POLITICA

El presidencialismo es un obstáculo para las políticas de largo plazo

Cambios drásticos suceden a cada nuevo gobierno. En contraste, las sociedades necesitan políticas de desarrollo sostenidas en el tiempo.

Jean Louis Théodoro Géricault
Jean Louis Théodoro Géricault - La Balsa de la Medusa (1818) | Wikimedia Commons

 

1. El país necesita desarrollo y políticas públicas de largo plazo. Cada nuevo gobierno presidencial produce cambios drásticos en la economía y en lo social, en especial en las políticas públicas basadas en derechos. Nuevo gobierno, nueva política económica, salarial, impositiva, educativa y de derechos humanos. Progresar y crecer cuando cambiamos continuamente de dirección es imposible.

Si la Constitución, como decía Alberdi, es la "Carta de Navegación”, la institución presidencial, como conductora de ese viaje colectivo, ha demostrado ser el obstáculo principal para que nunca lleguemos a buen puerto. Cada conductor/a, marca un nuevo destino. Ese destino es de corto plazo y es alterado por su sucesor. Siempre estamos en la épica de la refundación nacional, en un eterno punto de partida.

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Todo esto no es una característica única ni distintiva de Argentina. Los zigzags son propios de los presidencialismos. En Brasil y en toda la región parece iniciarse procesos de cambio institucional/presidencial que tendrán impacto en los derechos/bolsillos de la gente y en la discontinuidad de las políticas públicas de esos Estados. Los presidentes parecen no poder garantizar políticas públicas en el largo plazo. Es más, los cambios de gestión presidencial garantizan que todo será abruptamente distinto en breve.

El “manual de la transición presidencial” es usado por todos. Todos culpan a su predecesor y lo responsabilizan de los cambios de dirección “obligada” por "la irresponsabilidad del gobierno", “la emergencia económica” o “la pesada herencia”. Cada gobierno presidencial tiene ese sistema de exculpación cíclica que fundamenta la próxima concentración de poderes y las medidas de ruptura.

El “manual de la transición presidencial” es usado por todos. Todos culpan a su predecesor.

El presidencialismo en la historia argentina fue el principal agente de su propio zig-zag institucional. Todos los presidentes democráticos, Raúl Alfonsín (1983 - 1989), Carlos Ménem (1989 - 1999), Néstor y Cristina Fernández de Kirchner (2003 - 2015) y Mauricio Macri (2015 - 2019) tienen claros zigzags en las principales área de la economía, derechos humanos, educación, empleo, agenda de género, privatizaciones y/o seguridad.

2. El presidencialismo como posibilidad y como obstáculo. En ese marco en Diciembre pasado comentábamos qué desafíos institucionales tenía el gobierno de Macri dado el frágil escenario de un presidencialismo dual sin mayorías en el Congreso.

En contraste, la estrategia inicial del Gobierno fue generar gobernabilidad apelando a señales de liderazgo presidencial cesarista típico de la democracia delegativa: Hacer coaliciones corporativas, abusar de los decretos y las facultades ejecutivas, despidos selectivos en el Estado, criminalizar la protesta, usar a la policía como control social arbitrario y clasista, entre otros actos abiertamente inconstitucionales, ilegales e ilegítimos. En definitiva, demostrar fortaleza ejecutiva ante una situación de debilidad legislativa e institucional.

Lamentablemente, se repitieron y/o profundizaron varias prácticas anti-republicanas y antidemocráticas del anterior gobierno. En contra de lo aconsejable, el nuevo gobierno apeló a una forma de construir poder escasamente republicana y típicamente autoritaria de la historia argentina. La necesidad de reafirmar la autoridad suele ser una señal de su carencia.

Lamentablemente, se repitieron y/o profundizaron varias prácticas anti-republicanas y antidemocráticas del anterior gobierno.

Actualmente, los zig-zags se pueden observar en economía, tarifas, ley de medios, derechos humanos, educación y presupuesto universitario, entre otros aspectos centrales. Pareciera que las políticas públicas basadas en derechos son letra muerta cuando un nuevo gobierno, indiferentemente del color, asume su nueva etapa.

Así, de un lado o de otro, los restantes actores políticos siempre procuran generar un nuevo liderazgo que reconstruya ese pasado deshecho, ese proyecto inacabado de la Nación deseada, de un Estado fuerte o de un mercado fuerte, siempre excluyentes, y así hasta el infinito. Por un lado, la alternancia de diferentes presidentes es garantía de la inestabilidad y de cambios bruscos de políticas públicas basada en derechos. Por otro lado, la continuidad del gobierno presidencial de cualquier sector político genera personalismos, prácticas indeseables y abusos evidentes. Ambos escenarios son claramente negativos.

El desafío es pensar los procesos sociales y colectivos más allá de los personalismos que estructuran esos procesos y crear instituciones que permitan consensos mínimos transversales de largo plazo en temas estratégicos a nivel político, social y económico. El presidencialismo sólo ofrece un historial de fracasos en ese punto. Para crecer las sociedades necesitan políticas estructurales y desarrollo sostenido con justicia social. Lo que caracteriza al gobierno presidencial es el corto plazo y la especulación política con fines electorales.

Más allá de las alternativas parlamentarias o no parlamentarias, resulta urgente repensar la naturaleza inestable y ciclotímica de los gobiernos presidenciales para imaginar una institucionalidad democrática que nos permita construir un país con un futuro a largo plazo.

 

(*) Profesor de "Derecho Constitucional" y "Estudios Críticos del Derecho" en la UBA.