—Usted dijo que en crisis como la actual “no hay respuestas progresistas o conservadoras”, sino “inteligentes o estúpidas”. ¿Qué sería una estrategia inteligente y cuál una estúpida?
—La izquierda y la derecha todavía existen. Y la extrema izquierda y la extrema derecha ganaron terreno en los últimos años. Pero ante una emergencia de salud pública como una pandemia, está claro que las distinciones ideológicas son en realidad bastante inútiles. Y se puede ver en todo el mundo que las respuestas fueron malas en gobiernos conservadores y de izquierda. Los verdaderos éxitos se dieron en los países que entendieron los problemas prácticos que plantea el nuevo coronavirus, por ejemplo Taiwán y Corea del Sur. Soy un liberal clásico, creo en las ideas de la Ilustración y en los grandes pensadores liberales del siglo XIX. Pero eso te convierte en un conservador hoy en día, porque la gente de izquierda ve incluso al liberalismo como una amenaza para su ideología.
—También dijo que los demócratas “no comprendieron por qué ganó Donald Trump”. ¿Qué es lo que no comprendieron?
—Hubo dos razones por las que Donald Trump se convirtió en presidente en 2016. Una fue económica. Una proporción significativa de votantes estadounidenses sintió que había perdido dos décadas de globalización y migración relativamente libre. Pero la segunda razón, igualmente importante, fue cultural. Muchos estadounidenses se sintieron alienados por el tipo de ideas que a veces llamamos woke, despiertas (N del T: woke se refiere a estar despierto respecto a las cuestiones políticas y tener posturas progresistas sobre ellas), las ideas de la extrema izquierda de multiculturalismo y fluidez de género. El trumpismo fue tanto económico como cultural. Aunque pudieron hacer que Joe Biden fuera elegido, no creo que muchos demócratas hayan entendido completamente las razones por las que tanta gente votó por Trump. Incluso más personas votaron por él en 2020, aunque no fue suficiente para que ganara. Los demócratas tienen un largo camino por recorrer antes de abordar las frustraciones de quienes votaron por Donald Trump en 2016 y 2020.
“La causa de la decadencia argentina es una: el populismo.”
—Otra de sus afirmaciones es: “Incluso si la pandemia no hubiera pasado, me parece que Donald no habría estado en una posición especialmente fuerte. La economía acompañaba, pero estaba ‘colocada’ de esteroides por los estímulos fiscales y monetarios”. ¿Cómo hubiera sido el mapa electoral de los Estados Unidos en el caso de no haber habido una pandemia?
—Si la pandemia no hubiera sucedido, Trump probablemente habría ganado. El margen de la victoria de Joe Biden no fue enorme. A los demócratas no les fue bien en las elecciones de la Cámara de Representantes o el Senado, en las que solo consiguieron la victoria después de las elecciones de segunda vuelta en Georgia. Si elimina la pandemia, que, por supuesto, provocó un gran impacto económico y de salud pública y que Donald Trump claramente no manejó bien, si elimina todo eso, me parece bastante probable que hubiera ganado un segundo mandato porque la economía habría seguido siendo realmente muy fuerte. A menudo es el tema más importante en la política de Estados Unidos, igual que en Argentina. Donald Trump hubiera sido inexpugnable. Hubiera tenido una economía de pleno empleo. Habría impulsado con éxito la economía sin generar inflación. Para Joe Biden habría sido complejo detenerlo. La pandemia salvó a los demócratas de un segundo mandato de Trump.
—Antes de las elecciones, usted dijo que el triunfo de Biden sería por una proporción que no dejaría lugar para los debates. ¿Le sorprendió la elección que hizo Donald Trump?
—Las encuestas predijeron una victoria demócrata mucho mayor. Previeron una victoria realmente decisiva, e incluso aplastante, para Biden. No fue lo que sucedió. Las encuestas no identificaron qué tan bien les iría a los republicanos en las votaciones al Parlamento. No baso mis evaluaciones políticas en las encuestas. En 2016, cuán equivocadas podían estar. Mi conjetura era que Trump perdería, pero estaría relativamente cerca. Y ciertamente, el margen de victoria del Colegio Electoral para Biden fue realmente muy escaso para los estándares históricos. La clave estuvo en que Trump siguió motivando y movilizando a los votantes republicanos, a pesar de los efectos de la pandemia en su salud y en su situación económica. La demócrata fue una victoria bastante estrecha.
—¿Cómo caracterizaría desde el punto de vista sociocultural a los votantes de Donald Trump y de Joe Biden?
