Emily Spell escuchó los gritos desde el exterior de la casa de ladrillo rojo de sus padres. Al ingresar, encontró a su hermano, Joseph Williams, de 31 años, desparramado sobre un colchón en el sótano. Tenía los ojos entreabiertos, amarillos, y los labios azules. Su esposa Kristina le estaba golpeando el pecho. “¡Joe! ¡Despierta Joe!”, aullaba Kristina.
Como era estudiante de enfermería, Emily empezó a practicarle las maniobras de reanimación a su hermano. Cada vez que presionaba el pecho de Joe, por su boca salía espuma blanca, que le chorreaba sobre su pijama de Batman, su favorito.
La madre de Joe, que había regresado a toda velocidad a su casa desde su trabajo en una sucursal de la cadena de supermercados regional Piggly Wiggly en Garland, Carolina del Norte, entró al sótano y se recostó al lado de su único hijo varón.
“Está todo bien hijo, ya podes seguir durmiendo”, dijo Susan Williams. “¿Querés un cigarrillo? ¿Tenés frío en el cuerpo?”
“Creí que mi madre había perdido la razón”, recuerda Emily. “Por supuesto que tenía el cuerpo frío, porque estaba muerto.”
En la familia de Joe, nadie sabía qué lo había matado. No tenían ni idea que era uno de los primeros de decenas de miles de estadounidenses que caerían víctimas del fentanilo, el narcótico más letal del mundo. Cuando les dieron el informe de la autopsia, tampoco conocían –tardarían meses en saberlo– cuáles eran las fuerzas responsables a nivel global de la muerte de Joe.
Para que los opioides diseñados en laboratorio llegaran hasta esa zona rural de Carolina del Norte y el resto de los Estados Unidos, fue necesaria una red de traficantes que puede ser rastreada hasta China y que puede operar gracias a la fácil circulación de dinero sucio a través de instituciones financieras conocidas en todo el mundo.
Joseph Willians (31) fue uno de los primeros de decenas de miles de estadounidenses que caerían víctimas del fentanilo, el narcótico más letal del mundo.
Los detalles sobre cómo el dinero que impulsó la red de drogas de fentanilo y más de US$2 billones en otros fondos sospechosos esparcidos por todo el mundo, están contenidos en los archivos financieros secretos obtenidos por BuzzFeed News y compartidos con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.
Los archivos, conocidos como informes de actividades sospechosas (SAR por sus siglas en inglés), ofrecen una visita guiada al mundo del delito, la corrupción y la desigualdad, con papeles protagónicos desempeñados por políticos, oligarcas y estafadores con buena labia, y el rol crucial de los banqueros que atienden a cada uno de ellos. Los SAR demuestran el fracaso de los bancos y otras instituciones financieras para desbaratar el flujo de dinero ilícito que fomenta el delito y causa sufrimiento a escala planetaria.
En un mundo asolado por crisis que acaparan los titulares de los diarios, incluida la pandemia de coronavirus que destruye vidas y medios de subsistencia, el movimiento sin control de dinero sucio puede parecer una amenaza remota. Pero sus consecuencias son profundas: narcotraficantes y estafadores “Ponzi” mueven sus ganancias más allá del alcance de las autoridades. Los déspotas y los corruptos capitanes de la industria amasan fortunas ilícitas y consolidan su poder. Y acuciados por la falta de fondos, los gobiernos no pueden pagar el tratamiento para los enfermos.
En un mundo asolado por crisis y la pandemia de coronavirus, el movimiento sin control de dinero sucio puede parecer una amenaza remota.
En el centro de estas historias hay personas reales afectadas de maneras reales: familias que perdieron sus ahorros en artimañas financieras predatorias, atletas olímpicos despojados de sus victorias por funcionarios corruptos, padres que lloran a hijos e hijas caídos en batalla, una madre trabajando a destajo y un hermano consumido por las drogas.
La familia de Joe Williams y otras víctimas con frecuencia no saben qué parte de su dolor es producto del delito financiero, o la violación del Título 18 del Código de los Estados Unidos, Sección 1956, que es el “lavado de instrumentos monetarios”.
“La gente tal vez no toma dimensión de cuestiones como el lavado de dinero y las sociedades offshore, pero siente sus efectos todos los días, porque eso es lo que hace que el delito a gran escala rinda, desde los opioides hasta el tráfico de armas, pasando por el robo de los seguros de desempleo relacionados con el Covid-19”, dijo Jodi Vittori, experto en corrupción en Carnegie Endowment for International Peace.
