PERIODISMO PURO
Entrevista

Thomas Pogge: "El FMI es un promotor de la desigualdad global"

Docente de Yale, miembro de la Academia Noruega de Ciencias y cofundador de Academics Stand Against Poverty, el filósofo alemán se especializó en dos cuestiones que tienen ecos indudables en Argentina: el vínculo entre filosofía y derecho y la justicia ante la inequidad en el mundo. Sostiene que hay un vínculo directo entre la cuestión fiscal y el empobrecimiento de determinadas regiones del planeta. Defiende un capitalismo más justo y menos salvaje, atento a la corrupción y abierto a la ética.

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Thomas Pogge. | JUAN OBREGÓN

—Usted dijo en una entrevista que “probablemente tendremos una gran guerra nuclear antes de que pasemos a un orden mundial basado en la moral”. ¿Se da aquello del teórico Mark Fisher acerca de que es más fácil pensar en el fin de la humanidad que en el fin del capitalismo? 

—Sí. No lo dije tanto como una crítica al capitalismo como una al sistema de Estados existente en el mundo. Tenemos un mundo de Estados nacionales en competencia en el que las reglas de la colaboración internacional están determinadas por su poder de negociación. Los Estados están constantemente en una crisis existencial, porque tienen que evitar cualquier cambio en las reglas que pueda llegar a resultarles perjudicial. Podría resultar en una espiral de muerte en la que perderían el poder. Luego se les impondrían más reglas desfavorables, perderían el poder y finalmente se desvanecerían. Todo en nuestro sistema estatal se convierte en una cuestión de seguridad nacional. Los Estados combaten por su propia supervivencia a largo plazo, y esa situación la considero muy peligrosa, independientemente del sistema capitalista. Es peligrosa porque es propensa al error, a los actos de desesperación, a las equivocaciones. Siempre conlleva un cierto peligro de guerra a largo plazo. Puede ser pequeño en un año determinado, pero a largo plazo nos lleva a la certeza de que si seguimos por este camino acabaremos experimentando otra gran guerra. 

—¿Cómo definiría el concepto de “justicia global”?

—Como un atributo en la forma en que se estructura nuestro mundo. Por estructura me refiero a las normas y los acuerdos institucionales que existen a nivel supranacional, pero también a los hábitos, las prácticas y la infraestructura. A todas las formas que estructuran las interacciones humanas. Dependiendo de cómo estructuramos este mundo supranacional, obtendremos diferentes efectos distributivos. Tendremos más o menos desigualdad, pobreza, cumplimiento de los derechos humanos. Y ahí es donde entra la justicia global. Evalúa las diferentes formas de estructurar un orden supranacional en términos de cuál es su impacto en la distribución de las oportunidades de vida entre los seres humanos.

—En el prefacio del libro “Hacer justicia con la humanidad”, usted dice que los ensayos incluidos en el texto “tratan de hacer justicia a la humanidad, especialmente a aquellos seres humanos que están sufriendo numerosos tipos de privaciones injustas. Hacerles justicia significa analizar y rebatir los incesantes argumentos, fabricados por los intelectuales, políticos y burócratas de todo el mundo, que pretenden justificar estas situaciones de privación y opresión”. ¿El mundo puede ser equitativo? 

—Podemos conseguir un mundo mucho más equitativo. Es difícil imaginar un mundo completamente justo. Pero es posible imaginar un mundo en el que los ingresos y la riqueza se distribuyan de forma más equitativa, así como otros bienes importantes, por ejemplo, la educación y el respeto, la participación social. Vivimos un ciclo en el que la desigualdad engendra más desigualdad. Las personas a las que les va mejor que a otras quieren afianzar su ventaja. Intentan cambiar las reglas a su favor. A menudo tienen poder político y mediático para hacerlo. El resultado es un acuerdo institucional profundamente injusto, con estructuras que perpetúan la desigualdad. A menudo, la empeoran. Como intelectuales debemos intentar que la gente entienda las fuentes de desigualdad, criticarlas e intentar movilizar la oposición democrática a ellas. Combatir por reformas posibles. Es un proceso largo y arduo. Cada pequeña reforma que haga que el mundo sea más igualitario, que erradique la pobreza, tendrá un efecto positivo y ayudará a conseguir reformas adicionales para las personas que padecen el statu quo.

