Fernando Rubén Haymal, también conocido por su nombre de guerra “Valdés”, comenzó a morir once días antes, cuando un tribunal revolucionario de Montoneros lo condenó a la pena capital “en el lugar y el momento en que se lo encuentre” por haber entregado a la policía un dato crucial: la dirección de una casa donde fueron apresados varios jefes guerrilleros, entre ellos Marcos Osatinsky y Horacio Mendizábal, dos de los ocho miembros de la cúpula nacional de la guerrilla peronista.
El martes 2 de septiembre de 1975 Haymal, de 26 años, salió de la casa de su abuelo en el barrio Alberdi, donde vivía con su esposa, embarazada de ocho meses, y su hijo de un año, y tomó un colectivo de la línea 102. Dos compañeros se subieron en el trayecto; venían a ejecutar la sentencia. Triste, desmoralizado, vencido, Haymal los dejó hacer. Al llegar al Correo, en la esquina de las avenidas Colón y General Paz, en el centro de la capital cordobesa, lo obligaron a bajar; de inmediato, los tres jóvenes se acomodaron en el asiento trasero de un Peugeot 404 blanco, donde los esperaban otros dos guerrilleros. Recorrieron una treintena de cuadras.
En el barrio de Alta Córdoba, cerca del estadio del club Instituto, le dispararon dos balazos calibre 45 en el pecho. Caía la tarde cuando ataron una cadena a los pies de Haymal, abrieron una de las puertas del automóvil, sacaron el cuerpo perforado y lo arrastraron por la calle con el Peugeot en marcha hasta que la cadena se rompió. El cadáver quedó tirado en el pavimento, la cabeza destrozada, la ropa sucia de sangre y de tierra. Su hermano, Hugo Haymal, dice que Fernando murió dentro del coche a causa de esos dos disparos, pero La Voz del Interior informó que estaba con vida cuando lo arrastraban por la calle. “Además de las heridas de bala, la víctima sufrió horribles lesiones traumáticas en la cabeza y dejó de existir”, aseguró el diario.
La escena recuerda a la Ilíada, cuando Aquiles, “para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de detrás de ambos pies desde el tobillo al talón; introdujo correas de piel de buey, y le ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado; la negra cabellera se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía toda en el polvo”. Aquiles maltrató al cadáver del hijo del rey de Troya porque Héctor había matado a su mejor amigo, Patroclo.
Los compañeros de Haymal también estaban furiosos y por eso se ensañaron con su cuerpo: lo culpaban de la muerte de Osatinsky, que había sido fusilado en un supuesto intento de fuga, y de la captura y las torturas del resto de la conducción de Montoneros en Córdoba y las provincias del noroeste y Cuyo, así cómo del obligado pase a la clandestinidad de otros compañeros, cuya pertenencia a ese grupo guerrillero había sido descubierta. Además, lo responsabilizaban de la pérdida de dinero, documentos, armas y lugares seguros, y de haber provocado “un triunfo político-militar del enemigo”.
Haymal conocía bien el lugar donde fueron apresados Osatinsky y otros “oficiales” montoneros. “Se trataba de una casa operativa de Montoneros, donde había una cárcel del pueblo, con celdas subterráneas. Fernando había dirigido esas obras porque era el jefe de Logística de la Regional Córdoba. Era también un lugar de reunión de la conducción regional”, dice Hugo. Otras fuentes relativizan, sin embargo, el rol de Haymal en esa organización político militar, aunque todos coinciden en que su papel era clave: era uno de los guerrilleros que sabía cómo construir “embutes” (escondites) para guardar documentos, dinero y armas, y “cárceles del pueblo”.
