La serie televisiva “Mad Men” cuenta la historia de un publicista y una agencia de publicidad de los años 60. Su protagonista es Don Draper, un personaje con un pasado oscuro. Entre otras cosas, se narra la vida de un creativo en un mundo de convencionalidades. ¿La sociedad norteamericana es eso?
—Sí, hay contradicciones. Viviendo dentro de esta sociedad aparecen mucho más claras. Especialmente, cuando uno llega con ideas preconcebidas. Cualquier persona tiene ideas preconcebidas. Eso es por la presencia global dominante de Estados Unidos, no solamente en las noticias, la industria del entretenimiento o la política. Cuando uno llega, ya sea como turista, o como inmigrante, la posición que tengo coteja las ideas con las que uno trae y encuentra pliegues, contradicciones, cosas que no van juntas y que uno no pensaba que eran tan centrales. La publicidad se monta sobre muchas de estas ideas fuerza que tiene esta sociedad. Trata de mostrar ideas bondadosas, optimistas y no el lado más oscuro de la realidad norteamericana. El propósito de mi libro es comparar estas ideas que uno trae sobre lo que este país es o debería ser o podría ser con una realidad mucho más compleja.
—Destacás la importancia de la ciencia en un país muy religioso, como sucedía entre el cardenal Belarmino y Galileo Galilei en el renacimiento florentino. ¿Cómo se da en los Estados Unidos?
—Quienes vinimos a estudiar a este país atraídos por la ciencia, por el prestigio de las universidades, por la inversión en ciencia básica y ciencia aplicada, solemos tener una idea un poco distorsionada. Que se trata mucho más que de un sistema desarrollado o bien financiado de universidades, agencias gubernamentales, científicas. Hay un lado no solamente no científico, sino profundamente escéptico y desconfiado con la ciencia. No se llevan bien. Tienen una tensión bastante fuerte. Esto aparece en diversos fenómenos. El gobierno de Donald Trump fue esto. El gobierno de Trump reflejó una antipatía y un escepticismo frente a la ciencia, que se reflejó en su manejo sobre el covid-19. No solamente fue un rasgo particular del presidente Donald Trump, sino la encarnación de un sistema anticientífico, antielitista, antiuniversitario, muy profundo y tangible.
“La grieta argentina se explica por una política tribal.”
—¿Por qué, aun con esas contradicciones, funciona? La polarización es un síntoma de un fracaso escondido.
—Es una excelente pregunta. En el siglo XX la gran historia de la ciencia en este país tiene que ver con la Guerra Fría. Republicanos, demócratas, conservadores y liberales valoraron el rol de la ciencia durante la Guerra Fría. Y el tema es qué hacer con la ciencia en el período posterior a la Guerra Fría. Debería haber un consenso en el rol de la ciencia en geopolítica, en temas de desarrollo tecnológico, en otros temas muy controversiales, como la industria genética o ciertas ramas de la investigación en la biología, ciertos usos de la tecnología que vimos en Silicon Valley. Es muy diferente de ese rol que la ciencia supo tener en algún momento como aliado indispensable de una visión imperial geopolítica. En temas como el cambio climático, que los científicos estén de un lado y que no necesariamente eso se refleje en parte de lo que la opinión pública siente frente a ese fenómeno son temas que movilizan políticamente. Hay temas en los que la ciencia no empatiza con el sentir de cierta opinión pública. No hablaría de la mayoría, pero de cierta opinión pública que está en desacuerdo con conclusiones sobre cambio climático, como sobre el origen y la potencia del virus.
—¿La polarización es el resultado de esa grieta entre ciencia y religión o mito? ¿Son comparables la polarización argentina y la de Estados Unidos?