—¿Cómo opera ese dispositivo intelectual que justifica la opresión? ¿Cómo incide la Academia en la manutención de un cierto statu quo?

—Tuvimos un ejemplo maravilloso muy recientemente en la Universidad de Yale. Teníamos un programa dirigido por un profesor de Historia que renunció porque quienes financiaban el programa intentaron influir en el plan de estudios. Esta es una forma muy obvia de aquella influencia. Las universidades privadas son líderes de opinión. Tienen mucho prestigio, mucha influencia en el funcionamiento académico global, y reciben la mayor parte de su dinero de donaciones. Estas donaciones provienen de un gran número de personas, y estas personas, por supuesto, tienen opiniones sesgadas por su posición económica. Les gusta el sistema tal y como es. Les gusta un sistema en el que pagan muy pocos impuestos, en el que disfrutan de todo tipo de ventajas. Desean que ese sistema se justifique en las universidades que financian. Este es solo un mecanismo entre otros. Hay muchos que muestran cómo la gente con dinero influye en el sistema político a través de donaciones de campaña, influencia en los medios de comunicación al ser dueños de ellos. Poseen señales de televisión o periódicos. Son formas de la producción intelectual fuertemente influenciadas.

—En un reportaje de esta misma serie, el especialista en desigualdad Branko Milanovic dijo que Estados Unidos avanza hacia una plutocracia. ¿Comparte la idea? ¿Representa algún cambio la llegada al poder de Joe Biden?

—Conozco muy bien a Branko. Estoy muy de acuerdo con él. Lo diría con más énfasis: vivimos una plutocracia. La mayor influencia en las elecciones de Estados Unidos es el dinero. Es un factor más importante que los votos. Es absolutamente crucial para ganar elecciones en este país. Los políticos deben mendigar dinero para poder ganar elecciones, ser nominados y elegidos. Y el dinero proviene de la gente rica. 

—Usted dice que “las explicaciones corrientes son con frecuencia demasiado simplistas”. ¿Cuáles son los primeros pasos para una comprensión más sofisticada de las temáticas vinculadas a la desigualdad?

—En las explicaciones de la desigualdad suele no comprenderse la interacción entre los acuerdos institucionales nacionales e internacionales. Los economistas suelen mirar a los diferentes países y afirman que encuentran trayectorias de desarrollo muy diferentes. Algunos países lo hacen muy bien, como Corea del Sur o China, y otros países lo hacen mal, por ejemplo, Argentina. Así explican por qué a algunos países les va mejor que a otros, y qué podrían hacer mejor los países a los que les va mal. Pero se deja de lado el contexto global, el orden supranacional en el que se desenvuelven estos países, que es decisivo. Y explica por qué a unos les va bien y a otros mal. Un ejemplo que analicé en detalle es la importancia de los recursos naturales. Curiosamente, los países que tienen muchos recursos naturales tienden a tener malos resultados en materia de desarrollo. Y la razón es que tenemos normas internacionales que dicen que cualquiera que tenga el poder efectivo en ese país puede disponer de los recursos como le parezca. Así, cualquier dictador, pensemos en la junta militar de Myanmar, por ejemplo, o los dictadores de hace un tiempo en América Latina o ahora en África, pueden adquirir el poder por la fuerza y luego enriquecerse vendiendo los recursos del país y utilizar ese dinero, en parte, para mantenerse en el poder. Esa regla es crucial para entender por qué a muchos países les fue tan mal en términos de erradicación de la pobreza y desarrollo. Los economistas tienden a dejar de lado esa parte de la explicación. Solo se fijan en los factores nacionales.

