Por principio, las acciones solidarias están orientadas no a la satisfacción de las propias necesidades, sino a la de los otros. Si indagamos en los orígenes históricos del término solidario, antiguamente se lo asociaba a la solidez de las construcciones, a la cohesión y unión entre diversas partes. Con el paso del tiempo, su significado se fue extendiendo. La solidaridad equivale a una conjunción de esfuerzos con un fin político, social o económico, entre otros. Se trata de la unión o adhesión de personas para conseguir un determinado objetivo. Desde mediados del siglo pasado, post Segunda Guerra Mundial, la solidaridad es también un concepto vinculado al Estado de bienestar, entendiendo por tal al promovido por un conjunto de políticas públicas que garantizan el acceso de todos los habitantes de un país a servicios básicos y a beneficios económicos fundamentales. Toda vez que en nuestro país el Estado ha perdido centralidad y se ha confiado el destino colectivo a las políticas de libre mercado se han desencadenado crecientes procesos de crisis, endeudamiento, desocupación y exclusión social. Con el antecedente, todavía fresco, del crack de 2001, hoy nos enfrentamos a las devastadoras consecuencias de una nueva crisis que no tiene hasta el momento fecha de vencimiento.
Los datos del Indec señalan que el 32 por ciento de los argentinos es pobre, y Unicef sostiene que casi la mitad de los niños en el país también lo son. Millones de personas viven en el límite difuso de pertenecer a la clase media o a la clase baja. Sin necesidad de analizar otras variables, mientras la inflación siga en aumento los salarios seguirán perdiendo poder adquisitivo.
En la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más rico del país, se calcula que hay un millón y medio de personas afectadas por privaciones, de las cuales 200 mil son pobres. La multiplicación de los comedores comunitarios marca la dimensión y profundidad de la emergencia alimentaria. Pero al mismo tiempo dan cuenta de la capacidad de respuesta de la comunidad materializada a través de cooperadoras, clubes, cooperativas, diversas organizaciones no gubernamentales y sindicales que cumplen una tarea insustituible para fortalecer la trama del tejido solidario. Los sindicatos se consolidaron en el país a mitad del siglo pasado y se han desarrollado con un alto nivel de conciencia política y social. Por eso siempre han interactuado en la vida comunitaria aportando a la solución de sus problemas. Sirve de ejemplo la experiencia de Suterh Solidario, una iniciativa nacida años atrás. Consistía en la instalación de un tráiler con equipamiento médico para brindar asistencia y promover prácticas de prevención de la salud en barrios y zonas postergadas y vulnerables. Este año el esfuerzo solidario de los trabajadores y trabajadoras de edificios se ha volcado en la organización de comedores. Hasta el momento funcionan tres, y se estudia ampliar la cantidad. Están en manos de docentes y alumnos de la carrera de Gastronomía que se dicta en los institutos de capacitación de la organización gremial. Un equipo de voluntarios y voluntarias, integrados por delegados, afiliados y empleados trabaja de lunes a viernes para brindar almuerzo a personas en situación de calle. Con la llegada de las bajas temperaturas, es más necesario que nunca colaborar con quienes más lo necesitan.
Entender la solidaridad como valor fundante de una sociedad más justa y equitativa es un paso obligado que como sociedad debemos dar en estas circunstancias, recordando aquella vieja máxima que dice: nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.
*Secretario general del Suterh.
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