Francisco y disfrutémoslo, que seamos capaces de leerlo a él, de escucharlo a él, no a sus pseudo intérpretes. Que podamos tomar dimensión de lo que significa hoy tener un papa que ha podido estar en Irak, junto con líderes religiosos del mundo árabe convocando a la paz. Que podamos pensar en Papa Francisco, dirigente mundial que ha estado en el Capitolio. Ahora está yéndose a Mongolia, que ha podido convocar más de 1 millón de jóvenes en Lisboa con un mensaje contundente en el que le dijo a los jóvenes, “en la Iglesia tiene que haber lugar para todos, y cuando digo todos es todos”, dejando sus papeles de lado porque entendía que por el calor por un lado, y por otro lado por la empatía que lograba con los pibes, lo mejor eran consignas claras y fuertes. ¿Qué discutimos acá en Argentina? Tiene un problema de la vista y por eso no pudo leer el discurso. Nos quedamos en la chiquita, nos quedamos pensando si le sonríe o no al presidente de turno o cuánto tiempo le dedicó a uno o al otro. Evidentemente creo que es un tema que tenemos los argentinos más allá de Francisco. De todo nos creemos que sabemos. En época de Mundial, lo vivimos el año pasado, todos éramos referí de fútbol y casi que dábamos consejo a Scaloni, sobre quién tenía que salir, quién tenía que entrar para que Argentina salga campeón. A Messi lo hemos puesto en la trituradora de carne, hasta que nos demostró que era buen jugador de fútbol, se la teníamos jurada hasta que nos saque campeones. Somos muy crueles con nosotros mismos. Creo que es una cuestión, casi diría, que es una combinación de nuestras naturalezas. Algunos dicen, esto de ser italianos con apellido español, esa combinación parece que en ustedes se ha tornado un poco explosiva. No lo sé. No le encuentro mayores razones, lo que hago simplemente es un diagnóstico de lo que experimento. En elecciones somos todos políticos avezados que sabemos lo que tenemos que votar, cuando estamos en crisis económica, que es una cuestión crónica en la Argentina, todos somos economistas y sabemos cómo se resuelve la cuestión de la inflación. En la época del Covid, todos sabíamos qué vacuna había que darse, si de este laboratorio o de aquel otro, cuando no teníamos aprobado ni una materia de química. Es muy difícil ser argentino, casi diría como con Mafalda, en un momento, Mafalda abre los brazos y mira al cielo y dice, “justo a mí me tocó ser yo”, justo a nosotros nos tocó ser argentinos.

—¿Qué pensás del eventual viaje del Papa el año próximo a la Argentina? 

—Creo que sería hermoso el encuentro del pastor con su pueblo. El Papa sé que tiene ganas porque lo ha expresado públicamente, y estaría buenísimo que se dé. Creo que sería sanante. Creo que para muchísima gente sería una enorme alegría, porque lo esperan con alegría. Yo, siendo obispo de Río Gallegos, la gente, por supuesto, se siente lejos de las grandes ciudades del país en términos numéricos, y siempre dicen, “que venga, porque aunque no lo podamos ver, ya de saber que está en Argentina, lo vamos a sentir bien cerquita”. Me hago en este sentido eco de lo que la gente quiere, y es mucha la gente que lo está esperando, así que ojalá que se concrete. 

—Llevás menos de dos meses de arzobispo. ¿Qué balance hacés de estas primeras semanas? 

—Estoy muy contento. Por supuesto que hay situaciones que me preocupan, cosas que me enojan. Cosas que a veces desde mi ansiedad me gustaría resolver ya, todo perfecto y para ayer. Pero estoy muy contento en el vínculo con los curas, con los sacerdotes. Acá estamos organizados en cuatro vicarías, me junté con todos, y después he podido tener charlas personales con muchos de ellos ya, con un buen número. El encuentro con las comunidades, las parroquias. Uno de los reporteros que va a tomar imágenes y me hace un reportaje después de las misas, me dijo, “Padre, yo me di cuenta que después de la misa hay otra misa, que es escucharte y escuchar a la gente en esa fila interminable en la que se saludan, se abrazan, se preguntan cosas, charlan, te cuentan sus historias, te conocen de algún lado y te empiezan a decir, yo viajé con vos en la combi que los llevaba a la escuela Cinco Esquinas, me contó mi mamá. Yo fui profesora de su hermana. Las cosas más impresionantes”. Yo le dije, no te lo pierdas a eso, porque para mí es otra misa. No te pierdas ese encuentro que se da con la gente después. A mí personalmente eso me nutre, me carga pilas. Me encanta celebrar la Eucaristía, me encanta acompañar las fiestas patronales, he tratado de estar en varios lados. Otra cosa hermosa es cuando uno puede dejarse interpelar por la realidad en el uno a uno, como me pasa cuando estuve en Plaza Constitución, esos espacios gratuitos. Yo voy y vengo en subte, en colectivo. 