—En su libro, usted se pregunta “por qué el Fondo Monetario Internacional, deseoso de ‘ayudar’ a que los países pobres paguen sus deudas, los presiona para que congelen la educación y la atención médica de quienes no pueden costearlas; por qué se hace pagar a la gente de los países pobres por deudas contraídas por sus opresores”. ¿El FMI es un promotor de desigualdades globales?

—Es un promotor de la desigualdad global. Acepta las reglas del juego tal y como son. Su receta consiste en que para pagar la deuda se necesita austeridad, ahorrar dinero y equilibrar el presupuesto. Una vez que sigas esa receta, se podrá crecer dentro del sistema existente. Querríamos que ocurriera desde el punto de vista de los países en desarrollo un rebelarse contra la diferencia y, por ejemplo, no aceptar deudas tomadas por gobiernos anteriores. Si un militar contrae una gran deuda para un país, esa deuda es ilegítima. No fue tomada por el pueblo y debe ser rechazada. Si el FMI está realmente interesado en el desarrollo, rechazaría esas deudas en lugar de buscar ideas sobre cómo ese país pobre puede hacer frente a esas obligaciones.

—¿Cuánto inciden la globalización y el neoliberalismo? ¿Son conceptos diferentes?

—Tienen enormes efectos sobre la desigualdad. Si se piensa cómo reestructurar nuestros acuerdos institucionales globales, se pueden encontrar fácilmente muchas posibilidades que cambiarían la desigualdad y la pobreza. Basta con ver la distribución de la renta y la riqueza actuales. Vivimos en un mundo en el que la renta media es de aproximadamente 50 dólares estadounidenses por persona por día en paridad de poder adquisitivo. Sin embargo, 3 mil millones de personas, de un total de casi 8 mil millones, no pueden permitirse una dieta saludable. Es un tema fácilmente solucionable. Hay muchas maneras de hacerlo. Una sería una renta básica universal. Todos los recursos naturales de este planeta y el capital acumulado por generaciones anteriores se consideraría que pertenecen a la humanidad y que todo el mundo tiene derecho a una parte de ese patrimonio. En lugar de que los recursos naturales fueran propiedad de una pequeña elite, serían propiedad de todos. Otra reforma es la del sistema de propiedad intelectual. Los ricos poseen una gran cantidad de propiedad intelectual. Los demás deben pagar para utilizarla. Es un gran obstáculo para la erradicación de la pobreza. Por ejemplo, en el ámbito de los productos farmacéuticos, los medicamentos se venden a menudo por más de mil veces el costo de producción. Lo mismo sucede con las tecnologías verdes. Si se quiere usar tecnología de vanguardia, hay que pagar derechos al innovador. Así que, de nuevo, la ventaja de los que ya son ricos se ve constantemente aumentada por el hecho de que tienen un control sobre la innovación y pueden obligar a los demás a pagar el dinero por el privilegio de usarla. Tienen una ventaja original en su obtención porque tienen capital para invertir y hacer investigación científica y tecnológica de vanguardia.

—¿El problema de la globalización, del liberalismo y de la inequidad es económico, de comercio, o cultural?

—En primer lugar, es un problema económico, de cómo se están repartiendo los beneficios. Existe una contribución global con mucho comercio y división del trabajo: ciertas cosas se producen en una región del mundo y otras en otros lugares. Todo ese sistema de colaboración crea un producto conjunto, que se reparte entre toda la población global, según ciertas reglas. Algunas personas reclaman parte de ese producto diciendo que son dueños de este petróleo, y como contribuyo con el petróleo, debo recibir dinero por ello. Otras personas contribuyen con capital, otras con trabajo y así sucesivamente, y las reglas determinan cómo este gran producto social, el producto mundial global, se divide. La globalización nos lleva básicamente a un punto en el que tenemos un gran producto mundial. Hasta ahora fueron injustas. ya que dan a la mayoría de los seres humanos una parte demasiado pequeña del producto mundial producido conjuntamente.