“La gente tal vez no toma dimensión de cuestiones como el lavado de dinero y las sociedades offshore, pero siente sus efectos todos los días", dice Jodi Vittori, experto en corrupción.
Pero las redes delictivas y los agentes policiales y judiciales que intentan detenerlos saben que un flujo descontrolado de dinero sucio es el requisito más importante para que un emprendimiento delictivo sea exitoso. Brandon Hubbard, que cumple cadena perpetua por participar de la importación del fentanilo que terminó con la vida de Joe, recuerda que el policía que lo arrestó parecía menos interesado en el polvo conocido como “china blanca” que en saber adónde había ido a parar el dinero.
“Eso es lo primero que me preguntaron cuando entraron a mi casa”, dijo Hubbard en una entrevista desde la cárcel. “¿Dónde está el dinero?” Hubbard asegura no haberle vendido drogas a Joe Williams ni saber quién lo hizo.
Los documentos filtrados, conocidos como The FinCEN Files, incluyen más de 2.100 informes de actividades sospechosas redactados por bancos y otros actores financieros, y enviados a la Red de Ejecución de Delitos Financieros (FinCEN), que depende del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Según BuzzFeed News, algunos de los documentos fueron reunidos para el comité de investigaciones del Congreso de los Estados Unidos sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, mientras que otros fueron compilados por pedido de agencias de seguridad ante la FinCEN.
Los informes –boletines con densa información técnica– son los documentos filtrados más detallados de la historia del Tesoro de los Estados Unidos. Revelan pagos procesados por grandes bancos, como HSBC, Deutsche Bank, JP Morgan Chase y Barclays.
Describen “viajes” de dinero sucio que zigzaguean inexplicablemente a través del mundo; desde botines de cleptócratas o de alguna empresa fantasma en la costa del Atlántico a través de un banco de Wall Street, hasta algún paraíso fiscal bañado por el sol del Caribe, un edificio torre en Singapur o una financiera en Damasco.
Los SARs no son evidencia de un ilícito. Reflejan las observaciones de “vigilantes” internos dentro de los bancos, conocidos como “autoridades de cumplimiento”, que informan sobre transacciones pasadas que llevaban la marca del delito financiero, o que incluían a clientes con perfiles de alto riesgo o con antecedentes de pleitos ante la ley.
La FinCEN dijo a BuzzFeed News e ICIJ que no hace comentarios sobre “la existencia o no existencia de SARs específicos”. Emitió una declaración sobre medios no identificados indicando que “la divulgación no autorizada de SAR es un delito que puede afectar la seguridad nacional de los Estados Unidos”. La semana pasada, antes de que ICIJ y sus socios publicaran la investigación FinCEN Files, la agencia anunció que estaba buscando comentarios públicos sobre formas de mejorar el sistema contra el lavado de dinero de EE. UU.
Cuatrocientos periodistas de casi 90 países hurgaron en los documentos filtrados.
Cuatrocientos periodistas de casi 90 países hurgaron en los documentos filtrados, y con frecuencia salían solamente con la pista de un nombre o una dirección. Dedicaron 16 meses a buscar en documentos de fuentes adicionales, y a leer voluminosos archivos y expedientes judiciales, entrevistando a quienes luchan contra el delito y a las víctimas del mismo, y revisando datos de millones de transacciones que tuvieron lugar entre 1999 y 2017.
Animados por el contenido de esos archivos secretos, los periodistas siguieron el rastro de los dólares de un narcotraficante de Rhode Island hasta el laboratorio de un químico en Wuhan, China; exploraron escándalos que perjudicaron a economías en África y en Europa del Este; rastrearon a profanadores de tumbas que saquearon antiguos artefactos budistas que luego fueron vendidos en galerías de Nueva York; investigaron a magnates venezolanos que malversaron dinero de viviendas y hospitales públicos, y analizaron en detalle la mayor refinería de Oriente Medio, motivo de una investigación de lavado de dinero en Estados Unidos nunca revelada.
Entre las decenas de figuras políticas que aparecen en los documentos se encuentra Paul Manafort, exjefe de campaña de Donald Trump y quien fue condenado por fraude y evasión fiscal.