—La polarización tiene que ver con esta grieta sobre conocimientos científicos. Pero se autorreproduce. La grieta aprovecha ciertos temas científicos como para profundizar grietas políticas. Representa visiones diferentes dispares sobre la realidad sobre cómo se explica la realidad. También el origen de la vida. Este es un país que tiene una fuerte impronta religiosa, creacionista, que, en el mejor de los casos, no se lleva muy bien con una visión científica sobre cuestiones fundamentales, sobre la ética, sobre la biología. La polarización política en Estados Unidos ahonda justamente esto. ¿Cómo esto se vincula con la grieta en la Argentina? No me apuntaría a decir que ocurre igual. Hace décadas vivimos en la Argentina una grieta política bastante obvia, preocupante, pero que no es análoga a esta grieta política científica. Responde a una cuestión más de política tribal en la Argentina.
—¿Qué te sugiere el “Juan Domingo Biden”?
—Toda lectura, ya sea de la opinión pública o el periodismo, suele estar filtrada por una realidad local. Lo dominante de cómo vemos el mundo, por lo general, aparece filtrado con la propia óptica. Aun así, es una analogía interesante. Los demócratas en los días del gobierno de Joe Biden abrazan un keynesianismo en varios sentidos, en temas económicos, de política social, que puede recordar en algunos casos a ciertas políticas sociales del primero o segundo peronismo. Es una idea útil, aunque no creo exacta, porque son realidades muy distintas. Inyectar dinero público en la economía, crear programas para aquellos menos beneficiados, aparece como prioridad del gobierno de Biden en diferentes temas: en educación, en salud, en la recuperación de la economía frente a las secuelas de la pandemia. Es una idea interesante, muy peronista, muy argentina. Capta algunos temas que están comenzando.
“Joe Biden encara la idea norteamericana de que los mejores días están por venir.”
—Jean Baudrillard escribió que el dentista y el dentífrico de John Kennedy eran más influyentes que su formación intelectual y académica. ¿Se corrobora esto en la realidad?
—Absolutamente. La idea de iluminar la cara con una sonrisa, de despertar optimismo y buena onda, este humor para arriba, como decimos en la Argentina, son rasgos norteamericanos. La cara hacia la escena pública, que dice que está todo bien, es clave. La sonrisa es este atajo que muestra una actitud positiva frente a la vida. Las enormes dificultades, obviamente antes y durante la pandemia, no calman la idea que lo que hay que transmitir hacia afuera es optimismo. Lo vemos en las campañas electorales, en los discursos universitarios de graduación, que son un canto a la vida y el buen porvenir, en los discursos públicos de los grandes capitanes de la industria. Tienen la necesidad de dar buenas noticias. Todo el mundo tiene que ser un cheerleader, transmitir energía constantemente. Es un rasgo profundamente norteamericano. A muchos de los que llegamos aquí nos confunde que haya una vocación justamente por el optimismo. El pesimismo, la duda, un pensamiento no necesariamente negativo, pero un poco más escéptico sobre la vida, sobre la realidad, sobre la perspectiva, sobre el futuro, no tiene mucho lugar en este país.
—Escribiste: “Estados Unidos se tomó en serio la sentencia de Thomas Jefferson de que la búsqueda de la felicidad es el princpio rector de la vida”. ¿El retorno de una búsqueda del estado de bienestar de Biden se inscribe en esa lógica?
—Se relaciona con la idea de que los mejores días de nuestra vida están por venir. Joe Biden encarna esto. Dijo durante su campaña y durante los últimos meses que América es una idea, una idea optimista. Cada uno puede escribir su propio futuro venturoso. Esto es Jefferson mucho antes de que Estados Unidos se convirtiera en lo que fue hacia finales del siglo XIX y durante el siglo XX. Implica un cierto optimismo religioso más que secular. Fue visto como un país que sería una colina, una nueva Jerusalén, una nueva liberación. Luego se torna una idea secular y aparece en esta sociedad. Biden encarna este sentimiento optimista. Piensa que sus proyectos conducen hacia un futuro mejor.
—¿El fracaso del sueño americano llevó a una nueva perspectiva sobre la pobreza?
