Kevin Granados Ayala recibió siete tiros en el pasillo de la manzana 115. Lo acribillaron el 15 de febrero pasado a las cuatro de la tarde. Al sicario que lo ejecutó no le importó la hora ni los posibles testigos.
Seis días después su familia recibió el cuerpo y decidió velarlo en la casa de una de sus hermanas, ubicada en la manzana 109 de la Villa 31. Hubo música, cerveza y tiros al aire. También remeras y un banner con la imagen del fallecido y el escudo de Alianza Lima, el club de fútbol con el que simpatizaba.
Balas, muerte y venganza: cómo es la guerra por el control del negocio narco en la Villa 31
Las costumbres mortuorias de los residentes peruanos en el país nada tienen que ver con las argentinas. El cajón con el cuerpo de Kevin fue llevado en andas por un sector de la Villa 31, acompañado por un tema del grupo Chacalón y la Nueva Crema, un clásico de la música chicha, como se conoce a la cumbia peruana. En el medio del traslado, los gritos y aplausos fueron seguidos por una serie de disparos al aire.
La víctima estaba vinculada a la banda del “Loco César” Morán de la Cruz. Su muerte es una más en la larga lista de víctimas fatales. Lo curioso es que no hubo un encendido reclamo de Justicia. Ni siquiera sus familiares más cercanos pidieron por el esclarecimiento del hecho en las redes sociales: solo se limitaron a despedirlo como si hubiese muerto por causas naturales.