JPMorgan informó que movió dinero entre Manafort y las empresas fantasmas de sus socios hasta septiembre de 2017, mucho tiempo después de que se revelaran sus vínculos con funcionarios ucranianos conectados con Rusia y el sospechoso lavado de dinero.
Con frecuencia, la persona vinculada con una transacción sospechosa es suplantada por otra persona con la que tiene vínculo directo o indirecto: un niño, un socio o, como en el caso de Atiku Abubakar –exvicepresidente nigeriano acusado de desviar 125 millones de dólares de un fondo de desarrollo petrolero–, la esposa. Años después de que se conocieran las acusaciones de corrupción contra su marido, Rukaiyatu Abubakar movió más de 1 millón de dólares del dinero de su esposo a través del Banco Habib a una empresa de los Emiratos Árabes Unidos para comprar un departamento en Dubái. (Atiku Abubakar no ha sido enjuiciado y niega cualquier ilícito.)
JPMorgan informó que movió dinero entre Paul Manafort, exjefe de campaña de Donald Trump, y las empresas fantasmas de sus socios hasta septiembre de 2017.
Decenas de casos de la investigación de los archivos de la FinCEN rastrean transferencias de dinero similares –desde capitales extranjeros a empresas que solo existen en papeles– manejadas por grandes bancos que desde hace mucho tiempo consienten a oligarcas y déspotas, y hasta ahora casi no han enfrentado presiones reales para dejar de hacerlo. Este sistema tiene consecuencias duraderas que arruinan la vida de muchas personas.
Un aromaterapista australiano envió 50.000 dólares en una estafa con criptomonedas realizada desde Estados Unidos, Bulgaria y Tailandia. Un jubilado de Texas pensó que había encontrado el verdadero amor con una estudiante universitaria de Austin a la que conoció por internet, y le transfirió dinero a una cuenta del Bank of America perteneciente a un político nigeriano venido a menos. Padres rusos que necesitaban transportar en un ferry a su hijo enfermo para llegar a un hospital de San Petersburgo le transfirieron 15.000 dólares a un vendedor de autos usados de Nueva Jersey que les había prometido un Honda de segunda mano, que nunca les entregó.
Y un hombre de Carolina del Norte que padecía una adicción pagó unos pocos dólares por un polvo blanco que cruzó tres países y terminó costándole la vida.
Sobredosis en Garland
“Emily, ¿qué demonios es el fentanilo?”
La madre de Joe Williams estaba parada en la cocina de su hija, sosteniendo el informe de toxicología que había llegado por correo ese día del año 2014. Emily Spell había escuchado hablar del opioide en la escuela de enfermería. “Es una medicación para el dolor que les dan a los pacientes con cáncer”, respondió la hija.
Williams, padre de cuatro hijos, vivía al este de la localidad de Garland, donde residen apenas poco más de 600 personas y hay plantaciones de arándanos y criaderos de cerdo.
“La grandeza crece en Garland”, es un lema de la ciudad, pero para las personas de la generación de Joe, resulta cada vez más difícil encontrar evidencias de esa grandeza. Hace años que no se construyen casas, y hace poco las autoridades locales disolvieron la fuerza policial debido a limitaciones presupuestarias. La ciudad ha sido golpeada fuertemente por la pandemia de Covid-19.
En uno de esos días de verano, los vecinos de Garland, varios de ellos con barbijo, estaban recargando sus garrafas de gas propano frente al atestado supermercado Piggly Wiggly, y algunos pedían un sándwich en el local de Subway. La tienda de antigüedades y otros negocios del centro de la ciudad estaban cerrados, y en las rajaduras del asfalto de la desierta playa de estacionamiento de la fábrica de camisas Brooks Brothers crecía la maleza.
Emily sabía que su hermano consumía drogas; había sido arrestado en tercer año de la secundaria por llevar marihuana a la escuela y, más recientemente, había empeñado las herramientas de trabajo de su padre para comprar cocaína.
Unos días antes de su muerte, Williams recibió un paquete enviado desde Canadá con cinco analgésicos y polvo de fentanilo.
Pero la familia no tenía idea de la cantidad y la frecuencia del consumo de Joe, que con su poco más de 1,80 metros de estatura y sus 90 kilos parecía un hombre mayormente saludable. Para Emily, Joe era ese muchacho que ponía caras graciosas en las fotos familiares; que cuando eran niños le hacía suavemente tomas alrededor del cuello mientras miraban peleas de lucha libre en la televisión, y que se colaba en su habitación por las noches, porque no podía dormir solo por miedo a la oscuridad.