—Sí. Biden es consciente de eso. Una de las disputas es un cuello de botella de cómo funcionan las políticas, las decisiones y la influencia de los lobbies en el Congreso norteamericano. Ahí radica uno de los problemas fundamentales, que no solo es de representación de los pobres, sino de dinámicas de la política. Se trata de una situación controlada, influenciada por sectores con muchos recursos como para financiamiento de campañas y relaciones públicas. Una estrategia de beneficio de la clase política. Biden, dentro del Partido Demócrata, tiene el beneficio de la duda sobre si podrá beneficiar a los más vulnerables sin desarmar un sistema de influencias muy aceitado. Es una pregunta abierta si puede avanzar a ciertas políticas con una mayoría tenue en el Congreso.
—Los empresarios de la Argentina dicen que tienen poca representación. ¿Hay un contraste?
—Excelente pregunta. En el caso norteamericano se explica por el financiamiento de la política o de grandes sectores, tanto del Partido Republicano como del Partido Demócrata. Una pista para entender el caso argentino sería si en realidad el financiamiento de la política es tan diferente como para que los sectores con mayores recursos no necesariamente prevalezcan en esta disputa. Habría que investigar la hipótesis de si la diferencia está en la financiación de la política. También la estructura de poder en los Estados Unidos es mucho más pesada. La política argentina es mucho más dinámica. Con el cambio de los gobiernos cambia el dinamismo de los que se favorecen o se perjudican. Varía mucho de los gobiernos peronistas a los que no lo son. En el caso de Estados Unidos, con muy pocas excepciones, había sectores de la economía que saldrían más o menos igualmente beneficiados si fueran demócratas o republicanos los que ocuparan la Casa Blanca. Las elecciones sí marcan diferencias sobre distribución de recursos y de poder. Ahí hay una clave.
—También escribiste: “El país continúa siendo un imán como destino de un mejor porvenir, especialmente comparado con países históricamente más cerrados a la inmigración, el emprendimiento individual, la diversidad cultural, la expresión crítica y las libertades públicas”. ¿Por qué, aun con el frustrado sueño americano, la inmigración hacia los Estados Unidos no se detiene?
—Espero no hacer una caricatura de lo que está sucediendo. Por una parte, hay países que siguen expulsando gente por un sinnúmero de razones, especialmente en el caso de América Latina, América Central y México, y siguen aportando gente fundamentalmente que quiere emigrar hacia Estados Unidos por falta de trabajo, por violencia o por desastres naturales. Para ellos, Estados Unidos aparece como el mejor destino, porque tienen en el país suficientes redes sociales. Estados Unidos tiene una realidad que lleva a una integración de los inmigrantes. Para personas con muy pocas oportunidades en su país sigue pareciendo muy atractivo. Pero al mismo tiempo, Estados Unidos aparece como un lugar de posibilidades, no porque en sí sea mejor, sino porque lo es comparativamente con los lugares de origen de donde viene uno. Es lo que emerge en relatos de varios inmigrantes de Etiopía, de India o de México, por ejemplo. No surge una pasión o enamoramiento con Estados Unidos ni falta de reconocimiento de los lugares más oscuros de Estados Unidos, sino que comparativamente es un lugar donde es más factible conseguir trabajo o tener acceso a una educación digna para nuevas generaciones. Esto aparece muy fuerte en inmigrantes hoy y hace cien años. Es una manera de darle cierto viso de realidad al llamado sueño americano. La decisión de emigrar tiene más que ver con el lugar de origen que el de destino.
“En la tensión entre economía y salud aparece una disputa sobre valores democráticos diferentes.”
—El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, dijo durante la pandemia que él estaba dispuesto a morir y que las personas de más edad tenían que aceptar la muerte, como una idea darwiniana. ¿Ese darwinismo es parte de la sociedad norteamericana?