—Usted dijo que “la pobreza ya no es tan grande como cuarenta años atrás, pero es evitable, por lo tanto es un crimen”. ¿Por qué sería parte de un análisis penal y no moral la pobreza? ¿Y cuál es la diferencia para usted entre moral y penalidad?

—Digo criminal en sentido moral. El crimen sería un subconjunto de la moral. La moral implica una serie de conceptos más amplios. Mucha gente piensa que la pobreza necesita de ayuda y asistencia. Así aparece como problema moral. Aparece el imperativo de hacer más. “Deberíamos hacer donaciones, ayudar, asistir”. Mi propuesta es más contundente. La pobreza es criminal. No es solo un producto de nuestra poca ayuda, sino también del daño que hacemos. Me refiero a las poblaciones de los países ricos. Imponemos colectivamente una estructura en el mundo que previsiblemente genera más desigualdad, y que la pobreza persista. Si tuviéramos otro tipo de globalización, con otras estructuras y reglas, el producto social del mundo estaría más justamente distribuido y no habría pobreza. Al imponer reglas injustas, estamos agravando y perpetuando la pobreza de manera criminal. De la misma manera, se podría decir que José Stalin agravó y perpetuó criminalmente la pobreza cuando creó la hambruna en Ucrania alrededor de 1930.

—Usted dijo que “cuatro grupos son los responsables de este déficit de derechos humanos, que resulta de la incapacidad de los países pobres en recaudar impuestos razonables. En primer lugar, las jurisdicciones en las que se aplica el secreto fiscal y los paraísos fiscales que estructuran sus sistemas jurídicos y fiscales de manera que se promueva el abuso fiscal y que usualmente también protegen el secreto bancario contra las autoridades fiscales de los países menos desarrollados”. ¿Qué rol ocupan en la economía actual los paraísos fiscales?

—Es un aspecto de la estructura supranacional que conduce a esta enorme desigualdad. Los paraísos fiscales hacen posible que las corporaciones ricas y sus propietarios eviten pagar impuestos, especialmente en los países en desarrollo. Las corporaciones multinacionales tienen filiales en lugares diferentes. Interactúan y comercian entre sí. Y mediante la manipulación, las empresas trasladan los beneficios de una filial a otra. Lo hacen a través de remesas o mediante acuerdos de consultoría, o préstamos de una filial a otra. Se aseguran de que en las jurisdicciones de mayor imposición no tienen beneficios imponibles, y sí en las jurisdicciones de baja imposición o sin imposición. El resultado es que los países pobres, y esto incluye a los países latinoamericanos y africanos, son estafados en los impuestos que les corresponden. Las corporaciones multinacionales hacen uso de este recurso. Para las personas físicas, los paraísos fiscales son una forma de escapar a los impuestos. Ponen su dinero en jurisdicciones de paraísos fiscales y luego no pagan impuestos por el poco dinero que poseen en el país donde viven. La gente rica, los políticos, a menudo corruptos, o los empresarios ricos en los países en desarrollo, guardan su dinero en un paraíso fiscal y no lo revelan a las autoridades fiscales locales. No pagan ningún dinero, ningún impuesto a las ganancias de capital y dividendos.

—Usted también habló de “los banqueros, abogados, contadores y lobbistas que diseñan, implementan y ‘legalizan’ estas estrategias. Y los gobiernos poderosos de los países ricos que facilitan la evasión fiscal en el extranjero y hacen que los paraísos fiscales cooperen con sus propios esfuerzos de aplicación de leyes tributarias sin asegurarse de que los gobiernos de los países pobres reciban una cooperación similar”. ¿Cuál sería la mejor estrategia para motorizar un cambio duradero?