Hugo Haymal recuerda cómo se enteró de que su hermano había desaparecido: “Su mujer me llamó desesperada. La policía lo había secuestrado y lo había llevado primero al Departamento Informaciones y después a Molet, una vieja usina abandonada cerca del Dique San Roque. Lo torturaron mucho, en la parte de abajo, con picana. Aquel invierno nevó y lo enterraron desnudo en la nieve, que lo quemó y desfiguró todo”. En una confesión por escrito para el “juicio revolucionario” al que fue sometido, Fernando Haymal argumentó que lo amenazaban con secuestrar y torturar a su mujer embarazada y a su hijo de un año, y que recién entregó un dato luego de aguantar noventa y seis horas de tortura, un tiempo que, según él, era más que suficiente para que sus compañeros se dieran cuenta de que había sido capturado y abandonaran los lugares cuya dirección él conocía.
Una versión abreviada del “juicio revolucionario” fue publicada en Evita Montonera, la revista oficial de la guerrilla peronista. Haymal fue condenado a “ser pasado por las armas” por los delitos de traición y delación ya que “la norma de la Organización para el caso de torturas es que los compañeros no deben hablar en ningún caso, dado que, cualquiera sea el tiempo transcurrido, siempre se le brinda datos al enemigo que perjudican a la Organización y al propio compañero”.
Hugo Haymal asegura que su hermano había descubierto una red de corrupción dentro de Montoneros y que su captura por la policía fue provocada por los compañeros involucrados en esas irregularidades. “Fernando —dice— denunció una serie de delitos comunes dentro de la Organización: asaltos a blindados, secuestros y robos, cuyo producto era apropiado por un grupo de compañeros. Había una rutina de controles que no se estaban haciendo porque lo querían limpiar. El jefe era Osatinsky, pero con ´El Pelado´ andaba muy bien”.
Al mes que Fernando Haymal fue muerto, nació su segundo hijo. Su viuda, Gloria, le puso Marcos de nombre en honor de Osatinsky, a quien todos los montoneros admiraban. Los restos de Osatinsky fueron depositados en el cementerio San Vicente, “a unos pocos metros de la tumba de mi hermano”, cuenta Hugo Haymal. Y agrega: “Como la tumba no tenía lápida, yo se la mandé a hacer igualita a la de mi hermano. El que hizo la lápida me advirtió que me estaba metiendo en problemas porque la Policía no dejaba que se acercara nadie adonde Osatinsky estaba enterrado, ni para dejarle una flor”.
El Caso Haymal no terminó con su muerte: si bien fue ejecutado por Montoneros, sus familiares cobraron la indemnización prevista para las víctimas del terrorismo de Estado, como si hubiera sido ejecutado en forma sumaria por la policía o los militares o las fuerzas paraestatales. Es apenas uno de una lista de pagos polémicos, que incluye a guerrilleros muertos durante ataques a instalaciones policiales y militares, en tiroteos o mientras armaban una bomba, o que fallecieron fuera del país. Esa indemnización asciende ahora a 1.700.000 pesos, aproximadamente. El nombre de Haymal también figura en el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, emplazado en la Costanera porteña.
Son, además, equívocos dolorosos, que afectan a personas concretas. Por ejemplo, al menor de los hijos de Haymal, que nació un mes después de su muerte y fue bautizado Marcos, en memoria de Osatinsky. Marcos Haymal, un joven músico, estuvo convencido durante años de que a su papá lo había matado la represión ilegal y militaba con mucha visibilidad en HIJOS junto con, entre otros, el actual secretario de Derechos Humanos de la Nación, Martín Fresneda. Eso fue hasta que su tío lo llevo a La Rioja a hablar con un ex montonero.
—Tomá, explicále al chico por qué mataron al padre. Yo te lo dejo y a la noche lo vengo a buscar —le dijo Hugo Haymal.
“Cuando lo fui a buscar a mi sobrino, lo encontré muy serio. Nunca más lo vi, pero nunca más militó en HIJOS”, agrega.
FICHA DEL LIBRO:
Título: "¡Viva la sangre!" | Córdoba antes del golpe: capital de la revolución, foco de las guerrillas y laboratorio de la dictadura
Autor: Ceferino Reato, editor ejecutivo de la revista Fortuna y autor de Operación Traviata, Operación Primicia y Disposición Final
Editorial: Sudamericana
Páginas 432
Precio: $ 159