—Hay una actitud fatalista frente a la vida. Muchas decisiones y el futuro nuestro están en manos de Dios, no del control humano. No es idéntico sinónimo con la idea del darwinismo social. El darwinismo social tiene una historia bastante extendida en este país. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, especialmente en círculos racistas, xenófobos, de la supremacía blanca, el darwinismo social encontró un lugar. Se planteaba como una forma de superación de ciertas desigualdades, problemas sociales. El hecho de que haya sido retomado por una autoridad del estado de Texas aparece como una idea fuerza. Es algo disponible, latente. En algún momento ofrece el guion para explicar ciertas políticas públicas. La visión de la supervivencia de los más fuertes frente a los más débiles desgraciadamente es una idea con una historia bastante extendida.
—No está confirmado, pero Alberto Fernández dijo que al comienzo de la pandemia Macri lo llamó por teléfono y le dijo que tuviera en cuenta primero la economía, “que tuvieran que morir los que tuvieran que morirse”. ¿Los políticos argentinos se parecen en algo a los republicanos o demócratas de Estados Unidos? ¿Es posible establecer un intertexto?
—Otra excelente pregunta. Vemos en la pandemia en la Argentina, Estados Unidos y otros países una oposición que sigue o se escuda, si uno quiere ser más cínico, en recomendaciones de expertos en salud pública sobre distanciamiento social, uso de mascarillas, a expensas de una mirada que prioriza la economía o lo que se trata de llamar libertades individuales. Del otro lado aparece la crítica de la oposición, que apunta a priorizar la reapertura de la economía y los derechos individuales que critican medidas oficiales como si fueran una imposición colectivista. Usan “socialismo” o “comunismo” como epítetos frente al derecho individual. Esta tensión aparece no solamente en la Argentina y en Estados Unidos, sino en otros países. Lo que hay en puja no son solamente prioridades. Se establece una disyuntiva falsa, porque uno no puede reabrir la economía sin un mínimo control de la circulación del virus. Aparece una disputa entre valores democráticos diferentes. Por un lado, el derecho individual a pesar de todo, o contra todo, como valor eximio y dominante de lo que debe ser la vida en democracia. Del otro lado, la democracia como contrato social, un pacto de cuidado, no solamente individual. No solamente el cuidado hacia otros es fundamental para la resolución de la pandemia, sino justamente para la seguridad individual propia. Esta es una tensión entre la priorización de derechos individuales y derechos o ideales comunitarios. Es imposible pensar la resolución de la pandemia sin acuerdos mínimos de grandes sectores de la población. Hay casos en que basta una mayoría simple. Quien está en el gobierno decide ciertas medidas, para la reactivación de la economía o para el control del virus, más allá de un contrato social sobre cuáles son las prácticas mejores.
—¿Hay algún punto de comparación entre el Partido Demócrata y el peronismo? ¿Y entre los republicanos, especialmente Donald Trump y Mauricio Macri?
—El Partido Demócrata es una coalición de diversos intereses. Es un gran arco de diferentes identidades políticas, sociales, culturales, intereses económicos, diferentes clases sociales, niveles educativos. Es un arcoiris, como suele decirse. No me queda claro que el peronismo actual sea justamente eso. Si es factible hablar de un peronismo único. Tampoco que el gobierno actual de Alberto Fernández sea como coalición similar o idéntico a los gobiernos de Kirchner. En el caso de los republicanos, hay con el gobierno de Macri y de ciertos gobiernos en América Latina una priorización de la libertad de mercado y derechos individuales. Hay diferencias sobre el tema del globalismo. El gobierno de Trump se presentó como antiglobalista aun contra una tradición republicana geopolítica y económica. No veo en Macri ese antiglobalismo. El republicanismo hoy en día encarna un discurso, no voy a ahorrar palabras, xenófobo o racista. Hay apoyo a la insurrección violenta del Capitolio del 6 de enero. Lo coloca a la derecha de muchos partidos conservadores. Es difícil encontrar un partido conservador que esté tan a la derecha en estos temas como lo es el Partido Republicano hoy. Aun luego de la salida de Donald Trump. No me atrevería a decir que otros partidos en América Latina están en ese lugar. Hay tendencias, pero no me atrevería a decir que los partidos conservadores en América Latina son un calco de lo que es el Partido Republicano, bajo la influencia dominante de Donald Trump.