—Creo que el primer paso es abrir esto, revelar la información. En los últimos cinco o seis años se avanzó muchísimo. Los periodistas aportaron muchísimo en abrir todo este sistema y mostrar al mundo lo que sucede. Tuvimos los Panamá Papers, los LuxLeaks, las filtraciones recientes de Pandora. Revelan cómo las elites engañan a las autoridades fiscales. Cómo eludieron sus impuestos. Son de crucial importancia para montar cualquier desafío al sistema existente. Y ahora que tenemos esta información va a ser más fácil, aunque todavía difícil, intentar hacer algo sobre ese sistema. Un paso que se ha dado recientemente es la propuesta de un impuesto mínimo global para las corporaciones. Es un paso en la dirección correcta, aunque la distribución de ese impuesto deje mucho que desear y realmente favorece a los países ricos. Pero aquí se puede ejercer una presión moral. Ojalá podamos encontrar mecanismos que obliguen a estos paraísos fiscales a cooperar para lograr en primer lugar una mayor transparencia. Que sepamos dónde tienen dinero las corporaciones, cuántos beneficios obtienen. Un sistema más transparente, con informes país por país, y que podamos entonces también obtener más impuestos de estas corporaciones y de los individuos ricos y garantizar que al menos una parte de estos impuestos acabe en los países más pobres. Se sabe que los organismos internacionales suelen tener muy poco poder de negociación.

—¿Qué rol tienen el periodismo y las ONG de periodistas en la transformación ética y cultural?

—Un papel enormemente importante. La democracia no funciona si los ciudadanos no están informados y movilizados. Los ciudadanos deben saber qué ocurre, lo que se hace en su nombre. Deben estar organizados y movilizados en torno a determinadas cuestiones. Decidir ellos las prioridades, encontrar formas de ejercer presión colectiva. Es muy poco lo que podemos hacer individualmente. Pero colectivamente, como grupos, podemos influir. Los periodistas y las ONG, al menos las buenas, desempeñan un papel importante. Siempre debemos recordar que también hay malos, que defienden el statu quo, pagados para mejorar imágenes o para defender acuerdos injustos. Pero hay verdaderos héroes en la profesión periodística que a menudo arriesgan su vida para obtener información crucial, como la que aparece en asuntos como los que estamos comentando. Cada año, varias decenas de periodistas son asesinados por hacer su trabajo. Lo mismo ocurre con las ONG, aunque algunas sean defensoras del statu quo. 

—En los Pandora Papers se supo que la Argentina ocupa el tercer lugar y nueve de las diez familias más ricas del país tienen dinero en empresas y cuentas offshore. ¿Qué revela eso acerca de la Argentina y la relación del país con las leyes y la economía?

—Muestra que Argentina se enfrenta a un viento en contra considerable en términos de no ser capaz de explotar plenamente su base fiscal. Un país tiene potencial, que proviene de la fuerza económica de sus ciudadanos. Pero debe ser capaz de captar esta base fiscal. Asegurarse de que todos paguen su parte justa para el mantenimiento colectivo del Estado. Argentina se queda corta en ese aspecto. Es un país con un enorme potencial y se está quedando muy corto. Esperemos que, con la ayuda de estas revelaciones, sea capaz de captar una mayor parte de su base fiscal potencial.

—Acerca de los paraísos fiscales hay un debate entre lo legal y lo éticamente sostenible. ¿Hay agujeros éticos en las leyes globales?

—Hay agujeros éticos. Se debe reforzar el sistema fiscal de manera que los ricos paguen su parte justa. Y, en segundo lugar, los impuestos que se pagan tienen que distribuirse de manera más justa. Son los dos grandes problemas, y se requiere una reforma. En Estados Unidos, los multimillonarios solo pagan una fracción muy pequeña de sus ingresos como impuestos. Una persona como Elon Musk, que tiene casi 300 mil millones de dólares, acumuló todos estos ingresos, adquirió todo este dinero y no pagó prácticamente ningún impuesto, porque casi todo es ganancia de capital, que no es imponible. Por supuesto, nunca venderá el activo. Puede cubrirse, y también puede pedir un préstamo contra el activo. Y si muere, entonces todo ese capital acumulado vuelve a ser perdonado. El heredero recibe el dinero sin tener que pagar ningún impuesto sobre las ganancias de capital. Esencialmente, este hombre acumuló 300 mil millones de dólares mientras pagaba solo unos pocos millones de dólares en impuestos. Ocurren cosas similares en otros países; también con las corporaciones. Hay una gran injusticia en el código tributario. Los pobres pagan un porcentaje mucho más alto de sus verdaderos ingresos en impuestos que los ricos. Los países ricos tienen una tremenda ventaja en el poder de negociación. Y entienden mucho más sobre la alta complejidad de los códigos fiscales. 