Ya de adulto, William cambiaba de trabajo todo el tiempo, jugaba mucho al videojuego “Call of Duty” y mantuvo su adicción a las drogas en secreto. Unos días antes de su muerte, Williams recibió un paquete enviado desde Canadá con cinco analgésicos y polvo de fentanilo.
En 2017, fiscales estadounidenses se refirieron a William –utilizando solo sus iniciales, “J.W.”– como el primer norteamericano víctima de una trama global para distribuir drogas letales. El año que viene, un juez federal de Fargo, Dakota del Norte, sentenciará a Anthony Gomes, quien se declaró culpable de conspirar para lavar dinero y distribuir drogas que mataron a Joe Williams y otros estadounidenses.
En 2017, fiscales estadounidenses se refirieron a William –utilizando solo sus iniciales, “J.W.”– como el primer norteamericano víctima de una trama global para distribuir drogas letales.
Las autoridades arrestaron a Gomes cerca de Fort Lauderdale, Florida, en 2017, no lejos de su cabaña estilo Tudor de seis habitaciones valorada en 850.000 dólares y comprada, según los fiscales, con dinero del tráfico de drogas. Los investigadores incautaron 150.000 dólares, el deportivo Maserati de Gomes y un vehículo todo terreno.
Durante años, Gomes y su novia, Elizabeth Ton, enviaron transferencias bancarias y giros de dinero a China y Canadá, donde el líder de la banda operaba desde su celda en la cárcel.
Los fiscales dijeron que para ocultar sus operaciones, Gomes, Ton y otros miembros de la “conspiración” de lavado de dinero y tráfico de drogas utilizaron cuentas en el exterior, transferencias de dinero, una cuenta en el Bank of America y comunicaciones encriptadas.
Los fiscales dijeron que para ocultar sus operaciones, los miembros de la “conspiración” de lavado de dinero y tráfico de drogas utilizaron cuentas en el exterior, transferencias de dinero, una cuenta en el Bank of America y comunicaciones encriptadas.
En una planilla sin fecha de los FinCEN Files, Gomes y otras ocho personas están vinculadas con pagos por más de 403.000 dólares realizados entre 2012 y 2017 vía MoneyGram International, una empresa de transferencia de dinero con sede en Dallas que pagó 125 millones de dólares en 2018 en penalidades a las autoridades estadounidenses por violar un acuerdo con las autoridades estadounidenses destinado a detener el lavado de dinero y el fraude.
La planilla de los FinCEN Files, una lista que contiene básicamente 1.500 informes de actividades sospechosas, fue titulada “VTB Bank Export” ["Exportación del VTB Bank"], en referencia a la institución perteneciente al Estado ruso y conocida como la “alcancía” del presidente ruso, Vladimir Putin.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó al VTB Bank en 2014 en respuesta a la anexión de la península ucraniana de Crimea por parte de Rusia. No queda claro qué conexión tiene el VTB Bank con las transferencias de MoneyGram, ni por qué fue creado el documento.
El VTB Bank dijo que “opera en conformidad estricta con las leyes locales e internacionales y cumple íntegramente con todos los estándares regulatorios a nivel local y global”. El banco “no ha recibido ninguna queja sobre nuestras actividades de parte de las autoridades estadounidenses” y es “incapaz de emitir comentarios al respecto, ya que no se nos ha concedido el acceso a la documentación relevante a la que se refiere la pregunta”.
Xiaobing Yan, es el primer fabricante de fentanilo imputado de la historia de los Estados Unidos.
Tres de las ocho personas cuyos nombres aparecen junto al de Gomes en la planilla han sido acusadas o condenadas por tráfico de drogas. Una de ellas, Xiaobing Yan, es el primer fabricante de fentanilo imputado de la historia de los Estados Unidos. Yan, de 43 años, operaba desde Wuhan, China, y todavía es buscado por las autoridades estadounidenses. Yan niega haber infringido las leyes chinas o haber vendido a sabiendas sustancias prohibidas en Estados Unidos.
