Fue un mal paso, a todos les puede ocurrir, aunque claro, cuando es el Gobierno nacional el que se equivoca, las consecuencias son mucho más dañinas. El Gobierno nacional se equivocó cuando tomó una decisión inconsulta y extemporánea para aumentar drásticamente las retenciones agropecuarias.
La génesis de la medida no ha sido dilucidada correctamente aún. La explicación oficial se centró en la presunta necesidad de contener el enriquecimiento para el Ejecutivo "desbocado" de los agricultores, sobre la cresta de la ola del éxito mundial de la soja. Para fundamentar esa hipótesis, la administración del matrimonio Kirchner ensayó una teoría conspirativa, empujó a la sociedad a un enfrentamiento artificial, alertó a gritos que los hombres del campo, al iniciar su larguísima protesta, eran en realidad una reencarnación de la Unión Democrática, la punta del iceberg de una oligarquía reacondicionada después de su momificación.
Los Kirchner agitaron el fantasma de la división social, de los antagonismos, e intentaron poner a lo que ellos consideran "el pueblo" contra los que engloban el particular concepto de ellos respecto de los "ricos": maniqueístas, volvieron a teorías súper perimidas tratando de diferenciar entre "buenos" y "malos" y a partir de allí, trazaron un eje de oposición en el que fueron anotando en cada columna a los "amigos" y a los "enemigos".
En el frenesí por abrazar la tesis de la vuelta al milenio pasado en la Argentina dividida realmente entre ricos y pobres, aquella de los principios del siglo XX, los Kirchner vieron cómo crecía la lista de los "enemigos". Los "amigos" se redujeron a un número de colaboradores que no debe sobrepasar la decena, más la enorme cantidad de pobres que hoy "trabajan" de manifestantes oficialistas, más un puñado de antiguas organizaciones no gubernamentales con prestigio internacional que gracias a suculentos subsidios decidieron de un plumazo olvidar sus luchas para venderse al mejor postor.
Esa es una lectura muy incompleta de lo que se ha podido deducir del discurso oficial sobre el conflicto. Tal vez en la realidad, en el origen de la medida subyace la necesidad del kirchnerismo de aumentar el nivel de la "caja" ante inminentes compromisos de pago internacionales que siguen vivitos y coleando, y no han desaparecido pese a que el Gobierno de Néstor intentó hacer creer a la sociedad que con el pago de una escuálida suma que se debía al Fondo Monetario Internacional la deuda externa había desaparecido de la agenda del país.
Tal vez también se ponderó la necesidad de disponer más fondos para abonar el clientelismo político, una pésima costumbre de la que no se salvó prácticamente ninguno de los últimos gobiernos en el país.
El Gobierno decidió lo de las retenciones entre gallos y medianoches, sin consultar ni a expertos en el campo, ni a las organizaciones involucradas, ni a los legisladores. Consideró que su opinión era más que suficiente, y echó mano del entonces inexperto y fugaz ministro de Economía, Martín Lousteau, para que hiciera el anuncio que empujó al país al borde del abismo.
El campo realizó una protesta desproporcionada y la respuesta oficial, en vez de tratar de contenerla y acallarla, la hizo crecer hasta límites insoportables, insoportables no sólo para la sociedad, sino también para el propio poder político, hoy principal víctima de aquella errónea decisión.
Por más que los habituales voceros del gobierno intenten negarlo, la caída dramática de la imagen favorable que tenía la presidenta Cristina Kirchner es el dato que hoy más preocupa en los círculos íntimos del claustrofóbico poder en la Casa Rosada.
La sociedad sucumbió a una crisis impensada y el país otra vez transita por el desfiladero de la incertidumbre. El fenómeno de la inflación, que ya era lo más inquietante antes que si quiera se adivinara un conflicto con el sector agropecuario, el que prácticamente venía "salvando" las arcas del Estado, siguió acrecentándose al impulso de la ignorancia oficial, que hoy, aún sin reconocerla en los índices oficiales, se la achacan también a los ruralistas.
Todos los negocios se frenaron. Nada mas peligroso para un país. La frase que más se oye en los ámbitos de las transacciones comerciales, la industria, el empleo, es "desde que pasó lo del campo...", la excusa perfecta para una sociedad enferma de especulación y corrupción en la que una vez más, unos pocos hacen pingües negocios a costa de las mayorías.
Volvió concreta la figura de la "bicicleta financiera", el dólar se movió peligrosamente y lo que es peor, los gramos de confianza que había podido sumar Néstor Kirchner en su administración, se dilapidaron como quien arroja al mar una fortuna.
En medio de tanta sinrazón, una luz se asomó al final del túnel cuando el Gobierno encontró la fórmula de retirar de sus manos la brasa ardiente, y se la arrojó al Congreso.
Ese fue el paso más sensato que pudo haber dado después de tantas demostraciones de desaciertos, pero el gesto se realizó en base a una convicción falsa: que una vez más, el poder Legislativo funcionaría con mayoría automática, sumiso, como siempre lo había demostrado, a quienes retenían las riendas del poder.
El error se centró en no analizar que los legisladores son también personas que piensan y que llegaron a sus escaños gracias, no sólo al favor que les hizo el partido político que los propuso para las listas electivas, sino principalmente al voto popular. De eso viven los políticos en democracia. Concientes de ello, legisladores oficialistas, observadores atónitos de los desaguisados en el Ejecutivo, temerosos de perder ellos también de un plumazo su caudal político, se pusieron el desteñido traje de representantes de sus votantes, y hoy anticipan seguros cambios a la resolución oficial.
No se sabe si el hecho tomó desprevenidos a los Kirchner, si no lo contaban entre las posibles hipótesis, ni cómo reaccionaron después de leer en los diarios las opiniones de kirchneristas que abiertamente rechazan la postura gubernamental.
Tampoco se sabe cómo reaccionará el matrimonio si finalmente el Congreso cumple con la promesa de moderar, cambiar, reformar el proyecto que tanto espanto causó a los productores rurales. Pero en la reacción estará la clave sobre el futuro del poder kirchnerista.