—La abrumadora mayoría de demócratas acude desde las grandes ciudades, que son la clave del éxito del Partido Demócrata. A los republicanos les va bien en pueblos pequeños y en áreas rurales. Si se mira un mapa condado por condado, es mayormente rojo. Los demócratas controlan los condados más densamente poblados. La diferencia fundamental en esta elección no fue la raza. Quienes lo afirman se perdieron el hecho de que la participación republicana en el voto hispano y el voto afroamericano aumentó. La razón por la que Trump perdió fue que fue derrotado en los suburbios, las zonas periféricas y prósperas de las ciudades estadounidenses. Allí mucha gente, especialmente las votantes blancas, votaron por él en 2016. No estuvieron en 2020. También será el campo de batalla, predigo, en las próximas elecciones, en 2024.
—Donald Trump y Jair Bolsonaro dijeron que protegían la economía. ¿Se podría haber hecho otra cosa en pandemia?
—Oh, sí, absolutamente. Había mejores alternativas que los encierros. Si los países occidentales hubieran respondido como lo hicieron Taiwán y Corea del Sur en enero del año pasado, aumentando las pruebas, rastreando los contactos y aislando a las personas infectadas, podríamos haber evitado bloqueos y reducido significativamente el número de muertes. Decidimos no hacerlo. Elegimos, de hecho, pasar enero, febrero y la primera quincena de marzo con la esperanza de que desapareciera y estuviéramos a salvo por pura suerte. No es una estrategia. En la mayoría de los países occidentales de Europa, América del Norte y América del Sur, las burocracias de salud pública y los gobiernos cometieron errores terribles que causaron una gran cantidad de muertes y un shock económico que podría haberse evitado.
—Se dice, y usted escribió al respecto, que los primeros cien días de gobierno son esenciales para una gestión. Los de Joe Biden coinciden con la vacunación y uno de los peores momentos de la pandemia. ¿Podrá desplegar un programa?
—Joe Biden tuvo timing. El programa de vacunación, Operation Warp Speed, de la administración Trump tuvo un gran éxito al proporcionar abundantes cantidades de vacuna para los estadounidenses. Lo que la administración Biden tuvo que hacer fue asegurarse de que se distribuyera. Después de algunos contratiempos iniciales, se hizo con éxito, mucho más que en Europa y solo un poco menos eficazmente que en el Reino Unido. Es la primera gran victoria, pero le debe mucho a la administración anterior. Lo segundo que Biden pudo hacer fue conseguir que se aprobara un estímulo fiscal muy grande, de 1.900 millones de dólares. Y eso esencialmente continúa la política de la administración anterior. Ahora que dirigen su atención a cosas más difíciles, por ejemplo un proyecto de ley de infraestructura y también la cuestión de la reforma migratoria, les será más difícil. La administración Biden pasó los primeros cien días esencialmente continuando la política exterior de Trump hacia China. Lo sorprendente de esta administración es cuánta continuidad hay con la anterior, a pesar de que todos los demócratas juran que odian a Donald Trump.
—¿Qué rol juega en el futuro del nuevo gobierno la llamada izquierda demócrata?
—Es difícil de responder. Bernie Sanders o Elizabeth Warren son senadores. Alexandria Ocasio-Cortez está en la otra cámara. No tienen un papel directo, pero tienen influencia. Y creo que Joe Biden y su vicepresidenta, Kamala Harris, se asegurarán de que no hagan nada para alienarlos. Hasta ahora, me ha impresionado la unidad del Partido Demócrata desde las elecciones. Y creo que eso se debe en parte a que la administración Biden está combinando medidas agresivas económicamente expansivas como el estímulo y el próximo proyecto de ley de infraestructura, con lo que se podría llamar órdenes ejecutivas de señalización de virtud diseñadas para complacer a la gente de la izquierda. En muchos sentidos, la administración está combinando la economía del progresismo con el tipo de ideología de los trabajadores. Y lo está haciendo lo suficiente como para mantener callada a Alexandria Ocasio-Cortez. Es una estrategia inteligente. Aun así hay divisiones profundas en el partido.
—¿El trumpismo seguirá liderando a los republicanos?