—En la Argentina se debatió fuertemente la aplicación de un impuesto a las riquezas mayores del país. ¿Está de acuerdo con ese tipo de medidas? 

—Es una obviedad. No quiero inmiscuirme en la política argentina, pero es una condición mínima de justicia que la tasa impositiva real que pagan los ricos sobre su riqueza e ingresos acumulados tiene que ser más alta que la tasa impositiva de los ciudadanos comunes. Y como acabo de decir sobre los Estados Unidos, donde conozco la situación mucho mejor que en Argentina, aquí es al revés. La gente rica paga impuestos a una tasa mucho, mucho, mucho más baja que la gente común con ingresos medios o incluso la gente de bajos ingresos. Imagino que en Argentina es similar. Es una clara injusticia. El sistema fiscal debería estar diseñado según el principio de la capacidad de pago. Los ricos deberían pagar entonces mayores impuestos.

—En 2014 usted dijo que “la responsabilidad inmediata por estos derechos humanos insatisfechos les corresponde a los gobiernos de los países en los que vive la mitad más pobre de la población. Pero estos gobiernos también son pobres”. ¿Cómo analiza la gestión de los gobiernos de Nicaragua y Venezuela en Latinoamérica?

—Son ejemplos de gobiernos bastante corruptos. Están muy lejos de tener políticas justas, incluso dentro de las limitaciones de sus medios. En ambos países, el gobierno podría tener políticas mucho mejores, acuerdos institucionales. El sufrimiento de la población es evitable, incluso dentro del contexto altamente injusto de nuestro régimen institucional global. Pero siempre añadiría que los medios de estos países están significativamente limitados por los injustos acuerdos institucionales globales. También, la corrupción de estos dos gobiernos está facilitada por estos acuerdos. Estos gobiernos usan los mismos paraísos fiscales, las mismas jurisdicciones secretas, para mover dinero, robarlo. Es el mismo que utilizan las grandes corporaciones y los individuos ricos en los países más ricos. 

—¿Hay algo en la ideología que lleve a los populismos hacia la corrupción?

—No soy amigo del populismo, pero no estoy seguro de que los regímenes populistas sean sistemáticamente más corruptos. La corrupción es un peligro en todas partes. La gente tiene tendencia a aprovechar las oportunidades de corromperse. Y la forma de frenar la corrupción y suprimirla es institucional. Se necesitan mecanismos institucionales de transparencia. También se necesita una ciudadanía vigilante, que no tolere la corrupción, que se movilice contra ella, que dificulte que alguien continúe en un puesto de autoridad si se descubriera su corrupción.

—Su doctorado fue en la Universidad de Harvard bajo la supervisión de John Rawls. ¿Cómo fue ese vínculo? 