“No sé si el gobierno actual es una coalición igual a la que apoyó antes a los Kirchner.”
—En esta misma serie de reportajes, Francis Fukuyama encontró puntos de contacto entre Cristina Kirchner y Donald Trump como populistas. ¿Es factible la comparación?
—Depende del concepto de populismo. Hay una idea fuerza de que el populismo consiste fundamentalmente en una visión de la política como conflicto, que no hay lugar para el consenso, para la negociación entre dos campos. Que existe el “campo popular” y las “élites”. Esto aparece en Trump y también en el peronismo. No me apuraría a decir que son idénticos. Hay diferentes variaciones del populismo. Hay populismo tanto de izquierda como de derecha. Uso estas etiquetas con pinzas. Porque no captan aspectos fundamentales del populismo. Pero sí el populismo tiene una desconfianza profunda en la democracia constitucional, en sus instituciones. Esto aparece en Trump, en su posición en relación con ciertos jueces, la prensa, el Congreso, y también en cierto peronismo. Una desconfianza profunda del funcionamiento de la Justicia, de la prensa y de otras instituciones, como si fueran antipopulares. Pero la analogía se detiene ahí. Porque en cada país aparece una suerte de color local.
—Escribiste: “Hoy todo el mundo piensa que tiene una visión sólida sobre vacunas y temas científicos, pero cuando la ciencia cae en las redes del dominio público pasa lo mismo que con la política”. ¿Cómo se hace para evitar la manipulación de las evidencias?
—Durante la pandemia la ciencia se convirtió en un tema de discusión popular. Gente con conocimiento que viene de diferentes medios siente que la ciencia es una materia opinable. En circunstancias normales, la ciencia es un lugar esotérico. Solamente aquellos que tienen conocimientos especializados pueden opinar. Lo hacen sobre la base de evidencias. Así es cómo opera el conocimiento científico. La crisis y la pandemia sobrepasaron los canales habituales de la ciencia. Hay un empoderamiento de la ciudadanía, que piensa que tiene la capacidad, la información, como para opinar. Es interesante para quienes pensamos que temas científicos son o deberían ser de interés público y no solamente de interés para unos cientos o miles de científicos que escriben en revistas especializadas. El tema es que una vez que se abre la discusión, hay de todo. Hay información fehaciente, verdadera, fáctica, testeada, como también rumores, mala información, propaganda, sospechas, teorías conspirativas. Se debe a este caos de la abundancia informativa.
Es mucho más difícil desde el Estado y la ciencia controlar este flujo. La pandemia refleja no solo este caos informativo, sino la sensación de que este tema nos pertenece a todos. No debe quedar solo en manos de los expertos.
En los medios en algunos casos hubo un trabajo bastante sólido, respetuoso, sin sensacionalismo, tratando de consultar con expertos. Buscando entender cómo esta situación afecta a la vida cotidiana de diferentes sectores de la población.
Al mismo tiempo, ciertos medios, por desvíos profesionales o ideológicos, se hicieron eco de conspiraciones que no tienen base, de versiones deliberadamente interesadas en desinformar y confundir. Esto hace más importante la responsabilidad sobre dónde obtienen información para tomar decisiones y generar opinión.
—¿Influyen las redes sociales, donde no existe la curaduría de un editor, en la proliferación de falsas noticias?
—Vemos eso. El periodismo ocupa un lugar como curador importante, más allá de sus enormes virtudes y limitaciones o problemas. Existe el riesgo de una sociedad donde no desaparece la curaduría de información, sino que las empresas de redes sociales hacen una curaduría según algoritmos y cálculos propios. Hay líderes de opinión que hacen curaduría de información en plataformas sociales. Algo que puede verse como democrático también es preocupante. Facilita una información mucho más fluida, que no necesariamente tiene visos de realidad. La noticia tiene que contar algo que está ocurriendo que puede ser documentado, testeable. Algo que tiene evidencia y que no es puramente imaginación. Casi 25 años después de la revolución digital, vemos cuán necesario era y sigue siendo que en el periodismo que haya una curaduría responsable. Hoy compite, y en algunos casos es ahogada, por flujos de información que operan con premisas totalmente diferentes.