—Donald Trump se desvaneció de la escena más rápido de lo que esperaban los expertos. Eso es en parte porque fue cancelado de las redes sociales y en un período efectivamente fuera del aire. Pero su regreso a las declaraciones públicas fue notable por su falta de impacto. Todavía hay una gran cantidad de votantes republicanos que creen en Donald Trump y les encantaría verlo regresar como candidato en 2024. Pero no creo que vaya a suceder. Es difícil tener un segundo acto en la vida política estadounidense, que haya tenido dos mandatos no consecutivos. El anterior, Grover Cleveland, a finales del siglo XIX. Así que no creo que Trump regrese, a pesar de su popularidad. A los demócratas les saldrá mal parte de la economía. Se sobrecalentará en la segunda mitad de este año y la Fed se verá obligada a ajustar en algún momento, poniendo fin a la fiesta posterior a la pandemia. La inmigración es un problema real para los demócratas. La señal de que la frontera está algo abierta ya ha atraído a un gran número de menores no acompañados hacia la frontera sur. Y los problemas de la izquierda cultural son fundamentalmente impopulares en todo el país. La lección de la era Barack Obama es que incluso en dos años se puede pasar de héroe a no ser exactamente un cero, pero sí muy impopular. Hay que pensar en la rapidez con la que se movió el péndulo político contra los demócratas en 2010, que entregaron la Cámara a los republicanos y al Tea Party, el movimiento populista de esa época. No me sorprendería que las cosas salieran mal. Siempre lo hacen. Ya se ve lo que saldrá mal. Tampoco olvidemos la ola de delitos que hemos visto desde el verano pasado. Se incrementó el número de homicidios en las principales ciudades estadounidenses.
“La Argentina necesita cambios drásticos; si no, ningún gobierno será creíble.”
—En su texto reciente llamado “Grandes expectativas” escribió que “la inflación anual del Reino Unido alcanzó el 23% en 1975. Ese año, cuando era un niño de 11 años, escribí una carta al “Glasgow Herald” (mi primera publicación) en la que lamentaba el precio de los zapatos, porque podía ver el shock de mi madre cada vez que necesitaba un par nuevo. Los precios subían un 14%, significativamente más rápido de lo que crecían mis pies, y eso era decir mucho”. Argentina tuvo en 2018, 47,6%; en 2019, 53,8%, y en 2020, 36,1% con recesión y precios congelados por la pandemia. ¿Cómo imagina que será la vida de los adultos y también de los niños argentinos?
—Argentina tuvo problemas de inflación mucho más serios que el Reino Unido o los Estados Unidos. Estudié la economía argentina y soy muy consciente de la frecuencia con la que hubo crisis inflacionarias. A medida que el mundo salga de la pandemia, las presiones inflacionarias serán bastante intensas para Argentina y otros países de América del Sur. Ante el shock de oferta causado por la pandemia, los gobiernos, incluido el argentino, incrementaron el gasto. Los déficits se dispararon; al mismo tiempo, hubo expansión monetaria. Están todos los ingredientes para que haya precios en alza. Este seguirá siendo el problema recurrente de Argentina hasta que el gobierno, de manera creíble, ponga fin a la inflación e introduzca políticas fiscales y monetarias consistentes. Los que le tenemos cariño a Argentina esperamos año tras año que esto suceda. Y una y otra vez nos decepcionamos porque incluso el último gobierno, que estuvo muy cerca del éxito, cometió errores con la política monetaria que permitieron que la inflación se saliera de control. Uno solo puede mirar hacia adelante y esperar que el próximo gobierno, quienquiera que lo dirija, haga un trabajo más exitoso.
—Para entender la inflación, el concepto de “expectativa” es esencial. Usted parafraseó a Charles Dickens con su título. ¿Cómo se hace para diferenciar técnicamente a las expectativas de la esperanza? ¿Cómo se hace para no caer en el sesgo psicológico o sociológico?
—Los economistas entendieron desde hace mucho tiempo que existe una especie de conexión entre la oferta monetaria y el nivel de precios. Pero cuando se hace la pregunta de por qué la expansión de la oferta monetaria conduce a la inflación, no se puede dejar de lado las expectativas. Lo que la gente espera que suceda es lo que impulsa el proceso de inflación, si la gente tiene confianza en que el gobierno está permitiendo temporalmente que se expanda el déficit o si un banco central está flexibilizando temporalmente la política monetaria. La expansión sola no conduce a la inflación. También incide la confianza. Esto es lo que dice la Reserva Federal que sucederá en Estados Unidos este año. La inflación aumentará un poco, pero la gente no se preocupará y luego esperará que baje. Y así será. Pero en un país donde hay un historial terrible por parte de los políticos y los banqueros centrales, donde la inflación es algo que todo el mundo vive, incluso los jóvenes, las expectativas son mucho más pesimistas. La gente asume razonablemente que si el banco central recorta las tasas o está expandiendo la oferta monetaria, y si el gobierno está pidiendo prestado hasta el final, habrá más inflación. No se pueden evitar las expectativas en ninguna teoría seria de la inflación. Lo difícil es saber qué las hace cambiar. Sabemos por qué sería muy difícil persuadir a los argentinos de que la estabilidad de precios llegó para quedarse. Siempre esperarán el próximo episodio de inflación. Veremos en Estados Unidos a fin de este año si los ciudadanos confían en la Reserva Federal lo suficiente como para aceptar una inflación temporalmente más alta o si llegarán a la conclusión de que la inflación será permanentemente más alta. Nadie sabe. La Fed espera que solo sea un cambio temporal. Pero si las expectativas de inflación cambian, mi impresión es que la Fed se equivocará.