Las otras dos personas eran Ton –la novia de Gomes– y Darius Ghahary. Ambos fueron acusados de delitos vinculados con el fentanilo en 2017. MoneyGram informó transferencias sospechosas en relación a Ghahary más de una década después de que las autoridades de Nueva Jersey lo multaran en un caso de fraude por internet que obtuvo mucha cobertura mediática.
Yan, de 43 años, operaba desde Wuhan, China, y todavía es buscado por las autoridades estadounidenses.
No queda claro quién le pagó a quién y la ruta exacta que emprendió el fentanilo para llegar hasta Garland. Los fiscales de Estados Unidos que tratan el caso de Gomes se negaron a responder las preguntas de ICIJ aduciendo que existe un litigio en curso.
“Cualquiera puede ser traficante”
Brandon Hubbard, el traficante de drogas que ahora se encuentra en una prisión de Dakota del Norte, no se consideraba un delincuente financiero.
“Veo a los que lavan dinero como personas que invierten en lava-autos o restaurantes” para blanquear dinero sucio, le dijo Hubbard a ICIJ, o como personas que hacen “lo que hacen los oligarcas rusos, que sacan el dinero de Rusia y lo llevan a bienes raíces en Estados Unidos”.
Brandon Hubbard, el traficante de drogas detenido de Dakota del Norte, dijo a ICIJ que no se consideraba un delincuente financiero.
Después Hubbard se volvió uno de ellos. Expugilista durante la escuela secundaria, Hubbard, que creció en Portland, Oregon, dijo que se quedó anonadado cuando la policía le dijo que estaba acusado no sólo de distribuir drogas mortíferas sino también de delitos financieros.
“Nunca consideré nada de lo que hacía como lavado de dinero”, dijo Hubbard. “Pero ya lo sabe, me han sentenciado a ocho años de prisión por eso.”
En 2018, más de 31.000 norteamericanos murieron a causa de opioides sintéticos, como el fentanilo. El fentanilo y otras drogas hechas en laboratorio, algunas de ellas 10.000 veces más potentes que la morfina, ahora matan a más norteamericanos que cualquier otro opioide. El Departamento del Tesoro de los Estados Unidos dice que el delito financiero hace que todo eso sea posible.
“Nunca consideré nada de lo que hacía como lavado de dinero”, dijo Hubbard.
El año pasado, el departamento publicó una advertencia a las instituciones financieras para generar conciencia en torno a las estratagemas que facilitan la inundación de opioides. Datos financieros y judiciales muestran que los traficantes de fentanilo van desde criminales reincidentes con redes de intermediarios hasta un residente de Pittsburgh que vía MoneyGram adquirió 100 gramos de fentanilo que fueron entregados a una dirección con el nombre de Avon Barksdale, un personaje ficticio de la serie de HBO “The Wire”.
“Con los teléfonos inteligentes, ahora cualquiera puede ser traficante”, dice Donald Im, agente especial asistente a cargo de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos. “Si cualquiera puede ser conductor de Uber, cualquier puede ser traficante de drogas”.
“Con los teléfonos inteligentes, ahora cualquiera puede ser traficante”, dice Donald Im, agente especial antidrogras.
Los traficantes “utilizan todos los métodos de la economía y del sistema financiero”, dijo Im, que trabajó en la Operación Negación, una investigación en curso sobre el tráfico de fentanilo y otras drogas. Las condenas de Hubbard y de Anthony Gomes fueron resultado de la operación.
Hace unos meses, la policía llamó a la casa de Emily Spell con una novedad. Emily recuerda que le dijeron que están teniendo problemas para atrapar al “principal narcotraficante” de China.
“Este pueblo es tan pequeño y tan rural”, dijo Emily, “que el hecho de que mi hermano haya podido conseguir drogas que terminan viniendo de cualquier punto del planeta es verdaderamente escalofriante.”
*Colaboradores: Agustin Armendariz, Simon Bowers, Wahyu Dhyatmika, Emilia Diaz-Struck, Momar Dieng, Abdelhak El-Idrissi, Azeen Ghorayshi, Adebayo Hassan, Karrie Kehoe, Mohammed Komani, Tanya Kozyreva, Malek Khadhraoui, Vlad Lavrov, Andrew W. Lehren, Anna Myroniuk, Toshi Okuyama, Delphine Reuter, Mago Torres, Tom Warren, Amy Wilson-Chapman, Farruh Yusupov
(Crédito Traducción: Jaime Arrambide)