—¿Cuál es tu opinión sobre la sanción de algunas redes sociales hacia Donald Trump?
—Fue tardía. Y fue una decisión opaca, no transparente. No explica otras decisiones no tomadas ante casos similares antes y posteriormente. Se toma en el ocaso del gobierno de Trump por un cálculo político. Pero son plataformas privadas y tienen esa prerrogativa, y esto aparece en sus reglas de uso. Uno puede llamar a esto censura privada o una intromisión, pero es un caso preocupante, dado el tremendo poder que estas plataformas tienen para regular su contenido. Son decisiones que se hacen con usuarios regularmente. Este es el problema de base: cómo toman decisiones, sobre qué premisas y cómo se comunican estas decisiones.
—¿Cuál sería la comparación posible entre la polarización de los medios estadounidenses y los argentinos?
—En el caso argentino, salvo contadas excepciones, los medios están volcados hacia la polarización. Le hablan a una audiencia particular por sentimientos partidarios o ideológicos. Son públicos mucho más de nicho. Hacia allí dirigen su mensaje. Da rédito: económico, político, de legitimación social. Pero no es una audiencia masiva. Es la fragmentación de lo que llamamos en algún momento audiencia masiva: sectores importantes que reflejan sus premisas. El caso estadounidense es diferente. Si bien existen cables o revistas que se dirigen a un público partidario o ideológico, no es el caso de los grandes medios privados, que le siguen hablando a una audiencia mucho más de masas. Los medios públicos, como la radio y la televisión, siguen pensando que le hablan a un público más allá de simpatías políticas. Las grandes cadenas de televisión siguen tratando de navegar en un lugar del mainstream. Las opciones en el cable están mucho más segmentadas por esos factores. Cierta prensa gráfica tuvo un desafío importante durante el gobierno de Trump de cómo se posicionaban. Si como críticas dentro de una tradición del periodismo frente al poder o como empresas periodísticas que fundamentalmente tratan de coincidir con las expectativas de una fuerte proporción demócrata y previsiblemente antitrumpistas. Todavía existe un periodismo que le habla a un público independiente. Tiene una existencia mucho más limitada en la Argentina.
—¿La polarización se sostiene con el marketing de la especialización y en que existen tantos medios?
—Sí. Creo que en la Argentina hubo experimentos de hacer periodismo que no le hablara ni al kirchnerismo ni al antikirchnerismo.No me queda claro qué pasó en términos de rating, que es lo que determina la suerte de programas periodísticos y políticos en la televisión. Que pudieran competir contra índices más altos de programas que claramente tenían un target más definido. Responde a esa lógica. Tiene que ver con una estructura de producción y de acceso. A pesar de las dificultades, sigue siendo más accesible que en Estados Unidos. Especialmente a nivel nacional y del gran sistema de cable, es mucho más difícil entrar. Responde más a una diferencia de la estructura de la televisión paga en los Estados Unidos que a cuestiones políticas o partidarias o a la profundidad de la grieta.
“Me aterran de Estados Unidos el individualismo y la soledad”
—En “El imperio de la utopía”, reunís comentarios de Peter Sellers hasta Freud. Uno decía que Estados Unidos era una pesadilla con aire acondicionado, otro que era un aborto espontáneo. ¿Qué es lo que más fascina y lo que a vos más te aterra de los Estados Unidos?
—Lo que más fascina es que es una sociedad dinámica, de movimiento absoluto. Aparece el deslumbramiento de las oportunidades de trabajo.