“Cuando el mundo salga de la pandemia, Argentina tendrá alta presión inflacionaria.”
—¿Los años de la pospandemia serán años inflacionarios? ¿Afectará a toda la economía del mundo? Usted habló de las advertencias de Larry Summers.
—Larry Summers es un hombre brillante, un economista extraordinario. Fue secretario del Tesoro de Estados Unidos. No es solo un teórico. Durante años, después de la crisis financiera, advirtió que habría un estancamiento secular y que las tasas de interés y los niveles de inflación se mantendrían bajos. Larry Summers dijo el mes pasado que preveía una especie de recalentamiento, que el estímulo fiscal iba a ser demasiado y que habría riesgo de inflación. Me lo tomé muy en serio porque representaba un cambio importante en su posición. Y creo que podría tener razón. La escala del estímulo fiscal es mucho mayor de lo que necesita la economía. La vacunación avanza y con ella la recuperación. Ya hay todo tipo de signos de recalentamiento. Y creo que es arriesgado, como lo fue en la década de 1960, que el gobierno se embarque en un ambicioso programa de bienestar social cuando tiene una deuda significativa. La deuda es mucho mayor que en los 60. Si Summers está preocupado, todos deberíamos estarlo. Deberíamos tomar con cierto escepticismo las garantías de Jay Powell, el presidente de la Fed, de que todo saldrá bien.
—Janet Yellen acaba de decir que “puede haber un pequeño riesgo de inflación, pero es manejable”. ¿El gobierno de los EE.UU. es consciente de la situación?
—Lo saben. Estarían locos si ignoraran el riesgo. Está ahí, si se miran los precios y el mercado laboral. Janet Yellen es una formuladora de políticas experimentada y una economista muy talentosa. Cuando dice que tenemos las herramientas, está queriendo decir que la Fed tiene las herramientas. Si sigue la tendencia, deberán subir las tasas y reducirán la flexibilización cuantitativa. Pero el pasado demuestra lo difícil que es hacerlo. La Fed realmente entró en pánico cuando intentó ajustar en ocasiones anteriores. Queda por ver si la Fed tiene las agallas o el descaro de usar las herramientas. Y también cuáles serán los costos. Un endurecimiento tendrá implicaciones masivas para una economía apalancada y pondrá fin al extraordinario boom bursátil de los últimos 12 meses.
—En la Argentina se discute la incidencia de otros factores sobre la inflación, como el rol de los llamados “formadores de precios”. ¿El tema fiscal y el monetario son las únicas causas?
—No son las únicas. Milton Friedman dijo que la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario. En mi artículo marco que históricamente suele ser un problema fiscal y monetario. Los puntos de partida se encuentran generalmente en la política fiscal. Y continué diciendo que la inflación también es un fenómeno político. No se puede entender realmente por qué los gobiernos tienen grandes déficits presupuestarios hasta que se observan las políticas. La Argentina es un ejemplo de este punto de economía política. No es solo político, en el sentido de lo que los gobiernos deciden hacer con sus presupuestos. Es un fenómeno político en el sentido de que no se puede entender realmente la inflación hasta que se comprenda quién gana y quién pierde, y quién toma las decisiones políticas. Es difícil solucionar el problema, debido a la estructura social y política que subyace.
—¿La política fiscal es tan importante, a veces más, que la política monetaria para determinar el nivel de precios? ¿Es lo que explica que en la Argentina del último año de Macri hubo prácticamente emisión cero y la inflación estuvo en torno al 50%?