—Hoy el mundo es menos ético que el que había en la época en que estuve en Harvard. Estuve allí a finales de los 70 y principios de los 80. Tras la guerra de Vietnam, había gran interés por la política exterior y por restablecer el papel de liderazgo de Estados Unidos. Se discutía, como potencia líder en el mundo, como país más poderoso, la responsabilidad de actuar moralmente en nuestra política exterior y de apoyar los derechos humanos. De respetarlos. Fue una época en la que la gente estaba interesada en cuestiones de justicia. Parecía que las ideas de John Rawls podrían darle forma al futuro, ser ideas centrales para el desarrollo del país. Pero sucedió lo contrario. Estados Unidos en ese momento era potencialmente receptivo a las ideas de Rawls, se movió exactamente en la dirección opuesta. Ronald Reagan fue elegido, y lo primero que hizo fue decir “no más derechos humanos en América Latina. No nos preocupan más. Solo queremos amigos en la región”. Les dijo a los gobiernos de Latinoamérica que no tenían que preocuparse de que Estados Unidos les respire en la nuca y les diga que sean amables y respeten los derechos y los principios democráticos. Eso fue de la mano de un cambio interno. Reagan y la gente que lo rodeaba estaban haciendo el país mucho más desigual. Reducían los impuestos a las corporaciones y a los individuos ricos; también cambiaron el sistema político y judicial, en dirección de una mayor influencia para las elites. Estamos muy lejos del tipo de políticas que Rawls hubiera favorecido. Las políticas que Estados Unidos defiende en el mundo son mucho más injustas que en los años 70.

—A casi cincuenta años de la publicación de “Teoría de la justicia”, ¿tenemos una visión diferente de los aportes de Rawls? ¿Por qué se lo criticó desde la izquierda más extrema y desde el pensamiento libertario? ¿El velo de la ignorancia sigue siendo un paradigma para comprender la organización de las sociedades?

—Se cumplen cincuenta años de la publicación del libro. Fue criticado por la izquierda, básicamente porque decían que apoyaba o aceptaba el capitalismo. Él llama a eso una democracia de propiedad, es básicamente un sistema en el que el capitalismo prevalece, los medios de producción son de propiedad privada, pero los ingresos y la riqueza se distribuyen de manera más equitativa. Pero sobre todo las ventajas que la gente tiene desde el nacimiento están muy disminuidas. Lo que él quería es que cada niño que creciera tuviera un comienzo razonable y contara con oportunidades razonablemente iguales para aprender, encontrar una carrera y prosperar. Si podemos hacer estos cambios, hacer que los ingresos y la riqueza sean más iguales, que las oportunidades educativas sean más iguales, entonces una sociedad capitalista está bien. Desde la derecha también se lo criticó por motivos mayormente libertarios, diciendo que quería un Estado demasiado fuerte y redistributivo. El planteo era que debía mantenerse la competencia, pese a que se conserven las desigualdades.

—¿Cuál es el vínculo posible y deseable entre ética y derecho? ¿Hay alguna conexión o son campos independientes de pensamiento? 

—Hay conexiones diferentes. Una es que la ética o, en términos generales, lo que yo llamaría justicia, es un control de la ley. La ley, por supuesto, tiene autoridad, pero está sujeta a la crítica. Las propias leyes son a menudo injustas. En mi país, Alemania, el mejor ejemplo es el período nazi. Ocurrieron cosas terribles de acuerdo con leyes realmente injustas. Las leyes eran escandalosamente injustas. Hoy, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, tenemos una injusticia significativa codificada en la ley. Escrita en la ley. Es una relación entre ética y derecho. La ética es un complemento del derecho. La ley no puede hacerlo todo, no puede llegar a todos los elementos de nuestras vidas e instruirnos completamente sobre cómo actuar, por ejemplo, en nuestra vida familiar. Sería terrible que la ley hurgara en la familia y nos diera reglas muy detalladas sobre cómo tenemos que interactuar con nuestros hijos y nuestros cónyuges. Son asuntos de ética en los que no queremos que la ley se inmiscuya, pero eso no significa que se pueda hacer lo que se quiera. La ética es aquí una directriz más suave, pero muy firme, sobre cómo comportarse en las relaciones interpersonales, en la familia, en el círculo de amistades, en el trabajo, en la vida profesional. No puede regular todas estas cosas. La ética complementa y se suma a las restricciones legales.

—¿Cómo se constituye una universalidad racional para el derecho? ¿La “Crítica de la razón práctica” de Immanuel Kant sería la base?