Es tan fácil conseguir trabajo como perderlo. Es una economía muy dinámica, permanente mueren y nacen nuevas industrias, nuevas formas de empleo. En esa transición tan brutal no siempre hay gente que se acomode a ese nuevo orden económico y social. Es lo que asombra, deslumbra, asusta. Lo que más me aterra es que es una sociedad diseñada para la vida individual. Hay un individualismo exacerbado. Se expresa en una tensión de cómo funciona la vida cotidiana para gente que vive sola o tiene redes sociales muy limitadas, que no tiene redes de apoyo de vecinos que puedan sostener los desafíos y las necesidades. Otro tema es la soledad, que tiene que ver con este individualismo exacerbado. Con la poca densidad geográfica en grandes partes del país. La costumbre es un gran respeto sobre la privacidad ajena. El individualismo exacerbado como la exacerbación de la soledad son lados oscuros bastante preocupantes.
“Es difícil encontrar en el mundo un partido conservador más a la derecha que los republicanos en EE.UU.”
—Escribiste: “El vibrador eléctrico, objeto que fue hasta hace pocas décadas el quinto aparato electrónico más común en el hogar, junto con la máquina de coser, el ventilador, la tetera y la tostadora. Bonita viñeta de la vida doméstica”. ¿Hay algo hipócrita en la sociedad americana?
—Hay cierta hipocresía. Hay un discurso público muy fuerte en la política, en la educación, en las corporaciones, en instituciones religiosas, sobre lo que este país supuestamente es o lo que debería ser. Ese discurso oculta, ya sea por desidia o deliberadamente, una realidad mucho más compleja. Una idea que uso en el libro es esta necesidad de correr cortinas para entender esos pliegues ocultos, esos lados que a esta sociedad no le gusta reconocer públicamente, porque no encajan con ese deber ser y que no necesariamente tienen que ver con un juicio de valor negativo o positivo. Responden a esa increíble máquina de sueños y mitos que es Estados Unidos hacia adentro y hacia afuera. Es un ejemplo de que no hay que dejarse llevar por las apariencias. Usualmente se explican grandes cosas por el puritanismo. Pero esa es una explicación fácil de cosas bastante interesantes y más complejas. Ocurre con el tema de la sexualidad, que va mucho más allá de lo que fue un puritanismo originario de principios de la década del XVII. Subsiste, pero objeto utilizarlo como una idea maestra.
“No hay un espíritu radical en los jóvenes ambientalistas”
—¿Hay en los jóvenes y en la ecología y en la palabra sustentabilidad algo comparable con lo que fue en los 60 y los 70 los cambios que produjeron la juventud de aquella época?
—Es una analogía interesante. Hay espíritu crítico frente el establishment. Es visto como responsable del cambio climático y de obstaculizar políticas verdes. No me atrevería a decir que haya un espíritu radical en gran parte de los jóvenes ambientalistas. El ambientalismo es una coalición bastante grande de sectores políticos. Algunos tienen una inspiración mucho más radical sobre la relación entre seres humanos y naturaleza o el papel o la responsabilidad que tiene Estados Unidos o las empresas más importantes en estos temas. Eso frente a un enfoque más conservacionista, que también tiene una posición de larga data. No solo consiste en un espíritu radical como crítica económica al capitalismo. Se podría decir lo mismo de los 60, con ese espíritu rebelde que caracterizó cierta juventud. Era un abanico de posiciones, algunas más radicalizadas y otras más progresistas, que no necesariamente hacen una crítica de cuajo a los sectores dominantes de la política y de la economía.
“El populismo tiene una desconfianza profunda en la democracia.”
Cuando Biden apoya y sostiene políticas ambientalistas busca ganar una voluntad política independiente mainstream, no necesariamente radicales. Muestra no solo un cálculo político. Debajo del paraguas de las causas ambientalistas conviven diversas posiciones. Tanto en el diagnóstico de quién es culpable de los problemas como en las resoluciones. Qué se debe hacer para una situación más amigable o para generar políticas más conducentes a la reducción de graves problemas medioambientales.
Producción: Pablo Helman y Debora Waizbrot.