—En un famoso artículo de finales de la década de 1980, el economista ganador del Premio Nobel, Tom Sargent, habla sobre el tipo de cambio de régimen que se necesita para poner fin a la inflación. Es necesario que haya cambios realmente drásticos tanto en la política fiscal como en la monetaria para persuadir a la gente de que realmente hubo un cambio. Es la clave. No importa a corto plazo qué hagan los gobiernos. No tienen credibilidad. Ya se quemaron muchas veces. Es muy difícil persuadirlos de que algún día llegará un período de estabilidad de precios. No es exclusivo de Argentina. Había países de Europa que tenían un problema de inflación recurrente, por ejemplo Italia. Solo al renunciar a la lira y unirse al euro los italianos pudieron tener una tasa de inflación más baja. Eso no pasará en Argentina. Pero da la idea de lo drástico que se necesita.
—¿Qué responsabilidad tienen los políticos en un proceso inflacionario?
—Esos modelos mentales de los que hablé están en la cabeza de todos. Todos tenemos alguna idea de las causas de la inflación, incluso si nunca estudiamos economía. Todos ajustaremos nuestro comportamiento si pensamos que las presiones inflacionarias crecerán. La mayoría de la gente tiene una teoría de la inflación. De colegial, como mencionaste antes, tenía una teoría de la inflación, aunque no la entendía muy bien. Los políticos no son diferentes. Incluso si no estudiaron Economía, entienden que es una mala idea dejar que la inflación se salga de control. Entienden que presupuestos equilibrados y tasas de crecimiento monetario estables son las formas de evitarla. La tentación más fuerte en la vida política es gastar dinero público. Existe esta maravillosa noción, cada vez más de moda gracias a la llamada teoría monetaria moderna, de que se puede gastar cualquier cantidad de dinero y financiarlo imprimiendo dinero sin costo inflacionario. Si lo deseas, incluso se podría dar a todos un ingreso básico universal, simplemente imprimir el dinero y todo irá bien. Es absurdo. Históricamente, el resultado fue la inflación. El cálculo político lleva a políticas inflacionarias. Los demócratas siempre se preguntan cómo ser reelegidos. Siempre es tentador tratar de utilizar el financiamiento deficitario.
—Un planteo de muchos economistas de orientación más neokeynessiana es que no es malo tolerar un nivel alto de inflación a cambio de un cierto bienestar de la población. ¿Siempre es mala la inflación?
—Depende de qué inflación se hable. La mayoría de los economistas diría que una tasa de inflación del 5% no es desastrosamente peor que una tasa de inflación del 2%. Pero una tasa de inflación del 10% es probablemente bastante peor que una tasa de inflación del 5%. El tema es no poder controlarla. Si se me permite que suba en determinado momento, las expectativas de inflación dejaron de ser estables. Es un proceso dinámico. Puede creerse que hay una compensación entre el desempleo y la inflación y, por lo tanto, debe se dejar que la inflación suba para que el desempleo baje. A menudo ese tipo de cálculo sale mal. Hay más inflación y también más desempleo. Desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando las ideas de John Maynard Keynes fueron más influyentes, los gobiernos hicieron este tipo de experimentos. Especialmente en la década de 1970, eso salió terriblemente mal. Esa fue la situación en la que crecí en Gran Bretaña. También fue, hasta cierto punto, el problema en los Estados Unidos en esa década. Me decepcionaría mucho una vuelta atrás, porque es un problema resuelto hace veinte años.
—¿Qué diferencia social e ideológica hay entre la generación de Woodstock y los Wokestock, la izquierda más loca de hoy?
—Hice ese juego de palabras porque los jóvenes de hoy parecen rebeldes y protestan como en los 60. Hay una gran diferencia entre los jóvenes despiertos de hoy y los hippies de finales de la década de 1960. Los hippies creían en la libertad de expresión. Hoy son los conservadores quienes están a favor de la libertad de expresión. Los jóvenes de izquierda usan frases como “discurso de odio” para justificar la censura, la cancelación y la no plataforma. Los jóvenes de finales de los 60 en muchos sentidos tenían la actitud correcta hacia la libertad, estaban a favor de ella. Y se divirtieron mucho más que los de hoy, que parecen ser un grupo neurótico bastante miserable. La diferencia también es de estilo.
“Donald Trump se desvaneció de la escena más rápido de lo que esperaban los expertos.”
—Hace unos días, el actual ministro de Economía de Argentina, Martín Guzmán, discípulo de Joseph Stiglitz y ex profesor en Columbia, dijo que “la disciplina fiscal no es de derecha”. ¿Tenía razón?