—¿Qué sentís cuando trabajás en el escritorio que trabajaba Bergoglio y dormís en la misma habitación?

—Lo estamos calefaccinando, se está poniendo un poquito en valor porque tiene un problema de calefacción, había que pintar también. Pero yo le dije a él, o lo hacemos esto un museo y dejamos todo donde está y listo, ponemos un cartel y es un museo. En todo caso, cobramos entrada, por lo menos a los turistas. O desde tu historia, desde tu condición de arzobispo de Buenos Aires, le damos para adelante. Yo elijo lo segundo, elijo tomar lo mejor de la historia de la Arquidiócesis, porque no todo empezó conmigo, porque hubo seguramente grandes arzobispos antes, entre los que estuvo el cardenal Bergoglio, y apostar al presente y al futuro. No lo pienso como el lugar en el que estuvo, porque si lo pienso así me sale esta cosa de historiador y digo, dejen eso ahí y no lo toquen, porque eso lo tocó el cardenal, no. Aprovecharlo, sentarme a usar el escritorio, levantar las persianas, iluminar, pintar y ponerle mi impronta. El otro día encontré un mueble donde estaban un montón de portarretratos con fotos de él, de su historia, de su gente, y le mandé preguntar, le digo, yo lo quiero sacar porque quiero poner fotos con mis amigos, mi familia, con la gente de mis comunidades, por supuesto, con absoluto respeto, por Dios. Pero, este es mi tiempo, y le pareció muy bien. Me dijo, mándame las fotos que quiero elegir algunas, así que se las vamos a mandar.

—¿Dónde estás durmiendo? 

—Estoy todavía en la casa de mis padres, y justamente con esto voy y vengo todos los días. 

—¿Cómo venís? 

—Vengo en colectivo, en el 152. Me levanto a las seis y a las siete menos cuarto estoy tomando el colectivo. Lo tomo temprano porque me gusta bajarme antes. Me bajo en general en Plaza Italia o en Santa Fe y Callao, cuando está medio jugado el tiempo, y me vengo caminando desde ahí hasta Plaza de Mayo, por distintas calles. Y voy mirando la gente, mirando los edificios, ubicándome de nuevo en la ciudad. Acá, durante estos últimos años se realizó un Sínodo. Un Sínodo es un proceso pastoral eclesial en el cual, con consultas, participación de laicos, sacerdotes, religiosos, se van buscando así un poco la voluntad de Dios en el camino de la Iglesia. Y hay un documento que me lo paso el Cardenal Poli, y a mí me tocó la cabeza muy fuerte y el corazón, dice, Dios camina en la ciudad. Dios está en la ciudad. Yo salgo a buscarlo todos los días porque creo que es verdad, y está en cada rostro con el que me encuentro. 

—Cuando venís caminando y ves la ciudad, ¿Te preguntás: “Sos el arzobispo de Buenos Aires”?

—Me lo pregunto y me tengo que pellizcar, me emociona porque es como un regalazo de Dios, que me pide esta misión, que por supuesto es una enorme responsabilidad y de mi parte haré lo posible para, junto con otros, hacer las cosas lo mejor posible. Porque es una misión que Dios le pide a uno, pero es como decir “guau”, las vueltas de la vida, esto que decías, hace seis años era el cura de un barrio y hoy estamos con esta nueva responsabilidad.

—Mirá qué barrio.

—Como que el corazón se ensancha. Yo siempre digo, el corazón es como el lugar más grande del cuerpo humano, porque entran un montón de nombres, de historias, un montón de anécdotas, de vivencias, que creo que en ningún otro lugar tendría ningún espacio. 

—Me gustaría terminar el reportaje con una reflexión tuya, en el sentido que mejor te parezca.

—Yo creo que en esta vida Dios nos creó para que seamos verdaderamente felices, que todos seamos felices. Y tenemos una enorme responsabilidad por ayudar a ponerse de pie a mucha gente que la pasa muy mal y que sus cruces son terriblemente pesadas. Es gente que está enferma, que está sola, que sufre un montón. Por eso el Papa siempre dice que a este mundo le hace falta llorar. Tenemos que aprender a llorar y fabricar lágrimas para limpiar la mirada. Y con la mirada más limpia, poder darnos cuenta cuantos a nuestro alrededor no la están pasando bien. No me puedo desentender, son hermanos. Y un poco, ese es el sueño de Jesús, es el sueño de Dios, un mundo de hermanos, un mundo donde realmente todos podamos ser felices. Alguno me dirá, sos utópico, sos un soñador, sí. Una vez leí una frase de un teólogo que decía, “somos caballeros derrotados de una causa invencible”. La vida me ha dado cachetazos más de una vez, estoy lleno de preguntas que cuando me encuentre con Dios, quizá encuentre la respuesta. Pero la causa del Reino, la causa de Jesús, es invencible. Así que vamos para adelante. 

 

Producción: Melody Acosta Rizza y Sol Bacigalupo.