—El imperativo categórico kantiano es, en primer lugar, una pieza de ética. Es algo que nos imponemos a nosotros mismos. Se supone que solo adoptaremos las máximas de las que podamos disponer y que estarán disponibles para todos los demás también. Kant utiliza un modelo similar para pensar en la ley. Piensa que debe ser universal de manera similar, de modo que la ley debe dar los mismos derechos y deberes a todos. Todos deben tener el mismo tipo de oportunidades, los mismos derechos, las mismas libertades y también los mismos deberes. Pero esta es una condición muy débil que es compatible con una enorme desigualdad. No creo que la universalidad en términos de diseño de la ley nos lleve muy lejos. Es un déficit del pensamiento de Kant. Creo que no entendió lo suficiente y no pensó lo suficiente sobre los acuerdos económicos y lo importantes que son. Para él, se puede tener gente con igualdad de derechos, por ejemplo, para comprar y vender, para celebrar contratos, pero, por supuesto, este tipo de desigualdad es compatible con una enorme desigualdad de ingresos y riqueza. Enorme desigualdad, que se genera también en el estatus, en el respeto y el reconocimiento de que gozan las personas dentro de su sociedad. Lo reconoce implícitamente cuando dice que los sirvientes y quienes no tienen su propio negocio no deberían votar. Es algo terrible. Esta universalidad que respalda es demasiado débil para salir adelante, para la igualdad sustantiva que necesitamos en una sociedad democrática.

—Un trabajo de Kant tiene el siguiente título: “Replanteamiento de la pregunta sobre si el género humano se halla en constante progreso hacia lo mejor”. ¿Usted se hace esa pregunta? 

—Si observamos a toda la humanidad, probablemente hayamos alcanzado un punto álgido en el período de la Ilustración. Fue el período en el que vivió Kant. Fue un período de gran esperanza, en el que la gente se tomaba muy en serio la moralidad. Decían que era muy importante que descubriéramos lo que es correcto y justo y que hiciéramos que nuestra sociedad y el mundo en general se ajustaran a ello. Hoy estamos muy lejos de esa mentalidad. Hoy cuando la gente piensa en derechos, justicia y moralidad, en su mayoría los conciben como herramientas para promover sus propios intereses. Prima el interés personal. Se convirtieron en herramientas en un juego competitivo donde todo el mundo intenta lograr sus propios propósitos individuales. La religión se desvaneció, la moralidad se ha desvanecido de la escena. El efecto es una desigualdad creciente. Las personas aventajadas tienen mejores oportunidades para cambiar las reglas a su favor. Cuentan con más experiencia, tienen más poder de negociación. Intentan manipular y cambiar las reglas del juego en su propio beneficio.

—La Ilustración fue el momento de mayor aumento de la riqueza en la humanidad. ¿Qué relación existe entre la Ilustración y las evoluciones como la que constituyó la imprenta?

—La prensa fue en la Ilustración temprana. Fue un factor importante para difundir la información a un mayor número de personas. Fue algo que preocupaba a muchos pensadores de la Ilustración. Querían que más personas participaran en la reflexión colectiva sobre la justicia y el bien común. Hubo varias cosas que sucedieron. Hubo el paso a la lengua vernácula. En lugar de que la gente culta conversara en latín con los demás, la gente escribía en su lengua materna, en alemán y en francés. Kant, por ejemplo, en su disertación inaugural todavía escribía en latín. Gottfried Wilhelm Leibniz escribió muchas de sus obras en latín, pero luego escribió cosas en alemán. Surgió un público educado de la clase burguesa, interesado en leer y participar en las discusiones sobre el bien común o cómo debería organizarse el Estado. Y eso, por supuesto, está relacionado con la Revolución Francesa y el cambio de la Europa de las monarquías a la Europa de las repúblicas democráticas.

 

Producción: Pablo Helman y Natalia Gelfman.