—No es un tema ideológico. La economía es algo bastante sencillo. En Estados Unidos tenemos un déficit presupuestario de alrededor del 10% para este año. En algún momento se encontrará con una restricción. La restricción requiere que aumenten los impuestos o que se reduzcan los gastos, o que se infle parte de la deuda o que se deje de pagar. Realmente no hay mejores opciones a menos que se pueda lograr un crecimiento sostenido. En particular, un crecimiento sostenido de la productividad. El número de países que lograron salir de una gran deuda es bastante pequeño. Es un poco tonto que la gente de izquierda afirme que la austeridad es una posición conservadora. Todos los gobiernos, ya sean socialistas o conservadores, están limitados por las reglas del presupuesto y la economía.
—Escribió: “Los historiadores económicos saben desde hace mucho tiempo que, durante la mayor parte de la historia, la guerra ha sido el principal impulsor de los movimientos en las expectativas de inflación. Las pandemias generalmente no han tenido este efecto”. Muchas veces se habló de “guerra contra el virus”. ¿No aplica esta idea a la economía?
—Es fascinante mirar hacia atrás en el pasado y preguntarse cuál ha sido la principal causa de la inflación. La respuesta es la guerra. No solo interrumpe el suministro y crea escasez, también conduce a grandes déficits. Los gobiernos suelen imprimir durante la guerra. Pero existen excepciones a la regla. Se puede lograr un gran déficit y una expansión monetaria aumentando su gasto interno, sin disparar un tiro. Un punto clave de la guerra es el efecto sobre las expectativas. Si se gasta mucho dinero en una guerra y se pierde, y Argentina tiene algo de experiencia en eso, las expectativas tienden a despegar. No es solo la guerra, es estar perdiendo una guerra lo que permite predecir la inflación. La historia de Alemania después de la Primera Guerra Mundial es famosa. Era considerada una economía avanzada y terminó con una de las peores inflaciones de toda la historia en 1923. El resultado fue una moneda totalmente inútil.
—¿Qué políticas adoptaría hoy en día Milton Friedman si fuese secretario del Tesoro de los Estados Unidos?
—Si Milton Friedman pudiera volver y aconsejarnos, estaríamos muy agradecidos. Friedman se mostraría escéptico ante la gran expansión de las prestaciones, incluida una nueva medida de pobreza infantil. Esas nuevas medidas terminan resultando permanentes. Una situación fiscal que ya era mala se agrava porque crea nuevos compromisos. Hay una escasez estructural obvia en los ingresos fiscales, razón por la cual se proyecta que el déficit federal sea tan grande para los años venideros. Friedman no quería aumentar el tamaño del Estado. Habría recomendado la reforma de nuestro sistema de bienestar, incluido el sistema ineficaz de Medicare y Medicaid, extraordinariamente costosos y que no dan buenos resultados según los estándares internacionales. Y estaría instando al gobierno a reducir el déficit no aumentando los impuestos, sino reduciendo el gasto y tratando de volver a donde estábamos en los 80 y 90.
—¿Qué rol juega la guerra comercial con China en un proceso inflacionario en Occidente?
—La guerra comercial juega un papel bastante pequeño. Aumentó ligeramente el costo de importar productos de China. Pero los productores chinos compensaron el efecto de los aranceles bajando sus precios. Y por eso las exportaciones chinas a los EE.UU. crecieron rápidamente el año pasado, a pesar de que los aranceles no se habían reducido. La guerra comercial terminó. La administración Biden no redujo los aranceles de Trump. Pero el efecto sobre la inflación es realmente muy marginal. Espero que la guerra comercial se esfume silenciosamente. No creo que la administración Biden aumente más los aranceles. Fue lo más importante durante la administración Trump. Será mucho menos importante bajo Joe Biden.
—Dijo que “durante un siglo de historia estadounidense, a menudo, cuando los presidentes demócratas son elegidos con una agenda doméstica importante, acaban metiéndose en grandes guerras. Le pasó a Woodrow Wilson, a Franklin D. Roosevelt, a Harry Truman, a John F. Kennedy y a Lyndon Johnson. Y casi también a Jimmy Carter, pero evitó entrar en guerra en Afganistán”. ¿Joe Biden podrá producir una guerra con China?
—Es la gran preocupación de política exterior que mucha gente tiene. Hubo presidentes demócratas que evitaron las grandes guerras. Lo intentó Bill Clinton, aunque tuvo que intervenir en Bosnia. Barack Obama se negó a intervenir en Siria. Joe Biden se encuentra en una situación diferente. Ahora vemos que ese desafío es ideológico, tecnológico y militar. Es muy difícil para la administración Biden retroceder el reloj hasta 2016. Llevan las políticas de Donald Trump en una amplia gama de temas en el Mar de China meridional, Taiwán, Hong Kong. La guerra tecnológica continúa con nuevas restricciones sobre cómo las empresas estadounidenses pueden tratar con las empresas chinas cuando se trata de tecnología sensible. Ya estamos en una guerra fría. Creo que estamos en la Segunda Guerra Fría. Solo que algunas personas no se dieron cuenta del todo. Hay que ver si se convierte en una guerra candente en algún momento. Si hay algo que podría causar una guerra es Taiwán. Si China intentara apoderarse de Taiwán en los próximos años, habría un riesgo significativo de conflicto militar. Por el lenguaje que usa la administración Biden, está en un estado de ánimo bastante agresivo y duro hacia China.
“La izquierda incluso ve al liberalismo como una amenaza para su ideología.”
—Sobre China dijo: “Creo que la administración Trump no ha sido tan mala”. ¿Qué rol le cabe a Europa en esa guerra?
—A muchos europeos les gustaría ser neutrales en cualquier guerra fría entre Estados Unidos y China. Tal vez debería usar “no alineados”. Hay una especie de apetito en Europa por no alinearse. Pero eso está cambiando. Las actitudes europeas hacia China se volvieron más negativas en los últimos 12 meses. Muchos europeos se dan cuenta de que no pueden quedarse en el medio. Estados Unidos les dio la democracia en 1945. Cuando Angela Merkel abandone el escenario político alemán y europeo, a finales de este año, ese cambio continuará y Europa dejará de estar no alineada y volverá cada vez más a ser aliada de Estados Unidos.
—¿China es responsable de lo que está pasando en el mundo hoy en día?
—Tiene que haber alguna responsabilidad por la pandemia, que nació en la puerta del Partido Comunista chino. Está claro que la crisis de salud pública en Wuhan comenzó en diciembre, principios de diciembre, si no antes. Los funcionarios y la provincia de Hubei restaban importancia a la gravedad de la situación, silenciaban a los científicos y médicos que querían advertir al mundo. No fue hasta el 23 de enero que en Wuhan que iniciaron las medidas. Fue un período en el que se perdió la oportunidad de prevenir la propagación del virus. Ese es un gran error. Y el hecho de que la Organización Mundial de la Salud no esté investigando lo que salió mal indica que China no se toma en serio sus propias fallas. No es que China sea única y exclusivamente culpable. Muchos otros países cometieron errores, razón por la cual se convirtió en una pandemia mundial. Pero el mayor error original fue el intento de China de encubrir la situación, algo que es la causa de miles y quizá millones de muertes en el mundo.
—En los agradecimientos de su libro “El triunfo del dinero”, usted menciona a Domingo Cavallo, entre otras figuras internacionales como Paul Volcker o George Soros. ¿Cómo fue la relación con el ex ministro argentino?
—Conocí a Domingo Cavallo hace muchos años. Pasó un tiempo en la academia estadounidense. Cuando escribí The Ascent of Money y decidí que quería escribir sobre la experiencia argentina de la inflación, lo entrevisté. Cavallo intentó una tarea casi imposible, que fue lograr un cambio de régimen para lograr estabilidad de precios en Argentina. Los métodos que adoptó finalmente resultaron infructuosos. Ese fracaso de la política le hizo mucho daño a su popularidad. No dudo de que su estrategia fundamental fue la correcta. Simplemente, la ejecución fue imperfecta y los obstáculos resultaron insuperables. Es alguien por quien todavía tengo un gran respeto.
—Usted afirma en la introducción de ese libro: “Para los cristianos, el apego al dinero es la raíz de todo mal”. ¿Cómo evalúa la gestión del papa Francisco y su vínculo con la economía?
—Hay una larga tradición que se remonta a la historia temprana de la Iglesia cristiana de desconfianza hacia el comercio e incluso hostilidad hacia las finanzas. La idea de que el amor al dinero es la raíz de todos los males está arraigada en el pensamiento cristiano. No espero que el Papa sea un defensor abierto del capitalismo, ni creo que Milton Friedman hubiera sido un muy buen papa. El Papa demostró ser valiente en su visita a Irak, por la que lo admiro. No voy a ir tan lejos como para decir que es un peronista en el Vaticano. Pero es inevitable que un hombre con sus antecedentes en Argentina se lleve algo de esa experiencia con él cuando vaya a Roma. El papado debe mantenerse alejado de los debates de los economistas. Hay demasiadas incertidumbres sobre la economía como disciplina para que el Sumo Pontífice quiera tomar partido en los debates entre keynesianos y monetaristas. Como he dicho, el amor al dinero puede ser una fuente de maldad. Pero la generación de dinero, la inclusión de personas en el sistema financiero, la disponibilidad de crédito, todas estas cosas pueden ayudar a las personas a salir de la pobreza. Y la pobreza es una raíz del mal mucho más grande que el amor al dinero, en mi experiencia.
—¿Cuál fue el problema que llevó a la decadencia de Argentina?
—La respuesta simple a la pregunta sería el populismo. Argentina debería ser uno de los países más ricos del mundo. A finales del siglo XIX era un país con recursos naturales extraordinarios. Los alimentos disminuyeron en los últimos cien años. La demanda aumentó considerablemente. La única explicación posible para los problemas económicos de Argentina es la mala política. La mala política fiscal y la mala política monetaria. Hay una tendencia a tratar de encontrar atajos. También hay otros problemas más profundamente arraigados. La distribución de la tierra estaba altamente centralizada en comparación con los países de América del Norte. Una gran cantidad de inmigrantes terminaron apiñados en diversas áreas en lugar de poder desarrollar las áreas rurales del país. El problema de Argentina fue político. Siempre existe la tentación de volver a las soluciones populistas peronistas. Hasta que Argentina sea capaz de tener un gobierno sostenido, comprometido con el equilibrio fiscal y la estabilidad monetaria, esta historia seguirá. Mi esperanza es que la nueva tecnología permita incluir en el sistema financiero a personas excluidas y que eso ayude a cambiar la economía. Los jóvenes argentinos, y conozco a muchos de ellos, son su esperanza. Hay mucho talento en Argentina que necesita un mejor marco político para prosperar. Tengo mucho optimismo en que esa generación produzca un cambio.
“Cavallo intentó una tarea casi imposible: lograr un cambio de régimen en Argentina.”
—¿Qué medidas implementaría si fuese ministro de Economía de Argentina?
—En primer lugar, es necesario tener un plan claro para que el país vuelva al equilibrio fiscal. Al mismo tiempo, es necesario tener un plan claro en el Banco Central para poner fin al financiamiento inflacionario de los déficits públicos. En tercer lugar, apuntaría a una estrategia de desregulación y liberalización para el mercado laboral, el mercado de capitales. A los sindicatos no les gustaría, pero sería lo correcto. Y finalmente, me aseguraría, y realmente priorizaría esto, de que haya mejoras en la infraestructura tecnológica. Que más personas puedan acceder a internet y a todos los servicios financieros y de otro tipo disponibles. Si se pudiera hacer esas cosas en un big bang de cambio de política, se restablecerían las expectativas y se desencadenaría una serie extraordinaria de inversión en empleos y nuevos negocios. Ese es el elemento vital del crecimiento económico. Los empresarios de Argentina están profundamente desanimados. Es extremadamente difícil en Argentina iniciar un nuevo negocio para que despegue, no quedar atrapado en la burocracia. Sin embargo, se puede hacer. Si Milton Friedman pudiera reencarnarse, espero que sea en Buenos Aries. Espero que se convierta en ministro de Finanzas en un futuro gobierno y lidere ese tipo de estrategia de reforma audaz que podría transformar el país solo en un par de años. Se necesita una especie de liderazgo heroico y valiente.
—¿Cómo es su tarea en Greenmantle y específicamente su vínculo con el emprendedor argentino Pierpaolo Barbieri, quien además es miembro del comité de asesores de PERFIL?
—Tuve el privilegio de enseñar a jóvenes brillantes a lo largo de mi carrera. Y uno de los estudiantes más brillantes, quizás el más brillante que tuve en Harvard fue Pierpaolo Barbieri. Hace diez años, después de haber realizado una variedad de trabajos en finanzas, decidimos establecer una empresa de asesoría, Greenmantle, para trabajar en la aplicación de la historia a los problemas financieros contemporáneos y asesorar a los inversores. Vi con deleite y admiración cómo Pierpaolo lanzó con éxito Ualá en Argentinay México. Personifica el tipo de cualidades que tiene Argentina. Tiene una ética de trabajo extraordinaria, es un intelecto fenomenal, y una excelente capacidad de presentarlo. Y tiene un juicio excepcionalmente bueno. Hay muchos más Pierpaolo en Argentina. Hay mucho talento en esta generación joven.
Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo.